Carlos Roberto Morán

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Una razón de ser

 

 

 

 

Carlos Roberto Morán

     Ocurrió, cuenta Williams con voz ligeramente melancólica, en ese paisito a punto de caerse del mapa, meses después de que fracasaron las investigaciones y los cateos hechos en el extremo sur, donde “seguro”, según afirmara el magnate francés, iban a encontrarlo, pero no pasó así. Por el contrario, por más que perforaron y perforaron e hicieron relevamientos satelitales no apareció ninguna gota negra y oleosa, ni el menor rastro del ansiado petróleo. “Nada -le dijo compungido el ministro al líder mientras, temblando, le entregaba la renuncia- sólo agua”. El agua también tiene su valor, le contestó el líder tratando de recuperar parte del ánimo, y del gasto, perdidos, “pero no cuando contiene cianuro, como la nuestra”, tuvo que aclarar en un hilo de voz el ministro renunciante en tanto pensaba si podría salvar a su familia dado que a él, por lo menos, menos de diez años de mazmorras no le iban a tocar.

     Siempre y cuando el líder estuviera de buen ánimo.

     Y fue también después, añade Williams, que pese a estar retirado sigue atento a los vaivenes de este mundo, que fracasara lo del príncipe y lo de la hija del líder. Lo del príncipe, la verdad, no iba a darles al paisito, su líder y su corte, dinero contante y sonante, salvo para ser vendida la historia a “Hola” y semejantes que hay en el orbe, porque el príncipe, y ahí sí Williams admite que tuvo su intervención, llegaba con blasones pero sin dinero, perdido por algún abuelo aficionado al turf, por algún padre aficionado a las bellas damas del siglo pasado, duras, inflexibles y viciosas de los diamantes.

     Pero el príncipe podía atraer inversiones y turistas. Sin embargo no fue, no pudo ser, se lamenta Williams aún hoy, dado que no bien el príncipe llegó a esas distantes tierras y se puso a observar y justipreciar lo que había y, especialmente, todo lo que faltaba, y sintió el calor y el hedor y vio en primer plano las masas sudorosas extendiéndole sus manos, no sabía si para tocarlo o para pedirle limosna, y después de auscultar en primerísimo primer plano la verdad de la hija que no era la otra verdad retocada, la de las fotos y la de la filmación hecha con filtros, pegó la media vuelta y sin dar demasiadas explicaciones regresó en el mismo avión que para fletarlo el país entero debió pagar un platal y que significó otra renuncia ministerial y otro ingreso a las mazmorras.

     Es cierto que el líder había pensado que con el príncipe podía llegar el turismo y al turismo siempre se le puede vender algo, artesanías y platería y viajes en burro y montañas y pasto y algo de mar, porque algo de mar, no demasiado templado y no demasiado extenso y sin infraestructura, después de todo tenían. Pero sin príncipe, a olvidarse de los turistas y a buscar otra cosa. Porque más cambios de gabinete no podía hacer y si bien la última reforma de la Constitución le permitía postularse a la enésima reelección, debía pasar por el incordio de los comicios. Y no siempre se puede, decía el líder mientras movía sin ganas las piezas de ajedrez y esperaba que su contrincante, el entonces cónsul Williams, le diera alguna otra buena salvadora idea.

     Porque en el extremo sur del país perdido, justo al lado de dónde había salido agua envenenada en vez de petróleo, empezaron a abrirse las bocas para expresar, ay de mí, quejas. Y en el extremo norte, en el límite con el desierto, hubo también rechinar de dientes y las rutas, de súbito, como por milagro, empezaron a ser cortadas, primero por grandes árboles que la atravesaban, después por gente, concreta gente que al parecer algo le provocaba descontento, como si se hubieran puesto piedritas en sus viejas zapatillas para generarse dolor y protestar.

     Y difícil ganar las elecciones si hay que mandar exceso de reses al matadero.

     Williams permanecía silencioso, avanzaba las piezas del ajedrez con lentitud, hablaba de los cañones que les dimos y de las camionetas y de los fusiles que con tanto esfuerzo les conseguimos, me parece que con eso alcanza. Pero el líder, que conocía el suelo nativo, no las tenía todas consigo. A un ministro lo terminaban de hacer callar de un tomatazo y el propio arzobispo debió interrumpir una misa donde había exhibición de sables y condecoraciones porque se escucharon silbidos, reproches y uno que otro explosivo suelto.

