
«Dejad a los niños venir a mí y no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de los cielos»
(Mateo 19:14b)
Por Pedro Kalmbach
Según la tradición más reciente que han heredado las iglesias
del cristianismo occidental, la participación en la Eucaristía se hace posible a
las personas solamente a partir de una determinada edad. Los principales
argumentos que sostienen esta norma se basan en la idea de la necesidad de
entender racional y conceptualmente lo que es la Cena del Señor antes de poder
celebrarla. Sin embargo, existen hoy en diferentes iglesias, comunidades que
están realizando experiencias de Eucaristía con niños. Consideramos que las
razones que inducen y mueven a ello son dignas de ser tenidas en cuenta en el
momento de pensar y discutir la práctica eucarística de la propia comunidad.
Con la intención de
promover y facilitar el diálogo y la reflexión sobre este tema, compartiremos,
por un lado, argumentos que hablan a favor de la inclusión de niños en la
comunidad eucarística; por el otro, señalaremos algunos aspectos que deben ser
tenidos en cuenta en el momento de querer implementar experiencias de este tipo.
Niños participan de la Eucaristía
¿Por qué no?
Desde los primeros
tiempos de la iglesia cristiana las personas eran admitidas a la Cena del Señor
inmediatamente después de bautizadas. Esta práctica también se mantuvo cuando la
mayoría de los bautismos pasaron a ser de niños (siglo 5 en adelante). Hasta el
día de hoy en la iglesia oriental, después del bautismo los niños son recibidos
e incluidos en la comunidad eucarística. En la iglesia occidental esta costumbre
se mantuvo hasta el siglo 13 (4° Concilio Laterano, año 1215). A partir de
entonces se estableció que la condición para participar de la comunión se
refiere a una instrucción mínima, la cual presupone cierta capacidad cognitiva.
La creencia es que antes de participar de la Eucaristía los niños deben alcanzar
la madurez suficiente como para profesar conceptualmente su fe.
Yendo
a la Biblia no vamos a encontrar argumentos que hablen en contra de la
participación de niños en la Cena del Señor. Es más, para Jesús los niños son
tan capaces de recibir el Reino, que los coloca como ejemplo para sus
discípulos: "De cierto os digo que el que no reciba el Reino de Dios como un
niño, no entrará en él." (Marcos 10:15,
ver también textos paralelos; Marcos 9:33-37
y paralelos; 11:25
y Lucas 10:21).
Vale decir, para Jesús recibir el reino de Dios no depende de la capacidad
cognitiva de la persona. Importantes son la fe, la apertura y la humildad. Y es
precisamente de relaciones de amor y de mutuo respeto que se trata en una
comunidad cristiana, antes que de conceptos dogmáticos y teóricos. Por otro lado,
debemos tener presente que es Jesús mismo quién invita a todos y a todas a
participar de su mesa: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y
yo os haré descansar." (Mateo 11:28).
Por lo tanto, la exclusión de niños de la mesa del Señor, que se basa en la
creencia de la necesidad de cierta capacidad cognitiva, es cuestionable.
Hoy en día se sabe
que los niños son capaces de desarrollar una fe auténtica y genuina. Importantes
en ese proceso son las vivencias comunitarias e individuales, mucho más que las
explicaciones teóricas y conceptuales. A pesar de ello, en muchas comunidades se
insiste en que los más pequeños deben prestar atención en los cultos, los cuales
están sobrecargados con palabras y explicaciones. Paralelamente a ello se les
niega la participación en la Eucaristía, la cual tiene que ver con una vivencia
central de la comunidad de fe que el niño es perfectamente capaz de asimilar. La
propia celebración de la Eucaristía, en la medida en que expresa en forma
auténtica cada una de sus dimensiones (la comunión, la reconciliación, la
alabanza y el agradecimiento), se refiere a una experiencia que permite la
vivencia de las mismas y por ende facilita su comprensión. Así, por ejemplo,
ofreciendo la comunión, el perdón, la reconciliación a través de una acción y no
de explicaciones teóricas, la Eucaristía permite que éstos tomen cuerpo en la
vida de cada participante. En este sentido, diversos autores han señalado la
importancia que puede tener la participación en la Eucaristía para el desarrollo
de la fe en los niños.
