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Orcos: La Horda
(Desde el fin de la Segunda Guerra)
Gul’dan
y la traición
En los últimos días de la Segunda Guerra, cuando la victoria de la Horda
sobre la Alianza parecía casi asegurada, estalló una terrible enemistad
entre los dos orcos más poderosos de Azeroth. El nefario brujo, Gul’dan,
maestro del clandestino Consejo de las Sombras, dirigió a algunos clanes
renegados contra el poderoso Orgrim Doomhammer, el Jefe de la Horda.
Mientras Doomhammer preparaba su ataque final contra la Capital de Lordaeron,
un ataque que habría aplastado los últimos restos de la Alianza, Gul’dan y
sus clanes renegados abandonaron sus puestos y se hicieron a la mar.
Doomhammer quedó perplejo: había perdido casi la mitad de lo que quedaba de
sus fuerzas a causa de la traición de Gul’dan y se
vio forzado a retroceder y renunciar a la mejor oportunidad
que se le presentaría de lograr la victoria sobre la Alianza.
Gul’dan,
hambriento de poder, se obsesionó con la idea de alcanzar la divinidad y
partió en una búsqueda desesperada de la Tumba de Sargeras, un tesoro
sumergido que creía que contenía los secretos del poder definitivo. Ya había
condenado a sus compañeros orcos a convertirse en esclavos de la Legión de
Fuego y su supuesto deber para con Doomhammer había perdido toda relevancia.
Respaldado por los clanes de Stormreaver y Twilight, Gul’dan logró alzar la
Tumba de Sargeras del fondo del mar. Sin embargo, cuando por fin abrió la
inundada y antigua sepultura, encontró sólo unos demenciales demonios que lo
estaban esperando.
Doomhammer
quería castigar a los caprichosos orcos por la traición que tan cara había
pagado: envió a sus fuerzas a asesinar a Gul’dan y a traer a los renegados
de vuelta al redil. Gul’dan había sido destrozado por los demonios
enloquecidos que él mismo, en su imprudencia, había liberado. Con su líder
muerto, los clanes renegados no tardaron en caer ante las enfurecidas
legiones de Doomhammer. Aunque la rebelión había sido sofocada, la Horda no
era capaz de rehacerse de las terribles pérdidas que había sufrido. La
traición de Gul’dan había dado a la Alianza algo más que esperanza... Le
había dado tiempo. Tiempo para reagruparse y contraatacar. Lord Lothar, al
ver que la Horda estaba fragmentándose en su interior, reunió a sus
restantes fuerzas y empujó a la Horda hacia el sur, de regreso hacia el
desolado interior de su propia patria: Azeroth. Una vez allí, las fuerzas de
la Alianza acorralaron a la Horda, que se batía en retirada, dentro de la
fortaleza volcánica de la Torre de Rocanegra.
Aunque Lord
Lothar cayó en combate a la base de la Torre, su teniente Turalyon reunió a
las fuerzas de la Alianza en la undécima hora y empujó a la Horda hasta la
abismal Ciénaga de los Lamentos. Las fuerzas de Turalyon lograron destruir
el Portal Oscuro, la puerta mística que conectaba a los orcos al oscuro y
rojo mundo del que provenían: Draenor. Privada de sus refuerzos de Draenor y
fracturada por la incesante lucha, la Horda
finalmente cayó de rodillas ante las potentes fuerzas de la Alianza.
Los dispersos clanes orcos
fueron rápidamente reunidos y llevados a vigilados campos de internamiento.
Aunque parecía que la Horda había sido derrotada para siempre, había quien,
con gran escepticismo, albergaba serias dudas de que la paz fuera a durar.
Khadgar, el anterior aprendiz de Medivh, convenció al alto mando de la
Alianza para que construyese la fortaleza de Nethergarde, que vigilaría las
ruinas del Portal Oscuro y se aseguraría de que no llegasen más invasiones
desde Draenor.
Ner’zhul y los
clanes de las sombras
A medida que se extinguían los fuegos de la Segunda Guerra, la Alianza tomó
tajantes medidas para contener la amenaza orca. En el sur de Lordaeron se
construyeron unos enormes campos de internamiento pensados para albergar a
los orcos prisioneros. Custodiados tanto por los paladines como por los
soldados veteranos de la Alianza, los campos demostraronser un gran éxito.
