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PULIENDO NUESTRA VIDA

 

(1 Pedro 1:6-7)

 

Un hecho que llamó mucho la atención y que me ha permitido hacer una reflexión, es cuando mi hermana menor, me mostró un recuerdo en forma de plato y que se suponía era de plata, estaba totalmente ennegrecido, con moho, casi inservible, estaba listo para ser tirado a la basura. De pronto, se me vino a la mente la posibilidad de intentar limpiarlo con un líquido especial para metales de plata. Se le echó dicho líquido, y luego de un rato, se procedió a pulirlo lentamente, hasta que poco a poco comenzó a salir la escoria que estaba cubriendo el plato de adorno. ¡Era plata! El metal comenzó a brillar y a relucir como un objeto recién comprado. Todos nos quedamos con la boca abierta al ver esta transformación. Este hecho me llevó a reflexionar que algo parecido, Dios hace con nuestras vidas, nos pule con Su Palabra y nos vuelve personas relucientes, alegres y brillosos de felicidad.   

 

Es bueno tener en cuenta el significado bíblico de purificar, pulir y limpiar, que puede entenderse como la acción de limpiar todo tipo de imperfección en nuestras vidas, que tiene que ver con nuestra moral y la ética como creyentes. La purificación, es en todo sentido una muestra del gran amor de Dios. De ahí que, es importante esforzarnos por mantener siempre una conducta recta e intachable, poniendo en práctica los mandatos y leyes divinas, porque a través de Su palabra, Dios espera poder purificar nuestras almas de todas aquellas circunstancias y tentaciones que nos impidan buscarle y acercarnos más a Él, dificultando servirle y adorarle de la manera que Él espera que lo hagamos. Según nos dice Dios en sus sagradas escrituras, la salvación y el perdón eterno es un privilegio que solo es concedido a todas aquellas personas que han decidido vivir total y plenamente de acuerdo a sus leyes divinas. Es más, Jesús, durante su venida a la tierra, fue muy enfático en que no es solo lo externo que necesita purificación espiritual, sino también nuestras voluntades y querencias más internas y profundas, rechazando cualquier tipo de purificación superficial.

 

Tengamos en cuenta que toda la Escritura nos hace referencia de cómo Dios, purifica, limpia, y pule nuestras vidas con Su Palabra. David en su salmo 51, hace mención a una actitud de arrepentimiento y plegaria pidiendo purificación. En el versículo 7, pide ser purificado, limpiado, y pulido, con hisopo; ser lavado para llegar a ser más blanco que la nieve. Job, a través de la enfermedad, es pulido por Dios en su fe (Job 42:5). Pablo, en todo su ministerio es perfeccionado por el Señor (2 Cor. 12:9). Pedro en su carta hace mención de la necesidad de ser afligidos en diversas pruebas, para que la fe sea probada como el oro (1 Pe. 1:6-7). Muchos de los discípulos de Jesús, tuvieron que pasar por muchas pruebas, es decir, ser pulidos por Dios, para llegar a ser verdaderos discípulos. En la historia salvífica, podemos ver cómo el Señor ha pulido vidas para el cumplimiento de una misión. El Señor ha levantado personas del basural del mundo, para redimirlos y para que sean sus discípulos. Existen muchos ejemplos: pescadores, carpinteros, mercaderes, doctos de la Ley, samaritanas, mártires, patriarcas, reformadores, misioneros, pastores, diáconos, laicos, profesionales, personas de toda condición, hombres y mujeres, que fueron llamados por el Señor desde su condición de vida, desde donde estaban, para ser redimidos, pulidos por Dios para cumplir una misión. En esa lista, bien podríamos incluirnos, nosotros, también.

 

Muchas veces, nuestras vidas, poco a poco, se van cubriendo de escorias, que opacan nuestra luz, nuestra alegría, nuestro amor y nuestra fe en Dios. En un primer momento, nadie quiere saber de nosotros si andamos en pecado. Somos considerados como personas sin ninguna posibilidad de brillar, como un metal precioso. Somos como el plato de adorno, mencionado líneas arriba, cubierto de escorias. En esas condiciones, nadie se fija en nosotros, nadie nos tiende una mano, nadie nos verá como personas valiosas. Toda nuestra vida se ha llenado de escoria, es decir, de pecado, de maldad, de corrupción, de violencia, de mentiras, de engaños. Somos personas despreciables para el mundo. Sin embargo, para Dios, somos personas factibles de pulir, purificar y limpiar, a través de Su Palabra, de Su Amor. Lo despreciable del mundo, para Dios somos personas valiosas. De pronto, escuchamos Su Palabra, y ésta hace su doble efecto, nos hiere como espada de doble filo (He. 4:12), pero a la vez nos hace tomar conciencia de nuestra situación de pecado. En un principio, Dios tiene que raspar fuertemente nuestro corazón, penetrar hasta nuestros tuétanos, para ser pulidos, limpiados, purificados de toda escoria. Cuando Su Palabra comienza a obrar, sentimos, arrepentimiento, reconocemos nuestra condición pecaminosa y avizoramos el perdón de Dios, el cual nos genera alegría, gozo, paz y salvación. Cuando eso sucede, de inmediato nuestra vida se vuelve como el plato de plata, brillante, hermoso y como nuevo. ¡Es el resultado de ser pulidos por Dios! Sólo el poder de Dios puede cambiar nuestro ser.

 

Ahora bien, nadie está exento de ser pulidos por Dios. Todos de alguna manera, nos contaminamos con las cosas negativas del mundo, y hasta caemos en pecado. Si no nos damos cuenta y reaccionamos a tiempo, pronto nuestra vida se cubrirá de escoria, y pasaremos a ser personas sin valor. Sólo por la gracia y misericordia de Dios, quien envió a Su Hijo Jesucristo, para salvarnos, podremos ser limpiados, purificados y pulidos, y llegara a ser personas redimidas y de mucho valor para Su reino. En nuestra experiencia personal, podremos dar testimonio de esta afirmación. Muchos son los que, habiendo vivido una vida llena de escorias, de pronto, fueron redimidos, limpiados, purificados, pulidos por la mano poderosa del Señor. Es muy probable, que la lista sea muy extensa. Damos gracias a Dios, que aún sigue redimiendo, perfeccionando, puliendo vidas, para comunicar Su Palabra y ser instrumentos de su amor y misericordia. 

 

Oremos para que el Señor siga extendiendo sus manos para alcanzar a muchos que aún viven una vida llena de escoria. Seamos nosotros, sus instrumentos, en estos tiempos de incredulidad y corrupción. Amén.

 

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

 

                                 


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