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  EL CLAMOR DE DIOS ANTE LA CORRUPCIÓN Y LA VIOLENCIA

 

(Miqueas 6:8)

“Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno; ¿y qué pide Jehová de ti? Solamente hacer justicia, amar misericordia, y humillarte ante tu Dios.”

Hoy en día, vivimos en tiempos donde la corrupción y la violencia parecen dominar los titulares, las calles y hasta las instituciones sociales y religiosas. ¿Dónde está Dios en medio de todo esto? ¿Cómo responde el corazón de Dios cuando ve tanta injusticia? Estos males no son ajenos a los ojos de Dios; al contrario, Él los ve con dolor y nos llama a la reflexión y a la acción. Tampoco es nuevo, desde la Creación hasta la actualidad se sigue dando. No sólo es un mal social. El pueblo de Dios ni la iglesia son ajenos a este asunto.

La respuesta está en la Palabra. Dios no es indiferente. Su corazón llora por la maldad, y nos llama a ser luz en medio de la oscuridad. En muchos casos el pueblo de Dios y la iglesia han dado malos ejemplos sobre estos temas. 

I. El corazón de Dios frente a la corrupción

La corrupción, es como un cáncer que carcome los cimientos de nuestra comunidad. Es el acto de desviar para beneficio propio aquello que está destinado al bien común. La Palabra de Dios es clara al respecto:

Dios aborrece la balanza falsa y el trato deshonesto. Él anhela la justicia y la equidad en todas nuestras transacciones y relaciones. Cada acto de corrupción es un robo, no solo al erario público o a los bienes ajenos, sino también a la dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. Es un atentado contra el amor al prójimo que Jesús nos enseñó.

La corrupción no es solo un problema político, es un pecado del corazón humano: codicia, egoísmo, abuso de poder.

Dios aborrece la corrupción porque destruye lo que Él ama: la dignidad humana, la justicia, la verdad.

II. El corazón de Dios frente a la violencia

En muchos lugares escuchamos: ¡Ay, la violencia! Es el grito desgarrador de la humanidad, el eco de la deshumanización. Desde la primera sangre derramada por Caín, la violencia ha sido una herida abierta en el corazón de Dios. La Escritura nos dice:

Jesús, nuestro Señor, vino a traernos un mensaje de paz y amor. En el Sermón del Monte, nos llama a ser pacificadores y a amar a nuestros enemigos. Nos dice en Mateo 5:9: "Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios".

La violencia surge de la ira, del rencor, del egoísmo y de la falta de perdón. Destruye familias, comunidades y naciones enteras. No podemos ser indiferentes ante el sufrimiento de quienes son víctimas de la violencia. Debemos ser voces que claman por la justicia y la reconciliación.

Desde los días de Noé, la violencia ha sido una señal del deterioro moral. Dios no aprueba la violencia, ni entre pueblos, ni en familias, ni en nuestras palabras. Cristo mismo dijo: “Bienaventurados los pacificadores” (Mateo 5:9), porque reflejan el carácter de Dios.

III. El llamado de Dios a su pueblo

Miqueas 6:8: "Hacer justicia, amar misericordia, y humillarse ante Dios."

Dios nos llama hoy a un arrepentimiento profundo. Nos llama a reconocer nuestra complicidad, consciente o inconsciente, con estas realidades. Nos llama a:

El corazón de Dios anhela una sociedad donde reine la justicia, la paz y el amor. Él nos ha dado la capacidad de elegir, de transformar, de ser agentes de cambio. No podemos esperar que otros lo hagan por nosotros. El cambio comienza en cada uno de nosotros, en nuestra forma de pensar, de hablar y de actuar.

En Jesús vemos el corazón roto de Dios por el pecado del mundo. Él no vino a condenar, sino a salvar (Juan 3:17). Pagó el precio de toda corrupción y violencia con su sangre. Y nos envía como sus testigos: instrumentos de paz, agentes de transformación.

Finalmente podemos decir que la corrupción y la violencia no tienen la última palabra. En el corazón de Dios sigue latiendo con justicia, amor y verdad. Y nos llama como iglesia a reflejar ese corazón en nuestras vidas, en nuestras comunidades, y en nuestra nación.

¿Estamos dispuestos a ser un instrumento del corazón de Dios en medio de este mundo herido? Que el Espíritu Santo nos dé el valor de ser luz donde hay oscuridad, y reflejar el carácter de Cristo, aunque el mundo se corrompa. Que como iglesia nos guíe para ser constructores de un mundo más justo, más pacífico y más humano, un mundo que refleje el corazón de nuestro amado Dios. Amén.

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

 

                                 


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