Aunque los orcos prisioneros se mostraban tensos y ansiosos de volver a la
lucha, los guardianes de los campos, que
habían establecido su base en la antigua prisión fortaleza
de Durnholde, mantenían la paz y una sólida apariencia de orden.
Sin embargo,
en el mundo infernal de Draenor un nuevo ejército orco se preparaba para
atacar a la confiada Alianza. El Chamán Anciano Ner’zhul, antiguo mentor de
Gul’dan, había reunido bajo su oscuro estandarte al puñado de clanes que aún
quedaban en Draenor. Ner’zhul planeaba abrir sobre Draenor varios portales
que llevarían a la Horda a nuevos mundos. Para dar energía a sus nuevos
portales, Ner’zhul necesitaba varios artefactos encantados de Azeroth. Y
para procurárselos, Ner’zhul volvió a abrir el Portal Oscuro y envió a sus
voraces clanes a través de él.
La nueva
Horda, comandada por veteranos jefes como Grom Hellscream del clan Warsong y
Kilrogg Deadeye del clan Bleeding Hollow, sorprendió a las fuerzas de
defensa de la Alianza y se abrió un camino de destrucción a través del
campo. Bajo el comando de Ner’zhul, los orcos reunieron rápidamente los
artefactos que necesitaban y volvieron a la seguridad de Draenor.
El Rey Terenas
de Lordaeron, convencido de que los orcos estaban preparando una nueva
invasión de Azeroth, congregó a sus tenientes más leales. Ordenó al General
Turalyon y al mago Khadgar que dirigieran una expedición a través del Portal
Oscuro y pusieran fin a la amenaza orca de una vez para siempre. Las fuerzas
de Turalyon y Khadgar marcharon hacia Draenor y se enfrentaron repetidamente
con los clanes de Ner’zhul en la asolada Península de Fuego del Infierno.
Aunque ninguna de las dos partes ganaba terreno, era
evidente que nada podría impedir que Ner’zhul completara sus abominables
planes.
Ner’zhul logró
abrir sus portales hacia otros mundos, pero no imaginó el terrible precio
que tendría que pagar. Las tremendas energías de los portales empezaron a
desgarrar la misma esencia de Draenor. Mientras las fuerzas de Turalyon
luchaban desesperadamente para volver a casa en Azeroth, el mundo de Draenor
empezó a retorcerse. Grom Hellscream y Kilrogg Deadeye, dándose cuenta de
que los locos planes de Ner’zhul condenarían a toda su raza, reunieron a los
orcos restantes y escaparon de regreso hacia la relativa seguridad de
Azeroth. Cuando Hellscream y Deadeye se abrían camino a través de las filas
humanas en una desesperada tentativa de alcanzar la libertad, de repente el
Portal Oscuro explotó a sus espaldas. No habría
vuelta atrás para ellos y para todos los demás orcos que quedaban en Azeroth..
Ner’zhul y su clan Shadowmoon
pasaron a través de los portales recién abiertos mientras los continentes de
Draenor eran destruidos por unas ingentes erupciones volcánicas. Los
hirvientes mares se alzaron y cubrieron el desolado paisaje. Después, el
torturado mundo se consumió finalmente en una explosión apocalíptica.
El día del
Dragón
Aunque Grom Hellscream y el clan Warsong lograron evitar ser capturados,
Deadeye y el clan Bleeding Hollow fueron hechos prisioneros y conducidos a
los campos de internamiento de Lordaeron. A pesar de los costosos
levantamientos, los guardianes de esos campos no tardaron en restablecer el
control de sus brutales cargos.
