
ENFOQUE PSICOLÓGICO DE LA SANTIDAD
CRISTIANA
Por: Lic.
Elsa Beatriz Agüero
¿Qué significa hacer la lectura psicológica de una experiencia tan trascendente, como es la búsqueda de la santidad, en la vida de un cristiano?
Es reflexionar sobre cómo un creyente vive lo religioso, la fe y las obras que de ella se derivan. Por lo tanto, es también, una experiencia de la mente humana, que se expresa de distintas maneras en cada una de las personas. Como en toda experiencia humana, entran en juego vivencias variadas que se manifiestan en diferentes niveles como: la razón, la sensibilidad, lo emocional, la voluntad y la fantasía, por nombrar algunos; se entretejen permanentemente, dando una forma característica, particular y personal a cada cristiano de transitar el camino de la santidad.
Por otro lado, practicar lo religioso no es solo contemplación, conocimiento, sentimiento, dogma o moral, sino que compromete al hombre en toda su realidad individual, relacional, social incluyendo su entorno histórico y cósmico. Es también una experiencia paradojal en varios sentidos. Dado que se plantea una situación en la que entrar en dependencia (de Dios) nos lleva a la libertad, no solo aquí y en el presente, sino en un tiempo futuro y en el más allá, en lo trascendente. Es decir, para ser libre hay que ser dependiente, para llegar a morar en un lugar que no conocemos y en un tiempo sin tiempo, tenemos que tomar una decisión desde una situación concreta de este lugar que hoy piso y en este momento que vivo.
Siguiendo en este razonamiento caemos en otro concepto contradictorio que
es la fe, que es la experiencia de creer y confiar, tener la certeza de lo que
se espera y la convicción de lo que no se ve. Para el ser humano es difícil
representarse o tener una idea de algo que jamás ha visto. Por supuesto que la
fe cuando es vivida con convencimiento y seguridad, es una experiencia que se
escapa de la mera comprensión psicológica, pero para los que aún no han creído
es una experiencia difícil o una locura.
¿Qué es la santidad?
Santo: en un sentido religioso, significa lo que está separado para o dedicado a
Dios. Santificación: es el proceso o resultado del hecho de ser santo. Cuando la
santidad se aplica a cosas, lugares y a personas, significa que ellos son
consagrados y apartados para el uso de Dios.
Entre las contradicciones y
dificultades que se presentan en el vivir lo religioso, y entrando más
específicamente en tema, podríamos preguntarnos: si todos los cristianos son por
definición gente santa, ¿por qué frecuentemente no viven de una manera santa?
¿Qué falta en las vidas de esta gente santa si ya ha recibido la bendición de
Cristo Jesús? Si la santidad es la liberación completa del pecado, es el "amor
perfecto" de un corazón sin ira, malicia, hipocresía, envidia, aflicción,
egoísmo, engaño, enojo, etc., ¿por qué en mayor o menor intensidad estos
sentimientos y emociones siguen formando parte de nuestra vida?
Si la santidad es una
bendición, una renovación completa del hombre hecho a la imagen de Jesús, en la
que debería volverse manso, humilde de corazón, misericordioso, lleno de fe y
benévolo, ¿porqué con tantos cristianos santos tenemos un mundo tan lleno de
injusticia, superficialidad y dolor? Hay personas que creen que son santas
porque no fuman, no toman alcohol, no viven en medio del lujo, ni son
consumistas, pero son impacientes, orgullosos (en le sentido de la soberbia),
vanidosos, envidiosos, chismosos, y poseen una falsa humildad; han hecho un
cambio por fuera, pero no en lo profundo de su ser.
Hay otras personas que esperan
que la santidad sean experiencias mágicas, extraordinarias como tener visiones,
recibir un ángel o adquirir una experiencia especial que los mantenga libre de
las pruebas que los demás pasan, que los libere de las tentaciones de por vida y
también de toda suerte de errores y debilidades.