     Así no llego-, le admitió compungido y, para que Williams comprendiera la seriedad de la situación, dio por terminada la partida.

 

     Esa noche el cónsul no tan honorario durmió mal porque comprendió que era su responsabilidad. Lo propio, lo que dicen los manuales de historia, es el salto hacia delante, pero el cónsul recordó que la historia reciente mostraba a los coroneles griegos impacientes por invadir Chipre y al general argentino del whisky en la mano impaciente por invadir Malvinas, él aún les dice Falkland porque es de la estirpe de los cónsules que no se equivocan, y recordaba con claridad los resultados que tuvieron ambas artimañas. Ello lo llevó a colegir que, de ser salto hacia delante tenía que tratarse de algo diferente, de algo un tanto más original.

     Pensó mucho, cuenta hoy Williams con evidente nostalgia, consultó en su computadora personal, buscó en archivos polvosos y en otros, más recientes, se pasó en vela la larga madrugada hasta que, un aviso mínimo y en inglés, le dio la pista: Un avispado norteamericano vendía lotes en la luna porque ninguna ley se lo prohibía. Y había quienes compraban, porque tampoco las leyes prohibían la estupidez humana.

     Después de todo… se dijo el cónsul y a primera hora de la mañana, con su primer whisky ingerido para entonarse, fue y tocó el timbre en el Palacio Presidencial. Llegó sonriente, amplio de gestos, diciendo incluso algunas palabras en el idioma nativo, lo cual lo hacía saludablemente gracioso y por eso las pronunciaba mal, para que el efecto cómico se acentuara.

     —Después de todo… Y lanzó su propuesta: Una batalla pero sin sangre, una acción nacional a futuro, una especie de reclamo de espacios vitales que a nadie molestara. “Habrá protestas”, dijo el líder. Las habría, ellos mismos pondrían el grito en el cielo, ellos, su propio país, por supuesto que sí, pero en definitiva sería como discutir el sexo de los ángeles.

— ¿Y usted cree que con eso será suficiente?

     Suficiente, al menos, para ganar las elecciones. Sí, pensaba que sí, si el líder hacía el gasto suficiente. Vale decir, si cubría el país de punta a punta con consignas y carteles, con gorritos y banderitas, sí, si lo transmitía con convicción y justeza. No hoy, no mañana, pero será a partir de ahora nuestro sueño. Cosas de esa clase.

     — Se van a reír.

     Se reirían y burlarían, pero qué importaba. Bastaba con que se buscara un joven emprendedor, que lo exhibiera como su ministro, justo él tenía su candidato, que contratara técnicos y publicistas y que vendiera la idea. “Haga de cuenta que es pasta dentífrica, o una nueva gaseosa que pone en circulación”.

     Entonces, en el magno lanzamiento de su enésima candidatura, ante miles de entusiastas llegados de todos los rincones de la patria, con el claro y fácilmente identificable dibujo del planeta Venus (porque la Luna imposible y porque Marte era el objetivo elegidos por quienes de verdad podían llegar allá), en banderas y pancartas el líder dijo: “Lo reivindicamos como nuestro, será para nuestros hijos, será nuestro dream”. Y las masas que entendían poco igual aplaudieron y vivaron, porque la propuesta como original era original.

     El ministro ungido, joven, recibido en Chicago, simpático y arrastrando el idioma nativo de una manera parecida a la forma de hablar del cónsul, se hizo retratar entre banderas y fotografías de cohetes espaciales, de transbordadores, de cosmonautas ajenos. “Ya tendremos los propios”, aclaró. Y anunciaron sus propósitos en distintos lados, pese a protestas formales y reclamos en las Naciones Unidas, “a dream is a dream”, dijo el ministro, explicó y se reiteraron las banderas, las pancartas, las consignas y quienes en el suelo nacional empezaron a criticar la propuesta recibieron el mote de infames traidores a la Patria y conocieron el pétreo suelo de las mazmorras.

     Que pidan Venus no molesta a nadie, explicó el cónsul por su teléfono encriptado, no se preocupen, debió agregar, ganamos las elecciones y ya está. Hablaba en plural porque el suelo nativo se le colaba en la sangre, como se le colaba una casquivana mulata nativa, cosas que suelen ocurrir.

