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  NO OLVIDAR NINGUNO DE LOS BENEFICIOS RECIBIDOS DEL SEÑOR

 

(Salmo 103:1-4)

“Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre.
Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios.
Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias;
el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias.”

Este salmo es uno de los más personales y conmovedores escritos por David. No está hablando con el pueblo. Está hablándose a sí mismo. Es como si dijera: “David, no te olvides de lo que Dios ha hecho por ti.” Y esto es algo que todos necesitamos: aprender a hablarle al alma. En medio de pruebas, cansancio, o incluso rutina espiritual, nuestro corazón necesita ser despertado para alabar.

En esta oportunidad, Dios quiere recordarnos sus beneficios recibidos. No para que vivamos del pasado, sino para que nuestra fe y gratitud se renueven. Porque el alma agradecida es un alma viva. Este salmo es, a fin de cuenta, un himno de alabanza y gratitud, una invitación a la profundidad del corazón para reconocer la bondad y la misericordia de nuestro Dios.

I. LA ALABANZA EMPIEZA CON EL ALMA (v.1)

“Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre.”

Aquí, David no solo se dirige a sí mismo, a su alma, sino que también involucra a todo su ser. Esto nos habla de una alabanza integral, una adoración que no es superficial, sino que abarca cada aspecto de nuestra existencia. A menudo, nuestras alabanzas pueden ser mecánicas, pronunciadas con los labios, pero sin el eco del corazón. David nos llama a ir más allá, a permitir que cada fibra de nuestro ser, nuestros pensamientos, emociones, y voluntad, se unan en esta bendición al Señor.

¿Por qué es importante esta alabanza de "todo nuestro ser"? Porque nuestro Dios es digno de una adoración completa. Él no solo nos creó, sino que nos sostiene y nos redime. No hay parte de nuestra vida que no esté tocada por su gracia, y por lo tanto, no hay parte de nuestro ser que no deba responder en alabanza.

Tengamos en cuenta que David no dice “bendigamos todos”, ni “oh pueblo, alaben al Señor”, sino alma mía. Es una exhortación personal. Es como si se estuviera despertando del letargo, del olvido, de la frialdad.

De ahí que, la adoración verdadera no empieza en los labios, sino en el corazón. Y David le dice a su alma que lo haga con todo su ser. ¿Sabíamos que podemos cantar sin bendecir? Podemos repetir palabras sin que nuestro ser adore. Por eso, hay que despertar el alma. ¿Cuándo fue la última vez que tu alma entera bendijo a Dios con gratitud sincera?

II. LA MEMORIA ESPIRITUAL: “NO OLVIDAR” (v.2)

“Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios.”

¡Qué advertencia tan necesaria! La memoria es frágil, y en medio de las pruebas y las preocupaciones de la vida, es fácil olvidar los innumerables beneficios que hemos recibido del Señor. David nos exhorta a recordar. Y no se refiere a cualquier recuerdo, sino a una evocación consciente y deliberada de las bondades de Dios.

Pensemos por un momento: ¿Cuántas veces nos ha librado? ¿Cuántas veces nos ha provisto? ¿Cuántas veces nos ha dado paz en medio de la tormenta? Si empezamos a enumerar, la lista sería interminable (Salmo 40:5). Es fundamental que cultivemos una memoria espiritual, una que registre cada milagro, cada provisión, cada consuelo. Esta memoria activa es un antídoto contra el desánimo y una fuente inagotable de alabanza.

Por otro lado, el olvido espiritual es una de las causas principales de la ingratitud y la frialdad en la fe. Nos olvidamos: De lo que Dios ha hecho por nosotros. De las veces que nos sanó, perdonó o libró. De la cruz. De la gracia.

En el Antiguo Testamento, Dios continuamente le decía a su pueblo: Acuérdate. Y cuando olvidaban, caían en idolatría, orgullo o queja. “Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios… no sea que digas en tu corazón: mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza.” (Deuteronomio 8:11-14).

III. CUATRO BENEFICIOS QUE NO DEBEMOS OLVIDAR (vv.3-4)

Aquí el salmista comienza a enumerar esos beneficios que no debemos olvidar. Esos beneficios son cuatro:

1. Perdona todas tus iniquidades

“Él es quien perdona todas tus iniquidades…”

El primer beneficio que David recuerda es el perdón. Porque sin perdón, no hay relación con Dios. No dice que perdona algunas, ni las más pequeñas. ¡Dice que perdona todas!

