
LIBERACIÓN DE LAS DEUDAS
(Deuteronomio15:1-11)
Este tema de la liberación de las deudas, no siempre es tratado de acuerdo a lo que Dios le dijo a Moisés, que cada séptimo año debería anular las deudas de todos los que deban dinero, que no debería haber pobres, no ser insensibles ni tacaños con ellos, y que siempre habría pobres, que se debe dar con generosidad, no de mala gana. Si alguien necesita un préstamo no se le debe negar. El resultado de poner en práctica estos mandamientos, es recibir la bendición de Dios en todo lo que se haga. Algunos, consideran que este mandamiento era para los israelitas del antiguo pacto y que no es aplicable para los cristianos del nuevo pacto. Pero, de alguna manera, este mandamiento tiene que ver con el amor al prójimo, en especial con el pobre. Y en este tema, Jesús dio muchas enseñanzas de cómo amar al prójimo, en especial al pobre. El tema de la riqueza y de la pobreza, siempre ha sido un tema espinoso y difícil de tratar. En todo el Antiguo Testamento, han existido ricos y pobres, el Nuevo Testamento lo refiere también, y la Iglesia no escapa de esta realidad. Entonces, la pregunta clave es: ¿cómo superar la brecha entre esas dos realidades? Cada vez hay más ricos, y cada vez hay más pobres. En nuestra sociedad actual es muy evidente esta realidad, y en el seno de la Iglesia también.
Si este mandamiento de Dios se hubiese puesto en práctica desde los tiempos de Moisés hasta nuestros días, no habría pobres en el planeta. Lamentablemente, los reyes de Israel, eran ricos y poderosos, tenían como súbditos a pobres y esclavos. Los funcionarios no eran ajenos a esta realidad. A los pobres se le imponía cargas económicas, difícil de cumplirlas. La diferencia entre ricos y pobres era muy grande. Los préstamos se hacían con usura. En los tiempos de Jesús, esta realidad era vigente. De ahí que, la mayoría de su ministerio se realizó entre los pobres y marginados. Todo el Nuevo Testamento nos da a conocer la existencia de los ricos y de los pobres. De las prácticas ajenas a la voluntad de Dios, que iban en contra de los pobres (Santiago 2:1-10; 5:1-6). El libro de los Hechos de los Apóstoles nos da a conocer una actitud de los primeros cristianos, en dicha comunidad cristiana, no había ningún pobre, ningún necesitado, porque todo, incluso los bienes y las propiedades, se compartía entre todos (Hechos 2:43-47; 4:32-37). Con el tiempo esta práctica dejó de ser. La Iglesia tampoco escapa de esta triste realidad. Existe la iglesia de los ricos y la iglesia de los pobres. Esta afirmación no es literal, es una realidad.
Sin duda, que este asunto no es posible superarlo con discursos, escritos, reflexiones, postulados, sin que no medie el amor al prójimo. Ya Dios, y el mismo Jesús, advirtieron que siempre habrá pobres entre nosotros (Deuteronomio 15:11; Mateo 26:11; Marcos 14:7; Juan 12:8). Y esto, por la falta de amor al prójimo, en especial al pobre. En el siglo XI, Francisco de Asís, hijo de un rico comerciante, al tener su conversión con Jesús, decidió dar todo lo que poseía a los pobres. Decidió vivir en la pobreza y ayudar a los pobres. Incluso, cuestionó al papa Inocencio III sobre la riqueza de la Iglesia Católica, le sugirió que vendiera todas las propiedades y que el producto de lo vendido se lo diera a los pobres. El papa Inocencio le respondió que era loable la propuesta, pero que lamentablemente no lo podía hacer. Vale la pena destacar que, en el Israel del Antiguo Testamento, han existido personas amantes de los pobres, incluso optaron por vivir en la pobreza. Tal el caso de los esenios, una comunidad que decidió vivir en el desierto y en la pobreza. Ya hemos citado el caso de la primera comunidad cristiana en el Nuevo Testamento. En la Iglesia, también ha habido acciones a favor de los pobres y el de vivir con ellos. A parte de Francisco de Asís, ha habido otros cristianos que optaron vivir en pobreza y ayudar a los pobres. Hoy en día, son pocos los cristianos que han tomado esta actitud. Lamentablemente, son pocos los actos de amor en favor de los pobres.
Un hecho, que data de muchos siglos atrás, es la existencia de prestamistas, que otorgan préstamos con una usura desmedida. Al prestar al pobre, le cobran intereses muy altos, imposibles de pagar, exigiéndole una garantía para lograr el beneficio. El pobre al no poder pagar el préstamo y los intereses, pierde sus bienes, quedando en la ruina. En otros casos, va a parar a la cárcel o se suicida. Actualmente, los prestamistas, los bancos, las agencias financieras, continúan con esta práctica, sin que sea regulada. La usura es desmedida, nadie se atreve poner coto a esta injusticia financiera. Las leyes gubernamentales favorecen esta práctica. Por el año 2000 un grupo de iglesias cristianas, propusieron el año del jubileo a las naciones que habían prestado a los países pobres, como señal de solidaridad con ellos. Inclusive, se pedía a las naciones, que devolvieran lo que habían robado y saqueado, a los países pobres, en el tiempo de la conquista. Lamentablemente, se hizo oído sordo a este pedido.
Como se ha dicho anteriormente, si se pusiera en práctica del mandamiento de Dios, de liberar las deudas, otra sería la realidad. No habría pobres endeudados. La riqueza sería compartida. Así como en los tiempos de la era cristiana, no habría ningún necesitado, todo de compartiría. Los préstamos serían sin interés. No habría lugar a la usura desmedida. En el siglo XVIII, el metodismo practicaba el ayudar económicamente al necesitado, prestando sin interés. Se establecía un fondo común, al cual se debía devolver lo prestado. Lamentablemente, a pesar de estos gestos de amor por el pobre, todavía sigue habiendo muchos pobres que están endeudados, no pudiendo pagar sus deudas. Muchos han perdido sus bienes y propiedades, por haberlas hipotecado para obtener un préstamo. ¿Cómo resolver esta situación injusta?
Ya Jesús ha enseñado acerca del amor al prójimo. Solo el amor a Dios hará posible el amor al prójimo, en especial al pobre. El amor de Dios hará que las personas dejen atrás sus egoísmos, actitudes contrarias contra el pobre, practicar la usura desmedida, devolverían lo robado, tal como lo hizo Zaqueo, al convertirse al Señor. Mientras esta actitud no esté en la mayoría de las personas, en especial en los ricos, la brecha entre la riqueza y la pobreza será cada vez más grande. La Iglesia debería promover volver a los tiempos de la iglesia primitiva, enseñar y practicar el verdadero amor al prójimo, en especial al pobre. Sin duda que, las bendiciones del Señor serán abundantes. ¿Será posible lograr este objetivo?
Que el Señor hable a cada corazón, para que obedezcamos su mandamiento de perdonar las deudas, a toda persona, en especial a los pobres. Que como Iglesia podamos dar con generosidad a favor de los más necesitados. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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