Panorama de la Ciencia Ficción en México

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Los cartógrafos del infierno en México

Panorama de la Ciencia Ficción en México

 

 

 

 

Miguel Ángel Fernández Delgado

 

 

 

Publicado en El oscuro retorno del hijo del ¡Nahual! Ciencia-Ficción y Fantasía. No.8 Abril 2002

Puede consultarse en http://us.share.geocities.com/nahualzine/oscuroretorno2.pdf

Bajo el signo de Alpha

Antología de Ciencia Ficción Mexicana

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     En la cultura mexicana había una hermosa mujer pretendida y frecuentada por varios intelectuales y seudointelectuales, que fatigaban sus plumas y vaciaban sus bolsillos para halagarla. Su atractivo era tan grande como su condescendencia, por lo que nunca dejaba de escuchar las voces de quienes tenían otras inquietudes, con los que llegó pronto a simpatizar y hasta a dejarse seducir. De los affaires que tuvo con varios de ellos nacieron sus hijas, que los autores serios y simulacros trataban de ocultar a los ojos de la sociedad para defender a la madre que intentaban presentar como inmaculada e incapaz de semejantes deslices. Con el tiempo, las hijas crecieron y pronto se vio que habían heredado las mejores cualidades de su progenitora y en opinión de algunos mexicanos indiscretos, eran tan hermosas o más que la madre generosa.

     La madre a la que me refiero es la literatura nacional, y a sus hijas, los subgéneros literarios, que en las últimas décadas han tenido un desarrollo enorme y una calidad equiparable a lo mejor en el mundo en su especie. Aquí hablaremos de la ciencia ficción en nuestro país. En 1960 Kingsley Amis publicó el ensayo New Maps of Hell, titulo inspirado en el énfasis antiutópico que a su modo de ver predominaba en la ciencia ficción anglosajona. Quince años más tarde, bajo la misma tónica, Brian W. Aldiss y Harry Harrison editaron el libro Hell’s Cartographers, en cuya introducción afirmó Aldiss que el papel de la ciencia ficción consistía no en predecir el futuro, sino en reflejar el presente distribuyendo lo accesorio y dramatizando las nuevas tendencias1.

     Sin tomar mucho en cuenta las “nuevas tendencias”, generalmente la ciencia ficción mexicana ha preferido las visiones infernales o antiutópicos no solamente por resultarle más fascinantes que las celestiales, sino porque la sicología del mexicano generalmente lamenta su presente, detesta su pasado y, por lo común, teme por su futuro. No solamente hablaremos aquí de la tendencia principal de la ciencia ficción mexicana, sino que también aprovecharemos el espacio para ofrecer una guía geográfica del submundo de los condenados que han intentado escribir o en el presente escriben ciencia ficción a despecho del empíreo literario nacional. Desde el siglo XVII algunos novohispanos empezaron a conocer la filosofía hermética a través de los escritos del jesuita alemán Athanasius Kircher, imitando sus «raptos » o viajes mentales por el universo, en lo que puede considerarse como las primeras aportaciones a la protociencia ficción mexicana.

      Las poesías de Francisco de Castro, de los jesuitas poblanos Alexandro Favián y José Mariano de Iturriaga, y el “Primero sueño” de la mexiquense Sor Juana Inés de la Cruz, son ejemplos representativos. Un siglo después, el fraile franciscano, residente en Yucatán, Manuel Antonio de Rivas, bajo la guía de la filosofía mecanicista de Newton y Descartes, escribía sobre una visita tripulada a la Luna en un carro volador. Para las autoridades político-religiosas de la época estas inquietudes literarias no eran sino viajes suicidas hacia la condenación, por lo que buscaron reprimirlas por medio de juicios canónicos secretos (como en el caso de sor Juana) o a través del tribunal del Santo Oficio (que estuvo a punto de condenar al fraile Rivas). No hay que olvidar que el pensamiento oficial organicista o aristotélico-tomista, que imperaba en ese entonces, creía que los sueños de la razón producían monstruos, como bien lo diría a principios del siglo XIX Francisco de Goya. Ya libres del dominio colonizador, los escritores del México decimonónico (los capitalinos Juan Nepomuceno Adorno y Pedro Castera, este último autor de tres relatos y de la primera novela mexicana de nuestra corriente, Querens, 1890; el veracruzano Sebastián Camacho Zulueta, el yucatanense Gerónimo del Castillo Lenard y el zacatecano José María Barrios de los Ríos) produjeron algunos cuentos de ciencia ficción, hoy considerados extravagantes joyas, no solamente por la dificultad de localizarlos, sino porque representan los pocos ejemplos de ciencia ficción optimista o genuinamente utópica que se han escrito en el país. Dando inicio con la obra del nayarita Amado Nervo, uno de los más prolíficos autores de cuentos cortos de la temprana ciencia ficción nacional, el siglo XX vio renacer esta corriente literaria según los modelos de Camille Flammarion, Jules Verne y H.G. Wells. Con una sola excepción, ningún otro autor, entre 1901 y 1960, estaría más interesado que Nervo en escribirla. Aunque fueron varias plumas, algunas muy reconocidas, las que incursionaron en forma eventual, accidentalmente o por error en la ciencia ficción, no lo hacían con el deseo de ser considerados creadores de ella; el descensos ad inferos cotidiano estaba muy lejos de sus planes.