     Y, tal cual, con Venus en las pancartas y en simpáticos sombreritos de cartón, en carteles multicolores y en slogans que aparecían entre telenovela y telenovela, con las voces ariscas –que nunca faltan porque no todo es felicidad en la vida- acalladas, las cosas volvieron a su cauce, al menos en los meses cortitos que duró la arrolladora campaña electoral en la que hubo zapatillas y pelotas de fútbol, sonrisas de dentífrico y el futuro provisorio descrito ante las masas sudorosas, las zanjas abiertas, el agua servida, las ropas vuelta andrajo, que fueron convenciendo a unos y a otros porque el futuro, que tenía forma de cohete espacial, estaba no más al alcance de la mano de cada uno.

     Fue así que el líder volvió a ganar ante dos débiles rivales (uno, arrinconado, apenas si pudo votarse a sí mismo, el otro, alentado, recibió algunas diputaciones, algunas concejalías, algunos coches relucientes, algún viaje al Caribe) y fue devuelto en alas de gloria al Palacio Presidencial.

     A los días ya agonizaban los carteles que, pegados a los murallones, decían que Venus era el objetivo a conquistar. A las semanas no había ni rastros de la campaña y de la propuesta de llegar alguna vez “para hacerlo nuestro” al por ahora inabordable planeta no quedaba nada, con lo cual el plan simple y sencillo del cónsul no tan tan honorario demostró su eficacia y Williams se sintió reconfortado, especialmente cuando recibió felicitaciones del Propio Verdadero Presidente. “¿Ya está?”, se limitó a preguntarle y Williams, con indisimulable sonrisa, asentía enmudecido de emoción ante el teléfono satelital.

     Todo, salvo el pequeño detalle de la placa que, en un rincón del Palacio Presidencial, deslucida porque nadie le pasaba un paño, anunciaba que en ese ala se encontraban las oficinas del “Ministerio de Venus” al que, puntualmente, día tras día, llegaba el joven ministro designado, joven y ambicioso, joven y educado en Chicago, quien seguía haciéndose conducir de su casa al Palacio, utilizaba el teléfono celular, se hacía servir café y continuaba preparando memorandos que enviaba al líder con puntualidad anglosajona y que el líder ni se dignaba mirar, como a tantas otras cosas.

     La perturbación de apenas una olita en el mar.

 

     Ocurrió esta vez, recuerda Williams siempre sin ocultar su nostalgia, en el otro país, en el que sí contaba, que el Propio Verdadero Presidente un día de estos, mirando el cielo, oteándolo con telescopio porque en el fondo del corazoncito patriótico se decía “en algún momento, hijo mío, todo esto será tuyo”, ubicó, diminuta y esbelta, pequeña y coqueta, casi haciéndole un guiño mágico desde la distancia, a Venus. Sí, a la misma Venus. Y sintió un vuelco en el corazón.

     Tomó su celular encriptado y llamó al jefe de las expediciones interespaciales y después de preguntarle por su esposa Jane y sus hijos Bill y Cinthia y cómo le había salido esta vez la tarta de arándanos le dijo, se miraba las uñas, se aplastaba el pelo, que lo mejor era olvidarse de Marte, que ahí la tierra era demasiado roja para su gusto, que había calor y ninguna esperanza de vida, que por qué no cambiar, vida es cambio permanente, y le sugirió, con la amabilidad de quien sabe que sus sugerencias tienen que ser tomadas como órdenes, que pensara de aquí en más en Venus, “nuestro nuevo objetivo, nuestra bandera, nuestra razón de ser”.

     John, que era el esposo de Jane, y el padre de Bill y Cinthia y el amante de Patricia, pero para qué fijarse en este detalle, y que no había digerido bien la tarta de arándano, pero eso tampoco figurara en su biografía autorizada, y que venía de superar cuatro presidentes y cinco by pass, dijo sólo “comprendido” e interpretando como nadie la palabra del Propio Verdadero Presidente ordenó de inmediato la impresión de afiches y pancartas, de stickers de campaña, con el slogan “Venus, nuestro objetivo, nuestra bandera, nuestra razón de ser” y ordenó, también, el cambio de programas y la instalación de otros software en las supercomputadoras del Centro Espacial.

