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  DIOS NO HACE ACEPCIÓN DE PERSONAS

 

(Hechos 10)

Empezaremos esta reflexión diciendo que una de las cosas que más llama la atención en estos pasajes bíblicos es que Dios siempre toma la iniciativa, tanto en aquellos que le buscan como en aquellos que ya le conocen. Un ejemplo claro de esto lo tenemos en el gentil Cornelio y el apóstol Pedro. Cornelio había llegado a Judea como centurión de la compañía llamada italiana. Este hombre no había encontrado en los dioses del imperio de Roma lo que anhelaba su alma.

Pero lejos de la fastuosa Roma, en una tierra extraña, se encuentra con un pueblo que adora y sirve a Dios viviente sin representación alguna en estatuas o imágenes. Este hombre acepta como Dios de toda su casa al Dios de Israel. Y su conducta está en concordancia con la ley de Moisés, siendo temeroso de Dios se preocupaba de los otros con sus limosnas, pero sobre todo “oraba a Dios siempre” (v. 2).

Una visión revolucionaria

Como era costumbre en Israel, a la hora novena (tres de la tarde), se ofrecía en el templo la ofrenda de flor de harina como memorial (Levítico 2:2,9,16). A esa hora también Cornelio oraba en su casa al Dios de Abraham y su oración fue oída. Así se lo comunica un ángel del Señor. Su oración estaba relacionada con la búsqueda de su salvación personal. Por eso el ángel le indica el nombre y el lugar donde puede encontrar a uno de los discípulos del Mesías de Israel, para que le anuncie la verdad del Evangelio de Jesucristo.

Cornelio cree lo que el ángel le indica y envía dos de sus criados con un soldado de su confianza en busca de Simón, Pedro, que se encontraba en Jope. Esta localidad junto al mar distaba unos cincuenta kilómetros de Cesarea, donde vivía Cornelio.

“Lo que Dios limpió, no lo llames tú común” (v. 15).

Pedro se encontraba en Jope hospedado en la casa de un creyente llamado Simón el curtidor, su casa estaba junto al mar. Permanecía en Jope desde que los hermanos le habían llamado por la enfermedad de Tabita.

Este día Pedro se retiró a orar hacia la hora sexta (sobre las doce de la mañana), y el Señor lo quiso preparar para el encuentro que pronto iba a tener con aquellos gentiles enviados por Cornelio. Para ello, el Señor le hace sentir hambre y en esa situación le muestra un gran lienzo (v. 11) con toda clase de animales puros e inmundos según la ley. Una voz le invita a que mate y coma.

Pedro se niega a quebrantar las tradiciones de sus padres y responde: “Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás” (v. 14). Por tres veces escucha la misma invitación con una contundente respuesta: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común”.

“Le dijo el Espíritu: He aquí, tres hombres te buscan. Levántate, pues, y desciende, y no dudes en ir con ellos, porque Yo los he enviado” (v. 19).

Pedro buscaba una interpretación clara a todo lo que había visto en aquella visión, sin poder encontrar una respuesta. El Espíritu no satisface su curiosidad con una explicación contundente, eso se lo va a demostrar con los hechos.

A la puerta de la casa de Simón el curtidor, acaban de llegar los hombres de Cornelio. El Espíritu ordena a Pedro que vaya con ellos. No le dice que los ha enviado Cornelio sino que Él Mismo los ha enviado. Era natural para Pedro que dudase de tal proposición por su condición de judío, pero a eso se adelanta el Espíritu diciéndole: “no dudes en ir con ellos”.

Pedro una vez que ha escuchado lo que le dice el Espíritu no se interroga más sobre aquella visión. Va donde estaban aquellos hombres y se presenta como el hombre a quien ellos buscan. Los hospeda en casa y al día siguiente parten hacia Cesarea. Cuando se encuentran con Cornelio, éste dice: “Hace cuatro días que a esta hora yo estaba en ayunas; y a la hora novena, mientras oraba en mi casa...(v. 30). Habían pasado cuatro días y a la hora novena llegaron a casa de Cornelio que les esperaba con sus parientes y amigos más íntimos.

“A mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo” (v. 28).

El Espíritu le había mostrado a Pedro el significado de aquella visión con el acontecer de los hechos. Y Pedro aprendió a discernir la voluntad de Dios en contra de su propia opinión y de su tradición, porque se dejó guiar por el Espíritu. El Espíritu nos da soluciones concretas para hechos concretos, nunca nuestra propia opinión o nuestra propia sabiduría nos guiarán a esa solución. Es un error mortal sustituir al Espíritu por nuestra propia opinión o nuestra tradición. El Mismo Espíritu es el que nos prepara y capacita paso a paso para vivir por medio de Jesucristo. Cuando sustituimos esa convivencia formativa del Espíritu por nuestra propia autosuficiencia religiosa (amasada por la propia opinión y tradición) caemos en la fría especulación formadora de hombres y mujeres, según un patrón religioso o seudo religioso, pero que nada tiene que ver con la convivencia y acción formadora del Espíritu que se daba en la iglesia apostólica y se dará en toda iglesia que esté “edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Efesios 3:20).

