
AMAR, IR Y HACER DISCÍPULOS
(Mateo 22:36-40; 28:19-20)
Ambos textos resumen la misión de la Iglesia y la esencia del discipulado cristiano. Meditaremos sobre estos dos pilares fundamentales de nuestra fe: el Gran Mandamiento y la Gran Comisión. Uno nos dice qué debemos ser (personas que aman), y el otro nos dice qué debemos hacer (hacer discípulos). Ambos textos forman el corazón del Evangelio en acción. Son dos lados de la misma moneda del discipulado cristiano. Si los cristianos viviéramos plenamente estas dos enseñanzas, el mundo sería transformado por el poder del amor de Dios.
Exploraremos cómo el amor expresado en el Gran Mandamiento es el combustible y la motivación para cumplir la Gran Comisión, y cómo vivir ambos nos lleva a una vida de propósito y bendición. Reflexionaremos estos dos textos bíblicos de la siguiente manera:
Jesús es desafiado por un experto en la ley. La pregunta no es casual, sino un intento de poner a prueba su sabiduría. La respuesta de Jesús no se hace esperar: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente...y amarás a tu prójimo como a ti mismo.""
Jesús empieza con lo esencial: amar a Dios con todo lo que somos —corazón, alma y mente. No es un amor parcial, ni emocional solamente. Es un amor integral, que dirige nuestros pensamientos, deseos y decisiones. Este amor se expresa en la obediencia, la adoración, la entrega y la confianza.
Este es el amor supremo, un amor total y abarcador. No es solo un sentimiento, sino una entrega completa de nuestra voluntad, nuestras emociones y nuestro intelecto a Dios.
Significa poner a Dios en primer lugar en todo. (Ejemplos: priorizar el tiempo con Él, buscar Su voluntad en nuestras decisiones, adorarle en espíritu y verdad).
Jesús une el amor a Dios con el amor al prójimo. No se pueden separar. El amor al prójimo es el fruto visible del amor a Dios. ¿Cómo tratamos al prójimo? ¿Con compasión, con paciencia, con justicia? Jesús nos enseña que este amor no es opcional; es el reflejo de una vida transformada. Este amor es el reflejo del primero. Si amamos verdaderamente a Dios, ese amor se desbordará hacia los demás.
No es un amor sentimental, sino un amor práctico: buscar el bienestar del otro, perdonar, servir, mostrar compasión. "Como a ti mismo": Implica un amor sano por uno mismo para poder amar genuinamente al prójimo. No es egoísmo, sino reconocimiento de nuestro valor como creados a imagen de Dios.
Jesús dice que de estos dos mandamientos "depende toda la ley y los profetas". Ambos son la esencia, el resumen de toda la voluntad de Dios para la humanidad. Si los vivimos, cumplimos el espíritu de la ley. Amar es cumplir la ley. Si realmente amamos, no robamos, no mentimos, no dañamos. Por eso Pablo dice en Romanos 13:10: “El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor.”
Las últimas palabras de Jesús a sus discípulos antes de ascender al cielo. Son un mandato, no una sugerencia.
Antes de enviar a sus discípulos, Jesús afirma su autoridad universal. Esto nos da confianza: no vamos por nuestra cuenta, sino en el nombre de Aquel que reina, sobre todo. Él es Rey de reyes y Señor de señores.
No se trata solo de “convertir” o “asistir al templo”. Se trata de formar discípulos: personas que conocen a Jesús, que aprenden de Él, y que viven como Él. La Iglesia no ha sido llamada solo a predicar, sino a discipular.
Ir: implica movimiento, acción, salir de nuestra comodidad.
Bautizar: implica una nueva identidad en Cristo.
Enseñar: implica formar, acompañar, cultivar una vida cristiana auténtica.
No estamos solos. Jesús nos acompaña. Su presencia es la garantía de que esta misión no es imposible. Él camina con su Iglesia, aun en medio de los desafíos del mundo actual.
No podemos cumplir la Gran Comisión si no vivimos el Gran Mandamiento. Si no amamos a Dios, no sentiremos pasión por su Reino. Si no amamos al prójimo, no nos importará su salvación.
El amor es el motor de la misión. No predicamos por obligación, sino por compasión. No hacemos discípulos para crecer en número, sino para extender el Reino de Dios en amor.
Luego de haber reflexionado estos dos textos bíblicos, bien podríamos preguntarnos: ¿Qué nos dice hoy el Espíritu? Amar y hacer discípulos no son tareas separadas, sino un mismo llamado. Debemos ser una Iglesia que ama profundamente y que actúa valientemente. Cristo nos llama a una vida de comunión con Dios y de compromiso con el mundo. Aquí podríamos realizar algunas actividades:
Orar cada día para amar más a Dios y a nuestro prójimo.
Buscar oportunidades para compartir el Evangelio con alguien.
Acompañar a un nuevo creyente en su camino espiritual.
Revivir el sentido misionero de nuestra comunidad de fe.
Confiar en que Jesús está con nosotros siempre.
Señor Jesús, gracias por amarnos con amor eterno. Enséñanos a amarte con todo nuestro ser, y a amar al prójimo con tu compasión. Danos valor para cumplir la misión que nos diste: ir, bautizar, enseñar, y hacer discípulos. Y ayúdanos a no olvidar que Tú estás con nosotros, hoy y hasta el fin del mundo. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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