      Este es el caso de autores como Eduardo Delhumeau, Martín Luis Guzmán y Carlos Olvera, los tres de Chihuahua; Francisco L. Urquizo y Julio Torri de Coahuila; del Distrito Federal, José Emilio Pacheco, Bernardo Ortíz de Montellano, Rafael Bernal, Manú Dornbierer, Marcela del Río, Manuel Becerra Acosta, Guillermo Sheridan, Rafael Decelis Contreras, Oscar de la Borbolla, René Avilés Fabila, Emiliano González, Francisco Martín Moreno, Juan Miguel de Mora, Gabriela Rábago Palafox, Ignacio Fernando Padilla Suárez y Gerardo Laveaga; de Durango, María Elvira Bermúdez; Enrique González Martínez, José Martínez Sotomayor, Gerardo Murillo (Dr. Atl), Juan José Arreola y José Agustín, todos ellos de Jalisco; el michoacano Homero Aridjis; el poblano Germán List Arzubide; Antonio Castro Leal de San Luis Potosí; y los zacatecanos Carlos Toro y Tomás Mojarro. También hubo varios extranjeros que vinieron a México y se dejaron tentar momentáneamente por el inframundo. Aunque la mayoría llegaron para quedarse y otros a reclamar su nacionalidad auténtica. Entre los que se mencionan enseguida ni uno sólo celebró pacto de exclusividad con la ciencia ficción: René Rebetez, Alejandro Jodorowsky, Carlos Fuentes, Sandro Cohen, Paco Ignacio Taibo II, Edmundo Domínguez Aragonés, Juan Cervera y Narciso Genovese.

      Ninguno de los mencionados autores se sintió en la necesidad de vender su alma, pero sí dejaron algo muy importante en su obra, una característica esencial de la ciencia ficción escrita en México que subsiste hasta hoy, aun entre los que han celebrado pacto cuasiexclusivo con ella: la ciencia ficción que aquí se escribe es más literaria que la producida por los maestros anglosajones y franceses2 . La especie de los escritores mexicanos de ciencia ficción nace propiamente en los años sesenta del siglo XX, porque entonces aparecen las obras de los autores que se dan a conocer escribiendo exclusivamente esta literatura. Recordemos aquí el nombre de estos heresiarcas: Juan Aroca Sanz, Jaime Cardeña,  Agustín Cortés Gaviño, Carlos Olvera, Antonio Sánchez Galindo y Jorge Tenorio B. Como los personajes de leyenda, se sabe el lugar de nacimiento de muy pocos de ellos y casi nada acerca del derrotero de sus vidas. Lo poco conocido es que Cortés Gaviño nació en Guanajuato, y que Olvera nació en Chihuahua pero que residió desde pequeño en Toluca, y luego de publicar la novela Mejicanos en el espacio (1968) partió a vivir a París. Salvo Olvera, que ganó en 1988 el segundo lugar del premio internacional Juan Rulfo con un cuento corto de índole histórica, los demás, según se sabe, siguieron fieles a la ciencia ficción, aunque su producción haya sido sumamente frugal. Lo que intento hacer a continuación es ofrecer una guía geográfica de los cartógrafos del infierno en México o de aquellos escritores nacionales de ciencia ficción que redescubrieron, enriqueciéndola en gran parte, la tradición legada por los heresiarcas de los años sesenta y/o de otros autores nacionales y extranjeros de ciencia ficción.