Si Pedro se hubiese apoyado en su autosuficiencia religiosa según su opinión y tradición jamás hubiese ido a casa de un hombre como Cornelio porque era algo inmundo para un judío. Pero él deja de lado su opinión religiosa y acepta la opinión de Dios. Esto lo hace saber a los presentes con estas palabras: “Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo” (v. 28).

“Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el Evangelio de la paz por medio de Jesucristo; Éste es Señor de todos” (v. 36).

El Señor Jesús es Señor de todos, sean gentiles o judíos. Porque el Mismo Jesús es el autor de esa paz, pues de “ambos pueblos hizo uno... para crear en Sí Mismo de los dos un solo y nuevo hombre... y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo” (Efesios 2:14s). Por eso ya no se puede llamar inmundo a nadie que haya sido reconciliado con Dios por la sangre de Cristo, ni “extranjero ni advenedizo, sino conciudadano de los santos, y miembro de la familia de Dios” (Efesios 2:19). Hoy en día, este es un problema en muchas iglesias y pastores, que no están dispuestos a recibir como hermanos en la fe, a homosexuales, prostitutas, ladrones, asesinos, violadores y corruptos, que se han arrepentido de sus pecados, y han aceptado a Jesucristo como su Señor y Salvador. El Evangelio se abre a los gentiles, a los no creyentes. La gracia de Dios no tiene fronteras étnicas, culturales ni sociales. La salvación es para todos.

Pedro narra ante el gentil Cornelio que este hecho se divulgó por todo Judea. Y él con todos los otros apóstoles y discípulos son testigos de todos los hechos de salvación que Dios ha querido confirmar en Su Hijo Jesucristo, aceptando Su muerte en la cruz por nuestros pecados y resucitándole de entre los muertos. Pedro hace hincapié en la resurrección del Señor Jesús, afirmando ante Cornelio y sus amigos: “comimos y bebimos con Él después que resucitó de los muertos” (v. 41). Y si Jesús Mismo por su muerte y resurrección nos ha dado perdón de pecados y herencia entre los santificados, también Dios le “ha puesto por Juez de vivos y muertos” (v. 42).

“Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso” (v. 44).

El apóstol Pablo preguntaba a los creyentes gálatas: “Aquel, pues, que os suministra el Espíritu, y hace maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe?” (Gálatas 3:5). Oír con fe es lo que hacía Cornelio con los de su casa, y fueron llenos del Espíritu Santo y luego bautizados.

Esto fue motivo de asombro para aquellos seis hermanos de la circuncisión que habían venido con Pedro desde Jope. La razón de su asombro es que Cornelio y los suyos eran gentiles y por tanto desconocedores de la ley y de las promesas. Este fue uno de los grandes obstáculos que sufrieron los cristianos de la primitiva iglesia.

A muchos de la circuncisión les parecía inaceptable que sólo por el oír con fe se recibiese la promesa del Espíritu. Pensaban que era necesario ser fiel cumplidor de la ley y estar en el pacto. El Mismo Espíritu se encarga de demostrarles que Él no se somete a normas y conceptos de hombres, ni viene para glorificar al hombre, sino para glorificar a Jesucristo en aquellos que le aceptan como su único y personal Salvador. Y Él no mora en aquellas personas que ya lo saben “todo”, sino en los que son de la fe de Jesucristo para guiarlos a toda la verdad (Juan 16:13).

Finalmente, Pedro mismo reconoce: “estos han recibido el Espíritu Santo también como nosotros” (v. 47). Por lo tanto, son hijos del mismo pacto y partícipes de las mismas promesas en Cristo.

Como conclusión, podemos decir que: Dios no hace acepción de personas. Y nosotros como iglesia debemos aprenderlo también. Debemos ver a todos con los ojos de Cristo. Proclamar un mensaje universal de salvación. Confiar en el poder del Espíritu para transformar vidas. Comprender que el corazón de Dios está abierto a todos.

Señor, gracias porque tu amor y tu salvación no tienen fronteras. Ayúdanos a ser fieles testigos, a derribar muros y a proclamar que en Jesús hay perdón, paz y vida eterna para todos. En el nombre de Cristo, Amén.

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

 

                                 


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