
LA BENDICIÓN DE DIOS COMO HERENCIA
(Números 6:24-26)
Una bendición es la expresión de un deseo benigno dirigido hacia una persona o a un grupo de ellas. Cuando Dios terminó Su Creación, bendijo todo lo creado (cielos, estrellas, tierra, animales, plantas y al ser humano) y esta bendición era por siempre y para todas las generaciones. El deseo de Dios era que todo lo creado fuera bueno y favorable, incluyendo al ser humano y su descendencia. De alguna manera, la bendición de Dios es heredada por siempre (Cf. Génesis 1 y 2). En toda la Escritura las bendiciones se repiten una y otra vez, en favor de una persona o grupos de personas. Cuando Dios bendice a Abraham y a su esposa Sara, esta bendición no solo es para ellos, sino también, para todas las familias de la tierra (Gn. 12:2-3; 17:16). Aquí podemos notar, que hay una bendición personal y otra grupal. Ambas bendiciones son hereditarias, es decir, son por siempre. Las bendiciones son dadas y recibidas cuando hay una buena relación entre Dios y el beneficiario o beneficiarios. La fe en Dios cumple un rol muy importante en este proceso. Bien podemos decir, que la fe es un asunto personal con Dios y que las bendiciones se hacen hereditarias por siempre. Veremos algunos ejemplos en la Escritura de lo que estamos afirmando.
Desde un principio, la voluntad de Dios, siempre ha sido que Su Creación sea bendecida. Esta voluntad, a lo largo de la historia salvífica ha sido una realidad, a pesar de los errores de las personas o pueblo. Cuando Dios pone a prueba a Abraham, con el sacrificio de su hijo Isaac, y pasa la prueba, Dios lo bendice una vez más y lace extensiva esta bendición a su descendencia y a todas las naciones (Gn. 22:17-18). Un hecho que llama la atención, en la historia salvífica, es la astucia de Rebeca, esposa de Isaac, para quitarle la bendición a Esaú en favor de Jacob, ambos eran sus hijos. Jacob obtiene la bendición de su padre Isaac con engaños, y esta bendición era para él y para toda su descendencia (Gn. 27:1-29). Esta bendición no puede ser quitada, anulada, a pesar del engaño. La bendición se hace hereditaria. En otro momento, Jacob exige al ángel de Dios que le dé su bendición, logrando de esta manera, una segunda bendición (Gn. 32:26). Estas bendiciones acompañaron a Jacob a lo largo de su vida y a toda su descendencia que fue bendecida.
En otros momentos, vemos cómo Dios es el que otorga la bendición. Dios le habla a Moisés pidiéndole que le diga a Aarón que él y sus hijos serán bendecidos por siempre (Num. 6:22-27). En otros casos, la bendición de Dios es resultado a la obediencia a sus estatutos (Dt. 7:12-15). El deuteronomista hace recordar a Dios, de la bendición que juró a los padres del pueblo de Israel (Dt. 26:15), esta bendición es para el pueblo y para la tierra que habitan. El mismo autor, nos hace ver que, así como hay bendición, también hay maldición. La bendición de Dios está ligada a la obediencia a sus mandamientos y la maldición en su no obediencia (Dt. 11:26-28). Dos realidades (Dt. 30:15) en la que todo ser humano debe encarar a lo largo de su existencia: la bendición (la vida y el bien) y la maldición (la muerte y el mal). De ahí que, podemos afirmar que la bendición de Dios está ligada a la fe y obediencia en Él. Lo contrario, es la no participación de Dios en los proyectos de vida de las personas y de los pueblos que deciden no reconocerlo como su Dios. A lo largo de la Escritura esto es una realidad inevitable. Las bendiciones de Dios se dan en todo tiempo y lugar, más allá de la raza y de la manera cómo se tiene la relación con Él.
En el Nuevo Testamento, Jesús pide que amemos a nuestros enemigos, bendecid a los que nos maldicen, hacer el bien a los que nos aborrecen, y orar por los que nos ultrajan y persiguen (Mt. 5:44). La bendición, como hemos dicho anteriormente, es la expresión de un deseo benigno dirigido hacia una persona o a un grupo de ellas. En este caso, el deseo de Jesús es buscar el bien común, y éste se da a través de la bendición. En un momento de su ministerio, Jesús hizo un alto, para bendecir a unos niños, es decir, buscaba el favor para ellos, a pedido de sus madres (Mr. 10:13-16). El apóstol Pablo nos recuerda que Dios nos ha bendecido en Cristo para que fuéramos santos y sin mancha (Ef. 1:3-4). Por último, el mismo Pablo nos afirma que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanza a los gentiles (Gá. 3:14), es decir, es para todos y hereditaria.
Ahora bien, para nuestros tiempos, el tema de la bendición de Dios pasa un poco desapercibida, ya que muchos no tienen en cuenta que cuando Dios bendice, esta bendición es hereditaria de generación en generación. Se piensa que Dios se olvida de la bendición otorgada o que ésta se pierde a través del tiempo por algún error cometido. Dios, a través de los tiempos, nunca ha olvidado sus bendiciones. Así como Abraham, Isaac, Jacob y otros, se beneficiaron de ellas junto con sus generaciones, a pesar de sus errores, así también, Dios sigue bendiciendo a todo aquél que cree en Él y obedece sus mandamientos. Jesucristo mismo, hizo realidad esta afirmación. Su amor y favor alcanzó a todos. La bendición de Abraham se manifestó en su persona. La bendición de Dios se manifiesta cada día, en nosotros, en nuestras familias, de generaciones en generaciones; aún más, alcanza también a nuestros pueblos. De ahí que, así como Israel era bendición para la humanidad, así también, la Iglesia es hoy, bendición para todas las personas y pueblos. La bendición no se pierde, se hereda. Dios nos pide, que seamos bendición para otros, que busquemos el favor para todos los habitantes de la tierra. Nos pide que en Su nombre otorguemos la bendición para todo aquel que cree en Él y le obedece.
Que el Señor, nos alcance con su bendición y nos haga instrumentos de su amor y bendición para otros. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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