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    DESPUÉS DE UN NAUFRAGIO

 

(Hechos 27)

 

El relato bíblico en referencia, relata el viaje de Pablo cuando es llevado prisionero a Roma. Trataremos de resumir el relato, no detenernos en los detalles, sino en el naufragio, que es el acontecimiento que sirve para nuestra reflexión. Pablo y otros prisioneros fueron llevados a un barco. Partieron rumbo a Roma. En el trayecto atracaron en varios puertos y cambiaron de barco para continuar el viaje. Durante el viaje el viento soplaba fuerte y en contra. El viaje se tornaba peligroso. Pablo les dijo a todos en el barco que el viaje iba a ser peligroso. Que no solo se podría destruir la carga y el barco, sino que todos podrían morir. El capitán de los soldados no le hizo caso a Pablo y continuaron el viaje. Un comentario surgió: ¡Qué podría saber este hombre si no es marino! De pronto, un huracán irrumpe y el fuerte viento empezó a pegar contra el barco. Todos estaban llenos de pánico. La tempestad duró varios días y se empezó a perder la esperanza de salvarse. Además, todos estaban hambrientos.   

 

En esos momentos, Pablo se levantó y les dijo a todos que hubiera sido bueno que le hubieran hecho caso, y no hubieran salido de la isla de Creta. De esa manera, no le habría pasado nada al barco, ni a los que estaban en él. Pablo les dice que no se pongan tristes, porque nadie va a morir, solo se perderá el barco. Les comparte a todos que un ángel se le apareció y le dijo que no tuviera miedo, porque tiene que presentarse ante el emperador de Roma, y por ello, nadie morirá. Los anima a confiar en que Dios los va a proteger, tal como lo había dicho el ángel. Aun así, había muchas pruebas que afrontar y le pidieron a Dios que pronto amaneciera. Los marineros querían escapar del barco y Pablo avisó al capitán de dicho plan. Los soldados impidieron dicha fuga. A la madrugada, Pablo les dice a todos que coman algo para tener fuerzas. Él da el ejemplo, tomó un pan y oró delante de todos. Dio gracias a Dios, partió el pan y empezó a comer. Todos se animaron y comieron también. Al amanecer, la vela se iza y el barco empieza a dirigirse a una ensenada. Los soldados querían matar a los prisioneros para que no se escaparan nadando. Pero el capitán no los dejó, porque quería salvar a Pablo. Ordenó que todos los que supieran nadar se tiraran al agua y llegaran a la playa, y los que no, se agarraran de las tablas o pedazos del barco. En el barco había doscientas setenta y seis personas, y todos llegaron a la playa sanos y salvos. Se salvaron de una muerte casi segura.  

 

Esta historia nos permite reflexionar que después del naufragio vino la salvación. Nadie murió. En medio de la tormenta, Dios reveló su voluntad a Pablo de que nadie moriría. A parte de esta historia, hay otras que tienen que ver con naufragios, que en su mayoría terminan en una desgracia. Hay historias como la de Robinson Crusoe y la del Titanic. Pablo tenía varias experiencias sobre naufragio, cuenta que tuvo tres naufragios, antes del que estamos reflexionando (2 Corintios 11:25). En todos esos accidentes salió airoso, se perdió el barco, pero él fue salvo por la gracia de Dios. De igual manera, hay naufragios en la vida cotidiana, que nos causa zozobra, miedo y hasta muerte. Sin embargo, si ponemos nuestra confianza en el Señor y pedimos auxilio, Él vendrá a nuestro pronto auxilio (Salmo 46:1-3). Se podrá perder nuestro matrimonio, pero no nuestra vida; podrá naufragar nuestra economía, pero no nosotros; podremos naufragar en un negocio, pero nuestra vida está a salvo; y así, podremos experimentar el naufragio de muchas otras cosas, pero lo importante es llegar a la orilla de una ensenada para salvarnos y no sucumbir. Pablo confió en el Señor y no tuvo temor alguno de naufragar y perder la vida. El ángel del Señor le aseguró que no moriría y estaría a salvo. Además, él contagio de esperanza al resto de la tripulación. 

 

Hoy en día, mucha gente se siente destrozada, desanimada, atormentada, frustrada, al ver naufragar sus proyectos, sus deseos, sus ilusiones, su relación amorosa con su pareja, su estabilidad laboral, sus estudios, su carrera profesional, etc. Bueno, de hecho, se perdió todo ello, se hundió el barco, pero lo importante es que se está a salvo, no nos hundimos en el mar tormentoso. A partir de esa experiencia, se puede comenzar de nuevo. Siempre hay una isla esperándonos para comenzar. Todo es cuestión de poner nuestra fe en el Señor y empezar a navegar por nuevos rumbos. Pablo, después de ese naufragio, se embarcó en otra nave para proseguir su viaje. Después del naufragio, no se quedó lamentándose de la desgracia. Por el contrario, cobró ánimo y contagio a los demás, que habían perdido toda esperanza de estar vivos. Su fe en el Señor era grande y no dudó que el Señor los salvaría. De alguna manera, estamos llamados a ser testimonios a otros, sobre el amor de Dios, que a pesar de que naufraguemos, Él vendrá en nuestro pronto auxilio.

 

Roguemos al Señor para que podamos confiar en Él en tiempos de tormenta y de naufragio. Que podamos lograr alcanzar la isla para refugiarnos y volver a empezar de nuevo. Amén.

 

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

 

                                 


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