
DÓNDE VIVIR LA VERDADERA ESPIRITUALIDAD
(Juan 4:21-24)
En estos días leí el testimonio de una ex monja que decidió dejar el claustro para vivir su espiritualidad sin hipocresía y sin estar sujeta a reglas institucionales. Esta persona ingresó al monasterio con la ilusión de vivir una vida de acuerdo a la voluntad de Dios y poder cambiar el mundo. El tiempo que pudo pasar en forma enclaustrada, le llevó a reflexionar seriamente sobre su situación espiritual. Había muchas reglas que cumplir, no había libertad para acceder a otros medios de información, solo los que la superiora permitía, no se permitía hablar durante las jornadas, sean éstas, de oración, canto, limpieza o algún quehacer. La vida era una rutina, era sedentaria, algunas veces, algunos problemas existenciales se presentaban haciendo que la espiritualidad flaqueara, estaba prohibido los ejercicios físicos, no se permitía el contacto con la realidad externa. Además de todo lo descrito, existía ciertos privilegios en favor de la madre superiora y otras madres; no se permitía hacer algún reclamo, no se daba una verdadera atención médica, sicológica y espiritual a las internas. Cualquier cosa que se hiciera en contra de lo establecido se amenazaba con el castigo divino.
Esta situación, llevó a esta persona a cuestionarse sobre su vocación y espiritualidad. Consideraba que la verdadera espiritualidad no se vive dentro de la institución eclesiástica, sea ésta, la iglesia, el monasterio, centro religioso, u organización eclesiástica. La espiritualidad se vive en el ser de la persona, en su interioridad, en el espíritu. Esta experiencia, me llevó a reflexionar, cuán cierto es que la verdadera espiritualidad no se vive en el interior de una institución religiosa, sino en el interior de la persona. La experiencia de la mujer samaritana en su encuentro con Jesús, nos da algunas pautas, cómo se debe adorar a Dios. En las Sagradas Escrituras, solo hay dos lugares donde se puede alabar a Dios y vivir una verdadera espiritualidad: en el espíritu y en el templo. Cada uno de estos lugares tiene su particularidad. Cuando la mujer samaritana le dice a Jesús que sus antepasados adoraron a Dios en el monte, pero que ahora los judíos dicen que es en el templo de Jerusalén donde se debe adorar a Dios, él le dice que en ninguno de esos lugares se da la verdadera adoración, es decir, la verdadera espiritualidad, sino en el espíritu, ya que Dios es espíritu.
Bien sabemos que el templo de Jerusalén, no solamente servía para adorar a Dios, sino que era utilizado como el centro del poder de los sacerdotes, escribas y fariseos; además, era el centro comercial más poderoso de Israel. Para estar en el templo, y lograr una verdadera adoración y espiritualidad, había que cumplir una serie de reglas establecidas. El lugar santísimo no estaba permitido a cualquier persona, solo estaba permitido al Sumo Sacerdote, una vez al año. Los sacrificios tenían un alto costo y tenían que ser de buena calidad. Había una liturgia para adorar a Dios y ésta era dirigida por el sacerdote, no había participación del pueblo. En el seno del templo, que era el centro administrativo del gobierno de Israel, se cometía una serie de injusticias y atropellos en contra del pueblo. Los fariseos y sacerdotes, se coludían con los poderes imperiales de turno, a espaldas del pueblo. A Jesucristo lo condenaron porque puso a descubierto la hipocresía de la fe de los líderes religiosos de Israel. ¿Dónde se practicaba la verdadera espiritualidad del pueblo? Sin duda que, en el interior de cada creyente. Hoy en día, muchos de los templos cristianos, tienen casi esa misma característica. Para ser parte de la Iglesia, hay que realizar una serie de trámites, para lograr la membresía. Lamentablemente, la Iglesia como institución eclesiástica, se ha alejado del verdadero propósito que Jesús estableció en su fundación: una comunidad de fe en Jesucristo, solidaria con el prójimo, y que practique el amor y la paz en todo el mundo. La Iglesia como institución, en la mayoría de casos, se ha convertido en lugar de poder, con grandes riquezas, alejada de la realidad social en la que vive. No hay lugar para los pobres, para los marginados, para los enfermos, y para las viudas. Se practica una falsa espiritualidad. Algunos líderes, cometen abusos de poder, otros cometen violaciones, y otros se coluden con los gobiernos de turno, y no pasa nada. ¿Dónde vivir una verdadera espiritualidad?
Jesús, ante esta situación, nos da una salida. Ni en el templo, ni en la institución eclesiástica, se vive la verdadera espiritualidad, ésta se vive en espíritu y en verdad. El espíritu no está encasillado a una estructura, es libre. Reside en lo profundo del ser. Puede expresarse como quiera y en donde quiera. Dios es espíritu, nosotros que somos su creación, poseemos en nuestro ser ese espíritu, que nos permite comunicarnos con Él y mantener una relación estrecha. En las Sagradas Escrituras encontramos un sin número de referencias al espíritu. Hay una promesa de que el espíritu de Dios será derramado sobre nosotros (Proverbios 1:23; Ezequiel 37:14; Joel 2:28; Hageo 2:5). De ahí que, el espíritu busca comunicarse con su Creador y rendirle alabanza. Cuando hay una perfecta comunicación y verdadera relación con Dios, nuestro ser se goza de alegría y experimenta esa paz que sobrepasa todo entendimiento. Aún, en momentos de soledad, tristeza, angustia, dolor, frustración, enfermedad, desesperación, pobreza, podemos elevar nuestra súplica a Dios, nuestro Señor y dador de la Vida, para que nos libere de todo mal que acosa nuestro ser. En esa relación el espíritu del Señor, se manifiesta y nos libra de toda esclavitud humana o espiritual. Para ello, no es necesario estar dentro de una estructura eclesiástica o monasterio, para experimentar esa relación con Dios. Esta experiencia la podemos tener, a solas, en la habitación, en la calle, en el trabajo, en el camino, en el campo, en cualquier lugar en que nos encontremos. Un ejemplo, tenemos en Jesucristo, que muchas veces, prefería no estar en el templo para los momentos de oración o estar a solas con su Padre, prefería estar a solas en el monte, en el desierto, en los caminos, para vivir una verdadera espiritualidad. Otros ejemplos, son Martín Lutero y John Wesley. Lutero dejó el monasterio para vivir en libertad y experimentar la verdadera espiritualidad. Wesley, dejó la iglesia institucional, para vivir su fe libre de ataduras.
Esta reflexión, nos lleva a pensar que no siempre estar dentro de una estructura eclesiástica, es garantía de vivir una verdadera espiritualidad. Lamentablemente, la institucionalidad genera una serie de normas y reglas, con el propósito de que la fe sea una experiencia vivencial y verdadera; pero, muchas veces, éstas no se cumplen por parte de los que gobiernan la institución, generando un malestar, una decepción, una frustración, y hasta veces, alejando al creyente de su relación con Dios. Conozco casos, en que muchas personas han dejado de pertenecer a una iglesia o institución eclesiástica, debido al mal testimonio de sus integrantes. Hoy, prefieren vivir su fe en Dios, libre de toda atadura institucional, cumpliendo con los mandamientos del Señor, viviendo una vida en santidad, y sirviendo al prójimo. De ahí que, debemos procurar, que, si estamos dentro de una institución religiosa, ésta sea un lugar para adorar a Dios en espíritu y en verdad, que podamos vivir, como comunidad de fe, nuestra verdadera espiritualidad, en amor y paz.
Que el Señor nos permita vivir una verdadera espiritualidad, sea en los espacios en que nos encontremos. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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