David sabía de qué hablaba. Él había pecado gravemente (adulterio, asesinato), pero había experimentado la misericordia restauradora de Dios (Salmo 51). Es buenos recordar lo que dice Isaías al respecto: “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados.” (Isaías 43:25).

¿Estamos viviendo con culpa? Dios perdona. ¿Nos hemos olvidado de lo que Él ya nos limpió? Volvamos a recordar: estamos libres por la gracia.

2. Sana todas tus dolencias

“…el que sana todas tus dolencias.”

Si bien esto puede referirse a sanidad física, y ciertamente Dios es el gran Médico, también abarca las dolencias del alma: la tristeza, la ansiedad, la amargura, la desesperación. Él restaura el alma, sana las heridas invisibles que a menudo son las más profundas. La verdadera sanidad viene de Él, quien conoce nuestras aflicciones más íntimas y tiene el poder para restaurarnos por completo.

Dios no solo toca el alma, también sana el cuerpo y las emociones. Claro, no siempre sana como queremos, pero Él sigue siendo sanador. A veces sana el cuerpo. A veces sana el alma rota. A veces nos da paz en medio del sufrimiento. Éxodo 15:26: “Yo soy Jehová tu sanador.”

Recordemos cómo Dios nos ha sanado antes. Tal vez no físicamente, pero sí en nuestro corazón. ¿Qué heridas ha cerrado en nuestra vida?

3. Rescata del hoyo tu vida

“…el que rescata del hoyo tu vida.”

¡Qué buena noticia! Dios es quien nos rescata del hoyo. Este "hoyo" puede ser la fosa de la desesperación, la trampa del pecado, el abismo de la enfermedad, o la sombra de la muerte misma. Él extiende su mano poderosa y nos saca de situaciones de las que no podemos salir por nosotros mismos. Él es nuestro Libertador, nuestro Redentor.

El “hoyo” aquí puede significar la muerte, el pecado, o incluso la desesperación. Dios ha intervenido muchas veces para salvarnos de situaciones sin salida. David da testimonio de que se encontraba en el fondo del pozo y Dios lo sacó de él (Salmo 40:1-2).

En otro momento, siendo David, perseguido por Saúl, escondido en cuevas, dice: “¡Tú me rescataste!” Y nosotros también podemos decir: Nos ha librado del peligro, de la autodestrucción, del infierno. ¿De qué “hoyo” nos ha sacado el Señor? Tal vez fue una adicción, una crisis, una enfermedad, una depresión, un vicio. Recordarlo y alabar. “Y Él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos…” (Efesios 2:1).

4. Te corona de favores y misericordias

“…el que te corona de favores y misericordias.”

Y no solo nos rescata, sino que nos corona de favores y misericordias. Nos honra. Nos corona, no con una corona de oro, sino con amor constante, con su gracia diaria. ¡Nos trata como reyes cuando merecíamos ser mendigos! Pensemos en una corona, símbolo de realeza y honor. Dios no solo nos libra, sino que nos adorna con su bondad. Su favor no es algo que ganamos, es un regalo inmerecido que nos rodea. Su misericordia es su compasión activa hacia nosotros en nuestra debilidad. Somos rodeados por su bondad, protegidos por su amor incondicional. Su misericordia es nueva cada mañana (Lamentaciones 3:22-23).

Es por eso que cada día que despertemos, esa es nuestra corona: su favor, su misericordia, su fidelidad. ¿Podemos agradecerle hoy por esa corona invisible pero real? Tengamos en cuenta que cuando nuestra alma olvida, la fe se enfría. Pero cuando recordamos los beneficios de Dios, nuestra alma arde de nuevo.

Finalmente, hoy, Dios nos llama a bendecirle con todo nuestro ser. No importa nuestra circunstancia. Él sigue siendo el mismo Dios que: nos perdonó, nos sanó, nos rescató, y nos coronó con su amor. Que esta verdad penetre en lo más profundo de nuestro ser y transforme nuestra manera de vivir, llevando una vida que refleje la grandeza de Aquel que ha hecho tanto por nosotros. Amén.

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

 

                                 


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