 

      Lamentablemente no fui tan afortunado como Dante Alighieri de contar con la guía de un Virgilio -ni qué decir de una Beatriz- la primera ocasión que intenté levantar esta carta geográfica. Al mismo reto debían enfrentarse los geógrafos antiguos que se veían ante la ingrata tarea de llenar con imaginación los lugares donde las crónicas de viajeros callaban o decían muy poco. Empero, en el segundo intento fui asistido por algunos virgilios que abandonaron sus eneidas de otros planos espacio-temporales con el fin de sacarme del laberinto de las consejas geográficas para ofrecer una guía completa y más confiable a los futuros viajeros del inframundo. Pues bien, toda guía geográfica de los autores de la ciencia ficción mexicana que merezca tal nombre, deberá iniciar en Yucatán, porque su capital, Mérida, tiene una significación especial para esta corriente literaria en el país: en ella se escribió el primer cuento de la ciencia ficción nacional, las “Sizigias y cuadraturas lunares” de fray Manuel Antonio de Rivas, con la historia del atisbador que intercambia cartas con los habitantes de la Luna, a donde luego viaja el francés Onésimo Dutalón para conquistar con sus conocimientos a los selenitas; e igualmente en Mérida apareció la segunda novela de ciencia ficción (1919) y la primera del siglo XX: Eugenia de Eduardo Urzaiz Rodríguez, que presenta similitudes con Un mundo feliz de Aldous Huxley, pero, curiosamente, escrita trece años antes que la obra maestra del autor inglés. La capital y el estado yucatanense destacan también por ser la única ciudad y el único Estado en el que se ha publicado ciencia ficción en los siglos XVIII (Fray Manuel Antonio de Rivas), XIX (Gerónimo del Castillo Lenard) y XX, comenzando con Eduardo Urzaiz y posteriormente con autores yucatanenses como Héctor Chavarría (quien reside actualmente en el D.F.), Luis Gutiérrez Negrín y Enrique Efrén Sánchez.

     De las cuatro simas infernales de mayor importancia para la ciencia ficción mexicana, Yucatán ocupa el primer lugar en cuanto a la arqueología y a la historia de esta literatura. En el sureste mexicano hay otros autores como Juan José Morales Barbosa (Quintana Roo), Wilbert Romero Alonzo (Campeche) y el poeta y eventual escritor de ciencia ficción Roberto López Moreno (Chiapas). Del sur pasemos al norte del país donde la ciencia ficción se ha desarrollado en forma significativa.

 

 

     En Baja California hay autores como Jesús Guerra Torres (aunque actualmente retirado de la república de las letras), coordinador del taller literario del instituto cultural estatal, María Isabel Velázquez Oliver, Irving Roffé (los dos actualmente en la ciudad de México), Juan Antonio di Bella y Gabriel Trujillo Muñoz, quien además de escritor es historiador y académico de la ciencia ficción mexicana 3. El Centro Cultural Tijuana publica desde hace unos años la colección Yoremito, programa editorial para difundir la obra de autores que residen en el norte de México, donde no han faltado los libros de ciencia ficción.

     En la capital de Nuevo León hay varios talleres literarios donde se han formado otros autores de ciencia ficción: Nudo de Agua, Las Ruinas del Mundo Gris, La Acequia y la Irreal Sociedad del Zapato Verde con sede, este último, en el Tecnológico de Monterrey y especialmente populares entre los jóvenes entusiastas de la computación que escriben desde temprana edad. Claudia Argelia, Gina Arrambide, Isidro Gerardo Avila Calderón, Rafael Castillo, Jorge Chípuli Padrón, Edgar Montemayor González, Lola Parra y Juan Carlos Rodríguez, son algunos de sus nombres, reunidos en su mayoría en la antología Natal: 20 visiones de Monterrey (1993). El hecho de vivir en uno de los lugares más importantes de la tecnología computacional en México, ha influido en su inclinación hacia el subgénero cyberpunk, es decir, historias cuyo «software» o soporte lógico son las computadoras que dominan el ambiente (cyber) y su «hardware» o soporte material, un trasfondo decadente y contracultural (punk).

     Al llegar a Tamaulipas nos adentramos en la segunda sima de la ciencia ficción nacional. Al crearse, en 1984, el Instituto Tamaulipeco de Bellas Artes, surgieron, además del concurso estatal de literatura, nuevos talleres literarios.

