Por: Samuel Caballero A.
IV.- CORINA
El hecho de haberse quedado solo y no tener hijos propios, probablemente influyó a que don Ambrosio reparara en Julio, y le tomara mucho aprecio y consideración, con el tiempo lo nombró capatáz, esto los hizo entrar en más intimidad, al indagarlo don Ambrosio sobre el lugar de procedencia, Julio le habló de la comuna, de ese pequeño lugar perdido allá en las alturas de la espesa sierra, y de poco acceso, de lo duro y dificil que era la vida en esos lugares tan aislados, -a veces parecían hasta olvidados por Dios-; Al escuchar las penurias y sacrificios que Julio y sus ancestros habían pasado, y no tener él hijos propios, se conmovió tanto que terminó por adoptarlo.
Don Ambrosio poco a poco, dejó que Julio se encargara de las propiedades, nomás lo supervisaba, y le daba algunos consejos e indicaciones al ser consultado, o cuando miraba que algo no debió haberse hecho de tal forma, hacía las observaciones del caso, y dejaba a Julio continuar con las labores.
Con la mayoría de las obligaciones, ahora en manos de Julio, don Ambrosio contaba con más tiempo libre, y lo disfrutaba practicando sus pasatiempos favoritos: la lectura y la pesca.
Un día le mostró a Julio una pequeña colección de armas que poseía.- Cuando anduvo embarcado y bajaba a tierra, visitaba las armerías y cuando miraba algo de su agrado lo compraba. Tenía armas de distintos calibres y de distintos paises. Rifles, escopetas, revólveres, escuadras, pero en especial le gustaban las "lugger" alemanas, y de las cuales tenía varias, una de éstas fue que le gustó a Julio, don Ambrosio (ahora su padre), le dijo podía quedarse con ella, advirtiendole que las armas eran para protección personal de cualquier peligro que acechase, y contra otro ser humano se usaban únicamente como un último recurso, cuando se trababa de- él o yo-. El colgárselas al cinto para darse ínfulas de valentón, era algo que él no aprobaba en ninguna forma, porque no importaba cuan tan diestro fuera una persona en el manejo de las mismas, siempre hay otro con iguales, o tal véz con mayores habilidades, y de las cuales no nos percatamos, hasta que se encuentran frente a frente y se decide -quien es quien-, Julio prestó mucha atención a aquellas pabras, y desde ese momento optó: que ese sería su lema.
A veces se iban de cacería, don Ambrosio tenía dos perros grandes, "great danes", de esos que la mandíbula semeja la quilla de un barco, y que al morder pueden abarcar la nuca de una res, cada vez que le disparaban a un venado, los canes esperaban sigilosos por la detonación, al escuharla salían tras la presa, si el animal corría mal herido, lo perseguían hasta que lo trincaban.- Otras veces simplemente practicaban al blanco, cuando miraban un zopilote volando a baja altura, desde la cabalgadura Julio les disparaban y los derribaba, esto lo volvió un experimentado franco-tirador.
En cierta ocasión, don Ambrosio fue a la capital a entrevistarse con el doctor, le hizo ver que los años le decían que era hora de retirarse, le habló de Julio, de su honradez y buen desempeño en el trabajo, que lo había adoptado, y le garantizó que todo marcharía bien al ocupar aquel su lugar; pero le aconsejaba que fuera a la finca para presentarlo y que se formara un mejor concepto de su persona.
El doctor vino a la finca acompañado de su hija Corina, (enfermera de profesión), y todos juntos recorrieron las propiedades. Al día siguiente la muchacha le dijo a Julio que ensillara los caballos, y que la acompañara de nuevo a hacer otro recorrido por la finca.- A menudo Corina se bajaba del caballo y le pedía a Julio le explicara: ¿qué clase de árbol, o ave era la que al momento divisaban?, al acercarsele éste, ella en una forma disimulada rosaba su cuerpo en la humanidad de Julio, éste un poco nervioso, pretendió ignorar los actos de la muchacha, -pero la tentación estaba allí-, y a punto estuvo de envolverla en sus brazos y apretujarla, y ofrecerle sus caricias, pero temeroso de la reacción de ella, prefirió abstenerse, y controlar sus instintos pasionales.
El doctor regresó a la capital, llevándose una buena imagen de la personalidad de Julio, y a la vez contento de que todo marchaba bien, sin embargo, a instancias de Corina, decidieron que Julio viniera a la capital y trajera los libros para ser revisados y asegurarse que todo estaba en orden.
Julio fue a la capital, y trajo consigo los libros, estos fueron entregados al contador para que los revisara. Mientras tanto Corina le dijo a Julio, lo llevaría en el coche a recorrer la ciudad, y -la historia se volvió a repetir-, cada vez que se bajaban y Julio se acercaba a ella, ésta rozaba su cuerpo contra él, esta vez Julio no pudo contenerse, y al poner los brazos sobre ella y tratar de besarla, ésta fingiendo indignación lo reprochó, diciéndole que tuviera cuidado, que él no era más que un simple peón; Julio bastante ruborizado y apenado, se disculpó, prometiéndole que semejante atrevimiento de su parte, no volvería a suceder..jamás.
Los libros fueron revisados y todo estaba en orden, Julio tenía planeado regresar a la finca el día siguiente. Después de la cena y charlar con el doctor por algunas horas, se retiró a su habitación. Pero no dejaba de pensar en lo sucedido con Corina, ¿había sido aquello falta de tacto de su parte?, ¿le mencionaría Corina al doctor de lo sucedido?, ¿o simplemente había sido aquello coquetería inocente de parte de la muchacha y que él mal interpretó?.
Aquel debate mental lo mantuvo despierto por un buen rato, finalmente logró conciliar el sueño; pero de pronto un movimiento súbito en la cama lo despertó, al encender la luz se percató que era Corina la que estaba a su lado, ella le dijo apagara la luz. Julio sintió una corriente fría, glaciál, que le paralizaba los nervios y le cortaba la respiración y se mantuvo inmóvil, pero al sentir aquellas manos suaves, perfumadas, llenas de pasión que acariciaban su pecho y luego se deslizaban tenuemente por su región abdominal, no pudo contenerse y él también la empezó a acariciar, cubriéndola de besos, acariciando sus senos erectos, duros como una roca, la besaba en los ojos, acariciaba sus muslos temblorosos, su pelo, y los dos henchidos de pasión delirante se devanaban en aquella cama como dos fieras en celo, y todo el oxigeno alli encerrado, fue consumido por aquellos dos cuerpos que ardían de pasión como dos ascuas encendidas, que volvían sofocante la atmósfera de aquella habitación, al quedar ambos extenuados, Julio se levantó a abrir la ventana, Corina quedamente abrió la puerta y se marchó.
Al día siguiente a la hora del desayuno, Julio disimuladamente la volvía a ver, pero aquella sin inmutarse en ninguna forma lo ignoraba, como si no estuviera con ellos, al salir aquella de la casa a tomar su automóvil y dirigirse al trabajo, Julio salió y la llamó, pero ella no se detuvo, ni siquiera lo volvió a ver; bastante perplejo, trataba de descifrar el proceder enigmático de aquella mujer, regresó a la habitación, agarró su maleta y el doctor lo llevó a la estación del bus para que emprendiera el regreso.
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