
MORANDO BAJO LA PROTECCIÓN DEL OMNIPOTENTE
(Salmo 91:10-11)
En estos días la población mundial está en peligro, debido a la aparición del Coronavirus (COVID-19). Actualmente hay miles de infectados y miles de muertos en casi todo el planeta. Ante esta situación, está surgiendo el miedo, el terror de ser contagiado, la desesperación por no morir, el caos social, el acaparamiento de bienes de primera necesidad, medidas de cuarentena y de emergencia social. Ante el surgimiento de este virus letal, se están haciendo una serie de especulaciones, desde su creación para eliminar a la humanidad, hasta el castigo de Dios a la humanidad por apartarse de sus caminos. Cierto o falso, lo cierto es que esta situación está generando un pánico social, porque nadie sabe cómo se originó el virus y cómo se podrá controlarlo. Mundialmente, se ha alterado el estilo de vida cotidiano de los ciudadanos, no se puede transitar libremente por donde uno quisiera, hay controles a nivel de naciones y a nivel internacional. En este contexto de pánico, de caos, de desorden y muerte, el salmo 91 nos da la tranquilidad de que si moramos a la sombra del Omnipotente estaremos seguros de cualquier desgracia. Como cristianos o creyentes de Dios, debemos dar testimonio de esta protección y alentar a la gente a tener confianza en Dios, ya que Él no nos va a desamparar ante la aparición de este virus.
Pero resulta que, muchos cristianos o creyentes en Dios, también han entrado en la desesperación y en el temor de caer infectados o sucumbir ante esta terrible enfermedad. Es natural que el mundo entre en pánico ante esta plaga, tal como lo ha sido con plagas anteriores, en siglos pasados. Es comprensible que la ciencia médica trate de dar una explicación y una solución a este mal. Está bien que los gobiernos establezcan medidas de emergencia para contrarrestar los efectos del virus. Lo que no está bien, es que no se dé a conocer, en medio de esta situación, la soberanía de Dios y su protección a aquellos que confían en Él. El autor del salmo 91 nos dice que Dios es esperanza y castillo, en quién confiará. Hace una descripción de aquellas cosas que nos librará el Señor: del lazo del cazador, de la peste destructora, del terror nocturno, ni saetas, ni pestilencia, ni mortandad, caerán a nuestro lado mil y diez mil, mas a nosotros no llegará, no habrá ningún mal, ni plaga tocara nuestra morada. Pues a sus ángeles mandará cerca de nosotros, para que guarden nuestros caminos. Hoy más que nunca, debemos poner nuestra confianza en nuestro Dios. Es bueno tener en cuenta lo que la ciencia médica nos pueda decir, respetar las normas sociales de prevención, acatar las medidas de cuarentena, pero, además de todo eso, debe ser manifiesta nuestra fe en Dios y en su protección. Ese es el plus que tiene todo cristiano o creyente en Dios, con relación al resto de la humanidad.
La iglesia, ahora más que nunca, debe dar su voz de aliento, de esperanza y seguridad, de que Dios no es ajeno a esta situación. Los que creemos y hemos experimentado el poder de Dios, debemos dar testimonio de la intervención de Dios en momentos difíciles de nuestra vida. Demos ayudar a los médicos y a los funcionarios, a poner calma en la sociedad y permitir que puedan elevar una oración al Dios Todopoderoso para que intervenga con su mano poderosa. Nuestros templos deben ser espacios de sanidad y consolación. La tarea pastoral debe darse en todo momento y estar dispuestos a socorrer a las personas que necesitan ayuda médica o espiritual. Estamos en el mundo y debemos ser testimonios del gran amor de Dios. Hacer ver que muchas veces las plagas o enfermedades son desarreglos que el mismo ser humano genera, en contra de los principios de Dios. No todo es culpa de Dios. Hoy en día, mucha gente se ha apartado de Dios y vive una vida desenfrenada, disoluta y en contra de la voluntad de Dios. Muchos de los problemas son causa de esta situación. La humanidad necesita saber, que alejados de Dios, solo conseguirán que las desgracias, enfermedades, violencias y muertes, afecten sus vidas. Pero, si aceptan a Jesús, como Señor y Salvador de sus vidas, lograrán paz, bienestar, salud, prosperidad y felicidad, tanto en lo personal como en lo familiar.
Estemos en actitud de oración a nuestro Dios, para que este mal desaparezca del planeta. Sigamos en actitud vigilante, para intervenir o participar donde se nos requiera como ciudadanos que somos parte de la Iglesia de Cristo. Que podamos dar esperanza y consolación a la población que busca desesperada una solución. En la medida que podamos ser las manos extendidas de Dios hacia nuestro prójimo y dar una palabra de esperanza, a través del Evangelio, nos habremos convertido en colaboradores del Reino. No olvidemos que, si moramos bajo la sombra del Omnipotente, nadie ni nada, atentará contra nuestras vidas. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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