En ningún lugar de la Biblia
dice que el cristiano deja de ser frágil e incapaz de pecar. No hay forma de
escaparnos de nuestra responsabilidad. Si bien el Espíritu que habita en cada
cristiano es el motor y el poder para vivir el proceso de la santidad, es
imposible decir o precisar donde termina la parte de Dios y comienza la nuestra,
ambas partes están mutuamente unidas e interdependientes. Cuando el Espíritu
mora en nosotros no se apaga nuestra personalidad, todo lo contrario, más bien
la lleva a una vida más plena, llena de Cristo en la que se desarrollan
cualidades semejantes a Él y ayuda al creyente a progresar en el camino hacia la
madurez espiritual. Si bien el crecimiento es un misterio del poder de Dios,
nosotros debemos proveer las condiciones adecuadas. Y entender que este camino
es un crecimiento continuo, algunas veces lento, otras más rápido, pero que nos
lleva toda nuestra existencia. La vida de santidad es personal, pero no
individualista. Tener comunión con el Espíritu se expresa en amar al prójimo
tanto como podamos y el estar en comunión porque nadie puede hacer un camino de
santidad sino es intercambiando apoyo, aprendizaje, fuerzas, ayuda desde y hacia
nuestro hermano. Cuando Pablo dice "somos el cuerpo de Cristo", se está
refiriendo a la cooperación indispensable de hacer cada uno desde los dones
recibidos, para que se geste un buen funcionamiento de ese cuerpo. Necesitamos
los unos de los otros porque nadie es tan grande, ni importante para alcanzar
por sí solo la majestad de Cristo, solo en la comunidad el cristiano puede
alcanzar su completa estatura espiritual.
La santidad es el amor
obtenido por la fe. Dios es aceptado por fe. La salvación es un don de Dios
que debe ser aceptado por fe. Los Reformadores dijeron que la clave de la vida
cristiana era la fe, otros grandes hombres de Dios coincidieron con esto. La
perfección cristiana es el amor a Dios y a nuestro prójimo, que implica estar
libre de todo pecado y a esto se llega mediante la fe que nos es otorgada en un
determinado momento y que nos acompaña el resto de nuestra vida. Es decir que el
proceso de santificación es un camino evolutivo, para el que es indispensable el
crecimiento personal, pero también relacional, por lo tanto, vamos a tratar de
ver que sucede en este sentido.
Proceso Evolutivo y la
Santidad. Uno de los errores que a menudo se comete es desvincular o
sectorizar la experiencia religiosa de crecimiento en la santidad, del resto de
las vivencias humanas. Se olvida que todo cristiano vive en un entorno familiar,
cultural, histórico, económico, etc., en el que está inserto y muchas veces hay
serias dificultades para transitar el camino del crecimiento espiritual. También
cuesta pensar que un ser humano posee una estructura psíquica configurada por
sus vivencias, recuerdos, deseos, fantasías, miedos, expectativas que hacen que
se viva y se comporte en este proceso de una manera particular, única y
diferenciada según sean los factores que intervengan en la conformación de su
personalidad. Al observar el desarrollo psicológico del ser humano, se ha podido
comprender de qué forma vive lo religioso. Se ha visto que hay un importante
paralelo entre el amor a los padres y el amor a Dios. Las vivencias religiosas
de un niño están en íntima conexión con la relación que este tiene con sus
padres. El niño solo puede pensar lo concreto y en sus primeras experiencias,
Dios es como papá. Frecuentemente cuando se le pregunta a un niño sobre cómo es
Dios, la descripción que hace es, la de la figura de un hombre adulto que tiene
las características de su papá. Esto es porque el sentimiento dominante del niño
respecto de sus padres es la seguridad, ya que su fragilidad no le permite
apoyarse en sí mismo. El niño se siente seguro en la estabilidad del hogar que
le brindan sus padres, sin la cual se siente desprotegido y amenazado. Siente
con toda naturalidad esta misma seguridad en Dios, que puede confiar en Él, que
lo cuida bondadosamente. A medida que se desarrollan su inteligencia y
curiosidad comienzan a formular preguntas a sus padres, porque suponen que ellos
lo saben todo. Que no sepan, les parece inconcebible porque Dios lo sabe todo,
lo conoce, ve todo en la oscuridad y se da cuenta de sus pensamientos, igual que
supone de sus padres. De la misma manera vive un paralelo muy estrecho entre el
poder del padre y el de Dios. Papá lo puede todo y Dios es todo poderoso.
