
Capitulo I: MAÑANA SERÁ HOY
Silvia se levantó como de costumbre a la misma hora, como habitualmente lo hacía.
A las ocho de la mañana.
Después de que su esposo se marchaba al trabajo.
Se puso su bata ya un poco gastada por el uso diario y el paso del tiempo.
Ese tiempo inmenso, interminable, que permite la creación y el establecimiento de todo, pero que a la vez todo lo destruye, porque nada ni nadie le sobrevive.
¿Han notado al caso que nadie deja este mundo con vida?.
Y es que el tiempo no perdona, lo que ayer lucía alegre, lleno de vida, hoy yace triste y marchitado como la hoja seca del árbol caída que hoy el viento arrastra en distintas direcciones.
En nosotros hay algo que a primera instancia nos impide despojarnos de los objetos con los cuales mantenemos un contacto diario, y que en cierta forma se vuelven parte integral nuestra; por eso al llegar la hora de descartarlos, y reemplazarlos por otros, la nostalgia nos invade y vacilamos en hacerlo.
Aquel sombrero que tanto nos protegió de los ardientes rayos solares; aquellos zapatos relucientes que tan orgullosamente lucíamos en las fiestas, etc.; cuando estos objetos ya no nos sirven para lucirlos por la calle, los guardamos en algún rincón y luego los utilizamos para hacer trabajos secundarios en el hogar.
Aquel viejo coche que en épocas pasadas fuera nuestro caballo de batalla que a diario nos llevara al trabajo, al no hacerlo más, antes de deshacernos de él para siempre, lo hacemos a un lado, donde a diario lo vemos como para rendirle tributo de agradecimiento por habernos llevado a tan distintos lugares, y habernos ayudado a ganar el sustento diario.
Y es que si hacemos un análisis minucioso de lo que llamamos tiempo, nos damos cuenta que no hay mañana, ni ayer. Lo que en realidad existe es el presente.
Ayer fue: “hoy”.
Mañana será “hoy”.
Todo se hace en el presente.
Cuando decimos: hoy, mañana, o cualquier otra fecha, lo que en realidad hacemos es relacionar los sucesos acaecidos en un momento dado, y en esa forma establecer la relación de: “tiempo y espacio”.
Silvia preparó la cafetera y la colocó sobre el fuego, luego con esa necesidad que se siente por las mañanas, después de haber estado con los ojos cerrados por varias horas, de habernos desconectado del mundo material, y transportarnos al cósmico, o etéreo, por medio de los viajes astrales o por la magia de los sueños; ese otro mundo en el que el tiempo no existe, donde todo parece ligero, diáfano, apacible, y como para asegurarnos al despertar de que estamos completos, que no hemos perdido una de las facultades, -la visión para el caso-, se dirigió a la ventana del apartamento del cuarto piso que habitaba, a observar la gente que deambulaba por la calle.
Unos lo hacían de prisa, procurando no llegar tarde al trabajo, y así evitarse la pena de ser llamados a la oficina a dar una explicación sobre el motivo del atraso.
Otros, -los mejor vestidos, tal vez jefes de oficina-, aprovechando que esa mañana no tenían cita concertada a primera hora, lo hacían tranquilamente.
En cambio otros, probablemente personas de la tercera edad, que ya habían cumplido con su misión procreando una familia y dotándola de lo necesario para su existencia, considerando que su turno había llegado de pasar los días haciendo aquello que les causaba placer, ahora lo hacían disfrutando de sus caminatas en una forma parsimoniosa, más que todo por mantenerse en forma, ejercitar las piernas, ahuyentar los dolores matinales de la ciática y así evitar la oxidación.
El tiempo y el futuro para ellos ya no contaban.
Un día era igual al otro.- La excitación de que el fin de semana se aproximaba, había desaparecido para ellos, eso era cosa del pasado que ahora pertenecía a los jóvenes, los que aún tenían por delante un camino largo que recorrer y mil batallas que librar para asegurarse un mejor futuro.
Esos jóvenes que a diario recorrían largas distancias para asistir al trabajo, al colegio, o a la universidad, y que después de cumplir con dicha obligación, ansiosamente esperaban la llegada de las fechas memorables y sus celebraciones, asistir a las mismas para salir de la rutina diaria del trabajo, el tedio de los estudios, y así darle al cuerpo y la mente un merecido descanso.
Para los retirados el primordial objeto era llegar a casa del amigo o familiar, charlar por un rato, muchas veces recordando el pasado, -que aunque muchos digan que éste no es mas que un simple balde de cenizas-, sin embargo, el hacerlo, siempre causa satisfacción.
El encontrarlos o no en casa, no hacía ninguna diferencia, pues siempre había un mas tarde, o un mañana para hacerlo.
Ellos simplemente continuaban su marcha, observando el ambiente, reparando en la naturaleza, en los cambios que a diario ocurrían en la ruta que recorrían, y al pasar frente al estante del periódico, se detenían a leer los titulares, los cuales probablemente eran acerca de la guerra que en esos días se libraba entre dos países lejanos, todo motivado - como es casi siempre en la mayoría de los casos-, por intereses económicos, políticos, o limítrofes, y en última instancia, por cuestiones religiosas.
No así el taxista, o el conductor del autobús, que en el afán de conseguir clientes, infringen las leyes de tránsito, exponiéndose a ser sancionados por las autoridades, sobre todo por poner en peligro la vida de los peatones y ocupantes de sus unidades.
Tenemos también el mensajero, ese personaje tan común en las grandes ciudades, que siempre anda de prisa en su bicicleta, esquivando autos y otros objetos, y que al llegar a la esquina, ansioso espera que la luz del semáforo cambie de rojo a verde, para continuar la marcha y entregar el mensaje o encomienda, pues sabe que entre más entregas diarias haga, mayor será la comisión, lo cual le permitirá traer a casa: el pan, la mantequilla y tal vez una chuleta, haciendo feliz en esta forma a todos los miembros de la familia.
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