 

     En Ciudad Victoria, Guillermo Samperio coordinó el taller donde destacaron Juan Guerrero, Carmen Quiroga, José Luis Velarde y Guillermo Lavín. Los tres últimos ya trabajaban por igual la fantasía y la ciencia ficción, pero Velarde y Lavín decidieron fundar en 1985 la revista A Quien Corresponda (ganadora de los premios Tierra Adentro y Edmundo Valadés para revistas culturales independientes en cinco ocasiones y que ha superado hace poco el número 100), en cuyas páginas consagradas a la literatura general, conocidas no sólo en México sino también en Latinoamérica y Europa, no ha sido posible ocultar la preferencia y el aprecio que sus fundadores tienen por la ciencia ficción, corriente a la que han dedicado varios números. Lavín y Velarde también coordinan ahora sus propios talleres literarios en Ciudad Victoria, y el primero coordina otro, además, en Nuevo Laredo.

 

    En Nuevo Laredo, Tamaulipas, Federico Schaffler (uno de los más premiados y prolíficos autores y editores dentro de la ciencia ficción nacional) fundó en 1990 otro taller literario, hoy conocido como Terra Ignota, que cinco años más tarde lanzó la colección del mismo nombre consagrada a la literatura joven neolaredense, donde se dieron a conocer los nombres de sus principales alumnos: Marcos Manuel Rodríguez Leija, Jesús Dleón-Serratos, Jorge Eduardo Álvarez, Ramberto Salinas Rodríguez, José Luis Alverdi y Luis Raymundo Gutiérrez. Para celebrar el noveno aniversario de Terra Ignota, publicaron un libro de concepción cabalística titulado 9.9.99 (1999). Schaffler es también el fundador de la revista de literatura fantástica mexicana Umbrales (creada en 1992 y ganadora de los premios Tierra Adentro 1993-94 y Edmundo Valadés 1996-97 y 1997- 98), pronta a celebrar sus primeros 50 números.

     Otros autores originarios de Tamaulipas son Olga Fresnillo, Carlos Alberto Limón, Gerardo Sifuentes -que emigró a Puebla y luego al D.F.-, César Caballero, Luis E. García Guerra -hoy en Monterrey, donde publicó su novela Technotitlán: Año Cero, 1997- y Sergio de Regules. Junto con Puebla y el Distrito Federal, Tamaulipas es uno de los tres engranes principales en la maquinaria de la ciencia ficción nacional del presente.

     Otros estados del norte con producción local son: Chihuahua (Ilya Cazés Sancho, Cecilia Pego y Gabriel González Meléndez –aunque hoy vive en Monterrey-, autor de la novela Los mismos grados más lejos del centro y de la ópera El marciano), Sonora (Gerardo Cornejo, René Amao y Lauro Paz) y Coahuila (Felipe Rodríguez).

     En Guadalajara, Jalisco, Laura Michel y otros jóvenes escritores como Gabriel Benítez Lozano (nacido en Colima), Rogelio Cárdenas, Irma Amézquita, Tonatiuh Moreno, Alvaro Pulido Quintanar, Ana María González Ibarra (oriunda de Nuevo León), Van Drake (seudónimo de Juan José Ramírez Rivera), Gilberto Quintero Ramírez y otros más, publican el fanzine o revista de aficionados Laberinto, además de organizar talleres de cuento, juegos de rol, comics, ilustración y un largo etcétera de actividades. Hay otros autores en San Luis Potosí (Elisa Carlos), Michoacán (Jorge Martínez Villaseñor y J.A. D’Labra Carvajal), Querétaro (Smirna Montes S.), Veracruz (Sergio Fernández Bravo), Guerrero (Horacio Fernández de Castro Tapia, q.e.p.d.), el Estado de México (Alberto Chimal, quien reside en el D.F.) y Tlaxcala (Alejandro Roseta Sosa, originario de Veracruz; Alejandro Ipatzi Pérez y José Javier Reyes). La capital de Tlaxcala se ha dado a conocer recientemente en el mundo de la ciencia ficción, por ser la sede anual del Festival Internacional de Ficción y Fantasía desde 1997, gracias al patrocinio de la Universidad Autónoma de Tlaxcala y a su coordinador de difusión cultural, el ya mencionado Alejandro Roseta Sosa y al trabajo del Proyecto Goliardos.

