
EL ESPÍRITU SANTO EN LA TRADICIÓN WESLEYANA (*)
Por: Obispo Mack B. Stokes
CONTENIDO
Capítulo 1: El Espíritu Santo en el Antiguo Testamento
Capítulo 2: El Espíritu Santo en los Evangelios
Capítulo 3: Pentecostés y Pablo
Capítulo 4: El Espíritu Santo y la Iglesia
Capítulo 5: El Espíritu Santo y el Énfasis Wesleyano en la Experiencia Cristiana
Capítulo 6: Movimientos Históricos de Renovación de la Iglesia
Capítulo 7: El Movimiento Carismático Contemporáneo
Capítulo 8: El Espíritu Santo y la Responsabilidad Social
La singular idea cristiana de Dios
Los cristianos siempre han creído en un solo Dios. Han afirmado el monoteísmo (la creencia en un Dios) en contraste con el politeísmo (la creencia en muchos dioses). Al mismo tiempo, los cristianos, basándose en la Escritura, han declarado que este Dios único debe ser comprendido como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta es la llamada doctrina de la Trinidad.
Se han hecho numerosos esfuerzos para explicar esta doctrina. Algunos pensadores han usado la analogía del agua. El agua puede presentarse en forma líquida, de vapor o de hielo, pero su fórmula química es siempre H20. Otros, incluyendo a San Agustín, han tratado de explicar la Trinidad a base de nuestras características personales. En efecto, una persona puede ser conocida por diversos aspectos de su personalidad, tales como intelecto, sentimiento y voluntad. Estas son tres-en-uno. Pero la doctrina de la Trinidad sigue siendo un misterio, aun después de que se han agotado los esfuerzos para explicarla. Dios es revelado como Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero la forma cómo Dios puede ser tres-en-uno no ha sido revelada.
Juan Wesley dijo:
«Yo creo que...Dios es Tres y es Uno. Pero la forma cómo esto ocurre no la comprendo;...Ahora, en esto, en la forma, es donde radica el misterio;...pero no me preocupo por esto, pues no es el objeto de mi fe. Yo creo sólo lo que Dios me ha revelado y nada más. Pero la forma no me la ha revelado; por lo tanto, no tengo creencia respecto a la misma. Pero, ¿no sería absurdo de mi parte el negar el hecho, porque no comprendo la manera en que ocurre? Es decir, lo que Dios ha revelado, porque no comprendo lo que no ha revelado. (The Works of John Wesley, Volumen VI, Zondervan Publishing House, 1959; pág. 204).
Nosotros no rechazamos ninguna doctrina o creencia por el hecho de que resulte misteriosa. En nuestra vida diaria estamos rodeados de misterio. Desconocemos cómo se interrelacionan el cuerpo y el alma; pero sabemos que existen. El creer en la Trinidad es una cuestión de fe basada en la revelación bíblica.
Desde el punto de vista práctico, ésta era la principal preocupación de Wesley: la doctrina de la Trinidad significa que Dios se ha revelado a si mismo de tres maneras que se reflejan directamente en nuestra vida como seres humanos.
Como Padre, Dios es nuestro Creador, Sustentador y Proveedor. Vivimos en una constante dependencia de Dios, “pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas” (Hechos 17:25).
Como Hijo, Dios es el Redentor que perdona nuestros pecados y nos lleva a una relación correcta con Él.
Como Espíritu Santo, Dios se acerca a nosotros, nos relaciona con Jesucristo y nos capacita para recibirle en nuestros corazones como Salvador y Señor. El Espíritu Santo nos consuela y nos sostiene en toda buena obra, uniéndonos en una comunión viva de creyentes.
Padre, Hijo y Espíritu Santo se encuentran interrelacionados en su unidad de ser y de propósito en todas estas actividades. Pero Dios se revela a sí mismo en esas actividades diferentes y dinámicas en relación a nosotros.
La Trinidad significa que Dios se relaciona con nosotros de tres maneras específicas. Tal relación no sería posible si se tratara de rendir culto a una deidad de naturaleza desconocida. Lo significativo de la insistencia de Wesley sobre la importancia práctica de la doctrina de la Trinidad, está en su creencia de que lo que Dios ha revelado acerca de sí mismo es de máxima importancia.
El Espíritu Santo en la Trinidad
La obra del Espíritu Santo debe ser comprendida dentro del contexto total de la Trinidad. De otro modo se pierde un elemento importante de la revelación bíblica. Algunos cristianos se concentran tanto en el Espíritu Santo, que pierden la visión total de la revelación divina. Necesitamos reconocer que Dios es el Redentor de la humanidad. La misión del Espíritu Santo se relaciona directamente con el propósito divino para la creación y la redención.
La Biblia enseña que Dios creó a los seres humanos con un propósito. Dios tiene un plan para que las personas puedan gozar de comunión con El mientras permanecen activas en la tarea de su Reino. Dios actuó en Jesucristo para salvar a los que se habían perdido, recreándolos para participar de la comunión y el servicio en ese Reino. El Espíritu Santo actúa a fin de llevar adelante el mismo propósito de realizar todos los preciosos valores que Dios anhela para nosotros en el Reino. En toda su actividad, la palabra clave es propósito.
Dios nunca realiza algo por accidente o a ciegas. Fuimos creados y redimidos con un propósito... Dios obra en nuestras almas por medio de Su Espíritu con un propósito.
El propósito revelado de Dios para los seres humanos es el de realizar los valores morales y espirituales unidos en comunidad, reconociendo a Jesucristo como Salvador y Señor por medio de la presencia y el poder del Espíritu Santo. En otras palabras, el propósito de Dios es que el reino se realice mediante el poder del Espíritu Santo obrando en nosotros. El Espíritu Santo es por naturaleza dinámico y resuelto, y actúa a fin de acercarnos al Salvador y capacitamos para la misión. Todos los dones y manifestaciones del Espíritu Santo están contenidos en la expresión «para provecho de todos» (1 Corintios 12:7 VP). Dentro de las iglesias obran para la edificación del “cuerpo de Cristo” (12:27). Fuera de las iglesias son para la bendición de los seres humanos, y para hacer discípulos en todas partes.
El Espíritu Santo es Dios manifestándose de maneras especiales para nuestro bien. Como dijo Wesley:
“Por la fe sé que el Espíritu Santo es el dador de toda vida espiritual; de rectitud, paz y gozo; de santidad y felicidad, mediante la restitución de la imagen de Dios según la cual hemos sido creados”. (Works, Volumen VII. pág. 203).
EL ESPÍRITU EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
La principal palabra usada en el Antiguo Testamento para referirse al “espíritu” es rüach. Literalmente significa “viento” o “aliento”. A veces significa “vida”. Cuando se emplea refiriéndose a Dios, la palabra sugiere el impresionante poder y la energía de Dios actuando en este mundo. En ocasiones, esta energía del Espíritu de Dios es específica; a veces es universal o general; pero siempre actúa de acuerdo a la voluntad de Dios mismo.
En su expresión más elevada, el Espíritu es moral y compasivo (Isaías 61:14; Zacarías 4:1-10). En la expresión personal más íntima, se dice que el Espíritu de Dios conoce al alma humana y está siempre presente con ella (Salmo 139). La acción de Dios entre los seres humanos se expresa también sin el empleo de la palabra rüach. Leemos acerca del dedo de Dios, de su mano, de su brazo, de su nombre, de la gloria, de la Palabra, de los mensajeros de Dios. En otras palabras, el Dios del Antiguo Testamento es el Espíritu que vive y actúa aquí y ahora.
Consideremos ahora las maneras particulares en las que el Espíritu ha actuado y sigue haciéndolo.
El Espíritu en la creación y en la providencia
Dios se revela actuando de una manera dinámica en todo el universo. En el relato de la Creación leemos: “y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Génesis 1:2). Según el Antiguo Testamento; Dios es dinámico, activo y está involucrado radicalmente en la totalidad de la naturaleza.
Algunos teólogos, desde la antigüedad hasta el presente, han dicho que Dios es demasiado grande y perfecto pan comprometerlo con el universo actual, y que éste está más allá del mundo creado. Los escritores bíblicos se oponen a tal punto dé vista.
La visión bíblica también contrasta con el deísmo (la idea de que Dios creó el universo y lo dejó que siguiera su curso por sí mismo). El deísmo afirma correctamente al Creador, pero omite el hecho de que Dios creó con un propósito o propósitos, que aún están por realizarse. Por ello es necesaria la permanente energía creadora de Dios, hecho que ha sido reconocido por los escritores bíblicos.
Leemos que Dios es el que “extiende los cielos como una cortina” (Isaías 40:22); Dios preside como “el Rey de toda la tierra” (Salmo 47:7); la energía de Dios toca los “cielos de los cielos” (Salmo 148:4); y renueva la faz de la tierra (Salmo 104:30); en las manos de Dios están las profundidades de la tierra y también el mar (Salmo 95:4-5); Dios hace a los vientos sus mensajeros y a las flamas de fuego sus ministros (Salmo 104:3-4); Dios da el sol para la luz del día, la luna y las estrellas para la luz de la noche (Jeremías 31:35); Dios manda las lluvias y provee las bases para la agricultura (Levítico 26:4; Deuteronomio 11:14;28:12; Job 5:10; Salmos 65:9-10; 68:9; 104:10-13; 147:8; Jeremías 14:22). Jesús mantuvo la herencia del Antiguo Testamento (Mateo 5:45).
Dios creó y crea. Dios está radicalmente involucrado con la totalidad de la naturaleza, y esto tiene relación directa con su compromiso hacia nosotros.
Al mismo tiempo, los autores bíblicos nunca se han dejado atrapar por el panteísmo, la creencia de que todo lo que existe es Dios. Si bien está íntimamente ligado al universo, Dios es mucho más que la suma total de lo que existe. Esta verdad se manifiesta o está implícita a través de todo el Antiguo Testamento y afirmada con sublime inspiración en los capítulos 38 al 42 del libro de Job.
Resumiendo lo dicho hasta ahora, una de las más distintivas afirmaciones del Antiguo Testamento es que Dios está obrando siempre, en y a través de la tierra y del universo; y que todo le pertenece. Porque “del Señor es la tierra y su plenitud” (Salmo 24:1; véase 1 Corintios 10:26).
Con estos antecedentes, los autores del Antiguo Testamento nos llevan a su énfasis principal: la obra del Espíritu de Dios en los seres humanos. La enseñanza de Dios como Señor del universo provee la atmósfera en la cual la actividad del Espíritu puede manifestarse a plenitud en la historia humana. El mismo Dios que creó el universo y todas las criaturas ha tomado la iniciativa de realizar su gran propósito en y por medio de los seres humanos.
El Dios del universo -Creador y Sustentador- está siempre tomando la iniciativa a favor nuestro. La revelación del tema de un Dios que se da a sí mismo en amor comienza en el Antiguo Testamento, donde leemos acerca del Espíritu de Dios obrando entre los seres humanos.
La preocupación principal del Espíritu de Dios era hacer rectos a los seres humanos. De tanto en tanto el Espíritu de Dios aparecía en forma repentina e inesperada en los profetas y entre la gente. Pero el Espíritu no se revelaba como una fuerza sin control sino como un poder impulsado por una fuerza moral.
¡Ay de los hijos que se apartan, dice el Señor, para tomar consejo, y no de mí; para cobijarse con cubierta, y no de mi espíritu, añadiendo pecado a pecado! (Isaías 30:1).
Más adelante en el libro, el profeta Isaías dice:
“El Espíritu de Dios el Señor está sobre mí, porque me ungió el Señor; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos” (61:1).
El profeta Miqueas expresó la misma preocupación moral (3:8), y asimismo los salmistas (51:10-11; 143:10).
Zacarías hace al resumen del tema con las conocidas palabras: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho el Señor de los ejércitos” (4:6).
Junto con la revelación de la preocupación de Dios por traer la rectitud al corazón de la gente de Israel, se produjeron manifestaciones especiales del Espíritu. Por ejemplo, el Espíritu de Dios brindó a la gente habilidades especiales, incluyendo la habilidad artística (Éxodo 31:3-5; ver también 35:31-35).
Otra vez el Espíritu dio capacidad de liderazgo a individuos escogidos. El Espíritu estaba en Moisés y se manifestó a través de él a los setenta ancianos que le ayudaron a “llevar la carga del pueblo” (Números 11:17). Josué iba a sustituir a Moisés, porque el Espíritu estaba en él (27:18). El Espíritu también se manifestó en Otoniel para ayudarle a ser un buen juez de Israel (Jueces 3:10). El Espíritu de Dios estaba obrando también en Gedeón (6:34) y en Jefté (11:29). Aun la fuerza del gigante Sansón le vino del Espíritu de Dios (14:6).
Cuando Saúl fue elegido para ser el primer rey de Israel, Samuel le dijo: “Entonces, el Espíritu del Señor vendrá sobre ti con poder y profetizarás, y serás mudado en otro hombre” (1 Samuel 10:6; 11:6). También, “el Espíritu del Señor vino sobre David”, quien heredó el trono de Saúl (16:13; 23:1-2). En efecto, los únicos dirigentes capaces que había en Israel eran aquellos que estaban bajo la influencia del Espíritu.
El Espíritu de Dios inspiró a los profetas. Considérese el caso de Ezequiel. Los éxtasis que experimentó este profeta fueron atribuidos al Espíritu. El Espíritu comisionó a Ezequiel para que fuera al pueblo de Israel y les dijera que habían pecado y se hablan alejado de Dios (2:2-3). Ezequiel dijo: “Y vino sobre mí el Espíritu del Señor...” (11:5). Repetidamente Ezequiel habla del Espíritu que lo levanta (3:12, 14; 8:3; 11:1,24; 43:5). Bajo la influencia del Espíritu, Ezequiel llevó la promesa del Señor al pueblo (Ezequiel 36:26-27).
El Espíritu de Dios también estaba en el pueblo de Israel. El Señor había hecho un pacto con el pueblo diciendo: “Y este será mi pacto con ellos, dijo el Señor: el Espíritu mío que está sobre ti, y mis palabras que puse en tu boca, no faltarán de tu boca, ni de la boca de tus hijos, ni de la boca de los hijos de tus hijos, dijo el Señor, desde ahora y para siempre” (Isaías 59:21; ver asimismo Nehemías 9:20 y Hageo 2:5). Esta creencia de que Dios habla elegido al pueblo de Israel para cumplir una misión especial en el mundo ha sido un factor primordial en el pensamiento de Israel desde el Éxodo.
Dios había prometido enviar al pueblo un líder de la descendencia de David, dotado del Espíritu (Isaías 11:1-2). Esta promesa era para todo él pueblo de Israel y para todo el mundo (Isaías 42:1,4).
En Isaías 63:7-9, también encontramos la visión del Espíritu de Dios obrando en la turbulenta historia de Israel.
“De las misericordias del Señor haré memoria, de las alabanzas del Señor, conforme a todo lo que el Señor nos ha dado, y de la grandeza de sus beneficios hacia la casa de Israel...Porque dijo: Ciertamente mi pueblo son...En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su fe los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió, y los trajo y los levantó todos los días de la antigüedad.”
Si bien el pueblo “fue rebelde e hicieron enojar su santo espíritu” (63:10-13), Dios recordó el pasado, y se reveló otra vez como el Padre y el Redentor de Israel.
En Isaías 63:10-11, encontramos dos de los tres lugares en el Antiguo Testamento donde las palabras Espíritu Santo se mencionan juntas. La otra referencia está en el Salmo 51:11.
En el Antiguo Testamento, lo más importante es la promesa de que el Espíritu sería derramado sobre el pueblo. El Espíritu de Dios inspiró a los autores para que buscaran al Mesías (ver Isaías 11:1-2). El Espíritu de Dios hará revivir los huesos de los muertos -refiriéndose a la cautividad de Israel en Babilonia (Ezequiel 37:14). Así que el Señor le dijo a Ezequiel: “Y pondré mi espíritu en vosotros y viviréis” (37:14). El Espíritu será derramado sobre la casa de Israel (39:29).
El profeta Joel dio suprema importancia a esta promesa en el Antiguo Testamento. Él tuvo la visión de que el Espíritu sería derramado sobre toda la gente y profetizó diciendo:
“Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones.” (2:28).
Y Joel agregó: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo” (2:32). Joel preparó el camino para que los cristianos comprendieran que toda persona que abriera su vida a Dios sería llena del Espíritu.
El punto principal para recordar en relación con la enseñanza sobre el Espíritu Santo en el Antiguo Testamento, es que el Espíritu de Dios tomó la iniciativa en cuanto a comprometerse de manera permanente con la naturaleza y la vida de las personas. Dios no es una deidad alejada e indiferente que existe en la serena atmósfera de los despreocupados.
El Dios del Antiguo Testamento no sólo creó el universo y los seres humanos, sino que también se preocupa por todas las criaturas. Ciertamente, tanto en lo que respecta a la naturaleza como a los seres humanos, Dios se siente afectado por el mal uso de la naturaleza y por la vida mal vivida. Dios realmente sufre por el mal uso de los recursos naturales y por nuestros pecados. Dios sufre y está muy disgustado por nuestra rebeldía. La idea de que Dios no tiene sentimientos y que no experimenta ira o compasión es contraria a las enseñanzas del Antiguo Testamento.
