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    EL AMOR DE DIOS NO ES RELATIVO

 

(Juan 3:16-17)

 

Leyendo una reflexión encontré un comentario que decía que cuando uno ingresa a un trabajo, te ofrecen una buena cena, pero cuando te retiras, solo te dan unos sandwiches. Este comentario servía para valorar la naturaleza variable de las relaciones humanas y cómo nuestro valor ante los ojos de otros y de las organizaciones puede variar de acuerdo a qué tan útiles somos en un momento dado. Esta reflexión nos permite afirmar que el amor de Dios no cambia según las circunstancias y que nuestro valor sigue siendo el mismo ante sus ojos. El amor de Dios es tal, que cualquiera que sea nuestra situación, Él siempre nos ama y está cerca para salvarnos. Su amor no es más grande cuando todo va bien y vivimos en obediencia. Su amor no disminuye cuando las cosas van mal y nos apartamos de sus enseñanzas. El evangelio de Juan nos dice: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él" (Juan 3:16-17). Esa es nuestra seguridad, que el amor de Dios no es relativo, sino absoluto. Él ama y suficiente. La Escritura está llena de ejemplos del gran amor de Dios por su Creación. 

 

Muchas veces pensamos que el amor de Dios es como nuestro amor, variado, relativo, según las circunstancias. Amamos de acuerdo a ello. Si alguien nos hace algún daño, ya no le amamos; pero, si alguien nos ama en demasía, nuestro amor es inmenso. En esa lógica humana, pensamos, que, si pecamos o nos apartamos de Dios, él también se apartará de nosotros y ya no nos amará. Vendrán los castigos por nuestras faltas y todo será una desgracia. Vivimos con esa angustia existencial, de que Dios nos ha abandonado para siempre. Olvidamos que Dios siempre está listo para escuchar nuestras confesiones y súplicas, y que, por sus misericordias, que se renuevan cada mañana, no somos consumidos, grande es su fidelidad. Bueno es Dios a los que en él esperan, al alma que le busca. (Lamentaciones 3:22-25). Este amor de Dios es invariable, por siglos y siglos. Dios ha mostrado su amor para con la humanidad y su Creación por todo ese tiempo. Cuántos han caído en pecado ante la presencia de Dios, luego del arrepentimiento, fueron perdonados y redimidos. Incluso, se les encargó, a cada uno de ellos, una tarea específica a realizar. Ejemplos hay muchos en la historia salvífica. Citaremos unos cuantos: Moisés, Rahab, Sansón, David, Pedro, María Magdalena, Pablo y otros. Algunos piensan, que el amor de Dios está en relación con nuestro amor hacia él. Mientras más fieles seamos y practiquemos sus enseñanzas, más grande será su amor hacia nosotros. Esa es una falsa afirmación. El amor de Dios es inmutable. No varía según nuestra conducta o sentimientos. Siempre debemos estar agradecidos por la manera en que Dios nos ama, que, aun siendo pecadores, Cristo, su Hijo, murió por nosotros.

 

Hoy en día, se tiene la idea de que, si pecamos, Dios ya no nos ama y no merecemos de su misericordia. Esa idea hace que la gente se siga perdiendo más y más en las tinieblas y ya no busque una luz para sus vidas. Cuántos necesitan escuchar el mensaje de salvación, del gran amor de Dios y tomar la decisión de cambiar sus vidas, de una vez por todas. Esta tarea ha sido dada a la Iglesia, es decir, a todos nosotros que somos sus discípulos. Cuánta gente se pierde a diario por no conocer el amor de Dios. Muchos cristianos están muy tranquilos sentados en las bancas de las iglesias, sin importarle lo que está pasando en las calles, en las casas, en los trabajos, en los centros de estudio, en el gobierno. Piensan que, porque ya son salvos, el amor de Dios está solo para ellos, no consideran que los pecadores también tienen acceso al amor de Dios. El amor de muchos cristianos está condicionado para con el prójimo. Felizmente, el amor de Dios es más grande que nuestro amor y es inmensurable.

 

Como decíamos al comienzo, cuando uno ingresa a un trabajo, te ofrecen una buena cena, pero cuando te retiras, solo te dan unos sandwiches. Lo mismo sucede cuando ingresas a la iglesia, te reciben con sonrisas y te ayudan a buscar un buen lugar, pero si te retiras, ni hasta luego, te dicen. Esta situación nos lleva a pensar, que, para la gente, somos importantes, si somos valiosos, para el fin de la institución o de sus intereses personales. Jesús nos enseñó que el amor de Dios no cambia según las circunstancias y que nuestro valor sigue siendo el mismo ante sus ojos. Él, al mencionar en sus enseñanzas, que cuando un pecador se arrepiente, hay gozo en el cielo (Lucas 15:7.10), nos está diciendo que Dios y los ángeles se gozan de recibir a un pecador que se arrepiente, al reino de Dios. Ese gozo es permanente. Lo mismo sucede, en la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-32). Dios, nos recibe con gozo, y si caemos en pecado, luego de arrepentirnos, y volvemos a él, nos recibe también con gozo. El amor de la gente es relativo. El amor de Dios no es así. Él siempre nos ama y está muy cerca para salvarnos. Su amor no es más grande cuando todo va bien y vivimos en obediencia, ni su amor disminuye cuando las cosas van mal y nos apartamos de sus enseñanzas. Siempre somos valiosos para él, no importando la edad, el origen, la educación, la cultura o el status social. Él nos llama desde donde estemos y nos hace valiosos para Su reino.

 

Oremos para que el amor de Dios sea manifestado en todo tiempo y lugar. Que la Iglesia no cese de anunciar este amor santo y sublime. Amén.

 

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

                                 


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