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LA MISIÓN DE DIOS

 

(Génesis 12:1-3)

 

Al empezar nuestra reflexión acerca de la misión, lo primero que tenemos que considerar es que la misión es de Dios y no es nuestra. Esta es una iniciativa de Dios. Desde Génesis conocemos que Dios ha hecho un pacto eterno para bendecir a todas las naciones por medio de los hijos espirituales de Abraham (Génesis 12:1-3). A partir de ese llamado, Dios tiene el propósito de redimir a la humanidad, a través de Su pueblo. Aquí empieza el fundamento de la misión de Dios hacia el mundo. Israel como pueblo de Dios, tiene la misión de dar a conocer a todas las naciones al Dios vivo, Yahweh. Este es el proyecto misionero de Dios. Sin embargo, Israel nunca tuvo un “programa misionero significativo para hacer proselitismo entre los no judíos” Si miramos el Pentateuco y los Profetas, podemos descubrir que, para Israel, como nación étnica, la elección lo encerraba en sí mismo, y no en un compromiso con las demás naciones. Es decir, significó un encierro, frente a las otras religiones y naciones.

En el Antiguo Testamento podemos encontrar muchos personajes que cumplieron una labor misionera. Dios los llamó y encargó dar a conocer Su voluntad de redimir a la humanidad. Tomaremos el ejemplo de Rahab, una prostituta, ella se convierte como miembro del pueblo de Dios y parte de la genealogía de Jesús (Josué 2 y 6:17). Rahab y su familia encuentran abiertas de par en par las puertas del reino porque su situación de desamparo le hacen confiar plenamente en Yahweh, el Dios de los pobres y de los niños.

Ahora bien, Jesús no solamente vino al mundo; él fue enviado con una misión. En su bautismo Jesús recibió la afirmación de su verdadera identidad y misión. La misión del ciervo que tiene que ser agente de la salvación de Dios alcanzando los límites de la tierra. (Isaías 49:6). La misión del rey Mesías era por un lado gobernar la tierra y recibir las naciones como herencia (Salmo 2: 8). Su misión es predicar las Buenas Nuevas (Lucas 4:16-21) y en dar la Gran Comisión a sus discípulos (Mateo 28:19-20). De ahí que, la misión emana de la identidad de Dios y su hijo. La misión para nosotros significa que participamos en los propósitos del pueblo de Dios para redimir toda la creación.

El Nuevo Testamento nos da muchas referencias acerca de la Misión. Éstas las encontramos en los evangelios, libro de los Hechos y en las diversas epístolas. Juan el Bautista quien empezó a predicar sobre Jesús (Mateo 3). Cumplió con la misión de anunciar la venida del Mesías. Todo el libro de los Hechos nos relata el cumplimiento de la misión dada por Jesús: “Y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8b). También está la primera prédica de Pedro a una multitud de tres mil personas, las cuales fueron convertidas y bautizadas (Hechos 2:14-42). Pedro en un principio hacía misión entre los judíos, luego cambió de actitud (Hechos 10). En la escena aparece Esteban, predicando el Evangelio a los judíos en la sinagoga y en el concilio (Hechos 6:8-7:60). Otro personaje en la misión es Felipe, quien fue llamado a cumplir la misión de predicar las Buenas Nuevas a un etíope (Hechos 8:26-40). Luego, aparece Saulo, quien era un principal del Sanedrín, perseguía a los cristianos sin piedad, hasta que el Señor lo llamó para que predicara a los gentiles (Hechos 9:1-31).

En todo el Nuevo Testamento podemos observar una misión inclusiva, al igual a Jesús. No deja de sorprender cuán inclusiva resulta ser la misión de Jesús. Abarca tanto al pobre como al rico, al oprimido como al opresor, al pecador como al devoto. Su misión se realiza disolviendo la alienación, derribando muros de hostilidad y cruzando barreras entre individuos y grupos. La dimensión teológica de la misión, encuentra su paradigma en el ministerio de Jesús. El contenido de la predicación de Jesús tuvo tanto carácter «misionero» como el de sus discípulos después de Pascua. La base fundamental de la misión cristiana primitiva se encuentra en el envío mesiánico de Jesús. 

Bien podemos decir que la columna vertebral del ministerio de Jesús es la prédica del reino de Dios. Es la clave también para su comprensión de su propia misión. Bien podríamos afirmar que el reino de Dios es «el punto de partida y el contexto de la misión» para Jesús. De ahí que, esa es la base de nuestra tarea misionera hoy. La Iglesia en su labor misionera debe tener en cuenta la actitud de Jesús en el cumplimiento de la Misión. Esto, nos obliga a poner nuestra mira en Jesús, en lugar de conformarnos con quedarnos en nuestros templos. Como cristianos tenemos la única orden que nos ha sido dada en la Biblia.

Hoy como en los días después de la Pascua, resuena fuerte y urgente el mandato de Cristo: “¡Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Nueva a todos los hombres! (Marcos 16:15). Cristo es el salvador del mundo, su obra alcanza a todos los hombres de las distintas naciones. Y el grito de Pablo debe ser también el nuestro: ”Ay de mí si no evangelizo” (1Corintios 9:16). “Macedonios” de hoy nos apremian como a Pablo y nos suplican: “Pasa a la otra “orilla” y ayúdanos” (Hechos 16:9). Toda reflexión que frenara esta urgencia, sería peligrosa y dañina contra la misión de Dios.

 

Oremos para que, como pueblo de Dios, sigamos cumpliendo con la misión encomendada, para alcanzar a todos aquellos que aún no conocen el amor y la misericordia de Dios. Amén.

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

 

                                 


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