Esta misma analogía se repite
con la autoridad. Él reconoce la autoridad por una necesidad de apoyarse en la
seguridad de sus padres. Esto no significa que siempre obedezca, pero si no
obedece se siente culpable y teme al castigo. Si los padres saben dar
importancia a la reconciliación después del castigo, el niño irá entendiendo
algo del perdón y la misericordia de Dios. Cuando el hogar es cálido y el niño
experimenta el verdadero amor cariñoso de sus padres, el sentimiento base será
sentirse querido, aceptado y reconocido, entonces vivirá la existencia como
fundamentalmente buena y Dios para él será bueno, tierno y amoroso. Pero si la
autoridad se ejerce con exigencias excesivas, con impaciencia o egoísmo hará
crecer en su conciencia una superestructura de obligaciones, inculcada en un
sistema de deberes, de culpabilidad y miedo que dejará profundas huellas en la
relación con Dios. La mirada protectora y tierna de Dios se transformará en una
mirada de severo control y reproche, sintiendo la exigencia aplastante de ser
buenos, perfectos porque nunca se puede satisfacer a ese padre. Resumiendo, se
puede decir que la fe de un niño es verdadera pero dependiente, porque sus
relaciones personales también lo son. Por eso su relación con Dios es
dependiente, en Él se siente seguro, le tiene confianza y vive a Dios como una
fuente de autoridad que le dice lo que tiene que hacer. Se siente querido,
protegido y dirigido.
En lo que se refiere a las
etapas por las que se puede pasar en el desarrollo de la fe, seguiré lo
planteado por el Rvdo. Francisco Jalics en su libro "Cambios en la fe" que es el
fruto de una larga observación de la fe del hombre de hoy, que tiene una forma
de creer, que crece, que pasa por transformaciones profundas y muchas veces no
llega a darse cuenta de los cambios, que se han obrado en su fe y en su vida.
Este autor postula diferentes tipos de fe cristiana, diferentes mentalidades y
diversas actitudes frente a la vida. Se trata de diferentes tipos fundamentales
de fe, que implican otros tantos grados de evolución personal y actitudes ante
la vida. Y esto no es para ser aplicado mecánicamente, ni dogmáticamente, sino
en un sentido práctico, pedagógico u orientativo.
Cómo es la fe infantil.
La fe de un niño es un fenómeno natural porque su realidad, no le permiten ni la
seguridad ni la afirmación en sí mismo, tampoco una independencia afectiva. Pero
si al pasar de los años, el niño llega a la adultez y sigue conservando la misma
estructura de fe con arraigo en el exterior y con una falta de autonomía propia,
entonces la fe se transforma en un conflicto. A esta fe la llamaremos infantil,
porque seguirá relacionándose con Dios desde la inseguridad. Por su dificultad
de relacionarse con las personas, sin darse cuenta le será difícil confiar en
Dios.
Será una fe dominada por
preceptos y por lo tanto engendrará rigidez en su comportamiento, sintiendo
culpa por no responder a todas las exigencias vividas, como si estas fueran
impuestas por Dios. Por falta de madurez, puede ser que dé más importancia a la
fe y se refugie en ella, despreciando la vida de este mundo. En este caso creará
un mundo maravilloso, de milagros, sin sufrimiento y sin responsabilidad, que
servirá para evadirse de la realidad, pero en algún momento esta realidad lo
golpeará, lo decepcionará y no contará con recursos para hacerle frente. También
puede suceder lo opuesto, no dar importancia a la fe y cumplir con prácticas
convencionales y su vida correr independientemente de la fe, en este caso se
siente una especie de vacío. Es muy difícil que no se transfieran los problemas
humanos, al terreno de la fe.
Cómo es la fe adolescente.
