
EL PACTO CON JESÚS, NOS RECONCILIA CON DIOS
(Salmo 51:1-12; Jeremías 31:31-34)
Cuando uno lee el salmo 51, cuyo autor es el rey David, el cual fue escrito luego de que el profeta Natán le hiciera ver su pecado, el adulterio, cometido con Betsabé, lo primero que uno siente es una sensación de dolor, de angustia y de desesperación. David reconoce su pecado y manifiesta su arrepentimiento al Dios Todopoderoso, y pide al Señor que lo perdone y lo libere del pecado, devolviéndole el gozo de la salvación. En esta situación, David está pidiendo a Dios que renueve Su pacto con él. Él está dispuesto a reconocer su pecado y someterse a la misericordia de Dios. Ya no es posible vivir con el pecado oculto, no hay alegría ni gozo, más bien hay dolor, tristeza y angustia. David, ahora quiere ser purificado, perdonado, y desea tener gozo y alegría. (Salmo 51:1-12). Dios, después del arrepentimiento de David, lo perdona y renueva su Pacto con él. Caso similar nos suele suceder cuando cometemos una falta y clamamos por el perdón de Dios.
Por otro lado, el profeta Jeremías nos da a conocer que el Señor anuncia que vienen nuevos días, en los que ha de renovar Su pacto con Su pueblo (Jeremías 31:31-34). Este pacto no será como antes, ahora, será diferente. La ley estará en la mente, y será escrita en el corazón del pueblo, Él será el Dios, y ellos serán el pueblo de Dios. Ya no habrá que enseñar acerca de Él, ya que todos lo conocerán, Él estará presente en la vida de los más pequeños, hasta los más grandes. Por último, Dios perdonará el pecado del pueblo y no se acordará más de su pecado. Esta es una buena noticia para el pueblo, vigente hasta los días de hoy. Es cuestión de tener la actitud de arrepentimiento y obedecer los mandamientos del Señor.
Ahora bien, ¿Cómo acogernos a ese pacto de Dios? El Pacto desde el punto de vista bíblico-teológico, es un convenio que Dios hace con Su pueblo, expresando de esta manera, una estrecha relación entre ambos. Este acuerdo obliga a una reciprocidad mutua de beneficios y obligaciones. En esta relación, Dios espera del ser humano, obediencia, como consecuencia de la confianza en Él y en su Palabra (Hebreos 11:6; Génesis 3:1ss). La promesa de Dios en esta fidelidad mutua, es bendición (Génesis 9:1.11.16s; 12:1-3). De ahí que, Jesucristo se encarga de hacer realidad esta promesa divina (Mateo 26:26-29) a través de su sacrificio en la cruz, derramando su sangre por nosotros. Luego Dios se encargó de ratificarlo (Gálatas 3:15-17). Por eso, nuestro Señor Jesucristo es el Mediador del nuevo pacto (Hebreos 12:24). La nueva señal del nuevo Pacto es el bautismo hecho por fe, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mateo 28:19). Nosotros los cristianos, somos hijos, de este nuevo Pacto y herederos de la Promesa. Somos los pámpanos que estamos unidos a Jesucristo quien es la vid verdadera. Así que, estamos llamados a dar buenos frutos (Juan 15:1-8).
Hoy en día, no debemos olvidar que somos gente de pacto. En la historia de los grandes líderes de la Biblia, lo primero que uno puede ver, es que todos ellos fueron gente que hicieron un pacto con Dios. Estas son personas que tuvieron la posibilidad de mirar más allá de sus horizontes o circunstancias y decidieron transformarlas para el bien común. En cada caso, se sintieron llamados a asumir un liderazgo pro activo. En la Biblia, tenemos muchos ejemplos de ese tipo de liderazgo: Noé, Abraham, Moisés, Josué, Barac, Ester y Rut, entre otros. Por lo tanto, tenemos detrás de nosotros una gran legión de testigos, que vivieron en pacto con Dios. Todos ellos fueron gente de compromiso y de buen testimonio. En estos tiempos, Dios nos llama, también, a ser gente de pacto y de proclamar al mundo entero, que el pacto que se hace con Jesucristo nos reconcilia con Dios. No hay otro camino para llegar a Dios. Sólo así, podremos obtener su perdón, la alegría y el gozo de su salvación. En resumen: bendición divina.
Demos gracias al Señor, por darnos esta oportunidad y nos permita fortalecer nuestro crecimiento espiritual, el estudio de las Escrituras y el cumplimiento de la Misión, en un mundo que aún gime por su redención plena y en el cual nosotros los cristianos estamos llamados a transformarlo, para vivir en un mundo de amor, de paz, de justicia y de esperanza. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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