     Lo cual, tratándose de un nuevo capricho imperial tipo huevos de Fabergé, no tendría la menor importancia, vientito que se levanta de pronto y que de pronto se apaga, pero ocurrió que la noticia, como tantas otras, llegó también al paisito que casi se caía del mapa y en el mal momento en que las masas sudorosas comenzaban a rascarse y a quejarse porque les picaba otra vez las molestias de los sueldos inexistentes y del hambre omnipresente, demostrando carecer totalmente de originalidad.

     Que fue cuando el joven ministro, el ambicioso, el que se la creía, el olvidado además, dijo “¡No puede ser!” (y se dijo, ésta es mi oportunidad, pero esta última frase no figura en su biografía autorizada que presumimos nunca será publicada) y arrastrando los signos de admiración por todo el Palacio Presidencial llegó hasta el área restringida do moraba el líder, sumido para peor en agoreros pensamientos.

     “!Mire lo que lo ocurre, fíjese en lo que nos quieren quitar, recuerde sus palabras y promesas, no lo permita!”, le espetó entregándole las copias de las primeras planas de los diarios de la Tierra Que Sí Importa en la que figuraban, en letras de gran tipografía, los Imperiales Planes que apuntaban a Venus. “¡Y Venus es Nuestra!”, no pudo dejar de gritar el joven impetuoso, quien comenzó también a hablar con mayúsculas.

     El líder lo miró primero sorprendido, después con desconfianza, en tercer término observó a los que, serviles, lo rodeaban para adularlo y obtener prebendas, pero cuando los guardias parecían a punto de avanzar sobre el joven ministro para sacárselo del medio, hizo un gesto para detenerlos. Y de inmediato ordenó que lo dejaran a solas con el impetuoso que no podía mantenerse quieto.

     — Escucho-, dijo (error, error) el líder.

     Y el joven le habló de la Historia y de la Patria, de la Bandera y de Las Sacrosantas Tradiciones, le habló de la marcha triunfal de los pueblos y de las reelecciones inmortales. Usted, dijo finalmente temblando (y a lo mejor, aunque esto huele a calumnia, pensando en que se lo veía, al líder, un tanto viejito, que quizás hubiera que pensar en algún otro, joven, impetuoso, para reemplazarlo), es el Líder Carismático, no puede permitir… Y su voz se ahogó en llanto.

     Y el Líder Carismático se vio ungido en Majestad. Y efectuó las convocatorias.

     Y la Asamblea de los Representantes se reunió y emitió un bando que dijo “No lo podemos permitir” y los sindicatos y las amas de casa y los campesinos furiosos salieron a las calles con pancartas, banderas y redoblantes repitiendo la consigna “No lo podemos permitir”. Y reapareció Venus en la televisión estatal y en las frases publicitarias de la radio, en los carteles pegados en las calles, en los grafittis que las masas espontáneas escribían con extrema prolijidad y dibujos gigantescos en los lugares permitidos. Y en todos lados, en las mansiones de los dueños de la tierra y de la vida y en las casas más miserables del poblado más olvidado, reapareció Venus, joven y alentadora, bella brillando en la noche, y al lado el slogan patriótico, levemente modificado: “No lo vamos permitir”.

     Y el Líder Carismático, tal su nombre actualizado, al que además se le habían incorporado las mayúsculas, ordenó a sus embajadores en las Naciones Unidas, en la Fao y en la UNESCO, en el ALCA y en el Banco Mundial, en el FMI y en los países que quieren tener petróleo pero pobrecillos eso no les ocurre (póngase aquí la sigla correspondiente), que hicieran las correspondientes presentaciones, siempre bajo el eslogan, ay, triste de ellos, “No lo vamos a permitir”.

     Williams, que padecía sus hemorroides y sus males de amores porque la morena nativa le mantenía cerradas sus puertas (ellas pueden hacerlo, aun en las mejores novelas), se demoró en atender el teléfono –satelital, encriptado- porque eran las cuatro de la mañana y él dormía la mona aturdido por los whiskys, el calor y el esplín, pero cuando pudo conectar su cerebro confundido con el auricular escuchó del otro lado, lejana pero inconfundible, la Voz. Queremos decir: la Verdadera Voz. La del Mismo Mismo. Que lo llamaba indignado, con todos los cables cruzados y más que enojado dado que Diana le sirvió medio cruda la tarta de arándanos.