Dios actuó por medio de los profetas y de otras personas para mostramos que él nunca abandonará a la humanidad. Dios ha revelado su determinación de utilizar la historia humana como una base de operaciones Dios es el Espíritu activo, dinámico, generador de energía, que se dirige hacia el Reino. Dios llama al pueblo de Israel para que se acerquen a él.
Basándonos en la revelación que brinda el Antiguo Testamento, estamos seguros de que Dios se preocupa por nosotros. Más aún, Dios nos exige, nos desafía y está ansioso por tomar la iniciativa para ayudamos en nuestra vida diaria. Y nos brinda grandes promesas que nos posibilitan el enfrentar el porvenir con confianza.
A Dios le interesa el universo y todas sus criaturas. Se nos dice que después de cada etapa de su actividad creadora, Dios vio que lo que habla hecho era bueno (Génesis 1:4,10,12,18,21,25,31). Las criaturas que habla hecho -y toda la creación- le proporcionaron gran placer y satisfacción.
¿Cómo se relaciona todo esto con nuestra renovación espiritual? Ante todo debemos afirmar que esta perspectiva sobre la preocupación de Dios por nosotros, ha efectuado una profunda contribución a la literatura devocional de Israel. Podemos comprobar por qué estaban prohibidas en Israel las estatuas que representen a Dios. ¿Cómo puede crearse una estatua que represente al Dios viviente?
Los salmistas, más que nadie, nos han enseñado cómo cantar alabanzas y dar gracias a Dios. Ellos sabían que Dios se regocija con la fidelidad de la humanidad (ver Salmos 19-34; 100, 103, y otros).
Los salmistas también sabían que Dios se siente herido profundamente cuando la gente obra mal y le desobedece (ver por ejemplo los Salmos 1:4-6; 2:11; 5:4-6; 9:5-6; 37:10-20; 53:2-4). Además, sabían que Dios responde a las necesidades inmediatas y a las oraciones de la gente. (Salmos 37:5; 55:22; 91:1-11 y otros).
Esa comprensión del Espíritu de Dios en el Antiguo Testamento nos impulsa a agradar, obedecer y glorificar a Dios, pues nuestro sentimiento de gozo y plenitud nos viene de su amor y de su poder. En el propósito de Dios para con nosotros encontramos el verdadero sentido de nuestras vidas.
Por lo tanto, el Antiguo Testamento brindó el fundamento sobre el cual, posteriormente, se edificó la comprensión del Espíritu. Y en una forma maravillosa nos enseña hoy a relacionarnos íntimamente con nuestro Creador y Sustentador. Cada uno de nosotros tiene dentro de sí un misterioso anhelo por conocer y amar a Aquél que nos hizo. Anhelamos y oramos por esto. Y la visión de Dios que nos ha sido dada mediante los inspirados autores del Antiguo Testamento nos capacita para percibir la gloria y la presencia de Dios.
En el Antiguo Testamento tomamos conciencia de cómo Dios se encuentra con nosotros en aquel punto donde se manifiesta nuestra necesidad más profunda, en lo íntimo de nuestra soledad y desesperanza, en los momentos de dolor, de angustia y de tragedia, para los cuales no tenemos palabras adecuadas.
“De lo profundo, oh Señor, a ti clamo. Señor, oye mi voz; estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica.” (Salmo 130:1-2).
Finalmente, el Antiguo Testamento nos enseña que, a veces, Dios actúa bendiciéndonos en formas inesperadas. El Espíritu de Dios actúa a través del orden natural, pero no está limitado a la esfera de las leyes naturales. Estas leyes han sido establecidas por Dios y son inquebrantables. Más allá de ello, Dios se manifiesta en nuestras vidas con bendiciones sorprendentes, que surgen de sus vastas fuentes sobrenaturales.
Hemos visto que el Antiguo Testamento nos enseña que el Espíritu de Dios se ocupa continuamente de nosotros. Esta enseñanza es importante para una religión que se experimenta en forma vital. Además, prepara el camino para una posterior comprensión del Espíritu Santo en espera de la llegada de Jesucristo.
Los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) están fundamentalmente preocupados con Jesús y no con el Espíritu Santo. Sin embargo, el Espíritu Santo aparece actuando en forma dinámica en el nacimiento de Jesús. En los evangelios comenzamos a ver la relación entre el Espíritu y Jesús.
De acuerdo a Mateo y Lucas, el Espíritu Santo actuó en la concepción de Jesús (Mateo 1:18-20; Lucas 1:35). El Espíritu tomó la iniciativa para inaugurar la nueva era del reino de Dios por medio de Jesucristo.
El Espíritu Santo llenó a Zacarías, el padre de Juan el Bautista, permitiendo que él profetizara sobre Juan, diciendo: “Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos” (Lucas 1:76).
De manera similar, cuando Elizabeth, que estaba encinta, vio a Maria, fue llena del Espíritu Santo y exclamó a gran voz: “Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre” (Lucas 1:42).
El Espíritu Santo también se posó sobre Simeón, un hombre justo y piadoso de Jerusalén, y le reveló que no moriría hasta que hubiera visto al Cristo. Movido por el Espíritu, Simeón entró en el templo y allí vio a José y María con el niño Jesús. Entonces él lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios, diciendo: “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación” (Lucas 2:29-30). Por consiguiente, desde el principio, los escritores nos relatan que el Espíritu Santo estaba obrando en relación con la venida de Jesús al mundo.
El Espíritu Santo también actuó en forma especial en la vida de Jesús. En el bautismo de Jesús, el Espíritu descendió sobre Él como paloma (Mateo 3:16; Marcos 1:10). En ese momento, una voz del cielo dijo: “Tú eres mi hijo amado, en ti tengo complacencia” (Marcos 1:11).
Es interesante observar la diferencia en la actuación del Espíritu en relación con Juan el Bautista y con Jesús. En el caso de Juan, el Espíritu Santo llevó adelante la tarea preparatoria de los profetas del Antiguo Testamento. Juan era el último en la línea de aquéllos dirigidos por el Espíritu para preparar el camino del Mesías. De ahí que no fuera casual que Lucas hiciera referencia a las palabras de Isaías en relación con la misión de Juan: “Voz del que dama en el desierto; preparad el camino del Señor” (3:4).
Juan mismo sabía que esta era su misión. Cuando la gente le preguntó si era el Cristo, él respondió: “Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Lucas 3:16).
Mateo, Marcos y Lucas destacaron en sus escritos, que la obra del Espíritu Santo no podía separarse de la misión de Jesucristo como Salvador del mundo.
El Espíritu estaba presente en Jesús cuando fue tentado en el desierto (Marcos 1:12-13; ver también Mateo 4:1; Lucas 4:1). Las tentaciones de Jesús fueron reales. Él fue tentado como nosotros (Hebreos 4:15) y aún más. Y salió victorioso. John Milton dijo, en su obra El Paraíso Recobrado, que, si nuestro Señor no hubiera triunfado durante esos cuarenta días pasados en el desierto, no hubiera habido Getsemaní, ni Calvario, ni Resurrección.
Jesús retornó “en el poder del Espíritu” a Galilea. La gente estaba muy conmovida y era bendecida por su obra entre ellos (Lucas 4:14-15). Jesús “se regocijó en el Espíritu Santo” cuando los setenta regresaron de su misión evangelística (Lucas 10:21). Evidentemente, los primeros cristianos estaban de acuerdo con Pedro, quien le dijo a Cornelio: “Vosotros sabéis... cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:36-38).
Jesús estaba consciente de la presencia del Espíritu en él y en su ministerio por los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos (Lucas 4:18-21). Así el Espíritu Santo se movió por medio suyo con una compasiva preocupación por la justicia y la liberación de los necesitados.
Desde los tiempos antiguos, el evangelio de Juan ha sido llamado el evangelio espiritual. Todos los evangelios son espirituales, pero en el cuarto evangelio se encuentran ciertos énfasis sobre Jesús, llamándolo Palabra de Dios, Pan de vida, Luz del mundo, Buen Pastor, el Camino, la Verdad, y la Vida, y Aquél a través del cual vendría el Espíritu Santo. Un cuidadoso estudio de este evangelio revela un gran interés en el Jesús histórico (ver 20:30-31; 21:24-25).
Algunos de los incidentes que constan en Juan no se encuentran en ninguno de los otros tres evangelios, a saber: Jesús y Nicodemo (3:1-15); Jesús y la mujer samaritana (4:1-26); Jesús y la mujer sorprendida en adulterio (8:3-11).
Además, una preocupación importante del autor era la de ayudarnos a comprender a Jesús como el enviado de Dios para ser la Palabra dadora de vida, el Salvador del mundo y el iniciador de una nueva era de la gracia de Dios por medio del poder del Espíritu Santo.
En el evangelio de Juan, aun cuando el Espíritu Santo no se menciona de manera explícita, diversos incidentes y afirmaciones preparatorias abren la puerta a la nueva era prometida del Espíritu. En los mismos versículos iniciales, la totalidad del ámbito de lo sobrenatural es destacado como base de todo lo que ha de seguir. (1:1-5)
En el cuarto evangelio encontramos una declaración extraordinaria de Juan el Bautista referente a Jesús como el Cristo. Cuando Juan bautizó a Jesús, dijo: ”Vi al espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él” (Juan 1:32). Porque Dios le había dicho a Juan el Bautista: “Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece en él, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo” (vers. 33). De manera que a Juan el Bautista le fue dado el ver y proclamar que Jesús es el Hijo de Dios (vers. 34).
Otra de las escenas preparatorias que se encuentran en este evangelio es la de Jesús y Nicodemo (3:1-15). Aquí se entiende la energía del Espíritu como obrando prodigiosamente. Ese poder es como el viento que viene y se va sin que veamos dónde se origina y dónde termina. En lo que Jesús dijo, se aprecia el misterioso poder sobrenatural mediante el cual un alma es nacida del Espíritu. “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (vers. 6). Jesús también se refirió al don inconmensurable del Espíritu (vers. 34).
El Maestro estaba hablando de la misma fuente de poder cuando le dijo a la mujer samaritana: “...mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para la vida eterna” (4:14).
Estrechamente relacionado con lo anterior fue lo que dijo Jesús a aquellos que vienen a él en busca de agua espiritual: “...de su interior correrán ríos de agua viva” (7:38).
Las enseñanzas de Jesús sobre el Espíritu Santo se encuentran en los capítulos 14 al 16. En el capítulo 14, se les dice a los discípulos que Dios enviará otro Consolador (vers. 16), “el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (vers. 17). Pero la promesa requiere obediencia a los mandamientos del Señor. Entonces Jesús siguió diciendo: “Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (14:25-26).
En Juan 15, Jesús se refiere a sí mismo como “la vid verdadera”. Sus seguidores son los pámpanos que no pueden vivir y llevar fruto si no permanecen en él. “Porque”, les dice, “separados de mi nada podéis hacen” (vers. 5). La preocupación mayor del Maestro es que sus seguidores obedezcan sus mandamientos, que “lleven mucho fruto” en el Reino y experimenten el gozo de estar en el Señor (vers. 7-11). De esta manera, los seguidores de Jesús recibirán el Espíritu Santo, obedecerán sus mandamientos de amor y, a pesar de la persecución, darán testimonio de Jesús como el Salvador del mundo (15:12-27).
La enseñanza de Jesús sobre el Espíritu Santo según Juan 16, es más explícita aún que en los dos capítulos anteriores. Jesús identificó categóricamente la relación existente entre la misión del Espíritu Santo y la suya. En los versículos 7 al 15, encontramos lo que quizá sea el pasaje más importante sobre el Espíritu Santo en los evangelios. Jesús queda preparar a sus discípulos para el fin de su misión en la tierra. ¿Qué harían? ¿Cómo continuarían?
Este pasaje contiene por lo menos cinco pensamientos importantes. Primero, la venida del Espíritu Santo con todo su poder tenía que esperar hasta que Jesús hubiera cumplido su misión terrenal. “Porque si no me fuese”, dijo Jesús, “el Consolador no vendrá a vosotros”. Este requisito se sugiere antes en el evangelio de Juan: “Esto dijo del Espíritu que hablan de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no habla sido aún glorificado” (7:39).
En segundo lugar, Jesús dejó claro que él sería el que enviaría el Espíritu Santo por medio del Padre. En esencia, esto es lo mismo que orar pidiendo al Padre que envíe su Espíritu (14:16). El Espíritu Santo tendría que convencer al mundo de su pecado, proclamar la rectitud, y lograr que la gente tomara conciencia del juicio de Dios. De aquí se desprende que, así como Jesús hizo estas cosas durante su ministerio terrenal, el Espíritu Santo continuaría haciéndolas para proclamar a Cristo ante el mundo.
En tercer término, este pasaje (16:7-15) afirma de manera clara, que la misión única del Espíritu Santo es ensalzar a Jesucristo. “Él me glorificará; porque tomará de lo mío y os lo hará saber”. Esto debería unirse con las palabras “él os guiará a toda la verdad”. Cuando el Espíritu Santo se expresa como “el Espíritu de verdad”, no está refiriéndose a la verdad filosófica, científica o histórica. El Espíritu Santo no surge de una enciclopedia o de un curso de ciencia, ni tampoco de un ejercido de reflexión intelectual. El Espíritu Santo guía a la gente hacia toda la verdad que necesitan para su salvación en Jesucristo. El Espíritu Santo glorifica a Jesucristo. Y la misma afirmación de que “os hará saber las cosas que han de venir” parece referirse, entre otras cosas, a la victoria final de la justicia bajo el señorío de Jesucristo.
En cuarto lugar, la obra del Espíritu Santo no proclama al Espíritu Santo. El Espíritu trae el mensaje de Jesús. Jesús dijo: el Espíritu Santo «tomará de lo mío y os lo hará saber» (vers. 14). La gran preocupación del Espíritu Santo es la nueva era del reino de Dios en y mediante Jesucristo.
Y quinto, el Espíritu Santo enaltece a Jesucristo en su ministerio de enseñanza: comunicando quién era Jesús; cuál era su mensaje; y qué significa su vida, su muerte y su resurrección para la iniciación de la nueva era de Dios.
Aquí las directrices están claras. El mismo Jesús hizo que fuera imposible para siempre el separar la misión del Espíritu Santo de su gran obra como Señor y Salvador.
El Señor resucitado prometió a sus discípulos que serían investidos con “el poder de lo alto” (Lucas 24:49), de manera que sus mentes pudieran captar que Jesús era Aquél del cual hablan escrito “en la ley de Moisés, en los profetas yen los salmos” (vers. 44). Además, tendrían que quedarse en Jerusalén hasta que fueran investidos del poder de lo alto, a fin de que se transformaran en testigos eficientes de la gran salvación ofrecida en Jesucristo (vers. 49). Los que predican y enseñan acerca de Cristo sufrirán y serán probados duramente. No podrán hacer su obra sin “el poder de lo alto” prometido por el Señor resucitado.
La promesa hecha por Jesús también aparece en el libro de los Hechos. El les dijo a sus discípulos que deberían “esperar la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí”. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo, dentro de no muchos días» (1:4-5). Luego continuó diciendo “... pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra” (vers. 8).
Como hemos visto, la finalidad del Espíritu Santo es la de llevar adelante la misión de Jesucristo y su remo. Con ese fin, el Espíritu nos hace tomar conciencia de nuestro pecado, nos ayuda a arrepentirnos, a depositar nuestra confianza en el Salvador, nos induce a orar intensamente por el Reino, y nos da poder para la misión y para un servicio efectivo.
De una manera manifiesta, esta misión está relacionada con nuestra vida espiritual, con una vida de oración, una vida provechosa y de servicio. Considere dos pensamientos que apoyan esta afirmación.
Primero, es maravilloso que en los cuatro evangelios Dios ha revelado la misteriosa relación existente entre Jesucristo y el Espíritu Santo. Piense en lo que pasa en nuestra vida espiritual cuando dejamos que otras cosas desalojen a Jesucristo. Conozco algunas personas que hablan tanto del Espíritu Santo, del «bautismo del Espíritu», de que están «llenas del Espíritu», que nos hacen reflexionar sobre cuándo habrán pensado en Jesús por última vez. Experimentan presentimientos que, según ellos, vienen del Espíritu. Mantienen expectativas como recibidas del Espíritu. Pueden escuchar voces, ver visiones, o sentir impulsos que les hacen creer que ellos, y no otros, tienen un acceso privado a Dios. Y no pueden recordar cuándo fue que se acordaron de Jesucristo o leyeron los cuatro evangelios, o aun el Sermón del Monte.
Permitidme ser bien claro aquí. El Espíritu Santo podrá ser el instrumento de visiones auténticas, de expectativas significativas, de experiencias de la dirección divina, y de sanidad del cuerpo y de la mente; pero debemos comprender que todo ello viene a nosotros por medio de la presencia y el poder del Cristo viviente.
La clave para el poder y la vida espiritual está en comenzar por meditar en Jesucristo, en lo que él dijo e hizo, y en su presencia permanente que nos acompaña dondequiera que estemos. El Espíritu Santo nos ayuda a hacer esto en la medida en que leemos los cuatro evangelios, y misteriosamente comenzamos a sentir la presencia viva de Cristo y el surgimiento “del poder de lo alto”.
