
A SOLAS CON EL SEÑOR
(Juan 3:1-17; Lucas 18:18-30)
En el Nuevo Testamento encontramos dos relatos acerca de un encuentro a solas con el Señor Jesús. El primero, se refiere a un varón principal de Israel, es decir, era un maestro de maestros, que va en busca del Maestro para saber algo más sobre la fe. Él ha escogido la noche para entrevistarse con Jesús, no quiere hacer el ridículo ante sus discípulos. Las sombras de la noche ocultarán su identidad. El segundo relato nos describe a un joven rico que también se acerca a Jesús, pero éste ha escogido la luz del día, quiere que todos lo vean para mostrar en público su perfección con respecto a su vida de fe.
En el primero, a Nicodemo le preocupa cómo hacer milagros. Él sabe mucho acerca de la ley y de las cosas espirituales, pero el hacer milagros, eso no está a su alcance. Quiere saber cuál es el secreto, quiere escucharlo de los propios labios de Jesús. Ante esta situación Jesús lo va a confrontar con su vida espiritual, le plantea la necesidad de nacer de nuevo, es decir, la apertura del espíritu para entender la voluntad de Dios. Este proceso no es racional ni a través de la ley, sino un proceso en lo profundo del ser, el espíritu. Nicodemo parece no querer entender lo que Jesús le está planteando, desvía el tema hacia un asunto meramente racional. Jesús le vuelve a insistir que es necesario nacer del Espíritu para poder entender las cosas del Espíritu, entre ellas el poder para hacer milagros. Sólo hay una condición para ello, creer en él y aceptarle. Nicodemo no acepta esta invitación y pierde la gran oportunidad para tener acceso al reino de Dios. Sabía mucho acerca de Dios y sus leyes, pero todo ello no lo vivía en lo profundo de su ser. Se había convertido en un intelectual de la fe, es decir, en un pozo seco. Tuvo que pasar algún tiempo para ver a Nicodemo acompañando a Jesús (Jn. 7:50; 19:39).
En el segundo, se nos presenta la otra cara de la vida espiritual, un joven se había acercado a Jesús con la esperanza de que le asegurara que ya estaba listo para obtener la vida eterna, ya que había cumplido fielmente todos los mandamientos del Señor. Era un joven piadoso, no había descuidado su vida espiritual. Al escuchar Jesús a este joven que creía haber hecho todo de acuerdo a la voluntad de Dios, le plantea la observancia de los mandamientos que tienen que ver con el prójimo, es decir, la trascendencia social que tienen en sí. Este joven poseía muchas riquezas, tal vez producto de su esfuerzo personal o por no haber dado lo justo a sus siervos. Jesús lo confronta con su santidad, no desde el punto de vista personal, sino con relación al prójimo, en otras palabras, la santidad social. Se había preocupado mucho en sí mismo, descuidando preocuparse por los demás. No aceptó la invitación de Jesús y pierde, también, la gran oportunidad de acceder al reino de Dios y como consecuencia, la vida eterna.
Muchas veces nosotros tenemos la misma actitud que estos dos personajes. Por un lado, hablamos mucho acerca de las cosas de Dios y enseñamos a todo aquel que se nos cruce por el camino, pero no lo vivimos en lo profundo de nuestro ser, o pretendemos vivir una vida santa, haciendo una serie de obras espirituales para nuestra perfección personal, pero no nos interesa el resto, no practicamos la santidad social. Por otro lado, estamos bien preparados teológicamente e intelectualmente, conocemos bien la realidad social, se es experto en programación y otros temas, pero nuestra vida espiritual es pobre, no tenemos una experiencia con el Señor, ni nos llama la atención la vida espiritual de la Iglesia. En esas condiciones somos como siervos inútiles que entorpecen la Obra del Señor.
En estos tiempos, el Señor Jesús nos desafía a vivir una vida equilibrada; que nuestra fe sea una verdadera experiencia con él y que como consecuencia de esa experiencia personal nos demos al otro, como parte de nuestro amor cristiano. Este cambio sólo será posible si tenemos un encuentro personal con Él. Amén.
Rev. Lic. Jorge Bravo C.
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