El adolescente vive una crisis de independización de los padres. Quiere
liberarse de la autoridad paterna, pero aún no se siente suficientemente seguro
en sí mismo para renunciar a la protección del hogar. Así empieza un tire y
afloje entre rebelarse contra la autoridad para sentirse autónomo por un lado y
tolerar por otro para no sentir la angustia de la inseguridad que le da la
autonomía. Pero a veces la adolescencia de la fe no coincide con la época de la
adolescencia. Uno puede tener independencia de los padres sin tenerla de la fe.
La adolescencia de la fe puede realizarse suavemente, pasando de una actitud a
otra más independiente sin una crisis aparente o puede provocar grandes crisis
de rebeldía y de angustia. Si el cambio en la fe de una etapa a otra es de lucha
con Dios, a esta le llamaremos fe adolescente. Primero aparece un alejamiento de
Dios. Pero el cristiano siente que Dios se aleja de él y cada vez es más difícil
comunicarse. Siente como si Dios lo dejara sin respuesta. Empieza a vivir a Dios
como algo extraño a él, que no comprende su vida y lo gobierna desde un lugar
distante, lejano. Esto lo vive con angustia y soledad, como cuando el
adolescente se siente abandonado, no comprendido y desprotegido por sus padres.
A veces aparece cierta nostalgia y añoranza preguntándose por qué Dios no acude,
por qué Dios no lo ayuda. El paso más radicalizado de la fe adolescente, puede
ser la independencia total de negar la existencia de Dios.
Cómo es la fe adulta.
No todos recorren el mismo proceso de crecimiento en la fe, este puede ser
parejo y sin pasar por crisis profundas, pero de seguir la evolución esperada,
puede suceder que en algún momento se entre en otra etapa que es la de la fe
adulta. Muchas veces esta tiene relación con la fe adolescente, porque hay
personas que después de haber sentido un alejamiento de Dios y habiéndose dejado
de apoyar emocionalmente en Él, se dan cuenta que quedan solas en este mundo,
que su humanidad se halla librada a su propia responsabilidad y no tiene un papá
que supla cuando deja de prever sus propias necesidades. A medida que van
aceptando esta soledad, advierten que se encuentran con Dios de una manera
completamente nueva. Encuentran a un Dios real a quien no es necesario probar
porque su presencia es tan evidente como la realidad misma. Se dan cuenta que la
aceptación de sí mismos, los pone en comunicación con la realidad y por medio de
ella se unen a Dios. Este Dios de la fe adulta no es opresor, ni rival, pero
tampoco le quita la responsabilidad al hombre, por el contrario, cuanto más
cargo se hace de su vida humana, tanto más vida tiene y está más en comunión con
Dios. Esta emancipación le permite crear sus propios criterios, moral, y sentir
que todo lo que aumenta la vida es el bien y todo la que conduce a la muerte es
el mal. Se da cuenta que la vida es más grande que él y es Dios quien la da.
Resumidamente podríamos decir que en esta etapa no se obra por lo que está
mandado o prohibido desde afuera, sino por lo que se estima más conveniente
acorde a la palabra de Dios ya internalizada, pues esta es la meta a alcanzar.
Esta actitud crea en el hombre un sentimiento de libertad y al mismo tiempo,
realismo y responsabilidad. Cuanto más libre se siente, más arraigado a Dios
está y tanto más goza la vida. No cree en Dios porque necesite sentirse seguro.
La confianza en la vida le inspira confianza en Dios. La esperanza de ser
felices en la vida crea esperanza en Dios. Pero su modo de relacionarse con Dios
es a través de la realidad.
Cómo es la fe madura.
