
La FE INFANTIL Y LA FE ADULTA
(1 Corintios 13:11, Hebreos 5:12-14)
En esta oportunidad exploraremos la diferencia entre la fe infantil y la fe adulta, y cómo podemos madurar en nuestra relación con Dios. Sin duda que la fe es un viaje que crece y se transforma a lo largo de nuestras vidas. Jesús nos llama a tener una fe como la de un niño (Mateo 18:3), pero también la Escritura nos anima a madurar espiritualmente (1 Corintios 13:11, Hebreos 5:12-14). Al igual que un niño aprende a caminar, nuestra fe también evoluciona. Pasamos de una dependencia simple y confiada, como la de un niño, a una comprensión más profunda y una confianza arraigada, como la de un adulto.
Entonces, ¿cómo reconciliamos la sencillez de la fe infantil con la madurez de la fe adulta Hoy exploraremos las características de ambas etapas y cómo Dios nos llama a vivir con una fe que crezca sin perder su esencia.
Jesús nos anima a ser como niños en nuestra fe: "De cierto os digo, que, si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos." (Mateo 18:3). ¿Qué caracteriza la fe de un niño?
Confianza absoluta en el Padre – Un niño confía en sus padres sin reservas. Del mismo modo, Dios nos llama a confiar en Él con todo nuestro corazón (Proverbios 3:5).
Dependencia total – Un niño no se preocupa por el mañana, sabe que sus padres proveerán. Así debemos depender de Dios (Mateo 6:25-34).
Sencillez: La fe infantil se manifiesta en oraciones simples, una adoración sincera y una alegría contagiosa. Es una fe que encuentra a Dios en las pequeñas cosas de la vida.
David cuando enfrentó a Goliat (1 Samuel 17:45-47). Su confianza en Dios era absoluta, sin cálculos humanos ni dudas.
Hoy en día, muchos creyentes se quedan en el nivel de la fe infantil, sin ninguna evolución. No procuran una comprensión más profunda acerca de la fe. Esperan que otros les digan lo que hay que hacer. No se esfuerzan en buscar a Dios en medio de las tribulaciones o dificultades. Esperan que Dios actúe automáticamente ante cualquier situación de la vida.
Ese es el peligro de muchos creyentes, de quedarse en el nivel de la fe infantil. No tienen experiencias cotidianas de su relación con Dios a través de la fe. Forman parte de una iglesia o comunidad religiosa, pero esperan que la acción de Dios se dé en el tiempo de ellos y no el tiempo de Dios. Solo se acuerdan o acuden a Él cuando las cosas no andan bien o están en graves problemas.
Lamentablemente, son una gran cantidad de creyentes que viven esta situación espiritual.
La fe adulta busca comprender las verdades bíblicas en un nivel más profundo. Implica estudiar las Escrituras, reflexionar sobre la teología y buscar respuestas a preguntas difíciles. A medida que crecemos, Dios nos llama a una fe madura:
Discernimiento espiritual
– La fe adulta aprende a discernir entre el bien y el mal, a tomar
decisiones éticas y a vivir de acuerdo con los principios bíblicos. Una fe
adulta no es ingenua, sino que aprende a distinguir entre lo bueno y lo malo
(Hebreos 5:14). Busca incansablemente la presencia de Dios y espera con
paciencia su respuesta. Sería bueno tener en cuenta las palabras del rey
David, al respecto: "Pacientemente esperé a Jehová, Y se inclinó a mí, y oyó
mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso;
Puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos. Puso luego en mi boca
cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios. Verán esto muchos, y temerán, Y
confiarán en Jehová. Bienaventurado el hombre que puso en Jehová su
confianza, Y no mira a los soberbios, ni a los que se desvían tras la
mentira. Has aumentado, oh Jehová Dios mío, tus maravillas; Y tus
pensamientos para con nosotros, No es posible contarlos ante ti. Si yo
anunciare y hablare de ellos,
No pueden ser enumerados". (Isaías 40:1-5).
Perseverancia en las pruebas
– Mientras un niño puede desanimarse fácilmente, una fe madura soporta
dificultades con esperanza (Santiago 1:2-4). La fe adulta no está exenta de
dudas y pruebas. Al contrario, es en medio de la dificultad donde nuestra fe
se fortalece y se profundiza. Recordemos las palabras del apóstol Santiago:
"Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentar
diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia. Y
la constancia debe llevar
Compromiso y responsabilidad – La fe madura no es solo recibir, sino también dar, servir y ser testigos de Cristo (Efesios 4:14-15). La fe adulta se traduce en un compromiso activo con la comunidad de fe y con el servicio a los demás. Implica usar nuestros dones y talentos para glorificar a Dios y edificar su reino.
Recordemos a Pablo, quien pasó de una fe legalista (cuando era Saulo) a una fe madura basada en la gracia de Cristo (Filipenses 3:7-9).
Dios no nos llama a abandonar la fe infantil, la sencillez de la fe, sino a complementarla con la madurez. La madurez en la fe no significa abandonar la sencillez y la confianza del niño. Jesús mismo nos invita a ser como niños para entrar en el reino de los cielos (Mateo 18:3.
Una fe sana mantiene:
La confianza infantil en el amor y la provisión de Dios.
La madurez adulta para enfrentar pruebas con paciencia y sabiduría.
Jesús mismo nos da el ejemplo: tenía una relación íntima con el Padre (como un niño), pero también enfrentó el sufrimiento con madurez (como en Getsemaní).
Dios nos llama a vivir una fe que crezca sin perder su esencia. Como niños, confiemos en nuestro Padre celestial con sencillez y amor. Como adultos, crezcamos en entendimiento, paciencia y compromiso.
Oremos para que Dios nos dé una fe completa: infantil en confianza, adulta en madurez. Que podamos abrazar la sencillez y la confianza del niño, y al mismo tiempo, buscar la profundidad y el discernimiento del adulto. Que nuestra fe se manifieste en acciones concretas que glorifiquen a Dios y bendigan a nuestro prójimo.
Señor, ayúdanos a confiar en Ti con la sencillez de un niño y a madurar en nuestra fe para servirte con sabiduría. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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