Sin embargo,
sin que lo supieran los agentes de la Alianza, una enorme fuerza de orcos
aún deambulaba, libre, por las inmensidades del norte de Khaz Modan. El clan
Dragonmaw, dirigido por el infame brujo Nekros, había mantenido el control
de la Reina de los Dragones, Alexstrasza, y su ejército de dragones
voladores, sirviéndose de un antiguo artefacto conocido como Alma de
Demonio. Con la Reina de los Dragones como rehén, Nekros construyó un
ejército secreto en Grim Batol, un bastión enano abandonado. Nekros planeaba
desatar a sus fuerzas y a los poderosos dragones rojos sobre la Alianza y
esperaba reunir a la Horda y continuar su conquista de Azeroth. Sin embargo,
un pequeño grupo de guerreros de la resistencia comandados por el mago
humano Rhonin logró destruir el Alma de Demonio y liberar a la Reina de los
Dragones del poder de Nekros.
En su furia,
los dragones de Alexstrasza destruyeron Grim Batol e incineraron a la mayor
parte del clan Dragonmaw. Los grandes planes de reunificación de Nekros se
iban derrumbando mientras las tropas de la Alianza capturaban a los
supervivientes orcos y los arrojaban a los campos de internamiento que les
estaban esperando. La derrota del clan Dragonmaw marcó el final de la Horda
y el final de la furiosa sed de sangre de los orcos.
Letargo e
internamiento
Los meses pasaban y cada vez eran más los prisioneros orcos capturados y
hechos prisioneros en los campos de internamiento. Cuando los campos
empezaron a desbordarse, la Alianza se vio obligada a construir nuevos
campos en las planicies del sur de las Montañas Alterac. Para poder mantener
adecuadamente el creciente número de campos, el Rey Terenas estableció un
nuevo impuesto a las naciones de la Alianza. Este impuesto alimentó las
disensiones entre los líderes de la Alianza, que ya se mostraban
descontentos a causa de las crecientes tensiones políticas que derivaban de
las discusiones fronterizas. Parecía que ese frágil pacto que las naciones
humanas habían fraguado en su hora más oscura podía romperse en
cualquiermomento.
En medio de
esa confusión política, muchos de los guardianes de los campos empezaron a
notar un inquietante cambio en sus prisioneros orcos. Sus esfuerzos por
escapar de los campos habían ido disminuyendo con el tiempo. Ni siquiera
peleaban entre ellos con la misma frecuencia que antes. Los orcos estaban
volviéndose más letárgicos y distantes. Aunque era difícil de creer, los
orcos, que una
vez habían sido la raza más agresiva que jamás se hubiera visto en Azeroth,
habían perdido por completo su voluntad de luchar. Ese extraño letargo
confundió a los líderes de la Alianza y fue extendiéndose entre los orcos
que se iban debilitando rápidamente.
Había quien
conjeturaba que la causa del desconcertante letargo de los orcos podía ser
alguna enfermedad extraña que sólo les afectaba a ellos. Sin embargo, el
Archimago Antonidas de Dalaran expuso una hipótesis diferente. Investigando
entre lo poco que pudo encontrar sobre la historia orca, Antonidas averiguó
que durante muchas generaciones los orcos habían estado bajo la atroz
influencia de un poder demoníaco (o de magias de brujo). Pensó que esos
poderes demoníacos habían corrompido a los orcos por
incluso antes de su primera invasión de Azeroth. Era evidente que los
demonios habían cortado la sangre de los orcos, cosa que aseguraba a esas
bestias una fuerza, una resistencia y una agresividad sobrenaturales.
Antonidas explicó su teoría de
que el letargo comunitario de los orcos no era una enfermedad real sino una
abstinencia racial a largo plazo: la extinción de las volátiles brujerías
que los habían convertido en unos aterradores guerreros sedientos de sangre.
Aunque los síntomas estaban claros, Antonidas no fue capaz de encontrar una
cura para los orcos. Muchos de sus compañeros magos, así como algunos
notables líderes de la Alianza, argumentaron que encontrar una cura para los
orcos sería una empresa
imprudente. Antonidas, después de reflexionar sobre la misteriosa condición
de los orcos, concluyó que la única cura para su mal tenía que ser una cura
espiritual…
El relato de
Thrall
Durante los días oscuros de la Primera Guerra, un astuto oficial humano de
nombre Aedelas Blackmoore encontró un infante orco abandonado en los
bosques. El niño orco, a quien Blackmoore bautizó acertadamente con un
nombre de esclavo, Thrall, fue llevado a la prisión fortaleza de Durnholde.