Uno de los
argumentos teológicos más fuertes que hablan a favor de la participación de los
niños en la Eucaristía surge a partir del Bautismo. Considerando que con el
Bautismo la persona es incorporada al Cuerpo de Cristo, que es su Iglesia
(1°Corintios 12:12-13;
Gálatas 3:27)
y que a través del mismo participa de su muerte y resurrección (Romanos 6:4,
Colosenses 2:12),
cualquier persona bautizada debería ser admitida a la mesa del Señor. Siendo la
Eucaristía la cena de la comunidad de fe, de la familia de Dios a la cual
ingresamos por el Bautismo, se hace difícil justificar la exclusión de la misma
de los niños bautizados. Durante varios siglos la Iglesia fue consecuente con
ello al incluir a todas las personas bautizadas en la comunidad eucarística. En
este sentido podemos preguntarnos si las iglesias que hoy en día excluyen a los
niños bautizados de la comunión, no han caído en una grave contradicción y si
están aceptando o no las consecuencias del Bautismo en su total radicalidad.
Desde la propia
forma de entender a la comunidad cristiana no como un conjunto de individuos,
sino como una comunidad de hermanos y de hermanas en la fe, es decir como
familia de Dios, se hace problemático excluir a los niños de la comunión de
mesa. Familia y comunión se refieren a inclusión y a participación.
Aspectos a tener en cuenta al
pensar en la admisión de niños a la Eucaristía.
En primer lugar, cabe
señalar que el hecho de adelantar la edad de la comunión no debe surgir como una
estrategia para reavivar la vida comunitaria. En congregaciones donde
históricamente los niños han sido excluidos de la Eucaristía, este tema debe ser
trabajado y dialogado ampliamente con todos los sectores. Al tratarse de la
celebración de la Eucaristía, la reflexión y el diálogo deberían girar en torno
a la propia praxis cúltica y a la forma de entender la comunidad cristiana. Vale
decir, es necesario preguntarse cómo la congregación entiende el hecho de ser
una comunidad cristiana, cómo entiende y qué es lo que quiere con los cultos y
cómo celebra la Eucaristía. A partir de ahí puede pensarse en una acción que
busque incluir a los niños en la comunión. Esta acción debería contemplar lo
siguiente:
1. Que
en la celebración de la Eucaristía deben ser resaltadas y deben encontrar formas
concretas de expresión: la comunión, el agradecimiento, la alabanza, la
reconciliación y la solidaridad. Esto implica obviamente una revisión de la
propia comprensión y práctica eucarística.
2. Para
que los niños puedan entender y sentir la celebración eucarística como suya, es
necesario que la misma respete su nivel de comprensión y madurez. Ello no
significa infantilizar la celebración. Se trata de buscar formas litúrgicas que
trabajen a partir de símbolos, de gestos y acciones, y de incluir a los propios
niños con tareas específicas. Esta propuesta cuestiona el elevado valor que se
le da comúnmente a la expresión verbal y conceptual en los cultos.
3. Que
para el desarrollo de la fe de una persona la experiencia comunitaria suele
ejercer un rol sumamente importante. En este sentido son los propios padres,
otros adultos afectivamente cercanos o el grupo de pares que influyen en la
religiosidad de los niños. Por ello es recomendable que los niños participen de
la comunión acompañados por alguna persona de referencia o bien por el propio
grupo del culto infantil o escuela dominical. Vale recordar que la comunidad
debería ser la nueva familia como lo expresara Jesús (Marcos 3:31-35
y paralelos).
4. Que
si se establece una edad ideal a partir de la cual los niños pueden participar
de la Eucaristía, se volvería a argumentar con criterios que se basan en la
capacidad cognitiva de la persona. La participación debería depender de la
propia congregación y de la forma como ella entiende el hecho de ser una
comunidad cristiana.
Una propuesta de
acción para la celebración de la Cena del Señor en forma inclusiva podría
estructurarse a partir de la celebración de cultos familiares. Vale decir,
cultos celebrados en forma inclusiva, donde toda la comunidad (personas
ancianas, adultas, jóvenes, menores) encuentre una forma de expresión y
participación.
Resta a cada
comunidad ver, en función de su contexto y de sus posibilidades, la forma
concreta y la regularidad en que irá a implementar estos cultos.
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