
CLAMANDO POR LA MISERICORDIA DE DIOS
(Isaías 64:5-9)
El profeta Isaías nos refiere que el Señor sale al encuentro de quien con alegría hace justicia, de los que se acuerdan de Él en sus caminos; pero que su enojo se da por el pecado; porque los pecados han perseverado por largo tiempo. Surge una pregunta de angustia: ¿podremos acaso ser salvos? El profeta dice que todos somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; todos hemos caído como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento. Sin embargo, reconoce que no hay nadie que invoque el nombre del Señor, que se despierte para apoyarse en Él, por lo cual Dios ha escondido su rostro de nosotros y nos ha dejado marchitar en poder de nuestras maldades. En esas circunstancia, el profeta indica que Dios es nuestro padre y nosotros barro, él es quien nos ha formado, así que, todos somos obra de sus manos. Termina el profeta, clamando a Dios que no se enoje ni tenga perpetua memoria de la iniquidad; el clamor es que el Señor nos mire ahora, ya que todos somos su pueblo. Esta situación, es un clamor por la misericordia de Dios. Entonces, podemos tomar nota, después de lo dicho por el profeta, que hay momentos de alegría y de enojo de parte de Dios.
Esta realidad, no es nueva, data de muchos siglos. Se puede apreciar en toda la Escritura, que la relación de Dios con su pueblo se manifiesta en alegría, cuando se hace justicia y se camina en sus caminos; pero también el enojo de Dios se muestra cuando se peca. Hoy en día, esta situación se da también. Hay muchos creyentes, siervos y personas que siempre están haciendo justicia, que caminan con alegría por los caminos de santidad, dando hasta la vida por lograr un mundo de amor y de paz. En estas circunstancias, la alegría de Dios es evidente. Hay gozo en el cielo. ¡Cuántos mártires han caído en manos de asesinos! Sin embargo, a pesar de ser un pequeño remanente, la justicia y el amor, aún se es practicado. Señales hay por doquier. Muchos fieles al Señor, están aún en sus puestos predicando el amor de Dios y su justicia. Es parte del pueblo de Dios que genera alegría al Señor. Pero, por otro lado, el enojo de Dios se da a conocer cuando parte de Su pueblo, caminan por sendas del pecado, de la maldad, de la injusticia, de la violencia, de la corrupción y de la no vida. Sin duda que, la tristeza y enojo del Señor es tal, que conlleva castigo y condenación contra quienes realicen esta cosas. El corazón de Dios se constriñe ante esta realidad de Su pueblo. Dos realidades que el profeta Isaías nos hace ver. En la alegría de Dios, hay bendición; pero en su enojo, hay condenación. De ahí la necesidad de clamar por la misericordia de Dios.
Muchas veces, nosotros mismos somos parte de la alegría de Dios; pero también, somos parte de la tristeza y enojo del Señor. El Señor nos manda a obedecer y practicar sus mandamientos, porque eso genera bendición, vida (Ex. 20:6; Dt. 5:10; Pr. 7:1-2). De ahí que todos estamos llamados a vivir en santidad de vida, en los caminos del Señor y guardar sus mandamientos, practicar Su justicia, dar a conocer y practicar el amor de Dios, amar a nuestro prójimo, ser solidarios con los más necesitados, cuidar de la Creación. Estas cosas, sin duda generan la alegría de Dios y bendición para quienes la practiquen. Bien sabemos que, el camino de santidad es muy difícil caminarlo en medio de una sociedad que vive en pecado. A veces, hemos tropezado o caído en el caminar. Pero, por la gracia y misericordia de Dios hemos sido levantados y restaurados, para seguir caminando por Sus caminos. Por un momento, hemos sido parte de la tristeza y enojo de nuestro Dios. El Espíritu Santo nos ha llevado a tomar conciencia de nuestros pecados y nos hemos arrepentido de todo aquello que ha generado tristeza en Dios y en nuestro prójimo. En medio de esa situación, hemos podido clamar como el profeta, por la misericordia de Dios. Gracias a Dios, nuestro creador, hemos podido obtener su misericordia y perdón por todos nuestros pecados. En esas condiciones, se restaura la alegría de Dios y la nuestra.
Ahora bien, todo lo anterior, debería ser lo que a Dios le agradaría ver en Su creación. Pero, lamentablemente, desde los orígenes de la humanidad ha habido una rebelión contra esa voluntad divina. Bien sabemos que el pecado, la maldad y todo lo que genera muerte, entró en una pareja, que Dios había creado para que juntos hicieran de este un mundo un paraíso terrenal. A partir de ello, el pecado, la maldad, la injusticia, la violencia, la corrupción y la muerte, son una realidad que ha generado, y aún genera, tristeza y enojo en Dios. La humanidad, ha preferido caminar sus propios caminos y no en los de Dios, padre de la humanidad. Muchas situaciones de pecado han sucedido, y están sucediendo en la actualidad. A pesar de que un remanente del pueblo de Dios ha levantado su voz profética, aun así, hay personas que prefieren vivir en pecado y en los caminos de muerte. Más bien, se han ensañado con ellos, queriendo callarlos con sus armas e instrumentos de muerte. Gracias a Dios, este remante fiel, ha resistido a todo ello, poniendo en riesgo sus vidas. A pesar de ello, Dios ha querido que la gente, que camina por sendas de pecado, cambie de actitud y logren su salvación. Una máxima expresión de esa voluntad, lo representa la persona de Jesucristo, que vino a salvar lo que se ha había perdido, dando su vida como ofrenda, para salvación. Pues, no quisieron esa salvación, que era vida en abundancia, prefirieron elegir la muerte. Esta es la triste realidad de la actual generación; prefieren caminar por caminos de muerte y de condenación. Todo esto, genera la tristeza y el enojo de Dios. Muchos sufrirán y morirán sin tener la oportunidad de ser redimidos por la misericordia de Dios. Hay una brecha entre la alegría y el enojo de Dios.
El profeta Isaías, hace referencia de que antes que clamemos, el Señor responderá, y que mientras hablemos, él ya habrá oído (Is. 65:27). La misericordia de Dios no tiene tiempo y lugar; ella se renueva. Si no fuera por la misericordia de Dios, habríamos sido consumidos, ya que nunca han decaído sus misericordias. Nuevas son cada mañana, grande es su fidelidad; nos dice el profeta Jeremías (Lm. 3:22-23). Como pueblo de Dios debemos siempre ser agradecidos con nuestro Dios, por su amor y fidelidad a Su pacto. Él está a nuestro lado para protegernos de toda maldad, que Satanás nos lanza con sus dardos, para caer en el pecado. Pero, gracias a Dios, él nos da la mano y nos levanta para seguir por las sendas de santidad y justicia. ¡Alabado sea nuestro Dios!
Que el Señor, nos alcance con su bendición y misericordia. Que como pueblo suyo seamos instrumentos de Su amor y bendición para otros, que aún no le conocen y caminan por sendas de pecado. Que el Espíritu Santo los anime a aceptarle como su Señor y Salvador, que cambien sus vidas y logren su plena salvación, en Cristo Jesús. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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