Allí Blackmoore educó al joven orco para que fuera un esclavo y un
gladiador.Quería hacer del joven orco no sólo un guerrero sin igual sino
también un líder culto. Blackmoore esperaba que Thrall tomara las riendas de
la Horda para poder dominar a los hombres por medio de él.
Pasaron
diecinueve años y Thrall se convirtió en un orco fuerte e ingenioso. Pero su
joven corazón sabía que la vida de esclavo no era para él. Mientras crecía,
habían ocurrido muchas cosas en el mundo que se encontraba fuera de la
fortaleza. Aprendió que su pueblo, los orcos (a quienes jamás había
encontrado) habían sido derrotados y encerrados en campos de internamiento
en las tierras humanas, y que Doomhammer, el líder de su gente, había
escapado de Lordaeron y se había escondido. Sabía que sólo quedaba un clan
solitario que aún operaba en secreto, intentando no atraer la mirada
vigilante de la Alianza.
Thrall, un
joven lleno de recursos aunque con poca experiencia, decidió escapar de la
fortaleza de Blackmoore e ir en busca de sus semejantes. Así lo hizo. En sus
viajes, Thrall visitó los campos de internamiento y encontró a su raza,
antaño poderosa, tímida y aletargada. No habiendo encontrado
a los orgullosos guerreros que esperaba conocer, Thrall partió en busca del
último jefe orco, el invencible Grom Hellscream.
A pesar de que
era perseguido constantemente por los humanos, Hellscream aún se aferraba a
la insaciable voluntad guerrera de la Horda. Ayudado sólo por los devotos
miembros del clan Warsong, Hellscream seguía librando una guerra clandestina
para liberar de la opresión a su pueblo prisionero. Por desgracia,
Hellscream no logró jamás encontrar una forma de despertar de su
aletargamiento a los orcos cautivos. El impresionable Thrall, inspirado por
el idealismo de Hellscream, desarrolló una fuerte simpatía por la Horda y
sus tradiciones guerreras.
Buscando sus
verdaderos orígenes, Thrall viajó hacia el norte para encontrar al
legendario clan Frostwolf. Thrall averiguó que Gul’dan había exiliado a los
Frostwolves durante los lejanos días de la Primera Guerra. También descubrió
que era el hijo y heredero del héroe orco Durotan, el legítimo jefe de los
Frostwolves, que había sido asesinado en los bosques
veinte años antes…
Bajo la tutela
del venerable chamán Drek’Thar, Thrall estudió la antigua cultura chamánica
de su pueblo que había sido olvidada bajo el malvado mandato de Gul’dan. Con
el tiempo, Thrall se convirtió en un poderoso chamán y ocupó su legítimo
puesto como jefe de los exiliados Frostwolves. Habilitado con la energía de
los mismísimos elementos y decidido a encontrar su destino, Thrall partió
para liberar a los clanes cautivos y curar a su raza
de la corrupción demoníaca.
En sus viajes,
Thrall encontró al anciano Jefe Orgrim Doomhammer, que había vivido como un
ermitaño durante años. Doomhammer, que había sido un buen amigo del padre de
Thrall, decidió seguir al joven orco visionario y ayudarle a liberar a los
clanes prisioneros. Apoyado por muchos de los jefes veteranos, Thrall logró
por fin revitalizar la Horda y dar a su gente una nueva identidad
espiritual.
Para
simbolizar el renacimiento de su gente, Thrall regresó a la fortaleza de
Blackmoore de Durnholde y puso fin a los planes de su antiguo señor
asediando los campos de internamiento. Pero Doomhammer cayó en combate
durante la liberación de uno de los campos. Thrall recogió el legendario
martillo de guerra de Doomhammer y se puso su armadura negra y plata para
convertirse en el nuevo Jefe de la Horda. En los meses que siguieron, la
pequeña pero incendiaria Horda de Thrall arrasó los campos de internamiento
y frustró los mejores intentos de la Alianza para contrarrestar sus
inteligentes estrategias. Alentado por su mejor amigo y mentor, Grom
Hellscream, Thrall trabajó para asegurarse de que ningún
orco volviera a ser hecho esclavo jamás. Ni por humanos ni
por demonios. |