 

 

 

      La tercera sima de la ciencia ficción mexicana se encuentra en Puebla. Cuando el Consejo Estatal de Ciencia y Tecnología poblano, encabezado por la entusiasta Celine Armenta, decidió organizar anualmente desde 1984 el premio Puebla de ciencia ficción (y, a partir de 1998, también de fantasía), comenzaron a conocerse los cartógrafos del infierno en nuestro país al ser publicados los El oscuro retorno del hijo del ¡ Nahual !  ganadores del concurso y los distinguidos con menciones honoríficas en la revista de distribución nacional Ciencia y Desarrollo del CONACYT. Asimismo, en Puebla viven y trabajan dos incansables promotores y prolíficos autores de la ciencia ficción mexicana: José Luis Zárate Herrera 4 y Gerardo Horacio Porcayo Villalobos, miembros fundadores del Círculo Puebla de Ciencia Ficción y Divulgación Científica (donde publicaron algunos ejemplares del fanzine Prolepsis), ganadores, por separado, de los principales premios estatales, nacionales y algunos internacionales de ciencia ficción, y creadores de la revista electrónica (en diskette) y ahora en línea La langosta se ha posado. Recientemente (septiembre de 2001), los fundadores del Círculo Puebla crearon el premio Sizigias (en honor del primer cuento nacional de imaginación científica), para distinguir a las mejores obras de géneros alternativos publicadas en el país en el último año. Otros autores notables oriundos o residentes en Puebla son: Juan Armenta Camacho (q.e.p.d.), Juan Ángel Espinoza, José Günther Petrak Romero, Víctor Florencio Ramírez Hernández, Adriana Rojas Córdova, Libia Brenda Castro, Caín Kuri, Isaí Moreno Roque, Carlos Alberto Limón, José Luis Ramírez (creador, junto con Gerardo Sifuentes de fractal’zine, primer fanzine cyberpunk en el país, quien posteriormente se embarcó en el antiutópico proyecto de realizar la primera enciclopedia multimedia de la ciencia ficción mexicana) y Juan Hernández Luna, conocido escritor de novela negra, que ganó el premio Puebla en 1995 con el cuento cyberpunk «Soralia». A partir del año 2000, la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla se ha convertido en sede itinerante del Festival Internacional de Ficción y Fantasía. Libia Brenda Castro, José Luis Ramírez y Gerardo Sifuentes, emigraron recientemente a la capital.

      Castro ayudó algunos meses al autor de estas líneas a poner orden en el archivo de ciencia ficción mexicana más grande del país; Ramírez, junto con Castro y quien firma debajo del título de este artículo, creó la primera página dedicada a la ciencia ficción nacional (www. ciencia-ficcion.com.mx); y Sifuentes obtuvo el Premio Inter-nacional VID de Ciencia Ficción en el 2001. Antes de hablar del Distrito Federal o ciudad de México, recordemos que al hablar de Amado Nervo se dijo que, además de él, había otro autor que demoró su cálamo en forma insistente dentro de la ciencia ficción mexicana del siglo XX. El nombre de Diego Cañedo (seudónimo literario del arquitecto Guillermo Zárraga, nativo del Distrito Federal), no evoca en la mayoría una imagen de grandeza. Empero, en la década de 1940, el ilustre Alfonso Reyes no escatimaba elogios a sus novelas y relatos, pues Cañedo bien podría ser considerado el más importante escritor mexicano de ciencia ficción del siglo XX y de toda la historia nacional.

      Sirvan tres ejemplos para sostener mi apreciación: la novela El réferi cuenta nueve (1943), gigantesca y no menos lograda historia de la invasión de la Alemania nazi a México en un universo paralelo; La noche anuncia el día (1947), que describe el empleo de una máquina para leer los pensamientos la cual cae en las manos de un político amoral, lo que no es sino un pretexto para criticar la época del presidente Plutarco Elías Calles; es decir, el equivalente dentro de la ciencia ficción mexicana de La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán; y la novela corta El gran planificador (1971), en la que narra, desde el punto de vista de un capitalino, el crecimiento desmedido de la ciudad de México a partir de principios del siglo XX hasta el 10 de diciembre de 1980, fecha en que ocurre un gran terremoto que obliga al protagonista y a otros muchos habitantes de la capital a buscar refugio en la provincia. Con esta última novela corta Diego Cañedo demostró El oscuro retorno del hijo del ¡ Nahual ! que para la imaginación de un avispado autor de ciencia ficción como él, las similitudes con la realidad no son siempre mera coincidencia.