Si el proceso evolutivo continúa, la fe adulta con el correr de los años y las
experiencias en nuestra propia vida y la que vamos incorporando de los demás,
pasa por una transformación profunda, hay un nuevo modo de creer, vivir y esta
fe será madura. Generalmente, pero no necesariamente, aparece con la madurez de
la vida e indica un mayor compromiso con Dios. Pero la fe madura generalmente se
logra de apoco, porque se trata de por un mundo en formación y necesita su
tiempo. Cuando el creyente llega a una mayor comprensión de la vida, el mundo
del más allá empieza a incorporarse a su mundo cotidiano y el centro de
gravitación se traslada a Dios. Al vivir más intensamente su interioridad,
descubre más y más en sí mismo el trabajo del Espíritu. Por eso empieza a
comprender más a los otros y a sentir a Dios más presente cada día. Si
observamos a una persona de fe madura, se la ve en una actitud muy realista,
ubicada y con gran aplomo interior. Tiene cierta tolerancia ante lo
ineludiblemente recibido y paciencia con las limitaciones propias y ajenas.
Aunque tenga contratiempos, ellos no lo sacan fácilmente de quicio ni los hacen
que pierda su serenidad. Sus reacciones son proporcionadas a la situación y sus
juicios objetivos. Escucha, comprende y se expresa con sinceridad. A pesar de su
firmeza interior no tiene rigidez, ni moral religiosa enjuiciadora. Dispone de
tiempo y espacio interior. Su presencia crea atmósfera de paz en torno suyo. No
pone la fe en la vidriera. La fe madura es un estado en el cual la vida
emocional se estabiliza como desde dentro, desde el fondo del alma, donde hay
paz. La fe en este sentido no es puro equilibrio emocional, sino es una fuerza
del espíritu que se encarna en la vida emocional, se trasluce en ella y a su vez
se expresa en el cuerpo entero del hombre. Podríamos hablar de muchas
características más, pero solo diré que en la fe madura se empieza a percibir el
valor de la renuncia, sin que eso se transforme en masoquismo. En ella se
comienza a entender el misterio de la cruz y la invitación a renunciar a sí
mismo, tomar la cruz y seguir a Cristo. Es indudable que alcanzar una fe madura,
tener salud o poseer los dones del Espíritu, tienen una raíz en común y
podríamos decir que en su esencia no difieren, sino más bien se complementan y
enriquecen mutuamente.
Si el camino evolutivo con
respecto a la fe transita dentro de lo esperable, no se suscitarían mayores
contratiempos, pero volviendo a las preguntas anteriormente formuladas, ¿qué
pasa cuando el creyente no puede alcanzar una fe madura, que le proporcione la
seguridad para actuar y relacionarse con al prójimo según el evangelio nos
indica? ¿Qué pasa cuando el creyente no es lo suficientemente saludable
psíquica, ética y espiritualmente, de tal manera que su accionar muchas veces se
basa en la hipocresía, la mentira, los celos, la envidia, en juicios despiadados
hacia el prójimo, en la mala crítica o en la soberbia?
Voy a tomar de entre tantas,
dos variables que se evidencian frecuentemente en la vida de los creyentes, que
son fuentes de equivocación y que muchas veces lleva a la frustración y
amargura. Una es la de no enfrentar las situaciones conflictivas, basada en la
creencia de que algo mágico nos va a llevar a la solución, la otra es una forma
de servir que lejos de ser solidaria es enferma y egoísta, porque el fin último
es buscar la aprobación y la admiración del otro, no de cumplir con un mandato
de Dios. Con frecuencia para poder sostener una postura, respecto de lo que se
cree que es vivir en santidad, las personas tienden a evitar los sentimientos
negativos, hacen todo lo posible para alejarlos de la conciencia, los esconden o
los ignoran sin intentar mirar y trabajar para ver porqué están. La idea de que
los conflictos desaparecen cuando se los niega, son resabios infantiles del
pensamiento mágico, cuando el niño cree que al esconderse o taparse con algo,
desaparece. Esta modalidad tapadora o negadora lleva a que la persona caiga en
una sobre adaptación, realizando una serie de malabarismos que la terminan
empobreciendo.