     Williams, a pesar de los whiskys y de las humillaciones del amor mal correspondido, de lo siniestro de la hora y de la soledades del Trópico, entendió. Y luego de un baño (y de otro whisky), oliendo a colonia salió de su casa de las afueras y se dirigió al mismísimo Palacio Presidencial, do irrumpió cuando no eran ni las cinco de la mañana.

     Por supuesto que se demoraron en atenderlo. Por supuesto que el Líder Carismático dormía el sueño de los justos y por supuesto que en consecuencia más se demoró en recibirlo. Sin embargo hubiera sido mejor para todos la prisa y no la pausa, y mucho menos los carteles reivindicativos que a largo de su viaje a Palacio fue viendo Williams. Venus, esa obsesión nativa. Esa confusión, ese error.

     Porque el que había comido la indigerible tarta de arándanos, entre sapos y culebras transmitidos por el eficiente teléfono encriptado, también le había dicho que la terminaran. En otro idioma, pero igual, traducido: que la terminaran en tres minutos dos quintos a partir de este momento. Y que ya los misiles intertricontinentales y los satélites con sus bombas neutrónicas y los cazabombarderos supersónicos y las fragatas y los cruceros estaban dispuestos todos, apuntando al paisito que se caía del mapa, por si no cambiaban de opinión.

     Williams, y no por falta de aire acondicionado, sudaba lo suyo. El Líder Carismático, que comprendió la importancia del asunto y también que había llevado demasiado adelante su juego, comenzó a temblar. Pero no así el joven impetuoso, que se paseaba como león enjaulado en la sala contigua, mientras escuchaba la conversación privada que nunca debió llegar a sus oídos. Pero la historia nunca es como te la cuentan.

     Y ocurrió que cuando el Líder Carismático estaba a punto crema de caer abatido en forma definitiva, irrumpió en la sala el joven impetuoso, gritando, alzando los brazos, nimbado de Heroicidad, obligando a que Williams cesara con su prédica, “sólo estoy tratando de evitar la catástrofe, haciendo lo mejor para todos”, trató de explicarle pero en vano. El joven exigió que se fuera, ya mismo, del Palacio Presidencial, y haciéndole ver al Líder Carismático que en verdad no veía nada salvo los superbombarderos supersónicos en acción, cuál debía ser su Papel En Este Momento De La Historia.

     Y eso que De Niro y Dustin Hoffman, juntos son dinamita, habían hecho la película, De Niro consejero presidencial, Dustin Hoffman productor de cine que debió inventar una historia falsa aunque después se la creyó, trató de mantenerla viva cuando ya estaba muerta. Y así le fue.

     Williams quiso decir eso, todo eso, pero no lo dejaron. Salió, meneando la cabeza, arrastrando los pies, pensando en cómo convencer a la morena nativa que se fuera con él en el avión que, previsoramente, había ordenado que lo esperara en el aeropuerto internacional con los motores en marcha. Cónsul sí, tonto no tanto.

     Ya se sabe lo que ocurrió, agrega Williams acompañando sus palabras con un leve suspiro, salió en todos los diarios, apareció en todos los noticieros de la televisión, se mezcló entre las tandas publicitarias en las radioemisoras, nadie, en el mundo globalizado, dejó de enterarse sobre lo que estaba pasando en el paisito que de pronto reingresó al mapamundi en esos momentos en que, no hubo más remedio, debieron enviarse tropas para terminar con la dictadura oprobiosa y devolver luz a un pueblo aplastado por las sombras.

     Que cayeron algunas bombas, cayeron. Que hubo muertos, los hubo. Que no se entendió bien qué pasó con el tesoro nacional y con la concesión de tal lugar y aquel otro tema que en una de las reuniones y que con las promesas que se hicieron que temblaron las paredes y que las madres huían desesperadas con sus hijos en brazos sangre sudor y muchas lágrimas, pozos con centenares de cadáveres incendios y cráteres de las bombas hambrunas y actos de canibalismo máquinas destrozando viviendas y que se hicieron llamamientos últimos y amargos, incendios, incendios, y que no hubo razón de ser y que las penas y las vaquitas se van por sendas, sí, es cierto. Pero ahora hay, por así decir, otro aire.