      La ciudad de México no es solamente la cuarta y última sima de la presente cartografía infernal por concentrar las editoriales y actividades de difusión, sino por constituir el centro neurálgico más importante, gracias a sus dimensiones, de la ciencia ficción hecha en nuestro país. En el Distrito Federal publicaron sus obras casi todos los escritores del siglo XIX y gran parte de los del XX, aunque hay que reconocer la labor de varias instituciones de cultura estatales y a nivel federal en la impresión y difusión de las obras de autores locales (incluso de ciencia ficción y literatura fantástica), situación que ha sorprendido a conocedores de la ciencia ficción de otros países.

      En el Distrito Federal aparecieron también las primeras revistas profesionales y semiprofesionales de ciencia ficción (Emoción en la década de los treinta; Los Cuentos Fantásticos a fines de los cuarenta; Ciencia y Fantasía, Enigmas y Fantasías del Futuro en los cincuenta; Crononauta en los sesenta; Espacio y Kosmos 2000 en los setenta; y Asimov Ciencia Ficción en los noventa); la revista de divulgación científica Ciencia y Desarrollo del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) publicó relatos de ciencia ficción –de nacionales y extranjeros- entre los años 1977 y 1998, y el mismo consejo organizó el primer taller especializado de esta corriente literaria en 1986; se publicaron fanzines como ¡Nahual! de Andrés Tonini y la Facultad de Ciencias de la UNAM, y se siguen publicando otros como Sub de Bernardo Fernández (Bef), Joselo Rangel y Pepe Rojo (oriundo de uerrero); Janitzio Villamar dirige la revista Equipo Mensajero que continuamente reserva espacios para la literatura fantástica producida en el territorio nacional; Jorge Cubría, escritor y académico, desde hace casi una década imparte en la  Universidad Iberoamericana un curso sobre la ciencia ficción; y en 1995, 1996 y 1997, se celebró la Convención de Ciencia Ficción, Comics y Fantasía (MECYF) organizada por la editorial VID, que también ha lanzado al mercado la colección de libros MECYF y el concurso internacional de ciencia ficción y literatura fantástica. La editorial Selector publica desde 1998 la colección ¡Que la fuerza te acompañe! de libros de ciencia ficción para niños. En la capital mexicana se fundó la Asociación Mexicana de Ciencia Ficción y Fantasía (AMCyF) en 1992, la cual ha celebrado hasta ahora tres convenciones nacionales (Puebla, 1991; Nuevo Laredo, 1992; México, D.F., 1997), y entregó anualmente -hasta 1999- el premio Palpa por votación de sus miembros; y, durante la presidencia de Gonzalo Martré (1996-1998), los premios Charrobot.

     En 1997, H. Pascal, el más prolífico autor nacional de fantasía, fundó el Círculo Independiente de Ficción y Fantasía (CIFF) y el Proyecto Goliardos, dio vida al fanzine Azoth, publicación que emigró, luego de cinco números, a la world wide web; luego lanzó la colección Terra Virtual de ciencia ficción y fantasía heroica bajo los tórculos de Ramón Llaca y Cía., las micronovelas Azoth y posteriormente las plaquettes y libros Goliardos, siempre en coedición con la Universidad Autónoma de Tlaxcala y, la última colección de libros, ocasionalmente bajo el patrocinio de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, el Instituto Politécnico Nacional y el Instituto de Cultura de la Ciudad de México. Estas mismas instituciones son las coorganizadoras de los múltiples festivales de literatura fantástica (nacionales e internacionales) que H. Pascal ofrece en el D.F., Tlaxcala y Puebla. El CIFF también entrega anualmente, durante sus festivales internacionales, los premios Goliardos, que han ganado autores extranjeros como Poppy Z. Brite, Christa Faust, David Schow, Mara L. García (EEUU), Guy Gavriel Kay (Canadá); y nacionales como Paco Ignacio Taibo II, Carlos Montemayor, Gerardo Horacio Porcayo, José Luis Ramírez y Miguel Ángel Fernández.