Segundo, a la luz de esto vemos por qué, en la formación espiritual de la gente de la iglesia, estamos siempre retornando a Jesucristo, el Señor crucificado y resucitado. Cristo es el centro de nuestra adoración y “el autor y consumador de la fe” (Hebreos 12:2).
Después de los cuatro Evangelios, las otras dos fuentes de importancia sobre el tema del Espíritu son:
(1) La experiencia de Pentecostés y, posteriormente.
(2) Los inspirados comentarios del apóstol Pablo.
Las referencias acerca de Pentecostés las encontramos esencialmente en el libro de los Hechos. Las referencias principales sobre el testimonio y las enseñanzas de Pablo se encuentran en pasajes específicos del libro de los Hechos y en la epístola a los Romanos, capitulo 8; 1 Corintios, capítulos 12-14, así como en referencias en sus otras epístolas. Nos volvemos a ellas ahora comenzando con Pentecostés.
La mayoría de las personas que leen sobre el primer Pentecostés cristiano, generalmente comienzan con los cuatro primeros versículos de Hechos 2. Si bien esos versículos son importantes, es necesario recurrir a todo el capítulo a fin de comprender la profundidad de lo que se ha llamado un momento eternal en el destino de la humanidad. Comenzaremos con Hechos 2:1-4 y luego seguiremos con otros versículos del capítulo.
En el primer momento nos vemos sacudidos por acontecimientos inesperados. “Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (vers. 24).
¿Fue esto todo lo que ocurrió? ¿Era el acontecimiento mismo la dimensión más profunda de la experiencia de esos primeros cristianos en Pentecostés? La respuesta a ambas preguntas es negativa. Sin lugar a dudas, estas señales exteriores fueron importantes. Sirvieron como signos confirmadores de la extraordinaria presencia del poder del Espíritu Santo. Ese momento particular de la historia marcó el comienzo de la comunidad de fe que de ahí en adelante llevada el nombre de Jesucristo.
A medida que seguimos leyendo en Hechos, y notamos lo que dijo Pedro, comenzamos a captar el significado más profundo de Pentecostés.
¿Quién era este Pedro? Recordemos que, a pesar de que le dijo a Jesús, “Tú eres el Cristo”, -el Hijo del Dios viviente, (Mateo 16:16), no comprendió ni creía profundamente lo que estaba diciendo. Jesús le respondió: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (vers. 17). ¿Cómo sabemos que ni entendía ni creía? Lo sabemos porque, al ser apresado Jesús, Pedro niega, en presencia de una criada, tener nada que ver con él (Mateo 26:59-75). En otras palabras, que mientras Jesús, arrestado, soportaba burlas y torturas, Pedro le negó tres veces.
Pero ahora observemos al mismo hombre, luego de haber recibido el Espíritu Santo en Pentecostés. Se habla reunido una gran multitud, posiblemente en el área del templo. Aquellos que habían recibido el Espíritu Santo con Pedro estaban a su lado. Y él se levantó para hablar. El magnífico marco formado por el templo, con sus hermosas columnas, debe haber brindado un escenario impresionante para lo que Pedro tenla que decir. En este lugar se había tramado la crucifixión de Jesús, y no lejos de allí estaba el lugar en que Pedro habla temblado y negado cobardemente a su Señor.
Ahora Pedro elevó su voz y se dirigió a la multitud. ¿Qué fue lo que dijo? Afirmó que lo que el profeta Joel habla pronosticado sobre la venida del Espíritu, se había tornado realidad (Hechos 2:17-21). Continuó hablando de la vida, la muerte y la resurrección de Jesús (vers. 22-24). Unió todo ello con lo que David había dicho (vers. 25-31). Luego habló de los apóstoles de Jesús, presentándolos corno testigos del Señor resucitado y del hecho de que, por medio de este Señor exaltado, el Espíritu habla sido derramado sobre sus seguidores (vers. 32-33). Pedro dio este extraordinario testimonio: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha hecho Señor y Cristo” (vers. 36).
Cuando la gente preguntó: “Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro le respondió: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo, para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (vers. 38). Debemos notar que él no les dijo que sedan empujados por un poderoso viento o que «lenguas de fuego» se posarían sobre ellos, ni les prometió que hablarían “en otras lenguas”. Él sencillamente les manifestó que por medio del arrepentimiento, el bautismo y la fe en Jesucristo, recibirían el don del Espíritu Santo. No hizo mención específica de otros signos externos. Lo cual no significa que no los considerara importantes, sino que estaba destacando el sentido principal de lo que había ocurrido.
Una cosa es segura: Pedro estaba hablando a una multitud, la mayor parte de la cual ya conocía algo de Jesús, por las enseñanzas y acciones extraordinarias realizadas entre ellos. Algunos lo habían oído predicar; otros hablan estado en la turba que había optado por Barrabás y gritado a Pilato: “¡Fuera con éste! ¡Crucifícale!” (Lucas 23:18,21). Este grupo de cristianos experimentó la presencia y el poder de Dios mediante su Señor crucificado y resucitado; pero esta experiencia se convirtió en realidad en sus corazones por medio del poder del Espíritu Santo. El Espíritu Santo primero iluminó sus mentes de manera que pudieran captar en forma clara la verdad revelada de que Jesucristo era el Salvador del mundo designado por Dios y el iniciador de la nueva era del reino. El Espíritu de verdad había iluminado sus mentes para que pudieran comprender la única realidad indispensable. Después de eso, las amenazas de prisión, de tortura o de persecución no podrían detener a Pedro y a los otros. Su compromiso estaba sellado; estaban llenos del Espíritu Santo.
Examinemos el panorama completo. En Hechos 2:1 leemos: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos”. ¿Quiénes eran “todos”? Esto es importante pues el Espíritu Santo no actuó en forma indiscriminada. Eran personas que habían estado con Jesús y compartían una memoria sagrada de lo que él había dicho y hecho.
El Espíritu Santo estimuló de tal manera su memoria y el recuerdo en común de los dichos y obras de Jesús, que estaban preparados para recibir en sus corazones al Señor resucitado. Él era la suprema realidad en medio de ellos. El mundo pasó a un segundo plano y Jesús fue ensalzado.
Agreguemos a esto una vívida conciencia de la resurrección de Jesús. Ellos eran los que compartían el recuerdo de cómo Jesús había sufrido y muerto pocos días antes. También eran los que habían visto la tumba vacía y los que habían visto al Señor resucitado. Cristo estaba vivo. ¡Resucitado! Ellos lo habían visto y oído. Estas claves nos llevan a la conclusión de que solo ese grupo de personas estaba preparado para recibir el poder del Espíritu Santo en ese momento imperecedero en el destino de la humanidad.
La gente en ese primer Pentecostés cristiano también compartió una comprensión común en cuanto a quién era Jesús a la luz del Antiguo Testamento. Esta gente, al igual que Pablo, interpretaron a Jesús como el Mesías prometido. Ellos comprendieron que Jesús no había venido al mundo como un bólido que aparece repentinamente en el firmamento. Su venida había sido precedida por largos siglos de preparación histórica. Dios, en su infinito amor y sabiduría había actuado en ese tiempo para señalar el comienzo de la nueva era del reino de Dios. Aunque no estaba en ese grupo, Pablo captó también esa visión más adelante, cuando dijo: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo” (Gálatas 4:4).
Necesitamos poner nuestra atención en un factor más. Aquéllos que compartieron la experiencia de la venida del Espíritu Santo, habían escuchado personalmente la promesa de Jesús de que se les enviada. Esto en significativo, no meramente porque Jesús había hecho la promesa antes de su crucifixión, sino porque el Señor resucitado la había reiterado. Habían oído su gran comisión de que fueran testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra (Hechos 1:8). Pero no debían ir hasta que hubieran recibido “el poder de lo alto”. Por consiguiente, la atmósfera estaba cargada de expectativa. Todos fueron llenos del Espíritu Santo.
Cuando nos acercamos a lo que Pablo dijo del Espíritu Santo, no nos basta con un sólo pasaje. Necesitamos estudiar diversos pasajes en sus epístolas, así como ciertos énfasis en sus enseñanzas y en su vida de líder cristiano. Sobre todo, necesitamos recordar que el acontecimiento más importante de su vida como cristiano fue su encuentro con el Señor resucitado en el camino a Damasco.
Pablo tenía un genio especial para ir sin rodeos al tema que le interesaba. Al escribir a los cristianos de Corinto les dijo: “...y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Corintios 12:3). La expresión Jesús es Señor constituyó una de las primeras confesiones de fe. Pablo estaba recordándoles a los cristianos de Corinto que nadie puede, en verdad, pronunciar esas palabras sin la ayuda del Espíritu Santo.
Hubo momentos en que Pablo estuvo muy cerca de identificar al Espíritu Santo con el Espíritu del Cristo resucitado. Él dijo: “Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloría en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:17-18).
Previamente en este libro, vimos que Jesús había demostrado que es imposible separar la obra del Espíritu Santo de su propia misión como Salvador del mundo e iniciador de la nueva era del reino de Dios. En este capÍtulo vemos que al comprender el significado profundo de Pentecostés, el poder del Espíritu Santo no puede separarse de la gracia de Dios en Jesucristo. Pablo también enseñó que no podemos separar la obra del Espíritu Santo de la realizada por Jesús como Señor y Redentor. A fin de resolver la división que experimentaban los corintios, Pablo compartió con ellos algunos aspectos prácticos de la obra del Espíritu Santo en relación con la tarea de llevar adelante la misión única de Jesús en el mundo.
Pablo escribió más sobre su propia experiencia como cristiano y su interpretación del cristianismo, que ningún otro escritor del Nuevo Testamento. Además de las afirmaciones explicitas ya mencionadas, aparecen con frecuencia ideas sobre el Espíritu Santo implícitas en sus palabras. Sus profundas convicciones sobre el Espíritu se reflejan en su testimonio sobre lo que Cristo significa para él. Por ejemplo, él dijo: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, ya éste crucificado” (1 Corintios 2:2). En otra ocasión dijo: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21).
Pablo fue un ejemplo extraordinario de cómo actúa un líder cristiano cuando está lleno del Espíritu Santo. Su vida nos instruye tanto como sus enseñanzas. Él nos demuestra cómo obra el Espíritu en un ser humano que ha recibido dones, cuando está totalmente dedicado a Jesucristo. En Pablo vemos lo que ocurre cuando el Espíritu Santo recrea a una persona para que lleve adelante la obra del Señor en el mundo. Su ministerio fue uno de liderazgo creativo unido a un espíritu de humildad, de amor y de reconciliación. Él ilustra el hecho de que cuando el Espíritu Santo verdaderamente obra en un cristiano, él o ella se liberan de divisiones, de amargura y de incapacidad para perdonar.
Un magnífico tema que reúne todo lo que Pablo dijo sobre el Espíritu Santo es a la vez expresión de lo que Jesús enseñó y que fue confirmado en Pentecostés. Ese poderoso tema es la centralidad de Jesucristo como Salvador del mundo. Para Pablo, este tema era íntimamente personal. Jesucristo era la realidad fundamental de su existencia como cristiano.
El número de referencias que Pablo hace sobre Jesucristo como Redentor y Señor abruma al lector de sus epístolas. Para Pablo, todo depende de la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Algunos piensan que sus experiencias cristianas personales son el fundamento mismo de su fe. Pero este no era el caso de Pablo. Él conocía en lo profundo de su alma la presencia del Cristo vivo pero sólo proclamaba la autoridad y el carácter definitivo de la crucifixión y resurrección de Jesucristo. Esta realidad confirmada por la experiencia, se destaca por sí misma en la providencia trascendental de Dios. Pablo nunca permitió que su propia experiencia cristiana echara sombra sobre el Señor resucitado a quien se la debía.
Para Pablo, el evangelio era la buena nueva de Jesucristo. (1 Corintios 15:10) Pablo habla en el pasaje acerca de la resurrección de Jesús y de sus apariciones ante diferentes personas, incluyéndose él mismo (vers. 4-8) Aunque indigno porque había perseguido a la iglesia, Pablo debía lo que era a la gracia de Dios (vers. 9-10).
Pablo creía profundamente en la afirmación de que la nueva era de la salvación por la gracia vino al mundo mediante Jesucristo. Él la había experimentado y lo proclamaba como un don de Dios para todos aquellos que se arrepintieran y tuvieran fe. En uno de sus más conocidos pasajes, él dice: “Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús ... porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”. (Romanos 8:1-2).
Luego Pablo volvió a escribirle a los cristianos en Roma: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Dios, no es de él” (8:9). Pablo interpretó el Antiguo Testamento bajo la inspiración del Espíritu Santo. Por consiguiente, él consideró al Antiguo Testamento como una preparación para la venida de Jesucristo, el Mesías prometido. Pablo sabía que Dios se había revelado en el Antiguo Testamento de maneras maravillosas. Pero cuando se trataba de la proclamación del evangelio, Pablo veía la gloria del Antiguo Testamento fundamentalmente en relación con Jesucristo. Por lo tanto, cuando se trasladaba de un lado a otro en su obra misionera, presentaba a Jesús como el Cristo, utilizando el Antiguo Testamento como el medio principal para convencer a la gente. El enseñaba, sobre la base de la Escritura, que Jesucristo era el Mesías prometido y el Salvador del mundo.
Pablo enfatizó que los cristianos estaban unidos entre sí como miembros del cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:12-31). El Espíritu inspiró a Pablo a trabajar con entusiasmo en la creación de congregaciones locales. Así como el Espíritu formo a la iglesia en Pentecostés, igualmente el Espíritu continuaba ocupado en mantener el evangelio vivo por medio de la determinación de Pablo de formar y alimentar iglesias locales dondequiera que fuese. Las epístolas a varias iglesias, tales como las de Corinto, Éfeso, Filipo, Tesalónica, Roma y Galacia, ilustran esta determinación. Como hemos visto, el Espíritu Santo ensalza a Jesucristo al crear unidad entre las personas por medio de su poder.
En 1 Corintios 12 y 14, Pablo se refiere a ciertas manifestaciones o dones del Espíritu y dice: “Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho” (12:7).
Pablo también dijo que, en el trabajo de la iglesia, el Espíritu se mueve a través de individuos diferentes por medio de manifestaciones especiales o dones (vers. 8-10). Cada miembro del cuerpo de Cristo es importante. El Espíritu Santo une a los cristianos en una comunidad de fe viviente, cuyo único fundamento es Jesucristo (1 Corintios 3:11). Todas las manifestaciones “las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (12:11).
Pablo continuó diciendo: “Porque, así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo” (vers. 12).
Pablo enseña que la naturaleza del Espíritu Santo es producir en el cuerpo de Cristo un espíritu de amor, de paciencia, de comprensión y de cooperación (1 Corintios 13). Y la dinámica de la gloriosa experiencia del Espíritu Santo no debe conducir al caos o al desorden en la iglesia local (capitulo 14). Por un lado, Pablo no quiere que la obra del Espíritu Santo sea sofocada; debe haber vitalidad. A su vez, es necesario que el Espíritu temple la vitalidad mediante su propio movimiento hacia el orden. El punto más importante aquí es que la obra del Espíritu debe ensalzar a Jesucristo y llevar adelante la tarea a través de la interacción cooperativa de todos los miembros que llevan Su nombre.
Sobre todo, Pablo quería que los cristianos de Corinto enfatizaran lo que él llamó “los dones mejores” (12:31). Es por ello que dijo: “Seguid el amor; y procurad los dones espirituales” (14:1). En otra parte, Pablo nos dice que el fruto del Espíritu es “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23). El punto básico es que el Espíritu Santo nos brinda un espíritu como el de Cristo. Todas las otras manifestaciones o dones, acentúan ese supremo don del Cristo viviente en nosotros.
A la luz maravillosa de Pentecostés, y en lo que Pablo enseñó, encontramos cuatro aspectos de la mayor importancia para nuestra renovación espiritual.
Primero, encontramos nuestras almas atraídas a Jesucristo. Ya nos hemos referido a esto en el capítulo anterior. Pero ahora esa visión es confirmada y ampliada por Pentecostés, y por la enseñanza de Pablo. Percibimos al Espíritu obrando en nosotros, como en Pentecostés, para acercamos más a Jesucristo. Y cuando reconocemos que Jesucristo es el Señor de nuestras vidas, experimentamos el poder que surge de su presencia al controlar nuestro carácter, regular nuestro lenguaje e inundar nuestras almas con su amor. Por medio del Espíritu sentimos su presencia en el hecho de que ahora nos brinda poder para anular nuestros hábitos destructivos, superar los conflictos y atravesar las tormentas de la vida.
En segundo lugar, somos llevados a la dinámica experiencia de orar en el nombre de Jesús. Esta oración es por aquellos que amamos, elevándolos a Dios con fe de que podrán ser redimidos, y sanados en cuerpo, mente y espíritu. El Espíritu Santo nos impele a orar por los que sufren en la prisión o experimentan diversos tipos de persecución por Jesucristo y su justicia. Este tipo de oración nos une plenamente al cuerpo de Cristo. Impulsa también a congregaciones enteras a experimentar un nuevo y maravilloso espíritu de perdón, de amor y de unidad.
