Por: Samuel Caballero A.
III.- UN NUEVO TRABAJO
El cargamento de azúcar iba cubierto por una carpa para protegerla de la lluvia, Julio se subió a la cabina con las otras dos personas que acompañaban al conductor; pero el calor del motor, el hedor de la gasolina, las vueltas del camino, y el hecho de nunca haber andado antes en automóvil, lo marearon, pronto con los ojos semi-volteados sacó la cabeza por la ventanilla y vomitó.
Al llegar a otro restaurante, el conductor paró a tomarse una tasa de café, todos se bajaron, menos Julio, se sentía ¡tán enfermo!, que le parecía que ese era el fin de sus aventuras.- A punto estuvo de bajarse del camión y decirle al conductor que prosiguieran el viaje, que él se quedaría en dicho lugar, pero le faltaban las fuerzas y mientras debatía entre continuar o quedarse, el conductor llegó con una tasa de té de manzanilla y le dijo se tomara esa bebida inmediatamente, Julio obedeció y al momento sintió que aquella bebida le devolvía la vida.
Después de un breve descanso, emprendieron la marcha, al llegar al lugar de destino descargaron el azúcar, luego se dirigieron a la finca del señor Ambrosio Lagunas, a comprar los plátanos, don Ambrosio les dijo volvieran por la mañana, que los plátanos estarían listos.- Al día siguiente volvieron, los cargaron y Julio se despidió de los camioneros.
Al partir aquellos, Julio se acercó a don Ambrosio y le pidió trabajo, éste al ver que aún usaba guaraches, o "caites", se imaginó que estaba recién llegado del interior del país, y que no sabía nada del trabajo de los platanares, optó entonces por preguntarle si sabía de ganado, Julio le contestó que podía ordeñar, ¡magnifico! dijo don Ambrosio, le ayudarás al ordeñador que tengo, pero quiero que esas vacas salgan temprano del corral a pastar, y asi aumentar la producción de leche, Julio le dijo que confiara en él, que no lo defraudaría en ninguna forma.
Julio comenzó su nuevo trabajo, esmerándose por cumplir fielmente con las recomendaciones del nuevo empleador, las vacas eran sacadas temprano del establo y llevadas a los potreros.
Al llegar el fin de mes, recibió el primer pago, ese mismo día fue al pueblo, compró un par de botas, al regresar al rancho, se despojó de los guaraches y los tiró sobre un matorral y les dijo: ¡a ustedes ya no los necesito!. Al ponerse las botas le pareció que pesaban cincuenta libras cada una, al caminar semejaba un "frankestein", le costaba trabajo caminar y guardar el equilibrio, luego le apretaban y le produjeron ampollas; a los dos días dejó de usarlas, fue en busca de los guaraches y les pidió perdón por haberlos tratado tan despectivamente, los usó de nuevo, mientras las ampollas y peladuras sanaban. Los otros trabajadores le aconsejaron frotar las botas con semilla de higuería, que eso las volvería más dóciles, por varios días hizo lo recomendado, y al sanar las ampollas, volvió a las botas, y esta vez las cosas marcharon mejor, esta vez se sentía como persona de mayor respeto, como para que lo llamaran: "don Julio".
Cuando Julio arriaba las vacas a los pastisales, al regreso se venía por los platanares, y cada vez que miraba la irrigación aérea, se metía entre las plantas y disfrutaba de la frescura del riego, y se decía a si mismo: ¡asi es como se debe trabajar con la naturaleza!, hay que ayudarla, no hay que dejárselo todo a ella, si las lluvias no llegan a su debido tiempo, ¡uno debe llevar el agua a las plantaciones para que estas no perezcan!.
Julio continuó ordeñando vacas, pero cuando miraba a los trabajadores de los platanares con sus machetes "collins", o "patas de cabro", -como eran generalmente conocidos-, sentía envidia y quería ser uno de ellos, entonces le pidió a don Ambrosio le diera oportunidad de trabajar en los platanares, éste al verlo que era una persona muy responsable, y dedicado al trabajo, le dijo que al tener otro ordeñador que lo reemplazara, le daría la oportunidad.
El nuevo ordeñador fue contratado, y Julio pasó a los platanares, pero primero fue al pueblo y se compró su " pata de cabro collins".- Al regresar al rancho, tomó la lima adornó el asidero( o cacha), como lo hacían los otros trabajadores, con lineas que iban en distintas direcciones, formando con ellas un verdadero arabesco de diseños, lo cual servía no sólo de lujo, sino que para asir mejor el machete, y que no se le deslizara de las manos con el sudor.
Don Ambrosio le recomendó al capatáz le enseñara al chamaco el trabajo de las plataneras, así que al poco tiempo, éste sabía lo que era: comalear, deshijar, abonar, zanjear, y todo lo relacionado con dicho trabajo.
Julio se internó en las plataneras, a librar las plantas de ser absorbidas por la peste del "camalote", esa odiada hierba que de la noche a la mañana parecía crecer diez metros, y la cual ningún animal se atrevía a comerla, ni los caballos, ni los burros, ni siquiera los cabros, esos que comen de todo, hasta los cabos de tabaco, era tan amargo el jugo del camalote, que una simple mordida era suficiente para purgar a cualquier animal; pero Julio con "su pata de cabro", estaba dispuesto a hacerle frente a aquella dura labor, sabía que con su empeño y dedicación lo comtrolaría sin mayor problema.
Don Ambrosio era un hombre de edad avanzada, cabello canoso, de piel blanca, alto, recio.- En sus años mozos había sido marino mercante, y por eso a menudo hablaba de lugares lejanos, del misticismo de la India, de las condiciones climatológicas adversas de la Antártica, del sol de la media noche en Alaska, etc. etc., Además del español, hablaba inglés y francés, en su casa habían libros de Cervantes, Juan Ramón Jimenez, Voltaire, Zola, Shakespeare, Whitman, era un erudito, un hombre de un acervo cultural amplio, y también hombre de mundo; pero se enamoró locamente de la mujer que un día sería su esposa, y dejó los barcos para casarce y formar un hogar.
Después de varios años de casados, y no haber señales de herederos, visitaron al médico, al ser examinados ambos, se comprobó que era la esposa la del problema, fue sometida a un tratamiento especial y finálmente salió embarazada; pero aquella felicidad, -como sucede muchas veces-, fue escurridiza, no duró mucho, pues a la hora de dar a luz, la esposa y el bebé fallecieron.- ¡Quería tánto a la que había sido su fiel compañera de hogar!, que nunca más se volvió a casar, no permitió que ninguna otra mujer ocupara el vacío dejado por ella, y borrara de su mente la imagen sagrada de la que había sido- el amor de toda su vida-.
Las plataneras y demás propiedades no eran de don Ambrosio, él simplemente las arrendaba, el verdadero dueño era su primo, el doctor Manuel Medál, persona de mucho prestigio y reconocimiento social y político y que vivía en la capital, y que además de médico, también era diputado al congreso nacional.
Don Manuel y don Ambrosio, se habían llevado bien toda la vida, eran de carácter compatibles, a veces abordaban temas en que las ideas no concordaban, pero todo quedaba en que cada quien analiza los sucesos según su propio criterio, y saca sus propias conclusiones. El doctor sabía que Ambrosio era una persona honrada y responsable en la cual podía confiar, y que le gustaba el campo, asi que al ofrecerle aquél el arrendamiento de las propiedades, Ambrosio aceptó gustosamente.
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