Vivir en un "como sí" instala
a la persona en una situación de total vulnerabilidad y abre la puerta para que
crezcan fantasmas, miedos y creencias que lo debilitan y que hacen que se sienta
exiliada de sí misma, sometida, mientras alimenta en silencio el rencor y la
fantasía de una vida que no es la que realmente quiere vivir. El segundo tema
que postulo es una postura bastante común, la de que creyendo ser santos,
confunden el amor con el "servilismo" o con la auto postergación. El que no
tiene en cuenta sus propias necesidades, su desarrollo personal y afectivo,
termina reclamando un resarcimiento imposible de satisfacer. Olvida el
mandamiento: "Ama a tu prójimo, como a ti mismo". Las concesiones indignas, son
aquellas situaciones en las que de tanto conceder y acomodarse al otro, la
persona se va desdibujando y se vuelve extranjera a sus propias formas,
desintegrando su identidad, pudiendo en el tiempo llegar a ser un personaje que
no deseó o eligió. Entonces suele aparecer otro mecanismo muy propio del ser
humano y que es el culpabilizar al otro, sea el prójimo, una situación social o
a Satanás mismo de lo que a él o ella le sucede, como así también de las propias
insatisfacciones o errores. Esta postura, también tiene que ver con el
remontarse a etapas muy primarias, en las que aún no se ha consolidado la
suficiente discriminación para asumir la auto- responsabilidad, no pudiendo
hacerse cargo de la propia vida. Casi siempre, detrás de estas actitudes se
esconden falsa creencias, fantasmas, miedos que no se van hasta que uno se anima
a enfrentarlos. Estos temores tienen que ver con el miedo al desamor y al
abandono, no solo de los que nos rodean sino de Dios mismo. Se teme que al
abandonar viejos esquemas, se quede sin nada y sin nadie. El tránsito por la
vida, el camino de la santidad es un aprendizaje en el que de la mano de Dios
vamos buscando estrategias para vencer las innumerables dificultades, peligros y
temores, que van desapareciendo paulatinamente si los enfrentamos, así se logra
la progresiva independencia que acompaña el crecimiento en el que las personas
van adquiriendo sus propios recursos para sostenerse afectivamente a sí mismas.
Estar dispuestos a instalarse como pilar de sí mismos, no significa dejar de
recibir la compañía y la ayuda de Dios. Significa trabajar, concientizar
aquellas cosas que nos alejan del prójimo y por lo tanto de Dios. Es aceptar
nuestras imposibilidades y debilidades. Los seres humanos cuentan con la
capacidad de reflexionar y esto los pone en condiciones de poder ponerle nombre
a las situaciones, a los sentimientos, a las equivocaciones, de esta manera
adquieren existencia y pueden ser abordadas para que se produzca el cambio. Este
es el momento donde tenemos que volver a mirar a Dios y pedirle herramientas
para que nos ayude a superar todas estas trabas, debilidades, imperfecciones que
nos alejan de Él. Si no se puede solo, hay que buscar otras ayudas. Dios ha
permitido el desarrollo de la ciencia, ha guiado el entendimiento de personas
estudiosas que han querido descubrir cual es la verdad que hay detrás de muchos
de los sufrimientos físicos, psíquicos y espirituales. Cada uno es responsable
de utilizar o no estos recursos. No podemos seguir negando cuanto nos cuesta la
superación de nuestros problemas, ni esperar que mágicamente -como esperan los
niños- se resuelvan, tenemos que asumir nuestra parte. Dios va a honrar nuestro
esfuerzo ayudándonos a hacer el camino de liberación de nuestras cargas humanas,
para hacer en cada día un acercamiento más, hacia su reino.
El camino de la santidad lo
construimos cada día, en cada instante, en cada gesto, en cada acto, con todo
nuestro ser. Es un proceso que no acaba nunca, pero que él sea mejor o más lento
depende de nosotros, de nuestra responsabilidad. Wesley decía que la santidad es
el amor obtenido por la fe. Y es este amor el que pone alas a la ilusión y el
que genera un espacio donde cada uno se siente desplegado en sus
potencialidades. Que promueve la vivencia de expansión, que es opuesto a la
opresión. Este es el amor de Dios, que quiere una vida abundante para los que le
sigan, una vida llena de amor para nosotros y para nuestro prójimo, pero en
primer lugar el amor hacia Él, que es quien nos ha dado vida en Cristo Jesús
nuestro salvador.
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