En tercer término, de Pentecostés y Pablo aprendernos que el Espíritu Santo puede manifestarse en forma repentina y de maneras singulares. La totalidad de una iglesia puede ser conmovida por una inesperada manifestación del Espíritu. Por lo tanto, debemos tener un sentido de expectativa; el Espíritu siempre nos bendice y nos brinda la ayuda sobrenatural que necesitamos, por medio de Cristo, a fin de poder seguir adelante en nuestra vida.
Y en cuarto término aprendernos que el Espíritu Santo nos provee la única motivación adecuada para desarrollar la misión mundial de Jesucristo. Esta misión va más allá de la noble preocupación por la paz mundial, por la eliminación de la pobreza, y por la salud del cuerpo y del alma, aunque las incluye a todas. El Espíritu Santo impulsa a los cristianos a dirigir a toda la gente hacia el Creador que los hizo y los reclama. El Espíritu los induce a integrarse en una relación de fe vivificante con Dios mediante Jesucristo. De tal motivación deben surgir los esfuerzos y las obras que respondan a las necesidades desesperantes de los seres humanos en todas partes del mundo.
EL ESPÍRITU SANTO Y LA IGLESIA
Jesús integró a sus discípulos a una comunidad de fe y de oración. Pero hasta el día de Pentecostés carecían de los recursos espirituales necesarios para llevar adelante la tarea. Hablan caminado con Jesús; se hablan sentado a sus pies y aprendido de él; lo hablan contemplado llevando a cabo su ministerio de sanidad, y cuando los envió al mundo, hablan participado en actividades significativas de predicación y curación. Desde lejos presenciaron su crucifixión. Todos ellos, junto con muchos otros, hablan visto al Cristo resucitado y hablan escuchado sus enseñanzas y sus instrucciones. El Cristo resucitado se les apareció durante un período de cuarenta días, durante los cuales enseñó lo concerniente al reino de Dios (Hechos 1:3). Escucharon la orden del Maestro: “Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19). Estaban llenos de expectación debido a la promesa de su Señor resucitado de que recibirían poder cuando el Espíritu Santo viniera sobre ellos (Hechos 1:8).
Luego vino Pentecostés. ¿Qué pasó en Pentecostés, relacionado particularmente con la vida normal de la comunidad de fe y oración, es decir, la iglesia?
Hemos visto que el Espíritu Santo está activo en varias etapas de la experiencia cristiana. En otras palabras, que el Espíritu está presente en forma dinámica en cada ser humano y, de maneras especiales, en el curso de la vida de los cristianos. Además, el Espíritu Santo está presente en la comunidad de fe y oración que lleva el nombre de Jesucristo. La iglesia es el cuerpo de Cristo. ¿Cuál es la contribución que el Espíritu Santo hace a la formación, educación y extensión mundial de la iglesia? Yo sugeriría por lo menos cinco aspectos: (1) el Espíritu Santo une a los cristianos en una comunidad de fe y oración; (2) el Espíritu Santo está presente de manera activa en la iglesia, a fin de preservar la identidad e integridad del evangelio; (3) el Espíritu Santo llama a algunas personas para proclamar el evangelio, enseñar la Palabra y administrar los sacramentos; (4) el Espíritu Santo convoca a todos los cristianos a vivir responsablemente en comunidad, y (5) el Espíritu Santo llama a todos los cristianos a unirse en la gran misión de la evangelización mundial. Consideremos estos puntos en el orden indicado.
El Espíritu Santo une entre sí a los cristianos en las congregaciones locales yen grupos fraternales. El poder y la presencia del Espíritu Santo es el que nos motiva-a orar los unos por los otros, y a fortalecemos mutuamente en la fe y en la práctica de la vida cristiana.
Aun desde los tiempos de la iglesia primitiva ha habido diferencias entre los cristianos. La iglesia es imperfecta porque está formada por seres humanos imperfectos. Sin embargo, estamos unidos unos a otros por medio de Jesucristo nuestro Señor crucificado y resucitado. Por medio del Espíritu Santo compartimos juntos el ministerio de la oración intercesora de unos por los otros, y por toda persona que sepamos esté padeciendo necesidad. Obviamente, esta oración intercesora se expresa en el servicio.
La gente decía de los primeros cristianos que se amaban unos a otros. Mediante ese amor, se convirtieron en respuestas vivas a la oración de Jesús, pidiendo la unidad de todos sus seguidores (Juan 17). Pablo comparó a la iglesia con el cuerpo físico. Él destacó que tenemos diferentes habilidades y manifestaciones del Espíritu, para el bien de todos; pero que todos estamos unidos en Cristo. “Porque, así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también es Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12:12-13).
El Espíritu Santo nos une en una comunidad viva sostenida por la oración y la fe. Cada uno de nosotros necesita un sistema de apoyo. El Espíritu Santo nos provee de ese apoyo mediante la familia de la fe, como también por medio de los grupos de oración, de estudio y de servido dentro de la iglesia. El Espíritu Santo hace que este sistema de apoyo esté disponible en la experiencia del culto público, y en la unidad que surge de la oración y de la adoración.
El Espíritu Santo obra en la iglesia para preservar la integridad del evangelio. El tesoro más precioso de la iglesia es el evangelio de la salvación en Jesucristo. El poder de Dios es la salvación mediante la cual somos perdonados y recreados con el fin de vivir en el reino de Dios de manera osada y efectiva mientras nos encontramos en la tierra. El evangelio es también la base para nuestra salvación eterna. Por consiguiente, el Espíritu Santo ha estado obrando continuamente dentro del cuerpo de Cristo para preservar el evangelio.
El evangelio responde a las preguntas más profundas del espíritu humano. ¿Cómo podemos ser perdonados? ¿Dónde podemos encontrar el poder para ser lo que Dios quiere que seamos? ¿Cuál es el significado y el propósito de nuestra vida? ¿Qué ocurre después de la muerte? ¿A dónde debemos recurrir para sentirnos libres de culpa y perdonados? Si no vamos a los pies de la cruz, ¿a dónde iremos?
Si deseamos recibir poder para llevar una vida efectiva para triunfar sobre la tentación y los hábitos destructivos, ¿a dónde iremos? ¿Iremos a la ciencia, a la tecnología, o a las computadoras? ¡Claro que no! Sabemos que para eso tendremos que retornar una y otra vez a Jesucristo, nuestro Salvador y Señor, quien mediante el Espíritu Santo está siempre vivo en nuestras almas para bendecimos y darnos poder para vivir creativamente.
Si queremos conocer la respuesta a la pregunta sobre el significado de la vida, ¿a dónde iremos? ¿A los filósofos, a los sabios del mundo, o a la cultura y la civilización? ¡Claro que no! Debemos retornar a la Biblia y al evangelio, que es el poder de Dios para alcanzar la salvación. Por medio del evangelio hallamos nuevo significado para nuestras vidas.
En la Biblia encontramos una escena fascinante, en la cual Jesús hizo algunas afirmaciones categóricas que provocaron que muchos de sus seguidores lo abandonaran. Jesús les dijo a los doce: “¿Queréis acaso iros también vosotros? Y Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:67-48). Nos unimos a Simón Pedro haciendo la misma pregunta: si no es a Jesús, ¿a quién iremos? ¿Cómo obra el Espíritu Santo en la iglesia para preservar la integridad del evangelio? Sugiero algunas maneras:
1. El Espíritu Santo ilumina la Biblia a fin de que podamos entenderla por medio de los ojos de la fe. El Espíritu inspira a los pastores para que crezcan y profundicen en su comprensión de la Biblia como la Palabra revelada de Dios. A través de la escuela dominical y otros grupos de estudio, el Espíritu Santo ilumina las mentes de los laicos, ayudándoles a crecer en la comprensión de la Biblia y de las promesas de Dios en Jesucristo.
2. El Espíritu Santo ha obrado en la iglesia y continúa haciéndolo mediante las afirmaciones contenidas en los grandes credos. Estos credos representan esfuerzos de la iglesia para resumir el significado de la revelación bíblica. Destacan las doctrinas y los énfasis que se encuentran en la profundidad del evangelio.
3. Además, el Espíritu Santo está obrando en la vida de la iglesia por medio de los sacramentos del Bautismo y de la Cena del Señor. En las órdenes de culto para estos dos sacramentos tenemos afirmaciones profundas concernientes a la naturaleza del evangelio. El Espíritu Santo ha estado obrando en el desarrollo de estas afirmaciones y continúa haciéndolo en y a través de la comunidad de oración y de fe, para lograr una comprensión más profunda de las liturgias del Bautismo y de la Cena del Señor, con su énfasis claro sobre el evangelio de salvación en Jesucristo.
4. El Espíritu Santo obra en y a través de los grandes himnos. Estos himnos han sido seleccionados a lo largo de un periodo que abarca muchos siglos, por cristianos que sintieron que hablan sido inspirados por el Espíritu Santo. A través de ellos se cuenta la historia de salvación, la verdadera naturaleza del evangelio y la salvación ofrecida por Dios en Jesucristo.
5. Una vez más el Espíritu Santo ha confirmado la verdad y el. poder del evangelio mediante el testimonio de vida de cristianos que se han destacado en las congregaciones locales. El Espíritu Santo les ha enseñado a comprender que no somos perdonados, ni se nos ha otorgado poder gracias a nuestras obras, o por la cultura, o la civilización, o las computadoras, o la ciencia, sino por la gracia de Dios (Efesios 2:8). Por consiguiente, el Espíritu Santo ha obrado para identificar y mantener la integridad del evangelio de salvación en Jesucristo, por medio de estos testigos que encontramos en todas nuestras iglesias locales.
El Espíritu Santo llama a algunas personas para que dediquen sus vidas a la predicación del evangelio, a la enseñanza de la Biblia, a la administración de los sacramentos y a ser líderes espirituales en el cuerpo de Cristo. En el Antiguo Testamento, Dios escogió a ciertas personas para brindar liderazgo moral y espiritual. Los elegidos fueron Abraham, Moisés, David y los profetas. Jesús escogió a los doce. El Señor resucitado comisionó a los discípulos y seleccionó a Saulo de Tarso, A lo largo de la historia Dios ha llamado a muchos, mediante el Espíritu Santo, para comunicar el evangelio, a fin de que la iglesia pueda avanzar. Nuestra herencia particular incluye a: Susana Wesley, Juan y Carlos Wesley, Francis Asbury, Harry Hosier, Jacobo Albright, Felipe Guillermo Otterbein, y los predicadores itinerantes.
La política administrativa de Dios ha sido y continúa siendo el llamar a algunas personas para realizar la gran obra de proclamar el evangelio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo Este llamado ha llegado a las personas por la presencia y la inspiración del Espíritu Santo. Aquéllos que han sido llamados pertenecen a una larga sucesión de personas que llega hasta los apóstoles.
Sabernos que la obra de Cristo no podrá desarrollarse de manera efectiva si algunos no son llamados por Dios y apanados por la iglesia para el ministerio.
Podemos ver la obra del Espíritu Santo en este proceso que se desarrolla en la iglesia cuando, luego de un cuidadoso examen y oración, la congregación reconoce la autenticidad del llamado al ministerio y consagra a aquellos que han sido llamados. Estos experimentan un sentimiento de asombro, de misterio, de insuficiencia, y un deseo de hacer lo mejor para el Señor; están animados por la profunda convicción de la necesidad de orar por la constante presencia del Cristo resucitado a través del poder del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo obra en el corazón de los creyentes que integran la comunidad de fe y de oración, llamándolos a vivir responsablemente. Los cristianos no se encuentran aislados del mundo en el cual viven, y el Espíritu Santo nos ayuda a reflejar el amor de Cristo en nuestras obras. El Espíritu Santo está presente, no sólo en las experiencias extraordinarias, sino también en el cumplimiento de nuestros deberes en amor. El Espíritu Santo nos sostiene y nos da poder para vivir responsablemente en el ámbito de nuestra actividad cotidiana y obra en nuestros hogares, en los lugares donde trabajamos, en nuestra recreación, en el ejercicio de nuestra ciudadanía y en nuestra vida como iglesia.
Podemos observar la dinámica presencia del Espíritu Santo en el deseo de la comunidad de fe de evangelizar el mundo. Este anhelo es obra del Espíritu Santo. Todos necesitan el evangelio. Porque el evangelio, según el decir de Pablo es: “poder de Dios para salvación de todo aquel que cree” (Romanos 1:16).
La más sorprendente evidencia de la actividad del Espíritu Santo después del primer Pentecostés, fue el poder de esos cristianos para ganar a otros para Cristo. Miles se convirtieron (Hechos 2:41; 4:4; 5:14; 6:7). Sin duda, muchos de ellos hablan estado antes con Jesús. Lo habían oído predicar y enseñar; habían visto sus milagros. Ciertamente, algunos de ellos o sus familiares habían sido sanados por él, También estaban conscientes de la crucifixión. Además, aquellos que fueron llenos del Espíritu Santo en Pentecostés, hacía poco que habían estado con el Señor resucitado. La resurrección había colmado sus mentes con un sentimiento de maravilla, de misterio y de gloria respecto a la poderosa acción sobrenatural de Dios, El Espíritu Santo convirtió el recuerdo sagrado de esos acontecimientos, tan frescos en sus mentes, en una fuente dinámica de testimonio. Ellos testificaron la gloria de Dios en Jesucristo con especial énfasis en la resurrección.
Este poder del Espíritu Santo para ayudar a la gente a dar testimonio de Jesucristo, se vio no sólo en Jerusalén, sino también en Antioquía, donde los seguidores de Jesús fueron llamados cristianos por primera vez (Hechos 11:26). Allí un gran número creyó y se convirtió al Señor (Hechos 11:21).
¿En qué consistía esta fuente de poder para ganar gente para Jesucristo en esos días? Sus seguidores obedecieron el mandato de Jesús cuando les dijo: “pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén hasta que seáis investidos del poder de lo alto” (Lucas 24:49). Es decir, que, a través del poder del Espíritu Santo, esos primeros cristianos en Jerusalén, Antioquía y otros lugares, pudieron percibir la gloria de lo que Dios habla hecho en Jesucristo. Ellos recuperaron la visión de los tratos de Dios con Moisés y con los profetas según están descritas en las únicas Escrituras que tenían, es decir, lo que nosotros conocemos como el Antiguo Testamento. Experimentaron la sagrada memoria de la vida, la muerte y la resurrección de Jesús. Por medio del Espíritu les fue dada una conciencia santa de la necesidad de la salvación de Dios que tiene cada persona. Vieron a la gente como criaturas perdidas en un desierto de pecado, malos hábitos, desesperanza y muerte. Sobre todo, experimentaron con frescura la vida nueva en Cristo. Sintieron en su interior la obra de un nuevo poder para vivir en rectitud y por la gracia mediante la fe. Al mismo tiempo les fue dada una visión del plan de Dios para llevar adelante la obra del Reino por medio de Jesucristo (véase Efesios 1:9-10). Todo esto se manifestó en sus vidas por la presencia del Espíritu Santo.
En resumen, el poder evangelístico de esos primeros cristianos les vino mientras esperaban en Jerusalén con sus almas dispuestas a recibir de lo alto el poder del Espíritu Santo. Por lo tanto, para ellos se habla hecho imperativo el testificar. Fueron impulsados por el Espíritu Santo a unirse en la gran tarea de ganar a otros para Jesucristo y su Reino. Esta necesidad de dar testimonio fue lo que movió a los cristianos de Antioquía a enviar a Pablo ya Bernabé en aquel primer viaje misionero (Hechos 13:1; 15:35). También impulsó a Pablo a ir a Macedonia, a Filipo, a Tesalónica y a Berea, para seguir luego hasta Atenas y Corinto, y finalmente a Éfeso (Hechos 16:6; 18:21).
En el día de hoy muchos cristianos han sentido el mismo deseo de comunicar el evangelio dondequiera que estén. Ellos hablan oído una y otra vez la promesa del Señor resucitado: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8).
Algunas veces, el Espíritu Santo le dio a la gente poder para dar testimonio mediante la formación de nuevas iglesias locales o asociaciones. A veces este poder condujo a la creación de escuelas, monasterios, hospitales, hogares, y organismos de ayuda social. Pero el objetivo supremo era siempre el atraer a la gente a la comunidad de fe y oración reunida en el nombre de Jesús. No deberíamos olvidar nunca a aquellos que han colaborado en nuestras congregaciones locales o en los campos misioneros, asumiendo responsabilidades y a veces, enfrentando oposición violenta. Desde los primeros tiempos hasta la era moderna, y aun hoy en algunos panes, los cristianos han experimentado persecución. La obra del Señor Jesucristo nunca ha sido fácil. Jesús nunca prometió tareas fáciles a sus seguidores, pero sí prometió sostenerlos y darles el poder de la presencia del Espíritu. La sangre de los mártires ha sido, ciertamente, la semilla de la iglesia.
San Agustín estaba agudamente consciente de las dificultades. Él habló del esfuerzo de las almas como “de una carga pesada y una tarea penosa”. Y así ha sido siempre. Por esta razón, son muchos los que en el correr de los siglos se han refugiado en las formas más fáciles de actuar. Pero muchos también han trabajado duramente en la ardua tarea. La iglesia de Jesucristo en marcha conlleva magníficos testimonios de su fidelidad.
La gran pregunta para nuestro tiempo es: “¿Nos hemos detenido en Jerusalén hasta tanto hayamos sido investidos del poder de lo alto?” ¿No es este poder la base definitiva para la renovación de la iglesia?
