
LA DICHA DE SER PERDONADO POR EL SEÑOR
(Salmo 32:1-2)
"Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño."
En esta oportunidad reflexionaremos una de las verdades más liberadoras y gozosas de la Palabra de Dios, encapsulada en el Salmo 32, versículos 1 y 2. El salmista David, un hombre que conoció tanto la profundidad del pecado como la inmensidad del perdón divino, nos comparte una bienaventuranza que resuena con la promesa de paz y redención para todo aquel que la abraza.
En estos dos versículos, David no solo describe una condición, sino que proclama una bienaventuranza, una felicidad profunda, una dicha inefable que proviene de una fuente única: el perdón de Dios.
De ahí que, estos versículos nos invitan a reflexionar sobre la verdadera dicha de ser perdonado por el Señor, que no depende de las circunstancias externas, sino del estado del corazón ante Dios.
El primer versículo nos presenta una imagen clara: "Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado." Pensemos por un momento en la palabra "transgresión". No es solo un error, un desliz. Es cruzar una línea, violar un mandamiento, rebelarse contra la voluntad de Dios. Y el "pecado" no es solo una acción, sino una condición de separación de Dios, una mancha que nos pesa y nos oprime.
Todos hemos experimentado la carga del pecado. Es como llevar una mochila llena de piedras pesadas: el peso de la culpa, la vergüenza, el remordimiento. El pecado nos aísla de Dios y de los demás, nos roba la paz y nos sumerge en la oscuridad. David mismo lo experimentó intensamente, como lo narra en los versículos posteriores de este salmo, donde describe su cuerpo agotado y su espíritu gimiendo bajo el peso de su iniquidad antes de confesar.
Pero aquí está la buena noticia: "Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado." La palabra "perdonada" en hebreo significa "levantada" o "llevada". Es como si Dios tomara esa pesada mochila de piedras de nuestros hombros y la arrojara lejos. ¡Qué alivio! ¡Qué liberación! Y no solo es levantada, sino también "cubierto su pecado". Esto no significa que Dios esconde el pecado sin abordarlo, sino que en su gracia lo cubre con la justicia de Cristo, de modo que ya no es visible para condenación. Es un acto de remoción total y de reconciliación. En Cristo, esto se cumple plenamente (ver Romanos 4:6-8, donde Pablo cita este salmo).
Imaginemos la libertad que viene con saber que nuestras mayores fallas, nuestras transgresiones más profundas, han sido perdonadas por el Creador del universo. Es una paz que sobrepasa todo entendimiento, una alegría que brota de lo más profundo de nuestro ser. No hay mayor alegría que saber que Dios ha quitado nuestra culpa. No importa cuán grave haya sido nuestro error; si hay arrepentimiento sincero, hay perdón completo.
El segundo versículo añade otra capa a esta bienaventuranza: "Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño."
Aquí se nos introduce el concepto de la no imputación de la iniquidad. Esto es crucial. Significa que Dios, en Su infinita gracia, elige no atribuirnos el pecado que hemos cometido. En lugar de ello, por medio de la fe en Jesucristo, nuestros pecados son puestos sobre Él, y Su justicia nos es imputada a nosotros. Es el gran intercambio divino: nuestra culpa por Su rectitud. Cuando Dios nos mira, no ve nuestras transgresiones, sino la perfección de Su Hijo. Dios no solo perdona, sino que decide no imputarnos ese pecado. Esta es la base de nuestra justificación: Dios no nos ve según nuestros pecados, sino según Su gracia.
Pero hay una condición importante: "y en cuyo espíritu no hay engaño." Esta frase no habla de perfección sin pecado, sino de una actitud de sinceridad y honestidad ante Dios. No podemos pretender estar bien cuando no lo estamos. No podemos esconder nuestros pecados o justificarlos. La bienaventuranza del perdón fluye hacia aquellos que, como David, están dispuestos a confesar su pecado sin engaño, sin excusas, sin fachada.
La falta de engaño en el espíritu implica una transparencia total con Dios. Es reconocer nuestra pecaminosidad y nuestra necesidad de Su gracia. Es dejar de ocultar, de culpar a otros, de minimizar nuestra culpa. Cuando venimos a Dios con un corazón contrito y humilde, Él está listo para perdonar y sanar. El perdón está ligado a la sinceridad. Dios no bendice la hipocresía ni la doble vida. David aprendió esto después de esconder su pecado (como narra en el resto del salmo).
Como conclusión, podemos decir que ambos versículos apuntan a una verdad fundamental: la fuente de esta bienaventuranza no está en nuestros méritos, en nuestra bondad, ni en nuestro esfuerzo por ser perfectos. Está única y exclusivamente en el carácter de Dios, en Su amor, Su misericordia y Su gracia. Y para nosotros, en este tiempo, esa gracia se ha manifestado plenamente en la persona y obra de Jesucristo.
Fue en la cruz donde Jesús llevó sobre Sí mismo la transgresión de la humanidad. Fue allí donde fue "culpado de iniquidad" por nosotros, para que nosotros pudiéramos ser declarados justos. Él fue "hecho pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él" (2 Corintios 5:21). El perdón no es barato; costó la vida del Hijo de Dios.
Si hay algo que aún no hemos confesado, hagámoslo ahora. La misericordia del Señor es más grande que nuestro pecado. ¿Estamos cargando el peso de la culpa? ¿Sentimos el remordimiento de nuestras transgresiones? ¿Hay engaño en nuestro espíritu, una resistencia a confesar lo que sabemos que necesitamos confesar?
No dejemos pasar esta gran oportunidad que el Salmo 32:1-2, nos invita a la verdadera felicidad. Es una llamada a experimentar la libertad que solo el perdón de Dios puede dar. No hay vergüenza demasiado grande, ni pecado demasiado oscuro que la sangre de Cristo no pueda limpiar.
Esta bienaventuranza está disponible para nosotros hoy. Viene a través del arrepentimiento sincero y la fe en Jesucristo. Vengamos a Él, confesemos nuestros pecados, y experimentemos la inmensa alegría de un Dios que perdona, cubre nuestro pecado y no nos culpa de iniquidad. Permitamos que la verdad en nuestro espíritu nos guíe a Su gracia.
Que esta verdad nos impulse a vivir momentos de gratitud y obediencia, sabiendo que somos amados y perdonados por un Dios asombroso. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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