
SANIDAD O LIMOSNA
(Hechos 3:1-10)
El libro de los Hechos es un libro que nos brinda información acerca de la acción del Espíritu Santo, en la vida de los apóstoles y en la comunidad cristiana. Es interesante tomar nota, que después de la venida del Espíritu Santo, en el día de Pentecostés, sobre una cantidad de personas de diferentes culturas, Pedro da su primer discurso llamando a la conversión a la multitud reunida, y como resultado de su predicación se convirtieron cerca de tres mil personas, y fueron bautizados, perseverando en la doctrina de los apóstoles, viviendo en comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Sin duda que este acontecimiento es una gran demostración de cómo puede actuar el Espíritu Santo en la vida de una persona, para darle poder y convicción en la predicación de la palabra de Dios. Por eso, Pedro fue motivado a predicar el arrepentimiento de los judíos y de todos aquellos que vivían en Jerusalén. A partir de esa experiencia, los nuevos creyentes viven en comunidad, anunciando el evangelio de Jesús, alabando al Señor y viviendo en comunión, siendo solidarios entre ellos. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.
Un día, como a las tres de la tarde, Pedro y Juan fueron al templo, a esa hora los judíos acostumbraban a orar. A esa hora, todos los días, un hombre que nunca había podido caminar, era llevado a una de las entradas del templo, llamada la Hermosa para que pidiese limosna a los que entraban en el templo. Este hombre apenas vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna. Ellos lo miraron fijamente, y Pedro le dijo que los mirara. Aquel hombre los miró atentamente, pensando que iban a darle algo. Sin embargo, Pedro le dijo: «No tengo oro ni plata, pero te voy a dar lo que sí tengo: En el nombre de Jesucristo de Nazaret, te ordeno que te levantes y camines.» Enseguida, Pedro lo tomó de la mano derecha y lo levantó. En ese mismo instante, las piernas y los pies de aquel hombre se hicieron fuertes y, de un salto, se puso en pie y empezó a caminar. Sin más, entró en el templo con Pedro y Juan, caminando y saltando y alabando a Dios. Todos los que lo veían caminar y alabar a Dios estaban realmente sorprendidos, pues no entendían lo que había pasado. Sabían, sin embargo, que era el mismo hombre que antes se sentaba a pedir dinero junto a la puerta del templo, la Hermosa.
Este hecho, nos lleva a reflexión, en primer lugar, lo acontecido con este hombre, era el cumplimiento de la profecía de Isaías sobre las señales de la venida del Mesías: los ojos de los ciegos se abrirán, los oídos de los sordos se destaparán, los que no pueden andar saltarán como venados, y los que no pueden hablar gritarán de alegría (Isaías 35:5.6). En segundo lugar, cuando Juan el Bautista envió a Jesús dos de sus discípulos para preguntarle si él era el Mesías, o habría que esperar a otro. Jesús les dice que le digan a Juan el Bautista, lo que ahora están oyendo y viendo, los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio. Estas son las señales de la venida del Mesías. Sin duda que los judíos sabían de la profecía sobre el Mesías, y los seguidores de Jesús habían visto las maravillas hechas por Jesús. Y, en tercer lugar, el asunto de la restauración de la persona, no pasa por una limosna, pasa por la acción del Espíritu Santo en su vida. Lamentablemente, la gente se había acostumbrado a dar limosna, creyendo que con eso ayudaban al hombre en desgracia. El templo estaba lleno de riquezas, y la gente que iba al templo a orar, también. La gente al ver este milagro, comprendían que Jesús era el Mesías prometido y que había venido, para salvar vidas. Pedro y Juan no dieron limosna, dieron sanidad en el nombre de Jesús. Esta es la tarea de la Iglesia, hoy en día.
Sin embargo, en estos tiempos, se puede ver a muchas personas pidiendo limosna en la puerta de los templos. Casi siempre están ahí. Ya es una costumbre ver a esas personas pidiendo limosna. Nadie hace algo para resolver el problema de estas personas en desgracia. Nadie se atreve a imitar a Pedro. Algunas iglesias han implementado un programa de ayuda social, con el fin de menguar las necesidades de la gente pobre. En verdad, lo que se da es una limosna, es un poco de lo que se tiene; de alguna manera, se pretender acallar la conciencia. La primera comunidad cristiana no era así, vivían en comunión, alababan al Señor juntos, se compartía la venta de propiedades y bienes, y no había entre ellos ningún necesitado (Hechos 2:43-47; 4:32-37). Hoy, la gente necesita con urgencia sanidad espiritual y sanidad física, antes que una limosna. La Iglesia está llamada a practicar el don de la sanidad, que es un don del Espíritu Santo. Bien sabemos que muchas enfermedades se generan por problemas psicológicos y espirituales, que afectan al organismo, generando deterioro del mismo. La ciencia médica hace su parte, pero no basta. Solo un milagro puede salvar a muchas personas. Pedro y Juan lo hicieron.
La misión de la Iglesia es anunciar el evangelio de Jesús, llevar al arrepentimiento de las personas para lograr su salvación, y recibir las bendiciones del Señor, entre ellas, la sanidad, para vivir una vida en plenitud. En el mundo existen muchos proyectos sociales para ayudar a la gente pobre, la iglesia no se excluye de ello. Sin embargo, la pobreza no ha disminuido, cada día aumenta a pasos agigantados, desbordando la ayuda que brindan los proyectos sociales y la Iglesia. Es entonces que se plantea la disyuntiva: sanidad o limosna. Debemos recordar lo que Jesús le dijo a Satanás: "No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mateo 4:4). En una oportunidad, Jesús les dijo a sus discípulos que se no se afanen por la vida, por lo que han de comer, o beber, ni por lo que han de vestir. Mas bien, que buscaran primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas serán añadidas (Mateo 6:25.33). Esto no quiere decir que no debemos ayudar a nuestro prójimo en necesidad, por el contrario, debemos ayudarlo como parte de nuestro amor al prójimo. La Iglesia tiene muchos dones del Espíritu Santo, y esto es lo que debe compartir en todo momento. No a la limosna, sino a la sanidad, a la restauración de las personas, en el nombre de Jesús de Nazaret.
Que el Señor nos otorgue los dones necesarios para el cumplimiento de la Misión y podamos anunciar las buenas del Señor y otorgar sanidad, a través del Espíritu Santo. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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