EL ESPÍRITU SANTO Y EL ÉNFASIS WESLEYANO EN LA EXPERIENCIA CRISTIANA
Cuando pensamos en el Espíritu Santo con relación a la experiencia cristiana, nuestras mentes se tornan naturalmente hacia Juan Wesley. Él guió a sus seguidores hacia una comprensión particular del Espíritu que siempre ha caracterizado a las personas conocidas como “metodistas”. Otros líderes como Francis Asbury, Jacobo Albright y Felipe Guillermo Otterbein compartían el pensamiento de Wesley sobre la obra del Espíritu Santo.
En contraste con el ceremonialismo, el legalismo, el misticismo, o el intelectualismo, Wesley enfatizó una religión experimentada vitalmente. Predicó en contra de la idea de que Dios habla predeterminado todas las cosas, especialmente quien podría y quien no podría ser salvo. Wesley enseñó la necesidad de observar una vida recta de acuerdo a los mandamientos de Dios, en contraste con los que sostenían, que para salvamos lo único que necesitamos es tener fe. El se sintió movido a proclamar el poder del Espíritu Santo para transformar a los caídos en una nueva criatura y colocarlos en el camino hacia una vida santa.
En sus breves comentarios acerca de las palabras de Pablo sobre la ley del Espíritu y otros asuntos relacionados, Wesley enfatizó, al igual que el apóstol, la influencia del Espíritu Santo en nuestras vidas. Aquellos que no piensan en las cosas de la carne, sino en las del Espíritu (Romanos 8:5), son guiados en sus pensamientos, palabra y obras por el Espíritu de Dios. Aquellos que moran “en el Espíritu” (8:9) están bajo su dirección. Y los que son “guiados por el Espíritu de Dios” (8:14) están en caminos de rectitud. Wesley comprendió esta tarea del Espíritu Santo dentro del contexto total de la religión revelada. La revelación Bíblica de Dios como creador, redentor y Espíritu Santo se conservó intacta, sin correr nunca el riesgo de caer en un unitarismo del Espíritu.
Algunas personas enfatizan de tal manera la actividad del Espíritu Santo que tienden a olvidar al Padre y al Hijo. Uno de los errores principales del pensamiento sectario es que toma un aspecto de la verdad cristiana, convirtiéndolo en el centro o en la totalidad de la misma. Juan Wesley evitó ese error. Él vislumbró la actividad del Espíritu como la expresión del propósito revelado de Dios en Cristo de rehacer la vida de todas las personas, y de sostenerlas para una vida recta. La obra del Espíritu Santo no se limita al nuevo nacimiento, sino que abarca la totalidad de la religión genuina.
Basándose en la Escritura, Wesley enseñó que el Espíritu Santo está presenté y activo en cada una de las etapas principales de la experiencia cristiana. Una religión que no ha sido experimentada es una religión muerta y sin fruto. Wesley enseñó que la actividad del Espíritu Santo necesita ser identificada en las distintas etapas fundamentales e indispensables de la formación de la vida cristiana. Él creía que, en circunstancias poco comunes, el Espíritu Santo podría actuar para hacer que la gente hablara en idiomas desconocidos o que curara enfermos, o que hiciera milagros; pero nunca enfatizó estos elementos como esenciales para la salvación.
Wesley creía que el Espíritu Santo está presente con todos los seres, aun antes de la conversión. Esta manifestación del Espíritu fue llamada la gracia que antecede a la conversión.
Wesley creía que la naturaleza humana, en su estado natural o en el estado anterior a la redención, es pecaminosa. Está dañada por un mal radical. Esta condición es incurable salvo por la gracia divina. Por esta razón, la gente no puede ser llena de impulsos rectos si no es redimida y fortalecida por el Espíritu Santo. Pero, si las personas están natural y continuamente inclinadas hacia el mal, ¿cómo es posible para las mismas tornarse hacia Dios?
Juan Calvino contestó esta pregunta diciendo que algunos son simplemente elegidos por Dios para ser salvos, mientras que otros no. Por su parte, Wesley respondió a la misma pregunta diciendo que el Espíritu Santo obra en todos los seres humanos para ayudarles a abrir sus almas a Dios. La salvación no es para unos pocos elegidos, sino para todos. La salvación es posible porque el Espíritu Santo obra en este estado preparatorio (el de la gracia que antecede a la conversión) en todos los seres humanos.
El Espíritu Santo está también presente ayudándonos a tener fe en el amor perdonador de Dios en Jesucristo. Dios ya ha hecho todo lo necesario a fin de perdonamos. Pero nosotros no siempre aceptamos la gracia de Dios que nos llega por medio de Jesucristo crucificado. El Espíritu Santo nos ayuda a arrepentimos y a aceptar agradecidos su acto de borrar nuestras faltas. Y, basándose en la Escritura, Wesley sostuvo que la gracia justificadora y perdonadora de Dios es puesta a nuestra disposición, mediante la poderosa y sobrenatural acción de Cristo crucificado y resucitado.
De acuerdo a Wesley, el nuevo nacimiento es el comienzo de una rectitud interior a la que él llamó santidad. En el momento en que somos justificados -es decir, perdonados- Dios penetra en nuestras almas para recrearlas. Pablo tenía esto en mente cuando dijo: “De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). En una ocasión Wesley dijo que Dios emplea la misma clase de poder creador para la conversión que la que utilizó para crear el mundo. Esta afirmación demuestra la seriedad con que Wesley encaró la importancia de ser recreados por el poder del Espíritu, con el propósito de vivir la nueva vida de rectitud.
Esta recreación no puede ser alcanzada con nuestras propias fuerzas. Wesley fue muy severo al enfatizar la universalidad del pecado y el hecho de que en todos nosotros prevalece una tendencia a alejarnos del Reino de justicia de Dios. Por consiguiente, se requiere una transformación de lo más profundo de nuestro ser. Jesús conocía esta debilidad humana básica cuando le dijo a Nicodemo: “Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:7).
Si fuéramos rectos por naturaleza, no necesitaríamos nacer de nuevo. Si pudiéramos ser plenamente rectos con Dios por medio de la cultura, la amabilidad y la educación no necesitaríamos nacer de nuevo. La Biblia enseña que necesitamos la acción sobrenatural de Dios para alcanzar este nuevo nacimiento del cual hablaron Jesús y Pablo, y que Juan Wesley enfatizó. El Espíritu Santo se introduce misteriosamente en nuestras almas para recrearlas a través del poder y de la presencia del Cristo viviente.
Yo sé que algunas personas se expresan con ligereza sobre los “cristianos nacidos de nuevo”. Pero no debemos permitir que tales comentarios alejen nuestro pensamiento de la profunda realidad que representa la poderosa acción de Dios en el rehacer de nuestras almas para la vida cristiana. Somos nacidos de nuevo por nuestra propia decisión, pero con la ayuda y el poder del Espíritu Santo que trae la presencia del Cristo resucitado a nuestros corazones.
Wesley define el nuevo nacimiento como sigue:
“Es ese gran cambio que Dios obra en el alma cuando la trae a la vida; cuando la resucita de la muerte del pecado a la vida de rectitud”. (Works, Vol. VI, pág. 71).
Si preguntarnos qué clase de cambios específicos se operan en nuestras almas en el nuevo nacimiento, por medio de la maravillosa acción del Espíritu Santo, encontraremos varias respuestas. Para comenzar, Jesucristo es el que se apodera de nuestras vidas, imprimiéndoles un nuevo sentido de dirección o propósito. Nos damos cuenta que Dios tiene un plan para nuestras vidas y que nos hemos convertido en una parte del mismo. Nuestras normas y valores cambian. Cosas que en un tiempo nos parecían importantes son dejadas de lado, y vivirnos bajo un nuevo sistema de prioridades y valores. Experimentamos un nuevo sentimiento hacia la gente que nos rodea, comenzando con nuestro hogar. Dentro de nosotros crece el poder de un nuevo afecto, de una nueva capacidad para amar a los demás y apreciarlos por lo que son y han sido. Tenemos nuevas normas sobre el dinero y su uso.
Aquí experimentamos un sentido de responsabilidad, no sólo hacia nuestras familias y en cuanto a nosotros mismos, sino también respecto a una apropiada consagración de nuestro tiempo y de nuestro dinero en relación con las necesidades de nuestros semejantes.
Tenemos paz y gozo interior. Los cristianos, al igual que los demás, tienen que luchar con problemas; pero en y a través de todo el proceso, Cristo nos brinda paz y gozo en una forma que el mundo no puede darlo. Contraemos nuevos hábitos. Comenzamos a obedecer los mandamientos de Dios, a orar regularmente y a adorar fielmente. Las oraciones intercesoras se convierten en parte de nuestra experiencia cotidiana. El recurrir a la Escritura se transforma en un hábito. Y poseemos un sentido de destino porque sabemos que nos dirigimos hacia el reino de los cielos.
Wesley enseñó que todo cristiano tiene el privilegio de experimentar lo que ha sido denominado “el testimonio del Espíritu”. Pablo dijo que “el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:15-16; Gálatas 4:6-7). Todos nosotros experimentamos diferentes estados de ánimo y grados de conciencia respecto a la presencia de Dios en nuestros corazones. Cada cristiano tiene derecho a vivir la experiencia de saber, mediante el testimonio interior del Espíritu Santo que él o ella es hijo de Dios. Esta experiencia es la inmediata y directa toma de conciencia de que somos perdonados por la gracia de Dios y de que somos sus hijos recreados por su gracia.
Después del nuevo nacimiento, el Espíritu Santo obra misteriosamente en nuestras almas, a fin de capacitarlas para crecer en la gracia. El propósito de Dios es que cada uno de nosotros se mueva hacia la perfección en el amor hacia Él y hacia los otros seres humanos. De manera que, como dijo Wesley, el nuevo nacimiento es la puerta de entrada a la santificación interior y exterior; y de ahí en adelante, gradualmente, comenzamos a crecer en todo en aquel que es nuestra cabeza. Wesley agregó: “Un niño nace de una mujer en un espacio limitado de tiempo; luego crece en forma lenta y gradual, hasta llegar a obtener la estatura de un ser humano. De la misma manera, un ser humano nace espiritualmente de Dios en un momento dado; pero después crece en forma muy lenta hasta lograr alcanzar la medida de la estatura completa de Cristo”. (Works, Vol. VI; págs. 74-75)
Lo natural en un recién nacido es crecer. Lo mismo ocurre en la vida espiritual. La doctrina de la santificación expresa el principio del crecimiento espiritual por medio del poder del Espíritu Santo. Según Wesley, la Biblia enseña que el Espíritu Santo es el único poder que puede continuar lo que ha iniciado en el nuevo nacimiento. El crecimiento cristiano no es un proceso humano, sino una realidad divina.
El cristiano siempre enfrenta el peligro de retroceder o de apartarse del buen camino. Desde el principio hasta el fin, la Biblia nos advierte sobre este peligro. Pero nosotros sabemos que el Espíritu Santo está siempre presente para “guardar lo que se le ha confiado hasta ese día”. Por lo tanto, la misma fe que necesitamos para nuestra justificación y nuestro nuevo nacimiento es la que necesitamos para el desarrollo de nuestra vida cristiana. Vivimos, respiramos, y crecernos espiritualmente por la gracia, mediante la fe. Por la fe recibimos esas bendiciones diarias que Dios nos brinda amorosamente. Si bien crecemos en la gracia mediante la fe, nosotros tenemos que hacer nuestra parte. La misma consiste en orar, en leer la Biblia, en participar de la Cena del Señor, en asistir fielmente a los cultos escuchando la Palabra tal cual es predicada, y recibiendo la instrucción religiosa que nos dan nuestros líderes. Igualmente, importante es el practicar lo que sabemos que tenemos que hacer por nosotros y por los demás. Porque “la fe sin obras está muerta” (Santiago 2:26). En una palabra, debemos confiar y obedecer.
Corresponde que digamos algo más sobre la oración, pues Dios nos ordena orar. Nuestras necesidades más profundas requieren que oremos. La oración intercesora es imprescindible para lograr un verdadero crecimiento cristiano. Cuando oramos por los demás, nuestras voluntades son dirigidas a sus preocupaciones y necesidades. La oración intercesora es uno de los más profundos poderes motivadores de la rectitud y de las buenas obras en el mundo entero. De manera que estamos obligados a entrar en la vida de oración y a pedir a Dios por todas las cosas que el Cristo viviente desea que pidamos.
Sé que Wesley también creía en la santificación como una segunda tarea de la gracia, en la cual toda el alma del ser humano es purificada por la acción sobrenatural del Espíritu Santo. Hoy en día hay cristianos que siguen la herencia wesleyana enfatizando esta manera particular de pensar en la santificación. Si Dios actúa poderosamente en esa segunda tarea de la gracia, mediante la cual la totalidad del alma es purificada, refinada y fortalecida para la misión, entonces podemos dar gloria a Dios. Sin embargo, hablando en general, Wesley enfatizó la santificación como un proceso de crecimiento cristiano que se hacía posible por la iniciativa del Espíritu Santo, quien hace que el Cristo viviente reine en nuestros corazones y que nuestras almas sean inundadas por Su amor.
Sabemos por la enseñanza de la Biblia y por experiencia, que tenemos tendencias recurrentes que nos llevan a descuidar nuestra vida cristiana. Todos necesitamos dedicar tiempo para renovarnos y rededicarnos. El Espíritu Santo obra en nuestro ser interior ya través de la iglesia para propiciar nuestra renovación espiritual. Como en cada etapa de nuestra vida cristiana, el Espíritu Santo obra tanto en forma inesperada como gradual. A menos que experimentemos ciertas cosas en forma sorpresiva, no podríamos experimentarlas de ninguna manera. Y a menos que podamos tener experiencias de manera gradual, nuestra vida cristiana seria superficial.
Debido al énfasis wesleyano en el Espíritu Santo hemos aprendido que la naturaleza del mismo es actuar con un propósito. El Espíritu se dirige a algún lugar y quiere llevamos consigo. ¿A dónde? Hacia la santidad interior que nos ha de conducir a manifestar nuestra santidad exteriormente. El Espíritu Santo es la gracia de Dios actuando, moviéndose, avivando dentro de nosotros el anhelo de amar. De ahí que el Espíritu trae al Cristo viviente a nuestras almas y las llena de su compasión y preocupación. Por lo tanto, todas las personas que son llenas del Espíritu necesariamente hacen todo el bien posible a favor de los demás. Así como Jesús vio en cada ser humano algo precioso, identificándose con los “hermanos más pequeños” (Mateo 25:40), también debemos obrar nosotros mediante la presencia del Cristo viviente.
MOVIMIENTOS HISTÓRICOS DE RENOVACIÓN DE LA IGLESIA
Antecedentes bíblicos
Durante los muchos siglos de herencia hebreo-cristiana, Dios brindó a su pueblo tiempos de renovación espiritual. Él vio cuanto necesitaban renovarse, pues con frecuencia se olvidaban del pacto, desobedeciendo al Señor y siguiendo sus propios caminos.
Esos tiempos de despertar espiritual se manifestaron, primeramente, por medio de los profetas que llamaron a la gente a renovar su compromiso con Dios. En su día, Isaías tomó la iniciativa cuando dijo: “... vi yo al Señor sentado en un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo” (6:1). Isaías sabía que estaba en la presencia del Dios absolutamente santo (6:3). Él vio señales y maravillas, y dijo: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, el Señor de los ejércitos” (6:5). Entonces el Señor le quitó a Isaías su culpa y le perdonó sus pecados. Y el profeta dijo: “Después oí la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” Isaías entonces respondió: “Heme aquí, envíame a mí” (6:8).
Al principio de su ministerio profético (comenzando alrededor del año 742 a. de C.) Isaías enfrentó al pueblo de Judá con las deslealtades religiosas, la injusticia social y la brutalidad imperante, en especial en la clase dirigente. Él pronunció condenas contra los poderosos; y más tarde brindó esperanza al pueblo anunciando las promesas de Dios de una nueva vida para aquellos que esperaran en el Señor (40:31). Detrás del llamado de Isaías a la renovación espiritual existían dos realidades, a saber: su visión de la grandeza y de la santidad de Dios, y su sentido de la profundidad del pecado humano.
Jeremías (nacido alrededor del año 650 a. de C.) le dijo al pueblo que Dios iba a castigarlos por su desobediencia. Él fue arrestado y golpeado por anunciar la calda de Jerusalén. Su predicción se cumplió cuando la ciudad cayó en poder de Babilonia, y el rey y muchos habitantes fueron llevados cautivos por el invasor. Jeremías no vio un regreso fácil y rápido del pueblo de su cautividad. Pero sí pudo elevar la visión de la venida de Dios, diciendo: “He aquí vienen días, ... en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y la casa de Judá” (31:31). Porque el Señor dijo: “... y me serán por pueblo y yo seré a ellos por Dios” (32:38).
Por mencionar otro profeta, Ezequiel fue un hombre que tuvo muchas visiones. Había sido llevado cautivo a Babilonia junto con varios otros miles, alrededor del año 597 a. de C. Él consideró esta cautividad como una expresión del juicio de Dios porque la gente desobedecía constantemente. Entre sus visiones figura la del valle de los huesos secos (37:1-14). Los huesos representaban al pueblo de Israel, muerto espiritualmente, perdido y sin esperanza. De manera que Dios le ordenó a Ezequiel que profetizara sobre los huesos. Cuando lo hizo, los huesos comenzaron a juntarse, recibiendo nueva vida. Lo mismo iba a ocurrir con toda la casa de Israel.
