
DE VUELTA AL DISCIPULADO
(Juan 21:1-19)
En este relato al final del Evangelio de Juan, se puede ver que los discípulos han vuelto a su labor anterior, la pesca. Están en el mar de Tiberias, en la región de Galilea, muy lejos de Jerusalén. Como recordaremos, Jesús después de resucitar, reunió a sus discípulos en Galilea y les dio la Gran Comisión, que consistía en hacer discípulos, es decir, realizar la tarea de discipulado entre todas las naciones (Mateo 28:16-20). Esta era la tarea que deberían realizar. ¿Por qué ahora han vuelto a la antigua labor de la pesca? ¿Qué ha pasado? ¿Sin Jesús al lado, ya no tenía razón de ser el discipulado? ¿Pensaron que la comisión recibida por Jesús, era una simple formalidad? Tal vez, se sentían frustrados, al saber que ya no contarían con el Maestro, que, en muchas oportunidades, realizó maravillas extraordinarias en cada momento de su ministerio. Bien podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que ellos abandonaron el discipulado. No se imaginaron que Jesús vendría a verlos. Esta situación, también suele suceder con algunos discípulos, hoy en día. Muchos aceptan realizar el discipulado, y luego abandonan esta labor, por diferentes motivos. Hay otros intereses que tienen prioridad. O en otros casos, sienten que la labor es muy difícil y arriesgada. No se tiene la seguridad del acompañamiento de Jesús. Se sienten solos. Es así como la iglesia, en muchos de los casos, deja de realizar la labor del discipulado.
Continuando con el relato, en la orilla del mar estaban juntos Simón Pedro, Tomás llamado el Dídimo, Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo, es decir, Jacobo y Juan, y otros dos de los discípulos. Pedro está en la labor de pescar, y sus compañeros deciden acompañarlo, para que no esté solo. Ya en la barca, llegada la noche se dan con la sorpresa de que no pudieron pescar nada. Al amanecer, se presentó Jesús en la playa. Los discípulos no sabían que era Jesús. Él les pregunta si tienen algo de comer. La respuesta fue unánime: No. Jesús, ante la respuesta, los orienta a que echen la red al lado derecho de la barca, para tener peces en la red. Seguramente se preguntarían quién era esa persona que les estaba hablando y orientando a dónde echar la red. A pesar de su preocupación, ellos le obedecen y echan la red al lugar indicado, y se dan con la sorpresa de que no pueden sacar la red, porque está llena de peces en gran cantidad. ¿Qué pasó? ¿Quién es este hombre que sabe dónde echar la red para pescar peces en abundancia? Ante el asombro, el discípulo amado, reconoce a Jesús, y le dice a Pedro que es el Señor Jesús. Pedro, al oír que esta persona era Jesús, se vistió y se tiró al mar. No se dice por qué razón lo hace. Tal vez, Pedro quería ir lo más pronto posible hacia la orilla, donde estaba Jesús, ya que la distancia era de 90 metros. Los otros discípulos llegaron con la barca, arrastrando la red de peces. Al llegar a la orilla, vieron una fogata, con un pescado encima, y pan.
Ya en tierra firme, Jesús les dice que traigan algunos de los peces que acaban de sacar. Ahora, Pedro se sube a la barca y arrastró la red hasta la playa. Estaba repleta, pues tenía ciento cincuenta y tres peces grandes. A pesar de tantos peces, la red no se rompió. Jesús les dice que vengan a desayunar con él. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quien era; bien sabían que era el Señor Jesús. Quizás sentían temor, de que él les preguntara por qué no estaban haciendo la labor del discipulado, y por qué habían vuelto a la pesca. En definitiva, ellos habían abandonado la Gran Comisión que Jesús les había encargado. Sentían vergüenza por ello. Jesús, en verdad no les dice nada, ni les llama la atención por haber abandonado la Misión. Ya su sola presencia ante ellos, es suficiente para apelar a sus conciencias. Esta sensación deberíamos sentir cuando abandonamos la misión de discipular a otras personas, para que puedan ser salvas. Pero, de alguna manera, el Señor apela a nuestra conciencia. Una vez más decimos, que este es el gran problema de la iglesia de hoy, el no cumplir con la Gran Comisión.
Para que no haya duda de que él es el Señor Jesús, se acercó a ellos, tomó el pan y se los dio, junto con el pescado. Esta era la tercera vez que Jesús se aparecía a sus discípulos después de haber resucitado. Esta es la señal, de que él era el Señor Jesús resucitado. Hasta ahí, Jesús no dice nada a ningún discípulo. Todo está en silencio. Pareciera que, al final de cuentas, no pasaría nada, si no se está cumpliendo la tarea de discipular. De pronto, cuando terminaron de desayunar, Jesús le pregunta a Pedro Simón, si lo ama más que los otros discípulos. Él le responde que sí. Además, agrega que Jesús sabe que lo ama. Jesús le dice que apaciente sus corderos. Volvió Jesús a preguntarle a Pedro Simón, si lo ama. Él le responde que sí. Jesús le dice que pastoree sus ovejas. Jesús, por tercera vez, le pregunta si lo ama. Ahora Pedro se entristece porque tres veces le había preguntado si lo quería. Apenado le dice a Jesús que él lo sabe todo y que sabe que lo quiere. Ante esa esa respuesta, Jesús le dice a Pedro, que apaciente a sus ovejas. Después de esas tres respuestas, Jesús le dice a Pedro que cuando era joven, se vestía e iba a donde quería. Pero le asegura que, cuando sea viejo, extenderá los brazos y otra persona le vestirá, y le llevará a donde no quieras ir. Jesús se refería a cómo iba a morir Pedro, y cómo de esa manera iba a honrar a Dios. Finalmente, le dijo a Pedro: Sígueme.
Sin duda, que Jesús al hacerle la triple pregunta a Pedro y lograr su triple respuesta, estaba reparando públicamente su triple negación (Juan 18:17,25-27). Es muy probable que Pedro se sentía avergonzado ante la presencia de Jesús por este hecho. Su conciencia lo perturbaba, y por eso, ya no quería realizar la labor del discipulado. Ahora, Jesús lo está liberando de esa pesada carga, y vuelve a decirle que lo siga. Que sea un discípulo de él, y que cumpla con la tarea de discipular. Jesús, de alguna manera, le dice a Pedro que vuelva al discipulado. Ya no hay ninguna excusa para no realizarlo. El discipulado tiene un costo. No es una labor sencilla. Implica dar la vida por la causa del reino de Dios. De ahí que, el anuncio de la muerte de Pedro recuerda el que Jesús hizo de su propia muerte.
Pidamos al Señor que podamos cumplir con la Gran Comisión, y que no haya ninguna excusa para no realizarla. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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