
Capitulo XII: EN DINAMARCA
Silvia continuó su vida normal al lado de Lautario, sin reproches, ni arrepentimientos que la inquietaran.
Todo marchaba bien, hasta el día supuesto de la menstruación, al no darse tal condición, se preocupó un poco, pero no se desesperó, supo guardar la calma.
Una semana pasó sin que nada sucediera; a mediados de la siguiente, Silvia empezó a preocuparse, pensamientos vituperantes embotaban su mente; pero continuaba manteniendo la calma; el deseo de tener su propio hijo, se sobreponía a todo lo demás.
Su situación con respecto a su esposo, no era angustiosa, se sentía segura de si misma, con las fuerzas suficientes para guardar el secreto de lo sucedido.
Además siempre estaba de por medio el pretexto de que el milagro había sucedido, y ella simplemente había salido embarazada, y dicho suceso los haría feliz a los dos.
Sin embargo, la incertidumbre persistía, y a la tercera semana, en su afán de salir de las dudas de un posible embarazo, hizo una cita con el ginecólogo; pero la noche anterior a la cita, la menstruación le vino, alivio grande que de nuevo le volvió la tranquilidad.
Al ver que que las cosas se habían dado para bien, y sentirse libre de todo sentimiento de culpa, habló con Lautaro, y le hizo ver la necesidad de hacer el viaje a Dinamarca, esta vez Lautaro accedió a su ruego y se prepararon para hacerlo.
Al estar en Dinamarca, Lautaro fue sometido a distintos exámenes médicos hasta llegar al último,
el cual consistía en examinar el semen, le dieron un vaso plástico y le dijeron se fuera al baño, que se masturbara y trajera de inmediato el contenido al laboratorio.
Al examinar el semen, comprobaron que la mayoría de los espermatozoides morían rápidamente, sin embargo, algunos sobrevivían lo suficiente para que la ovulación tuviera lugar.
Después de reunirse con los médicos, éstos le dijeron que el resultado de los exámenes practicados eran positivos, que estaba apto para engendrar hijos, que ambos tenían que relajarse, tomar las cosas con calma; pues muchas veces la ansiedad de lograr lo deseado, alteraba el estado funcional del organismo.
Por de pronto le darían unos medicamentos para estimular las hormonas, y así apresurar el proceso del embarazo.
De ahora en adelante, era cosa de tener paciencia, y esperar el día en que Silvia saliera encinta.
Aprovechando el viaje, dispusieron visitar otros países escandinavos, como Finlandia y Noruega. Conocieron los famosos “fiords”, de Noruega, visitaron distintos museos donde aprendieron sobre la mitología nórdica, en especial sobre la era vikinga cuando los marinos aventureros llegaban a otros países en sus embarcaciones y raptaban a las mujeres, dejando nuevamente solteros a muchos de los pobladores de dichas regiones; lo cual, unos lo celebraban, especialmente aquellos con quienes las relaciones hogareñas no eran tan cordiales; en cambio otros lo lamentaban profundamente al no tener por las noches a quien contarle sus cuitas, ni quien les diera calor en las noches frías de invierno.
Después de disfrutar a plenitud de dicho viaje, Lautaro y Silvia regresaron a casa y continuaron su vida como de costumbre, siempre abrigando la esperanza de que un día la sorpresa del embarazo se diera.
Pero el tiempo pasaba sin que lo deseado sucediera.
Para que ella no se desesperara, Lautaro le sugirió la idea de adoptar un bebé, pero Silvia contestó que dicha opción la dejarían como un último recurso.
Ella quería disfrutar la satisfacción de ver su estómago crecer día con día, de sentir los movimientos del feto, de hablarle y acariciarlo, de cargar en su vientre por nueve meses aquel fruto de sus entrañas.
Sin embargo, después de un lapso de tiempo, al ver que las cosas seguían igual, sin que nada de lo esperado ocurriese, Silvia sugirió que se fueran de vacaciones a Can-cun, Méjico.
Esta vez Lautaro fue más complaciente y aprobó la sugerencia.
Hicieron los preparativos para el viaje y abordaron un avión rumbo a dicho lugar.
En el hotel en que se hospedaron, tuvieron la oportunidad de conocer el matrimonio joven de Higinio Sierra Parada y su esposa Mireya con sus dos hijos, el varón de cuatro años y la niña de dos.
Aquellas dos bellas criaturas despertaron admiración en Silvia, y se sentía celosa de no poder disfrutar de la felicidad que dichos chicos les prodigaban a sus progenitores.
A veces desayunaban juntos, y a medida que entraban en confianza, Silvia les contó de los años que llevaban de casados y del problema desconsolador que enfrentaban de no tener hijos, todo a causa del problema de Lautaro.
Higinio, ingeniero civil de profesión, les contó de lo que le sucedió en el estado de Veracruz, Méjico, mientras trabajaba en la construcción de una carretera que atravesaba la sierra, al ser mordido en la nuca por un insecto, lo cual casi le causa la muerte, pues los médicos no encontraban los antibióticos indicados para su curación, teniendo en última instancia, -por consejo de los locales-, de recurrir a los servicios de un “ chaman”, en la aldea de Catemaco, un lugar famoso en dicho país por la abundancia de estos personajes.
Al visitar dicha persona, desde el momento que me atendió, se enteró del insecto que se trataba, recetándome, por consiguiente, los medicamentos indicados para la curación.
Créanme después de lo que aquel hombre hizo por mí, y de escuchar de los casos que él y los demás chamanes habían logrado con otras personas, mi escepticismo desapareció y terminé por respetarles, y admirarles sus facultades curativas.
Es algo que uno tiene que verlo para creerlo.
No hay lugar a dudas, que en ciertos casos, la medicina alternativa funciona.
Antes de marcharse, Higinio le entregó a Lautaro un papel con el nombre del chaman que lo había atendido: Xochilt Huicholt.
De corazón se los recomiendo como una persona de confianza, sus conocimientos lo ameritan como un profesional conocedor de su oficio.- Examina minuciosamente al paciente, si el caso es de su conocimiento, los atiende de inmediato, de otro modo es franco diciéndoles que puede tratarlos pero no les garantiza nada.
Ha trascendido tanto su fama de buen chaman, que en casos difíciles, los otros chamanes recurren a pedirle ayuda.
Después de permanecer en Can- Cun por una semana, Silvia y Lautaro volvieron a casa.
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