Dios habló por medio de Ezequiel, diciendo: “Y pondré mi espíritu en vosotros y viviréis” (37:14). De nuevo, la renovación espiritual no iba a tener lugar por medio de algo dentro de los seres humanos. Se iba a realizar por medio del poder del Espíritu de Dios obrando en la humanidad.
En el Nuevo Testamento vemos a Dios obrando para lograr el despertar espiritual del pueblo. El foco principal es la obra de Dios a través de la vida, la muerte y la resurrección de Jesús. Tiene expresión posterior con la creación del cuerpo de Cristo en Pentecostés. Allí los apóstoles y otros fueron “llenos del Espíritu Santo” (Hechos 2:1-4).
Una de las lecciones que hemos aprendido acerca de Pentecostés es que el mismo no surgió como un acontecimiento imprevisto. Fue preparado por medio de las visiones de Isaías, Jeremías, Ezequiel, Joel y otros. Había sido preparado por la fidelidad de Jesucristo a su misión única como Hijo de Dios, el Salvador y el iniciador de la nueva era del reino de Dios. Y había sido preparado por la experiencia de los apóstoles, mientras caminaron junto a Jesús y hablaron con él. Sólo entonces pudo ocurrir la inesperada investidura de poder “desde lo alto” (Lucas 24:49).
No ha sido por accidente que todos los esfuerzos genuinos en pro de un despenar espiritual y de renovación han recurrido a los modelos bíblicos, particularmente a Pentecostés y a las directrices del cristianismo apostólico. ¿Cuáles fueron los elementos fundamentales de Pentecostés y del cristianismo apostólico? Podemos mencionar los siguientes: (1) la centralidad de Jesucristo crucificado y resucitado; (2) la iniciativa sobrenatural y el poder del Espíritu Santo; (3) la transformación y el compromiso absoluto asumido por el pueblo para con Jesucristo y su reino mediante la presencia del Espíritu Santo; (4) la poderosa predicación del evangelio y la enseñanza efectiva del reino de Dios y su justicia; (5) las manifestaciones específicas del poder del Espíritu Santo y de sus continuas bendiciones; (6) la integración del pueblo en una comunidad de oración, de fe y de servicio (el cuerpo de Cristo), y (7) la evangelización mundial.
Estos parecen ser los elementos fundamentales de ese primer Pentecostés cristiano y del cristianismo apostólico que le siguió. Dudamos que una renovación sostenida de la iglesia pueda tener lugar sin tomar en cuenta estas realidades divinamente señaladas.
Aun los apóstoles tenían Instrucciones concernientes al peligro de dar énfasis a “señales y prodigios” (Hechos 14:3), aparte del concepto más amplio del amor de Cristo. Pablo impartió instrucciones a los cristianos de Corinto sobre la importancia y peligros de los dones espirituales, y las manifestaciones del Espíritu (véase 1 Corintios 12-14). El señaló que la primera misión del Espíritu Santo es capacitarnos verdaderamente para proclamar que “Jesús es Señor” (1 Corintios 12:3). Los dones del Espíritu son para unirnos como cristianos y nunca para dividirnos. “Dios da a cada uno alguna presencia del Espíritu para provecho de todos” (12:7 VP).
Es interesante observar que en 1 Corintios 12:7-11 Pablo habló de la manifestación del Espíritu de varias maneras. La excepción específica es la que se refiere a los dones de sanidad. Respecto a todas estas manifestaciones del Espíritu dentro del “cuerpo de Cristo” (12:27), Pablo sugirió que no todas las personas tienen los mismos dones o manifestaciones.
Pablo hizo mención especial del hablar en lenguas. Evidentemente, la práctica estaba causando problemas en la iglesia de Corinto (14:2-4). Por ello siguió refiriéndose a ellos en forma detallada. El pasaje sugiere que una de las manifestaciones seguras del Espíritu es la de edificar la iglesia. Pablo agregó: “Doy gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos vosotros; pero en la Iglesia prefiero hablar cinco palabras con entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida” (14:18-19). Evidentemente, Pablo se estaba refiriendo a lo que ocurría dentro de la iglesia. Al recomendar “un camino aún más excelente”, abrió su gran capítulo 13 sobre el amor.
Poco después de los días de los apóstoles, surgió la necesidad de disponer de algunas directrices sobre los dones del Espíritu. La iglesia, en sus mejores momentos, ha estado llena del Espíritu; pero también ha tenido que tratar con tensiones recurrentes entre disciplina y vitalidad, y entre estructura y dinamismo. Un documento del siglo II, llamado Didaché, trató estos problemas. Fue escrito por un dirigente de la iglesia, quien llegó a la conclusión de que la única manera de preservar el poder del Espíritu dentro de la congregación era proveyendo directrices al respecto. Los dones espirituales en general y la profecía en particular podían ser desvirtuadas. Jesús mismo advirtió contra los falsos profetas (Mateo 7:15), aun cuando mostraran “señales y prodigios” (24:24). Y nosotros sabemos que aun en los primeros tiempos, “muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1 Juan 4:1-3).
Mucho del Didaché estaba dedicado a dar instrucciones sobre cómo probar la autenticidad de los dones del Espíritu. La responsabilidad mayor estaba en manos de los diáconos y los obispos. Jesús habla establecido la gran prueba: «Por sus frutos los conoceréis» (Mateo 7:16). Y Juan lo habla expresado de la siguiente manera: “En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios” (1 Juan 4:2-3). Otras directrices fueron obtenidas recurriendo a los antiguos credos; pero éstos se referían más bien a cuestiones de doctrina que a los dones del Espíritu.
Algunas personas suponen que después de los tiempos de los apóstoles se hizo poco énfasis en las manifestaciones o dones del Espíritu. Esto es dudoso. Por ejemplo, Ireneo (130?-200), que fue un gran teólogo cristiano y defensor de la fe, dijo que el hablar en lenguas (glosolalia) era practicado regularmente en varias iglesias. Él observó, que aunque personalmente no hablaba en lenguas, muchos otros lo hacían. E. Glenn Hinson basándose en conclusiones de importantes estudios realizados por Heinrich Weinel (1899) y otros, dice: “En el segundo siglo y primera parte del tercero...las evidencias de glosolalia,...aparte del montanismo, son substanciales.”
Podemos referirnos al montanismo como un ejemplo de un movimiento carismático de los primeros tiempos que tuvo una amplia influencia. Comenzó a mediados del segundo siglo y recibió su nombre de su fundador, Montanus. Sabemos muy poco de él. El primer historiador de la iglesia, Eusebio (260?-340?) dijo de él que había momentos en que quedaba como poseído, caía en trance, y hablaba en lenguas desconocidas. Se dice que Montanus tuvo su primera experiencia de este tipo alrededor del año 156 d. de C. Sus seguidores creían que el Espíritu Santo le había dado revelaciones especiales. Tanto él como dos mujeres notables, Prisca y Maximilia, se presentaron como profetas. Se produjeron conversiones masivas, y el movimiento se esparció hasta el norte de Africa y Roma, recibiendo el impulso cuando Tertuliano de Cártago (16O?-230?) se hizo montanista, convirtiéndose en el adherente más famoso alrededor del año 200 d. de C Tertuliano era uno de los padres de la iglesia más culto y respetado.
Desde el principio, el montanismo fue resistido por muchos dirigentes de la iglesia. Esta oposición no estaba basada en el énfasis en la presencia y el poder del Espíritu Santo; ni tampoco en el hecho de que hablaban en lenguas, sino en otros dos aspectos. Primero, los montanistas eran combatidos porque creían que el Espíritu Santo llevaba a los cristianos más allá del Antiguo Testamento y de Pentecostés, hacia una nueva dispensación. Los montanistas afirmaban que el Espíritu Santo había hablado a través de nuevas revelaciones, mediante las experiencias de éxtasis y “profecías” de Montanus. Creían que los cristianos debían convertirse en órganos pasivos del Espíritu que se manifestaba por medio de dones especiales, preferentemente mediante visiones y profecías. Proclamaron la “nueva era del Espíritu” y el eminente retomo de Cristo. Querían reavivar en la iglesia el sentido de inmediatez y de expectativa que entendían la misma había perdido. No querían separarse de la iglesia, sino reformarla. Aceptaban las doctrinas principales de la iglesia, pero su énfasis en los dones del Espíritu, y en especial en el de profecía, se convirtieron en un problema.
En segundo lugar, los montanistas fueron resistidos debido a sus rigurosas normas de conducta que, insistían, debían ser aceptadas por todos los cristianos. Estaban alarmados por lo que consideraban un sentimiento de complacencia dentro de la iglesia. Declararon que sus prácticas eran la única expresión verdadera de la santidad bíblica. Observaban días regulares de oración y ayuno. Se oponían a segundos matrimonios, Las mujeres debían cubrirse con un velo. Un segundo arrepentimiento era denegado, nadie que se alejara era readmitido. Muchas personas se sintieron atraídas al montanismo por su apelación a la negación de sí mismos, y porque sentían que las acciones del Espíritu Santo eran específicas e inmediatas.
Luego de muchos años de rumores, mentiras, denuncias, discusiones y debates, el montanismo fue oficialmente repudiado por la iglesia en el siglo cuarto.
Dios nos exhorta a que aprendamos de la historia. Como dice Robert Tuttle al referirse al montanismo: “Éste es un ejemplo clásico de un movimiento del Espíritu que ha sobrevivido a su tiempo. Su naturaleza sectaria no desapareció con posterioridad a su impacto” Después agrega: “Una vez más, la efectividad de cualquier movimiento del Espíritu depende de su habilidad para unir sus manos a la del cuerpo principal, una vez que ha expuesto su posición o que el cuerpo principal ha respondido de manera apropiada.” (Wind and Flame. Graded Press, 1978; págs. 46-47)
En el siglo XII Joachin Fiore, al ver la situación desesperada en que se encontraba la iglesia, predijo el inminente arribo de la Era del Espíritu. La iglesia decadente sería reavivada por el Espíritu Santo y el evangelio sería llevado a través del mundo.
El movimiento creado por Francisco de Asís (1182-1226), con su énfasis en la pobreza y en los pequeños actos de amor, estaba animado por el Espíritu. Llevó a cabo su misión dentro del cuerpo principal de la iglesia. Sin embargo, al extenderse, con frecuencia se desvío de su significado original como un movimiento del Espíritu.
En Inglaterra, John Wycliffe (1324-1384) afirmó la suprema autoridad de la Biblia, y dirigió la tarea de traducirla al idioma inglés. Mientras tanto, en el continente europeo estaban obrando fuerzas que prepararon el camino para Lutero y la Reforma. Lutero, Calvino y otros dieron énfasis a la obra del Espíritu Santo al iluminar el mensaje de la Biblia. Al mismo tiempo, existía una falta de énfasis adecuado en cuanto a cómo obraba el Espíritu Santo específica y directamente, dentro del alma de las personas. No obstante, la Reforma era un movimiento impregnado por el Espíritu. Sólo la presencia del Espíritu Santo pudo hacer posible la recuperación del gran tema bíblico de la justificación por la gracia mediante la fe. Se decía que las buenas obras provenían del Espíritu Santo.
Bajo la influencia de George Fox (1624-1691) y de otros, los cuáqueros enfatizaron tanto la vida espiritual interior como las demandas exteriores por justicia económica. Se opusieron a la esclavitud y lucharon por la causa de los pobres. Fox con frecuencia se sentía iluminado tanto por la Biblia como por el Espíritu Santo. Sus esfuerzos en pro de una reforma social deben ser vistos como un resultado directo de la presencia del Espíritu Santo en su vida.
Otro tipo de movimiento del Espíritu tuvo lugar bajo el liderazgo del Conde N.L. von Zinzendorf. Después de su graduación de la Universidad de Halle estableció, en 1724, una comunidad de refugiados cristianos en su hacienda a la cual dio el nombre de Herrnhut, que significa “Guardas del Señor” (ver Isaías 62:1, 6-7). Dentro del grupo había moravos, reformados y católicos. Zinzendorf tuvo dificultades para organizarlos como un cuerpo unido. Pero, tras cuatro años de lucha entre las distintas facciones, en el mes de agosto de 1727, la comunidad experimentó un bautismo del Espíritu Santo en un culto de comunión. Se transformó en una comunidad unida por una cadena ininterrumpida de oración tanto en favor de toda la iglesia como de los unos por los otros.
En la misma época, en Estados Unidos se produjo el llamado Gran Avivamiento. George Whitefield (1714-1770) -quien influyó en Wesley para que predicara al aire libre-visitó los Estados Unidos y predicó en muchos lugares. Su predicación, y la de Jonathan Edwards (1703-1758), se combinaron con las de otros para provocar ese Gran Avivamiento.
Debemos ahora considerar con más detalle uno de los más destacados movimientos del Espíritu Santo en favor de la renovación de la iglesia. El mismo tuvo lugar bajo el liderazgo de Juan Wesley (1703-1791) y ha sido llamado el avivamiento evangélico del siglo XVIII. Ya hemos visto en el capítulo 5 que Wesley enfatizó la obra del Espíritu Santo en todas las etapas de la vida cristiana. El amor está en el corazón de esa vida. Y ese amor nace en nosotros por la gracia de Dios mediante el Espíritu Santo.
En su sermón sobre “El testimonio de nuestro propio Espíritu”, Wesley dijo: “La expresión por la gracia de Dios a veces debe entenderse como ese amor gratuito, esa misericordia inmerecida por medio de los cuales yo, un pecador, estoy ahora reconciliado con Dios por medio de los méritos de Cristo. Pero en (2 Corintios 1:12) más bien se refiere a ese poder de Dios, el Espíritu Santo que, ‘en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad’” (Filipenses 2:13). (The Works of John Wesley. Vol. I, Abingdon Press, 1984; pág. 309).
Wesley entendía la gracia de Dios como obra del Espíritu Santo dentro de nosotros. Él dio énfasis una y otra vez al tema de que el Espíritu Santo es la vida de Dios dentro del alma humana. Y esa vida es la Voluntad de Amar.
Wesley sabía que los seres humanos son pecadores que, aun después de la conversión, están en peligro constante de alejarse de su Señor. Parlo tanto, la nueva vida en Cristo es posible sólo por la irrupción sobrenatural del Espíritu Santo. Únicamente en esta forma podemos nacer en el amor, crecer en el amor y movernos hacia la perfección en el amor.
Juan Wesley viajó alrededor de 250 mil millas -casi siempre a caballo -predicó muchos sermones y compuso miles de himnos, haciendo así una contribución muy significativa al avivamiento evangélico del siglo XVIII. Pero ninguno de estos acontecimientos impresionantes explica plenamente el avivamiento espiritual que tuvo lugar en Inglaterra. ¿Cuáles fueron los factores principales que obraron bajo la inspiración del Espíritu Santo? Sugiero por lo menos seis factores:
1. El énfasis vigoroso y equilibrado sobre la autoridad y finalidad de la Biblia como Palabra del Dios viviente, fue aceptado como la única y definitiva gula en la doctrina y en la práctica. Wesley sabía que la Biblia tenía que ser interpretada, y que cristianos igualmente dedicados podían llegar a interpretaciones diferentes sobre ciertos pasajes. Una de las ayudas más importantes para la interpretación de la Biblia lo constituye nuestra experiencia, es decir, lo que encontramos confirmado en nuestra vida cristiana diaria.
Asimismo, Wesley creía que la tradición y la razón ayudan a la comprensión de la Biblia. Él sabía bien que, lamentablemente, nosotros ignoramos la gran herencia del cristianismo. Además, él apeló a la gente para que utilizaran la razón que Dios les había dado para interpretar la Escritura. Es de particular interés el hecho de que John Milton, en su obra El Paraíso Perdido, describió a Satanás como opuesto tanto al amor como a la razón. Pues, como dijo Milton, el amor “tiene su asiento en la razón” y al mismo tiempo “depura los pensamientos”.
2. El Espíritu Santo obró en el corazón de la gente a fin de capacitarla para asumir un compromiso personal con Jesucristo. El Salvador no era meramente una figura distante, sino una presencia experimentada. En otras palabras, un factor muy importante en el avivamiento wesleyano, era el énfasis en la experiencia. Dios prometió este cristianismo “como un principio interior” y todo el mundo lo necesitaba. Wesley dijo: “Y considero que ésta es la evidencia más sólida de la verdad del cristianismo.” (Letters, Vol. II, Epworth Press, 1931, pág. 383).
3. El Espíritu Santo obraba a través de la vida disciplinada de la gente llamada metodista. Wesley sabía, tan bien como el que más, que no puede existir un cristianismo vital sin disciplina. En sus primeros tiempos, él tendía hacia un riguroso legalismo. Pero, con posterioridad a su experiencia del corazón ardiente, enfatizó como principio motivador la gracia de Dios -el Espíritu Santo dentro de cada uno. Los elementos constitutivos de la disciplina de los metodistas eran los siguientes: oración, estudio bíblico, buenas lecturas, participación en las sociedades y en los grupos pequeños (de seis a diez personas), el compartir las cargas, intercesión, participación regular en la Cena del Señor, y un servicio espontáneo a los necesitados. Pero, ¿con qué fin? Para obtener la santidad interior y exterior; es decir, la dinámica interior del amor y su expresión exterior mediante las buenas obras. Wesley decía que el Sermón del Monte (Mateo 5-7) y 1 Corintios 13, representaban el retrato del cristiano. “El cristianismo promete que éste será mi carácter y no descansaré hasta que lo consiga.” (Letters, Vol.Il, pág. 381).