     No hay, es cierto, más Líder Carismático. No hay, es cierto, un cónsul tipo Williams dispuesto a contar la película de De Niro y Dustin Hoffman, juntos son dinamita, a quien, dicen o más bien murmuran por estos pagos cuando se cree que nadie escucha, que se lo extraña un tanto, porque se había aclimatado, porque con él se podía conversar y hasta hacer algunos chistecillos, bromillas que el Actual Gran Inquisidor no las permite. Además no hay nativo alguno que se le pueda acercar a menos de un kilómetro de distancia.

     El Actual Gran Inquisidor vive en la parte que quedó sana, libre de escombros, de lo que fue el Palacio Presidencial. Es lo que más se pudo recuperar, uno de los viejos edificios que quedó, relativamente, en pie. El resto, ya se sabe. De los terremotos no se regresa tan rápido.

     Y así las cosas. Calles despejadas, barricadas en las esquinas, helicópteros a cada rato, raíds nocturnos, alarmas y sirenas que suenan a cada rato. Una morena que suspira mientras envejece porque, ay, en el último momento decidió quedarse.

     Y nada más, ni un rastrito de lo que fue. En Palacio persiste una parte de la oficinita que, ¿recuerdan?, ocupaba el joven impetuoso. La están restaurando, quedan restitos, un tornillo flojo, un cuadro sin foto, el rectángulo de un afiche en el que se leen las letras DEMOS PERMITI, un resto de placa en la que se leen las también extrañas letras MINI VEN, que por supuesto nada dicen.

     Y, por cierto, detalle final, de los diccionarios y los cuadernos de los chicos (en los lugares donde se han vuelto al dictado de clases), de lo que se puede leer por Internet (los escasísimos nativos que, todo el mundo necesita colaboradores, tienen acceso a ella), de lo que sale por la televisión, que se corta a cada rato, y lo que se dice por radio, de lo que sale en el único diario permitido, hay una palabra prohibida. Prohibidísima. Ustedes saben a qué nos referimos.

      Ni nombrarla, ni pensarla, ni nada ni nadie. Disolución del pasado.

     Y eso es todo, afirma Williams sin poderse quitar del todo el rostro lejano de la morena perdida, aparte de desmentir que de tanto en tanto, entre las sombras, arrastrándose y replegándose, subiendo y bajando para que nadie los vea, aparecen esos fantasmas que vuelven a dibujar a la casquivana, a escribir “es nuestra”, a prometer que están dispuestos a seguir ¿soñando? ¿luchando? ¿qué?

     Vale decir, que nada de eso ocurre porque sencillamente, aclara Williams a sus contertulios en las tardes lluviosas y melancólicas, hace un raro gesto que no termina de interpretarse, nada de eso, repite, puede ocurrir.

Santa Fe, 5-13 de febrero de 2004 

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Ha publicado los libros de cuentos:

“Territorio posible”, (Editorial Amate, Xalapa, México, 1980); “Noticias desde el sur” (Editorial de la Universidad Veracruzana, Xalapa, México, 1986);“Noticias de Sergio Oberti” (Puntosur Editores, Buenos Aires, Argentina, 1990) y el relato largo “Ella hablaba sobre el mar” en “Octopus”, (Centro de Publicaciones, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, Argentina, 1998).

Sus cuentos han aparecido en diversas publicaciones de la Argentina y México, así como en Uruguay, Venezuela, Estados Unidos, España, Francia y Alemania.

Ha sido incluido, entre otras, en las antologías:

“Antología del nuevo cuento argentino”, (Widawnictwo Literackie, Varsovia, Polonia, 1988)

“La otra realidad”, (Desde la Gente, Buenos Aires, Argentina, 1994)

“Cuento argentino contemporáneo”, (Editorial de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, México, 1996)

“Padre río”, (Desde la Gente, Buenos Aires, Argentina, 1997)

“Narradores argentinos”, (Cultura de Veracruz, Xalapa, México, 1998).

“No hay dos sin tres. Historias de adulterio” , (Editorial Páginas de Espuma, Madrid, España, 2000).

