El primer capítulo del libro de Daniel narra la historia de cómo Daniel y sus compañeros fueron llevados a Babilonia y su firmeza en no contaminarse con las costumbres paganas del rey. En este capítulo, se nos presenta un relato que ilustra la fidelidad y el compromiso de Daniel y sus compañeros con Dios, a pesar de estar en un ambiente hostil y lleno de tentaciones. Ellos fueron llevados cautivos a Babilonia, lejos de su tierra natal y su templo, y se les ofreció lo mejor de la cultura babilónica, pero también fueron desafiados a comprometer su fe.
Los dos primeros versículos comienzan con la declaración de que el Señor entregó a Joacim, rey de Judá, en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia. Este hecho nos recuerda que, aunque las circunstancias pueden parecer adversas, Dios sigue estando en control. Nada sucede fuera de Su voluntad soberana. La caída de Jerusalén no fue un accidente, sino parte del plan de Dios para Su pueblo. De ahí que, cuando en nuestra vida, enfrentamos pruebas y dificultades, debemos recordar que Dios sigue siendo soberano. Él tiene un propósito y un plan, incluso en medio de las situaciones más difíciles.
Los versículos 3 al 7 nos relatan que Daniel y sus compañeros fueron seleccionados para recibir una educación babilónica, aprender su idioma y cultura, y se les asignaron nuevos nombres. Todo esto tenía como objetivo hacer que olvidaran su identidad como hijos de Dios y adoptaran las costumbres y valores de Babilonia. Hoy, nosotros también enfrentamos la tentación de conformarnos con los valores y costumbres del mundo. La sociedad constantemente nos presiona para que abandonemos nuestros principios cristianos y adoptemos una mentalidad secular. Debemos estar alerta y recordar quiénes somos en Cristo.
En toda esta situación, Daniel decidió en su corazón no contaminarse con la comida y el vino del rey, que probablemente habían sido ofrecidos a ídolos. Esta decisión fue una muestra de su devoción a Dios y de su compromiso con la pureza espiritual. Si Daniel hubiera rechazado de plano comer la comida del rey, quizás habría muerto. El Señor les dio a él y a sus amigos la sabiduría que necesitaban para desarrollar un plan alternativo, y también les dio luego el valor para pedir permiso para llevarlo a cabo. (vv. 8-10). Ahora bien, como cristianos, estamos llamados a vivir una vida santa y pura, apartándonos de todo lo que pueda contaminarnos espiritualmente. Esto puede implicar tomar decisiones difíciles y nadar contra la corriente del mundo, pero debemos mantenernos firmes en nuestra fe. Debemos de tener como ejemplo la vida de Daniel.
Daniel, teniendo fe en Dios y confiando en Él, propuso una prueba de diez días durante la cual él y sus amigos solo comerían vegetales y beberían agua. Al final de los diez días, estaban más saludables que los demás jóvenes que comían la comida del rey. Esto demostró que Dios honró su fe y obediencia. (vv.11-16). Daniel no dudó de poner su confianza en Dios. Es por eso que, la fe en Dios requiere confianza en que Él cuidará de nosotros cuando le obedecemos. A veces, la obediencia a Dios puede parecer arriesgada, pero debemos confiar en que Él siempre tiene el control y que Él nos recompensará por nuestra fidelidad.
Finalmente, Dios bendijo a Daniel y sus compañeros con conocimiento, sabiduría, y en el caso de Daniel, la capacidad de entender visiones y sueños. Su fidelidad a Dios no pasó desapercibida, y ellos fueron promovidos y respetados en el reino. (vv. 17-21). De ahí que, siempre debemos recordar que Dios honra a aquellos que le son fieles. Cuando ponemos a Dios primero en nuestras vidas, Él nos bendice de maneras que ni siquiera podemos imaginar. Esto no siempre significa bendiciones materiales, pero sí nos asegura Su favor y Su presencia en nuestras vidas.
Esta historia de Daniel y sus compañeros en Babilonia es un poderoso recordatorio de la importancia de la fidelidad a Dios en medio de un mundo que busca conformarnos a sus patrones. No debemos olvidar que, al igual que Daniel, estamos llamados a ser diferentes, a ser luz en medio de la oscuridad, y a vivir una vida que glorifique a Dios en todo momento. Vale la pena recordar las palabras de Jesús: "Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mateo 5:13-16). Al hacerlo, podemos confiar en que Dios nos sostendrá, nos bendecirá y usará nuestras vidas para Su gloria. Amén.