      En la capital del país residen o provienen otros muchos autores de ciencia ficción: Salomón Bazbaz y Aldo Alba (responsables de la revista Asimov Ciencia Ficción, recién desaparecida), Mauricio-José Schwarz (quien colaboró en The Encyclopedia of Science Fiction de John Clute y Peter Nicholls, además de ganar el primer concurso Puebla de la historia, quien vive hoy en Gijón, España), Marcela del Río, Laszlo Moussong, José Luis Trueba Lara (escritor retirado y fundador de El oscuro retorno del hijo del ¡Nahual! Times Editores -hoy también fallecida-, colección con varios títulos de fantasía y ciencia ficción), Arturo César Rojas, Guillermo Fárber (nacido en Sinaloa, Mario Méndez Acosta, Gonzalo Martré (fundador de la Cofradía de Lectores “La Tinta Indeleble”, que publicó y distribuyó sus propios libros, y entre cuyos títulos no faltaron los de ciencia ficción); así como otros más jóvenes pero no menos destacados como David N. Reyes Pacheco, Miguel Alcubierre Moya (quien emigró primero a Inglaterra y luego a Alemania a hacer estudios de posgrado en física, pues se le ocurrió formular una teoría, nacida de su afición a Star Trek, sobre las posibilidades reales de alcanzar la velocidad warp), Arturo Arredondo, Ricardo Guzmán Wolffer, Rodrigo Madrazo, Gilberto Rendón, Ramón López Castro, Mario Francisco Herrera, Eduardo Honey, Francisco Espinosa Cordero, Gerardo Sifuentes Marín, Otto von Bertrab (quien se ha mudado a Nuevo León), José V.A. Icaza, Martha Elisa Camacho (recién emigrada a Querétaro), Blanca Martínez (originaria de Barcelona, España), y los recientemente desaparecidos José Zaidenweber y Alfredo Cardona Peña. El autor de esta guía de profundis, nació y trabaja igualmente en esta capital del infierno.

      Sin duda alguna faltan autores en esta carta-censo geográfico de los pobladores del infierno literario que es la ciencia ficción, particularmente las nuevas generaciones que comienzan a publicar, pero, aunque conozca el nombre de algunos de ellos, no los menciono porque sería injusto no dar los nombres de todos los nuevos condenados. Gerardo Porcayo afirma que no hay un estilo mexicano de escribir ciencia ficción, sino un factor común, que es el pesimismo . Si se recuerda, durante la Guerra Fría, abundaba en la ciencia ficción mundial el tema de la tercera y definitiva guerra, después de todo, la ciencia ficción, como casi toda ficción literaria, moja su pluma en el tintero del inconsciente colectivo. Con un futuro más prometedor, el género nacional probablemente apostará ya no hacia los infiernos sociotecnológicos, sino a la utopía o al menos a un purgatorio al estilo de «Luvina» de Juan Rulfo.

 

* El autor desea agradecer los comentarios de Jesús DLeón-Serratos, Bernardo Fernández (Bef), Ricardo Guzmán Wolffer, Guillermo Lavín, Federico Schaffler, Mauricio-José Schwarz, Andrés Tonini, Gabriel Trujillo Muñoz y José Luis Velarde para esta nueva versión corregida y aumentada del presente artículo, originalmente aparecido en la revista Complot Internacional (México D.F., septiembre de 1997), aunque sus desaciertos e imprecisiones siguen siendo exclusiva responsabilidad del autor.

 

Notas

1 Aldiss, Brian W., Hell’s Cartographers, Londres, Futura Publications, 1975, p. 2.

2 Vogt, A.E. van, prólogo a Lo Mejor de la Ciencia Ficción Latinoamericana, Barcelona, Martínez Roca, 1982, p. 10. 3 Trujillo Muñoz, Gabriel, Los Confines: Crónica de la ciencia ficción mexicana, México, Vid, 1999, pp. 149-150.

4 Zárate, José Luis, «Entrevista: Gerardo Porcayo, un Lobo cyberpunk», Umbrales, Nuevo Laredo, núm. 5, enero-febrero 1994, p. 20.

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Miguel Ángel Fernández Delgado


Escritor, abogado e historiador mexicano, nacido en 1967. Sus estudios de leyes y su posgrado en historia, sumado a su gran afecto por la ciencia ficción, lo convierten en un investigador de enorme competencia. Ganó varios premios, participó en numerosas convenciones y colaboró en varias revistas. Autor, entre otros trabajos, de Ciencia Ficción Mexicana: Siglo XIX y Visiones periféricas.

Decía el encabezado de esta investigación presentada en El oscuro retorno del hijo del ¡Nahual!:

Ahora les presentamos un artículo que en su momento generó controversia, y que estamos seguros disfrutarán tanto como nosotros.

 

 

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