En nuestra vida cotidiana, muchas veces enfrentamos momentos de frustración, tristeza o enojo, y en muchos casos nuestras emociones nos controlan, llevándonos a actuar de manera impulsiva. Sin embargo, al observar la vida de Jesús, vemos un modelo perfecto de cómo manejar las emociones con propósito y amor. Jesús no fue ajeno a las emociones humanas, pero siempre las dirigió hacia la voluntad de Dios.
Hoy en día, vivimos en un mundo donde las emociones a menudo se desbordan, se reprimen o se malinterpretan. Sin embargo, Jesús, siendo completamente humano y completamente divino, experimentó emociones como nosotros. Esto nos asegura que nuestras emociones son parte del diseño de Dios y que podemos aprender de Él cómo manejarlas de manera que glorifiquen a Dios.
Aquí reflexionaremos sobre cómo Jesús controló sus emociones y qué lecciones podemos aprender de Él.
1. Jesús sintió emociones, pero no pecó
Jesús, siendo plenamente humano, experimentó emociones como todos nosotros:
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Compasión: Mateo 9:36 nos dice que al ver a las multitudes, "tuvo compasión de ellas". Jesús nos muestra que la compasión no es solo un sentimiento, sino un impulso a actuar en beneficio de los demás.
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Tristeza y Dolor: En Juan 11:35, Jesús lloró por la muerte de Lázaro. No hay vergüenza en llorar o expresar dolor. Jesús nos muestra que es sano reconocer nuestra tristeza.
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Ira Justa: En Marcos 11:15-17, Jesús expulsó a los mercaderes del templo. La ira no siempre es pecado. Cuando está dirigida hacia la injusticia y motivada por el amor de Dios, puede ser constructiva.
2. Jesús Controló Sus Emociones
Aunque Jesús experimentó emociones intensas, nunca permitió que estas lo dominaran o lo llevaran a pecar.
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En el Getsemaní (Lucas 22:42-44), enfrentó una angustia profunda, pero oró y se sometió a la voluntad del Padre. Cuando enfrentemos momentos difíciles, llevemos nuestras emociones a Dios en oración.
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En la cruz, a pesar del dolor físico y emocional, Jesús mostró perdón y amor al decir: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23:34). Incluso en medio del sufrimiento, podemos elegir amar y perdonar.
3. El Enojo de Jesús: Una Respuesta Santa
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Jesús está en una sinagoga, donde los fariseos observan si sanará en el día de reposo para acusarlo. Su interés no está en el bienestar del hombre enfermo, sino en encontrar razones para condenar a Jesús.
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Jesús se enoja no por egoísmo ni por ofensas personales, sino por la injusticia y la falta de compasión. Su enojo está unido al dolor, como lo demuestra el texto: “entristecido por la dureza de sus corazones”
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El enojo de Jesús es una emoción santa dirigida hacia el pecado y la injusticia, no hacia las personas en sí mismas.
Debemos preguntarnos: ¿Nos enojamos por las cosas que ofenden a Dios? Debemos examinar si nuestro enojo es fruto de nuestro ego o un reflejo de la justicia divina.
4. La Dureza de los Corazones Humanos
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La dureza del corazón de los fariseos: Priorizaron las reglas humanas sobre el amor y la misericordia. Cerraron sus corazones al poder y la compasión de Dios.
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El peligro de la insensibilidad espiritual: La dureza de corazón nos hace incapaces de ver las necesidades de otros y responder con amor.
Pidamos a Dios que ablande nuestros corazones para que reflejen Su misericordia, especialmente hacia quienes sufren.
5. La Respuesta de Jesús: Sanación y Restauración
A pesar del enojo, Jesús actúa con amor. Dice al hombre: “Extiende tu mano.” La compasión triunfa sobre la dureza del corazón humano.
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Jesús sana al hombre: Este milagro demuestra que el amor y la justicia de Dios no están limitados por las normas humanas. Jesús no deja que su enojo le impida hacer el bien.
Cuando enfrentamos injusticias, nuestra respuesta debe estar guiada por el amor y el deseo de restaurar, no por el deseo de venganza o condena.
6. ¿Qué Hacemos con Nuestras Emociones?
Jesús nos enseña que las emociones no son nuestras enemigas, sino parte del diseño de Dios para nosotros. Lo importante no es evitar sentirlas, sino aprender a manejarlas de manera que reflejen la gracia, la verdad y el amor de Dios. De ahí que debemos:
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Reconocerlas: Como Jesús, debemos ser conscientes de nuestras emociones y no reprimirlas.
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Orar: Llevemos nuestras emociones a Dios, quien entiende lo que sentimos (Salmos 34:17-18).
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Actuar con Sabiduría: Como Jesús, pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a responder correctamente a nuestras emociones.
El enojo de Jesús en Marcos 3:5 nos enseña que hay un lugar para la indignación justa frente al pecado y la injusticia. Sin embargo, este enojo debe estar acompañado por amor, compasión y acciones que reflejen el carácter de Dios.
Reflexionemos sobre nuestras emociones y pidamos a Dios que nos ayude a responder con amor y justicia en situaciones que nos frustran o nos indignan. Que nuestro enojo nunca nos aparte del propósito de sanar y restaurar como lo hizo Jesús.
Traigamos nuestras emociones a Jesús. Si estamos tristes, angustiados, enojados o incluso llenos de gozo, Él está listo para caminar con nosotros y enseñarnos a vivir con un corazón lleno de paz y propósito. Amén.