Donde el genio de Wesley se reveló mejor fue en su capacidad para organizar a sus seguidores en sociedades y grupos que aceptaban vivir a base de la disciplina mencionada. En esto edificó sobre los apóstoles y anticipé mucho de lo que hoy se dice sobre el crecimiento de la iglesia. Él vio que para la mayoría de la gente la disciplina personal debía convertirse en una disciplina de grupo. Por consiguiente, Wesley se responsabilizó por la disciplina en el seno de las sociedades. El Espíritu Santo utilizó esos grupos organizados como un medio excelente para despertar, nutrir y motivar a la gente. Allí se reunían los nuevos convertidos (justificación y nuevo nacimiento), y se les enseñaba que debían continuar en el camino cristiano hacia la perfección en el amor mediante la obra del Espíritu Santo.
4. Otro factor que contribuyó al avivamiento wesleyano fue la predicación y el canto. Wesley dirigía a las personas a comprender las doctrinas de la justificación por la fe y del nuevo nacimiento. Él y sus predicadores las enseñaban, predicaban, y cantaban sobre ellas. Expresaban su experiencia gozosa y su alabanza por medio del cántico.
5. El Espíritu Santo impulsé a la gente conocida como metodistas, no sólo a sentir, sino también a hacer. Eran motivados por el Espíritu Santo a prestar ayuda a los necesitados. El Espíritu Santo utilizó el culto comunitario como un medio para inspirar el avivamiento wesleyano.
6. El Espíritu Santo inspiró a los metodistas con una intensa esperanza del cielo. La enseñanza bíblica sobre el gran plan de vida eterna de Dios para sus hijos, aleja a la gente de la desesperanza, la impulsa a gozar de la presencia de su Señor resucitado y la alienta a realizar buenas obras.
EL MOVIMIENTO CARISMÁTICO CONTEMPORÁNEO
Se dice que el movimiento carismático contemporáneo es el signo más importante de la renovación de la iglesia en el día de hoy. Eso está por verse. Una cosa es segura: millones de cristianos en el mundo están sintiendo la influencia del movimiento carismático.
En este capítulo presentaré lo siguiente: (1) una definición de los términos carismático y movimiento carismático; (2) una breve exposición histórica; (3) un resumen de los énfasis principales del movimiento carismático; (4) algunos problemas y (5) una comparación del movimiento carismático contemporáneo con el énfasis wesleyano en el Espíritu Santo.
La palabra carismático viene de la palabra griega carisma que significa don. La expresión movimiento carismático se refiere a grupos de cristianos que enfatizan ciertos dones o manifestaciones del Espíritu Santo además del don de la salvación, Estos dones son los que menciona Pablo en 1 Corintios 12:4-11 y en otros escritos (ver Romanos 12:6-8).
A través de la historia del cristianismo se han producido varios movimientos carismáticos. Pero con excepción del movimiento conocido con el nombre de montanismo -discutido en el capítulo anterior- es poco lo que se conoce sobre ellos. Por ejemplo, después del año 250 de nuestra era el don de hablar en lenguas rara vez era mencionado en los escritos de los líderes de la iglesia. En el siglo IV era casi desconocido para Crisóstomo (345?-407) en la comunidad griega y para Agustín (354-430) en la comunidad latina. Ambos tendieron a asumir que el don de lenguas, por mencionar uno en particular, era una característica especial de los primeros tiempos del cristianismo, que ya no era de más utilidad.
Aun los escritores de la Edad Media dejaron poca constancia en cuanto a cristianos que hablaran en lenguas. Desde entonces grupos aislados en los siglos XVII y XVIII, incluyendo a los jansenistas (una orden católica de santidad), los cuáqueros, la secta de los “tembladores” (shakers) y otros han reclamado el don de lenguas, pero sin hacerlo el tema central de su experiencia.
Debemos notar que el silencio de los escritores en cuanto a los dones del Espíritu no quiere decir que los dones estuvieran ausentes. Después de todo, muchas experiencias sobre el Espíritu Santo han quedado sin constancia, escrita tanto en el pasado como en la actualidad.
Históricamente muchos grupos de cristianos han afirmado que el Espíritu Santo estaba obrando en sus vidas de manera inconfundible. El avivamiento wesleyano fue, sin duda alguna, un movimiento del Espíritu entre las masas de Inglaterra. Su enfoque principal era el poder del Espíritu para transformar la vida de las gentes y situarlas en el camino recto. La acción del Espíritu Santo la experimentaban no sólo personas aisladas, sino también las que integraban pequeños grupos que compartían el anhelo de huir “de la ira venidera” (1 Tesalonicenses 1:10), y el deseo de tener una relación adecuada con Dios y con sus semejantes. La finalidad del avivamiento wesleyano era experimentar y divulgar la santidad bíblica.
En Estados Unidos hubo una especie de movimiento de santidad con un énfasis wesleyano en el Espíritu Santo que destacaba la santificación como la segunda tarea de la gracia. La idea básica era que Jesucristo tenía mucho más para ofrecer que un nuevo comienzo (perdón y nuevo nacimiento). Ese “más” era la continua presencia del Espíritu Santo purificando y santificando el alma.
Por ejemplo, Charles G. Finney, un presbiteriano que había recibido la influencia de las enseñanzas de Wesley sobre la santidad, predicó y enseñó que cada cristiano debía esperar y experimentar el poder progresivo del Espíritu. Él había nacido en los Estados Unidos de América en 1792, un año después del fallecimiento de Wesley, y fue el primero en popularizar la expresión “bautismo del Espíritu”. Entre los líderes del movimiento de santidad fue uno de los primeros en insistir en la convicción de que la santificación es la segunda tarea de la gracia. Al mismo tiempo, Finney estaba consciente de lo inadecuado del entusiasmo que se manifestaba en las reuniones al aire libre, cuando faltaba una sólida teología, una preocupación social y un compromiso con la iglesia local.
Por un lado, estaba el movimiento de santidad -con los énfasis wesleyano- insistiendo en el poder del Espíritu Santo que hace posible la santidad por medio de la fe. Aquí el énfasis era en la santificación como una segunda tarea de la gracia, sin interés en otros dones del Espíritu Santo tales como el hablar en lenguas.
Por otro lado, estaba el movimiento pentecostal, que debía poco a la herencia wesleyana. Se inició en Estados Unidos en el año 1900. Los grupos pentecostales comenzaron insistiendo en el “bautismo del Espíritu”, con un fuerte énfasis en el hablar en lenguas como un signo necesario del mismo. Mostraron también una apertura para otros dones tales como el de sanidad, el de profecía y el exorcismo de los espíritus malignos.
Desde el comienzo, estos primeros grupos pentecostales demostraron hostilidad hacia la educación universitaria y la capacitación teológica de los pastores. Creían que el Espíritu Santo inspiraría a los pastores y otros líderes en cuanto a lo que tenían que decir y hacer. Además, tenían la práctica de la sanidad espiritual sin ayuda de los médicos.
Los pentecostales creían que la dependencia de los recursos médicos era una demostración de falta de fe. Consideraban que los estudios académicos no eran necesarios. Más aún, creían que tales estudios interferían con el libre movimiento del Espíritu. Estas creencias separaron a las iglesias pentecostales de las iglesias principales, en las cuales las instituciones médicas y de enseñanza eran aspectos prominentes de su servido al mundo. Otro factor divisionista fue la insistencia en el hablar en lenguas como un signo necesario del bautismo del Espíritu.
A pesar de las diferencias entre las iglesias que lo componen, el movimiento pentecostal representa hoy día una fuerza considerable dentro de la cristiandad contemporánea. Se estima que hay de dos a tres millones de miembros de iglesias pentecostales en los Estados Unidos. Por su dimensión misionera, el movimiento pentecostal se ha convertido en una parte de la realidad carismática mundial. Dentro de este grupo, la iglesia más grande del mundo es una congregación carismática de Corea que tiene más de 200 mil miembros.
El movimiento carismático recientemente se ha hecho más evidente en la forma de un neopentecostalismo (el pentecostalismo dentro de la Iglesia Católica y en algunas denominaciones protestantes). Difiere de los movimientos pentecostales de diversas maneras. Favorece la educación académica y un ministerio bien formado. Cree que la oración y la medicina son parte de la acción de curación que Dios prodiga. Procura evitar las divisiones al dar énfasis a Cristo como el centro, al amor cristiano como fin último, y a la importancia del espíritu ecuménico. Estas diferencias significan que, en el movimiento pentecostal contemporáneo, las personas que han experimentado ciertos dones especiales del Espíritu no se consideran superiores a las que han experimentado los dones universales del mismo, tales como la fe, la esperanza y el amor. Tampoco se considera ningún don como esencial para la salvación.
En las iglesias locales, los movimientos carismáticos enfatizan el bautismo del Espíritu, seguido de dones o manifestaciones del Espíritu tales como el hablar en lenguas, el don de sanidad, el don de discernimiento y otros. Se insiste de manera especial en el don de sanidad, que es otorgado tanto a aquellos dotados por Dios para curar como a los que han experimentado personalmente una curación. También son reconocidos otros dones de acuerdo a 1 Corintios 12:4-11. Un aspecto importante del neopentecostalismo es el énfasis que hace en la centralidad de Jesucristo y en las virtudes cristianas fundamentales como la fe, la esperanza y el amor. Las oraciones de intercesión y de alabanza son aspectos inherentes a la realidad carismática contemporánea. El movimiento también está marcado por la pasión por la evangelización mundial.
Dentro de las iglesias principales que integran el movimiento carismático contemporáneo -con varios millones de adherentes- funcionan pequeños grupos que se reúnen para estudiar la Biblia, orar por otros y realizar cultos de alabanza y de curación. Estas personas apoyan fielmente los programas de sus congregaciones locales mediante sus oraciones, su tarea y sus dones. Muchas de esas iglesias principales ocasionalmente realizan cultos de sanidad que con frecuencia son organizados de acuerdo a las tradiciones de las denominaciones particulares. Por ejemplo, muchos cultos de sanidad incluyen el sacramento de la Cena del Señor, como también sermones apropiados, himnos de alabanza y consagración, oraciones y la imposición de manos. El movimiento alienta el compromiso con las congregaciones locales como algo ordenado por Dios. De tanto en tanto, estos hermanos se reúnen en grandes conferencias de carácter regional, nacional e internacional. En estas conferencias cantan himnos de alabanza, escuchan mensajes y participan de los estudios bíblicos, de la oración intercesora y de los cultos de sanidad.
Los grupos carismáticos contemporáneos dedican mucha atención a clasificar e interpretar los dones del Espíritu mencionados por Pablo. Estos dones son los siguientes: dones vocales (profecía, hablar en lenguas e interpretación de las mismas); dones de conocimiento (discernimiento de espíritus, conocimiento, sabiduría); dones de poder (fe, milagros, sanidad); dones ministeriales (apóstoles, evangelistas, pastores, maestros); y dones administrativos (ver Romanos 12:6-8; 1 Corintios 12:4-11; 14:1-5, 9-12; 26; Efesios 4:4-13). La idea con la cual están de acuerdo aquellos que tienen profundidad teológica, es que los dones del Espíritu son para la edificación del cuerpo de Cristo y para conceder poder en la tarea de la evangelización mundial
¿Cua1es son las características principales del movimiento carismático contemporáneo? La pregunta no es fácil de responder porque hay diversas tendencias dentro del movimiento. El movimiento carismático que tengo en mente tiene estos puntos de vista: (a) todos los grupos cristianos necesitan con urgencia el poder renovador del Espíritu Santo; (b) ese poder está disponible ahora en formas específicas, deben esperarse milagros; (c) esos milagros o manifestaciones especiales del Espíritu Santo son para la vida personal, para la edificación de la iglesia y para otorgar poder en la misión; (d) más específicamente, algunos de estos dones importantes son el hablar en lenguas e interpretación de las mismas; sanidad del cuerpo, de la mente y del espíritu; enseñar y predicar con poder profético; dirección en la vida cotidiana y asistencia del Espíritu Santo en todas nuestras inquietudes humanas, incluyendo las necesidades financieras y las preocupaciones en tomo a la vida familiar; y (e) una amplia utilización de la radio, la televisión y materiales impresos por parte del movimiento carismático en Estados Unidos y en Canadá. Se espera que cada participante haga su parte en fe y en espíritu de obediencia a Dios.
Debe entenderse que estos dones o manifestaciones del Espíritu son adicionales al don supremo de la salvación. Y que estos dones son en Jesucristo, por medio de Jesucristo y para Jesucristo y su Reino.
Debe decir que no hay tal cosa como una teología carismática. Sólo hay una teología bíblica con un énfasis en los dones o manifestaciones del Espíritu Santo aquí y ahora.
A mi juicio, hay dos contribuciones importantes que el movimiento carismático está haciendo al mundo cristiano de hoy. La primera, es la sólida convicción de que cuando hacemos nuestra parte, el Espíritu Santo actúa en forma dinámica de maneras especificas dentro de la comunidad de fe, para ayudar y bendecir a la gente en cada uno de los aspectos principales de sus necesidades, tales como: espiritual, físico, emocional, intelectual, interpersonal, económico y financiero. La segunda es que el Espíritu Santo obra en todos los que obedecen al llamado de Dios, otorgándoles simultáneamente poder para realizar la misión e impulsar la evangelización mundial. Y la experiencia demuestra que ambas contribuciones confirman la obra del Espíritu dando gloria al Señor Jesucristo.
Consideremos ahora tres problemas importantes.
Primero, que a pesar de los esfuerzos de amor y de comprensión, siempre tenemos el problema de la división. Esto surge en parte debido a la actitud de muchos no-carismáticos que mantienen fuertes prejuicios respecto a las afirmaciones de aquellos que han experimentado ciertos dones o manifestaciones del Espíritu Santo. Muchos cristianos carismáticos se sienten incómodos y hasta rechazados en las iglesias que aman. Sin embargo, a la mayoría, esta situación no los ha inducido a alejarse.
Por otra parte, la división también se produce por la actitud de superioridad de algunos cristianos carismáticos. Algunas veces estos insisten en cambiar las formas de culto en las iglesias locales a las cuales pertenecen. Quieren menos rigidez y una mayor apertura hacia el movimiento del espíritu en los cultos regulares; deseando que éstos se conviertan en ocasiones para levantar los brazos en alabanza a Dios, para hablar en lenguas y efectuar curaciones. Es por esto que surgen problemas en las iglesias principales. Aquí la raíz del problema fundamentalmente reside en la insistencia por parte de los cristianos carismáticos en el sentido de que todos los que están verdaderamente llenos del Espíritu Santo recibirán necesariamente dones especiales de éste, tales como el hablar en lenguas, experiencias de sanidad, bendiciones financieras y demás.
Un segundo problema se refiere a la interpretación de la enseñanza bíblica. Pablo expresa claramente que aquellos que están llenos del Espíritu Santo podrán recibir dones del mismo, incluyendo el hablar en lenguas. Pero lo fundamental de la enseñanza bíblica reside en que la misión del Espíritu Santo es la de ensalzar a Jesucristo como Señor. Todo aquel que está lleno del Espíritu del Cristo viviente está, en efecto, lleno del Espíritu Santo. Todas esas personas expresarán el amor de Cristo, que file resumido por Jesús en su Sermón del Monte e interpretado por Pablo en 1 Corintios 13.
Una persona que recibe un don del Espíritu puede pensar que lo que ha sentido debería ser experimentado por todos los cristianos. Pero esto es contrario a la Escritura. Además, contradice la experiencia de muchos cristianos, pues son relativamente pocos los que reciben el don de lenguas; no todos son curados; no todos son aligerados de necesidades financieras desesperantes; y no todos son liberados de la esclavitud que significan las relaciones interpersonales quebrantadas. Al mismo tiempo, todos nosotros, los que reclamamos el nombre de Jesucristo deberíamos estar agradecidos por los milagros experimentados y las bendiciones recibidas. Sin duda todo lo que nos brinde una verdadera liberación en nombre de Aquél que vino a poner en libertad a los cautivos es de Dios.
Aludo a un problema más. Algunos cristianos carismáticos están en peligro de no escuchar el llamado de Dios a ser parte de su iglesia. El plan de Dios es llevar adelante la obra de Jesucristo por medio de la comunidad de fe que lleva su nombre. Jesús dejó esto bien claro cuando dio el mandato a sus discípulos: ”Id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19). El bautismo es el sacramento de integración al cuerpo de Cristo, la iglesia. El Espíritu Santo expresó esto uniendo a los primeros cristianos en Pentecostés. Pablo comprendió su misión -bajo la inspiración del Espíritu Santo -de predicar el evangelio, de enseñar y de integrar a la gente al cuerpo de Cristo.
