
LA IDENTIDAD DEL DISCÍPULO
(Juan 15:1-11)
Reflexionar acerca de nuestra identidad como discípulos nos lleva a revisar y a preguntarnos ¿qué es identidad? Usualmente, se utiliza este término para identificarse ante alguien o para relacionarse con algo similar. La identidad se define como el conjunto de particularidades o características que distinguen a una persona de las demás. Estas características están colocadas en un documento, que sirve para identificarnos, sin muchas palabras. A este documento se le conoce como DNI (Documento Nacional de Identidad). Ahora bien, la identidad se va forjando desde los primeros años de vida, dentro de la familia, la iglesia, el círculo de amigos.
No es fácil precisar las particularidades o características propias de un discípulo, debido a que existen diversas maneras de realizar esta labor. De ahí que, para definir nuestra identidad como discípulos, tenemos que partir por lo que es fundamental en la fe cristiana, la experiencia de salvación. Todo cristiano es una persona que ha sido redimida por la gracia de Dios, a través de un encuentro personal con Jesucristo y que, a partir de esa experiencia de fe, el Espíritu Santo actúa constantemente en su vida, llevándolo hacia un camino de santidad y perfección, con el propósito de cumplir con la Gran Comisión dada por nuestro Gran Maestro, el Señor Jesucristo (Mateo 28:19-20).
No es perder el tiempo, hacer un alto en nuestra vida cotidiana, para examinar nuestra identidad como discípulos. Jesús mismo, se tomó su tiempo para averiguarlo: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mateo 16:13-17). Hoy más que nunca, necesitamos preguntarnos: ¿Quiénes somos? ¿Qué dice la gente, quiénes somos como cristianos? Sin duda que somos los amigos de Jesús, que vivimos en una comunidad de fe, que tenemos una comunión con él, que nos amamos mutuamente, y que anunciamos el Evangelio a toda criatura, como labor misionera.
Como discípulos del Señor estamos llamados a dar frutos, tal como se señala en el versículo 5. Esto significa anunciar y esforzarse por vivir de acuerdo con el Evangelio, para llevar las buenas nuevas que Cristo ofreció a las personas para que puedan ser felices en esta tierra y en la vida eterna. Para cumplir esta tarea no estamos solos, el Señor Jesús prometió estar con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo (Mateo 28:20b). De ahí que, el testimonio personal es muy importante, como discípulos del Señor. Debemos poner en práctica el amor, la misericordia, el perdón, la justicia, el consuelo, la paz, el respeto, la tolerancia, y la solidaridad, como señales de nuestra comunión con el Señor. Nunca debemos olvidar lo que Jesús dijo a sus discípulos: “Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que están los cielos.” (Mateo 5:13-16). Estas palabras de Jesús, también son válidas para nosotros, hoy.
Ahora bien, ser discípulo, es tener la actitud de estar dispuesto de ir ahí adonde está la gente, la multitud, los necesitados. La estrategia de Jesús, de ir de dos en dos, es para tenerla en cuenta para la tarea evangelizadora de hoy. Como lo describe el libro de los Hechos, la comunidad de creyentes en Jesucristo crecía cada día por acción de este método de evangelización. Lamentablemente, en estos tiempos, la mayoría de creyentes, no están en la actitud de salir a predicar el evangelio de dos en dos, hay más bien la actitud de ser templarios. Es decir, todo gira en torno al templo. Las reuniones se hacen en el templo, las actividades se realizan en el templo, el culto de adoración se lleva a cabo en el templo, los talleres de capacitación en el templo, la oración y las vigilias se desarrollan en el templo. El templo se ha convertido en el centro de la comunidad de los creyentes, la iglesia. Muchos críticos de la iglesia, señalan que el no crecimiento de la iglesia se debe a esta actitud templaria de los creyentes. Prefieren quedarse en el templo y no salir hacia los demás. Los primeros cristianos se reunían en su mayoría de veces en las casas y no en el templo. El templo era para reunirse para adorar al Señor (Cf. Hechos 2:46). El quehacer cotidiano se daba en las casas y en las calles, en medio de las persecuciones y matanzas. Con esta actitud, los discípulos lograron transformar vidas y a la sociedad de su entorno. Lamentablemente, la cultura de ser templarios y no discípulos, es el gran problema de la mayoría de las iglesias contemporáneas. Pero, no hay mal que por bien no venga, dice un refrán. La pandemia, de alguna manera, ha hecho que el templo ya no sea el centro de las reuniones de los cristianos. Ahora, las casas son los centros de reunión. Hoy en día, el discipulado es en pequeños grupos en las casas y en forma virtual.
Finalmente, debemos tener en cuenta las palabras de Jesús, de que, si permanecemos en él, y sus palabras en nosotros, podemos pedir todo lo que queramos para que sea hecho (v.7). Para que nuestro discipulado tenga éxito y haya frutos, debemos salir de nuestra comodidad e ir en busca de las personas para llevarles las buenas nuevas y puedan ser felices, aquí en la tierra y en la vida eterna. Ese es el fundamento de nuestra identidad como discípulos.
Pidamos al Señor que volvamos al espíritu primitivo del discipulado. Que podamos estar reunidos en el templo con la alegría de adorar al Señor, luego de haber cumplido la Misión. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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