“Hazañas bélicas”, (Editorial Páginas de Espuma, Madrid, España, 2001)

Molto Vivace”, (Editorial Páginas de Espuma, Madrid, España, 2002)

“El cuento latinoamericano actual”, antología seleccionada por Reni Marchevska, (Editorial Lik, Sofía, Bulgaria, 2002)

Octopus II” (Centro de Publicaciones, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, Argentina, 2002).

Han aparecido cuentos suyos en las revistas y suplementos: “San Quintín 106”, Monterrey, México, (Nº 13, julio-agosto 1998); “Albatros viajero”, Tabasco, México (Nº 12, octubre-diciembre 1998 y Nº 13, enero-marzo 1999); “Cantera Verde”, Oaxaca, México (N° 28, octubre-diciembre 1998)Caravelle”, Toulouse, Francia (Nº 71, diciembre 1998)  “Tranvía”, Huelva, España (Nº 1, abril 1999)  “Sábado”, suplemento del periódico “Unomásuno”, México D.F., México, (21 abril 2001) “Gaceta literaria de Santa Fe”, Santa Fe, Argentina (N° 111, junio 2001) “Hoy y mañana”, Santa Fe, Argentina (N° 24, junio 2002) “Cantera Verde”, Oaxaca, México (N° 39, enero-junio 2003)  “Prima Littera”, Madrid, España (N° 13, otoño-invierno 2003/2004).

Por sus trabajos recibió distintos premios y menciones, entre ellos el 2º Premio Regional acordado por la Secretaría de Cultura de la Nación de Argentina y Diploma de Honor, Municipalidad de Santa Fe, R.Argentina, en 1993. Como periodista cultural publica en la Argentina y México (En “Sábado” de Unomasuno (México D.F.) han aparecido durante los años 2001 y 2002 notas sobre Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges-Vladimir Nabokov, Witold Gombrowicz, Mempo Giardinelli, Reinaldo Arenas y Raymond Carver, entre otros) Participó en distintos encuentros y paneles, los últimos de los cuales fueron: 2º Encuentro Internacional de Escritores, “La literatura en el cambio de milenio”, Monterrey, México, setiembre de 1997; 2º Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura, Resistencia, Chaco, R. Argentina, setiembre de 1997; “En la búsqueda del Mercosur cultural”, panel internacional, XXIV Feria Internacional del Libro, Buenos Aires, mayo 1998; “Integración y diversidad”, panel argentino-paraguayo, XXV Feria Internacional del Libro, Buenos Aires, abril 1999; 5º Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura, Resistencia, Chaco, R.Argentina, agosto de 2000.

 

En Internet:

-Revista “Agulha”, Fortaleza, San Pablo, Brasil, N° 21/2 (febrero/marzo 2002)

“En el país de Witold Gombrowicz” (nota)

www.revista.agulha.nom.br/ag21gombrowicz.htm

-Revista “El arco de la rosa”, Cádiz, España, N° 1 (mayo 2002)

Dos cuentos

http//es.geocities.com/josemanuelpoeta/moran.htm

-Primera Vista Libros, Madrid, España

Cuento incluido en la antología “Hazañas bélicas”

www.primeravistalibros.com/fichaLibro.jsp?codigo=293

-Primera Vista Libros, Madrid, España

Cuento incluido en la antología “Molto vivace”

www.primeravistalibros.com/fichaLibro.jsp?codigo=564

 -Revista “Cantera Verde”, Oaxaca, México

 Cuento “Ella cuenta sobre el mar”

 http://oaxaca.com/canteraverde (cliquear en N° 28)

-Ficticia, México

Tres cuentos

www.ficticia.com/indicePorAutor.html

 -Revista “Cantera Verde”, Oaxaca, México

 Cuento “Ella cuenta sobre el mar”

 http://oaxaca.com/canteraverde (cliquear en N° 39)

 

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Este registro se añadió el 28 de octubre 2009

 

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Escritor argentino
Carlos Roberto Morán nació en Santa Fe, República Argentina, el 17 de agosto de 1942, ciudad en la que reside y trabaja como periodista y escritor. Es casado y tiene dos hijos.

 

Dirección particular: Padilla 1717 – S3002CVE Santa Fe – República Argentina. E mail: cmoran24@gmail.com

 

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