Lo que hemos dicho explica por qué existen tantas denominaciones e iglesias carismáticas independientes en el mundo cristiano contemporáneo. Sin duda que un sentido más profundo del llamado del Espíritu Santo a la unidad, hubiera llevado a la amplitud de la comprensión cristiana que Pablo expresó tan bien: “Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere...Porque por un solo espíritu, fuimos todos bautizados en un cuerpo…y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12:11,13). Y “así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros” (Romanos 12:5).
Wesley estaba siempre abierto a las manifestaciones del Espíritu y creía en su permanente presencia y actividad. Él insista en que la validez de cualquier experiencia cristiana necesita la prueba de la Escritura y los resultados prácticos. En su día también hizo comentarios aprobatorios respecto a ciertas manifestaciones poco comunes del Espíritu Santo. Y yo creo que hubiera hecho lo mismo de haber vivido doscientos años después.
Wesley se uniría a la mayoría de los cristianos carismáticos que consideran que la Biblia es la única base final para la creencia y la práctica cristiana. Una vez más se regocijaría con casi todos los cristianos –tanto protestantes como independientes y católicos- que creen que el Espíritu Santo continúa actuando en nosotros después de la conversión, del bautismo y de la confirmación.
Él reconoció la realidad de los dones especiales del Espíritu, a pesar de que nunca dijo haber recibido ninguno de ellos. Según él, las manifestaciones especiales del Espíritu que seguían al arrepentimiento, a la justificación y al nuevo nacimiento, estaban a disposición de todos los cristianos. Esas manifestaciones del Espíritu tenían como finalidad producir el testimonio y la santidad interior. Mediante el testimonio, el Espíritu testifica a nuestro espíritu que hemos pasado de muerte a vida y que ahora somos verdaderamente hijos de Dios. Además, el Espíritu llena a los cristianos con el amor de Cristo y los dirige a lo que Wesley llamó la perfección cristiana. Él experimentó y proclamó por medio de su predicación la soberana gracia del Espíritu Santo a través de la cual experimentamos la voluntad de amar. La gracia del Espíritu y la voluntad de amar se expresan inevitablemente por medio de la acción.
El movimiento carismático contemporáneo difiere de las enseñanzas de Wesley al dar énfasis a los dones del Espíritu sin centrarlos primeramente en la santidad. Los dones o manifestaciones del Espíritu son para el gozo íntimo en el Señor, para la sanidad física y emocional, y para las bendiciones financieras y otras. No estoy diciendo que los cristianos carismáticos contemporáneos no estén interesados en la vida recta y en la santidad. Están interesados, pero para Wesley el punto central de su creencia en la presencia y el poder del Espíritu Santo estaba en esa santidad a la cual todos los cristianos son llamados. La gran pasión de Wesley la constituía la santidad interior y exterior. Todos los cristianos debían esforzarse por alcanzar este estado, confiados en que lo que no pueden alcanzar con sus fuerzas les será otorgado por la gracia de Dios; es decir, por la acción sobrenatural del Espíritu Santo.
Otro punto de contraste lo vemos en la exhortación de Wesley a ser partícipes de la vida de la iglesia. Si bien sus grupos pequeños y las sociedades que él inició comenzaron como un tipo de secta, siempre quiso que los mismos estuvieran ligados a los sacramentos y a las órdenes de la iglesia. Wesley consideraba que su misión incluía la renovación de la iglesia por medio del poder del Espíritu.
Ciertamente que Wesley se hubiera regocijado con muchas de las manifestaciones del poder del Espíritu en el movimiento carismático contemporáneo, y hubiera apelado a todos los cristianos para que procuraran alcanzar la santidad interior y exterior que se logra por medio de la disciplina y de la apertura obediente al Espíritu. No fue accidental el hecho de que uno de sus temas más importantes estuviera basado en las siguientes palabras de la Escritura: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14).
EL ESPÍRITU SANTO Y LA RESPONSABILIDAD SOCIAL
Algunas personas creen que la obra del Espíritu Santo es proporcionar gozo y paz interior, y prepararnos para el cielo. Otros opinan que la función primordial de la gracia de Dios es influir sobre la conducta moral para que podamos convertirnos en reformadores sociales. En cada generación se han planteado contiendas entre los cristianos que enfatizaban la salvación personal y los que insistían en el ministerio social.
Un caso que ilustra esto fue el problema de la esclavitud. A pesar de los esfuerzos moderadores dentro del metodismo, realizados por los obispos Asbury, McKendree y otros, esta situación dividió finalmente a la iglesia. Pero Wesley tenía ideas claras sobre esto y luchó contra la esclavitud considerándola la más cruel de todas las instituciones. Este es un ejemplo de cómo funcionaba el énfasis de Wesley en la santidad interior y exterior. Hasta donde sabemos, cualquier aspecto de las necesidades humanas de las cuales estuviera consciente, provocaba en él una respuesta. La ignorancia, la pobreza, la enfermedad, la soledad, el sistema carcelario, la bebida, la esclavitud, la guerra, eran preocupaciones que pesaban sobre su corazón.
¿Por qué insistimos en que el Espíritu Santo está relacionado en forma directa con las reformas sociales? Porque la Biblia enseña que Dios quiere que sus metas se realicen, y esas metas tienen que ver con el bienestar de los seres humanos o como Jesús prometió: vida en abundancia (Juan 10:10). La actividad del Espíritu Santo provoca la integración del cuerpo, de la mente y del espíritu. El Espíritu Santo anhela que todos los seres humanos puedan gozar de dignidad y de todos los derechos básicos, sin los cuales la gente no puede ser ni libre, ni feliz.
El problema consiste en que la esclavitud humana tiene lugar, no sólo por lo que los individuos atraen sobre sí debido a sus malos hábitos y a la vida desordenada, sino que también se produce como consecuencia de los males sociales. La esclavitud humana viene como resultado de estructuras sociales que necesitan ser transformadas para la gloria de Dios y la bendición de la gente.
Se observa la existencia de dos errores básicos que se cometen con relación al poder del Espíritu Santo.
Un error es creer que el Espíritu Santo afecta la vida interior y no tiene que ver con los hechos que afectan las fuerzas más importantes de la historia. El otro error es creer que el Espíritu Santo es solo la pasión por la reforma social. Lo primero conduce a la paz interior, a la devoción privada, y a la aceptación resignada de lo que nos ha tocado en la vida. El segundo lleva a la acción que auspician los organismos sociales, sin interesarse en la dinámica presencia del Espíritu Santo, que motiva a los cristianos tanto a la evangelización, como a luchar por la justicia y la libertad.
Esta cuestión se aclara cuando reflexionamos sobre la guerra y la paz en el mundo contemporáneo. La destrucción que provoca la guerra en el Líbano (por mencionar sólo una situación) y la actividad terrorista dejan bien expresado que el Espíritu Santo y la guerra se oponen drásticamente. Sabemos que cuando la gente se ve atacada va a responder atacando también. Cuando el Espíritu Santo está presente en nosotros, es decir, cuando Jesucristo reina realmente, hacemos todo lo que está a nuestro alcance para evitar las posibilidades de guerra. Pues, ¿qué bien hace hablar de la salud del cuerpo y del espíritu, y de la vida abundante, cuando las bombas y las balas destruyen propiedades y vidas en algunos lugares del mundo?
Por otra parte, lo que los defensores de la reforma social tienden a olvidar es la necesidad de ganar gente para Jesucristo, educándola en la fe. En su interés por la liberación, descuidan la predicación del evangelio que conduce a la salvación.
¿Qué es lo más importante que puede ocurrirles a los seres humanos? Es el entrar en una relación vital con Dios por medio de Jesucristo. Esta relación los capacita para experimentar el gozo de retomar al Dios que los creó, y disfrutar del privilegio de servir en el reino de Dios. Esta experiencia se enriquece sin medida cuando aquellos que han encontrado a Dios se unen a otros en el cuerpo de Cristo. Entonces la oración y la alabanza adquiere un nuevo significado. Sólo de esta manera es posible alcanzar la experiencia sustentadora que da significado, dignidad y destino a la vida.
Aunque los hambrientos sean alimentados, los desnudos vestidos y los enfermos atendidos, si falta la palabra que presente a Cristo, y que una a los seres humanos en la fe y en la oración, se les estará privando de la mayor de las bendiciones, que es la relación de fe con Dios que brinda vida abundante. Por eso la evangelización mundial es de máxima prioridad. Es la tarea suprema a la cual Jesús llamó a sus discípulos; y es el reto mayor para nuestro tiempo.
Por consiguiente, la acción en favor de los demás no se limita a las necesidades físicas. Pensar en esa forma es un insulto a los seres humanos, pues implica asumir que son sólo entidades físicas. Esforzarse en favor del alma de la gente es acción social. Una parte de nuestro propósito al atender sus necesidades físicas es capacitarlos para que abran sus vidas a la gloria de Dios en Jesucristo. En última instancia, una comunidad se ve enriquecida y bendecida cuando la gente se integra en iglesias, escuelas y hospitales, donde los beneficios de Cristo pueden experimentarse de generación en generación.
Las tradiciones pueden ser buenas, malas, o una mezcla de ambas. Una tradición dentro del cristianismo que ha tenido efectos trágicos es la que yo llamo la tradición de pasividad. Por esto quiero decir la creencia de que no podemos, o no debemos hacer nada en relación con los acontecimientos que se desarrollan en la vida de la comunidad.
¿Cuáles son estos acontecimientos? A mi juicio son los que tienen que ver con las fuerzas culturales, políticas, económicas, institucionales y morales que afectan a las personas en una comunidad, en la nación o en el mundo.
Aquéllos que dicen que no podemos hacer nada son fatalistas. Nos dicen que cuestiones como la guerra y la paz, la contaminación ambiental y los derechos humanos, son aspectos que están más allá de nuestro control y no podríamos hacer nada en relación a las mismas.
Por otra parte, los que dicen que no es necesario hacer nada en relación con esas situaciones, asumen que de hacerlo estaríamos inmiscuyéndonos en cosas que pertenecen a Dios. Por consiguiente, basados en un falso sentido de piedad, se tornan sordos al llamado del Espíritu de vivir responsablemente en comunidad.
Esta tradición de pasividad ha tenido consecuencias muy graves. Hasta se ha interpretado que la Biblia apoyaba el mantener “las manos afuera”. Una vez escuché a un erudito en el Nuevo Testamento de fama internacional decir que debíamos dejar que la iglesia fuera la iglesia en las situaciones sociales importantes. En ese contexto, insistió, debíamos mantenernos alejados de los asuntos públicos y concentrarnos en la oración y la adoración. Por cierto, que nada es más importante que ganar gente para Cristo; pero, ¿acaso los cristianos no han de tener nada que decir en relación con las luchas por la justicia y la dignidad humana?
Aun San Agustín, en su obra titulada la Ciudad de Dios, dijo, justamente, que el surgimiento y la caída de los imperios está en las manos de Dios. Y también lo están las situaciones de la guerra y la paz.
Hay muchos cristianos que creen que el fin del mundo está cerca, y que, por lo tanto, no es necesario preocuparnos por lo que ocurre aquí y ahora. ¿Por qué preocupamos por la destrucción nuclear, la contaminación ambiental, el exceso de población o el racismo, cuando el Señor ha de retomar pronto? Muchos cristianos van más lejos, y afirman que el mundo seguirá empeorando hasta que llegue el fin. En consecuencia, ¿por qué preocuparse?
Reconozco que la Biblia enseña claramente el final del orden temporal actual. Pero no dice cuándo ha de ocurrir. Jesús menciona ciertas señales (ver, por ejemplo, Marcos 13). Pero Él también dijo que no sabía cuándo vendría el fin (13:32). El tema bíblico básico es el siguiente: Cuando Dios de acuerdo a su voluntad considere que es el tiempo oportuno, pondrá fin al orden vigente y traerá en su lugar “cielos nuevos y tierra nueva” (2 Pedro 3:13) bajo la soberanía y el señorío de Jesucristo.
¿Cuándo? No lo sabemos. Sólo sabemos que no corresponde a la naturaleza de Dios el realizar un magnífico comienzo como lo fue la creación y el habernos provisto del maravilloso don de Jesucristo para nuestra redención, para luego dejar que en definitiva todo se desintegre. Creemos que el fin debe estar de acuerdo con el comienzo; de ahí que no creamos meramente en el fin, sino en la consumación. Jesucristo retornará en toda su gloria para reinar, sobre todo, a la manera y en el tiempo que Dios designe según su buena voluntad. Su nombre está por sobre todo nombre. Pero, ¿cuándo ocurrirá todo esto? No lo sabemos, pues Dios no lo ha revelado. Mientras tanto, nuestro deber es estar siempre preparados y llevar a cabo Su obra mientras estamos aquí.
Jesús nos advirtió sobre estas situaciones cuando dijo: “Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y harán señales y prodigios, para engañar, si fuese posible, aun a los escogidos”. Pero, agregó: “Mas vosotros mirad; os lo he dicho todo antes” (Marcos 13:22-23).
Nada de esto debe detenernos. Dios nos llama todavía a que sigamos junto con Él hacia la tierra prometida. Mientras tengamos vida y aliento debemos practicar el bien, por medio del Espíritu, a fin de que la gente pueda alabar a Dios.
Me parece que Wesley estaba en lo correcto al insistir en la santidad interior que conduce a la santidad exterior, o sea a la acción. Él estaba preocupado por ganar a la gente para Jesucristo, reuniéndola en pequeños grupos de apoyo espiritual mutuo. Apelaba a ellos para que modificaran las situaciones en las que vivían. Él y sus equipos de colaboradores iban a las cárceles para predicar, enseñar y llevar ropa, comida y ropa de cama para los presos. Ayudaba también a la gente a encontrar trabajo y les proporcionaba buen material de lectura.
Los cristianos son impulsados por el Espíritu Santo a hacer todo lo posible por oponerse a la corrupción en los gobiernos. ¿Cómo pueden estar tranquilos cuando tantos funcionarios elegidos, a prácticamente todos los niveles, son acusados de corrupción? ¿Cómo pueden los cristianos ignorar la vasta debilidad de los procesos judiciales? ¿Con qué palabras se puede informar sobre los desastres causados en vidas humanas y en familias como consecuencia del tráfico de alcohol, de cocaína y otras drogas? Algunas de estas tragedias son informadas por los medios de comunicación; millones de ellas están registradas únicamente en las lágrimas, la amargura, la aflicción y la desesperación de madres, padres, hermanas y hermanos, parientes y amigos.
¿Acaso el Espíritu Santo no nos impulsa a hacer todo lo que esté a nuestro alcance, mediante la oración y el sabio consejo, para fortalecer los matrimonios cristianos y la vida familiar? De todos los servicios cristianos que pueden ser realizados en el nombre de Jesucristo, nada más importante que el ayudar a crear hogares cristianos. El matrimonio es un acontecimiento. Un matrimonio cristiano y la vida de familia es algo que se logra por la gracia de Dios.
Muchas cosas van mal en la vida de familia debido a fallas de la naturaleza humana, tales como una actitud negativa sostenida por mucho tiempo, un quebrantamiento del carácter, o el fracaso en el cultivo en común de la vida espiritual. Un verdadero hogar cristiano comienza con arrepentimiento y un nuevo nacimiento. Desde el comienzo se mueve hacia un crecimiento continuo en la gracia dentro del cuerpo de Cristo.
El Espíritu Santo nos impulsa a tratar con afecto a los niños y los jóvenes. El Espíritu no permitirá que seamos sordos a los clamores de los niños hambrientos, enfermos y necesitados del mundo.
En la actualidad las cuestiones sociales han adquirido tal importancia que como cristianos nos sentimos abrumados por ellas. Tenemos los ineludibles problemas del racismo, el sexismo, la drogadicción, el exceso de población, la contaminación ambiental, el crimen, la pornografía. Y piensen en la avaricia que lanza a los seres humanos unos contra otros. No podemos dejar de apreciar que en el fondo de la mayoría de los males de la sociedad reside la disposición de hacer poco menos que cualquier cosa por dinero. El dinero es una necesidad; pero Cristo nos llama a ganarlo y a utilizarlos de manera responsable. ¿Acaso estos y otros problemas no son motivo de preocupación para Dios?
Una consecuencia del evangelio es que nos lleva a reflexionar en espíritu de oración sobre estas cuestiones sociales, de manera que nuestras mentes y corazones puedan ser transformados a fin de que podamos hacer algo en relación a las mismas. Estos males hacen recaer obligaciones especiales sobre ciertos cristianos, que en virtud de sus responsabilidades y posición en la sociedad pueden ejercer influencia y brindar liderazgo en los asuntos públicos. Ciertamente, los cristianos son llamados a ejercer responsabilidades públicas, y en caso de ser electos, demostrar con su actuación el amor de Dios.
Las grandes personalidades de la Biblia, tales como David, con frecuencia ejercieron liderazgo en los asuntos de la comunidad. La ética cristiana basada en el amor requiere que nosotros sigamos su ejemplo. El Espíritu Santo que siempre obra en nosotros se esfuerza para que lo mejor de Dios se manifieste en cada ser humano. Y es sólo mediante un esfuerzo como ese que podemos unirnos en la respuesta a la oración del Señor:
Venga tu reino.
Hágase tu voluntad,
como en el cielo,
así también en la tierra.
(Mateo 6:10)
(*) Traducido por Luis E. Odell, Copyright © 1988 por Graded Press.
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