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   El miedo es una emoción
por Federico Campbell
La hora del lobo

Visto en retrospectiva, y a cierta edad, el miedo es algo que nos impidió hacer muchas cosas a lo largo de la vida. De no pocas cosas nos perdimos por miedo: no nos atrevimos a devolver la mirada de aquella muchacha alemana que nos veía en el barco de Brindisi al Pireo; no quisimos, por falsa prudencia, reclamarle como se lo merecía al amigo que nos estafó; no nos adentramos en ciertos barrios de Chicago o de Río por el peligro que se les presuponía. ¿De cuántas cosas más nos habremos perdido?

El miedo, en su sentido más elemental, es un recurso instintivo de sobrevivencia. ¿Por qué se engarrota el soldado en la trinchera bajo el zumbido de las balas? Toda nuestra neurofisiología se pone en movimiento cuando los sentidos perciben una amenaza. El cerebro habilita automáticamente una "línea de emergencia" hacia la amígdala, encargada de detonar la sensación de miedo. Una vez activada, la amígdala envía una alerta general hacia otras estructuras cerebrales. Según los neurobiólogos, se trata de una repuesta fisiológica que se caracteriza por sudor en las manos, aceleración del ritmo cardiaco, aumento de la presión arterial y secreción de adrenalina. Todo esto ocurre aún antes de que la mente tome conciencia de haber olido, tocado o visto algo: antes de que uno mismo sepa que tiene miedo.

Más allá de esta descripción objetiva, también es un hecho que el miedo es una conducta aprendida. Se ubica en el cuadro de la relación que tiene uno de niño con los padres, o con uno de los padres específicamente. Y ese temprano aprendizaje del miedo puede determinar nuestras reacciones en la vida adulta. Un ruido fuera de lo común, la mirada sostenida de un desconocido, cualquier insinuación de violencia, una discusión estridente, un connato de conflicto o enfrentamiento, el posible rechazo de una novia o un amigo, nos paraliza o nos impele a buscar la salida.

"¿Cómo se aprende a ser miedoso, vivir asustado, ser víctima de grandes miedos?", se pregunta José Antonio Marina en su reciente libro Anatomía del miedo (editorial Anagrama; Barcelona, 2007).

Entre los tipos de aprendizaje del miedo se cuentan:

1. Los sucesos traumáticos: un accidente, una violación, una separación dolorosa, un fracaso amoroso, una experiencia de bombardeo en la guerra.

2. Sucesos de la vida penosos y repetidos: sufrir pequeños traumas de manera regular, humillaciones, agresiones, sin posibilidad de control o defensa, que erosionan los recursos de la persona. La madre que amenaza con dejar de hablarle al hijo.

"La manera como se habla en una familia de los problemas, de los conflictos y del miedo influye en el carácter temeroso o arriesgado del niño. Hay una correlación entre la frecuencia con que los padres expresan sus miedos y el nivel de miedo de los hijos", comenta Marina.

Ya en 1873 Charles Darwin decía en La expresión de las emociones en los animales y en el hombre (revalorado ahora por la importancia que se le da a la emoción en la neurobiología moderna) que la palabra miedo deriva de aquello que es repentino y peligroso, mientras que la palabra terror procede del temblor de los órganos vocales y del cuerpo. El miedo viene precedido por el asombro que conduce a la alerta inmediata de la vista y del oído. Los ojos y la boca se abren mucho y las cejas se elevan. La persona se queda inmóvil y sin respiración, como una estatua, y se agacha instintivamente para evitar que la observen. El corazón late con rapidez y violencia: palpita y golpea contra las costillas.

"Bajo un ligero miedo hay una tendencia a bostezar. La voz se hace ronca y confusa. Hay una palidez como de muerte, la respiración es trabajosa, las aletas de la nariz se dilatan. En ciertos casos se produce una repentina e incontrolable tendencia a huir con precipitación, tan intensa que los soldados más temerarios pueden verse dominados por un pánico súbito. Las facultades mentales se debilitan. Los intestinos se ven afectados y el músculo del esfínter deja de actuar y no retiene ya el contenido del cuerpo."

Una vez un estudiante de psicología fue a entrevistar al boxeador Mantequilla Nápoles para una revista escolar.

-¿Usted siente miedo en el ring?

-Yo siento miedo desde el instante en que se pacta la pelea. Después de firmar y fijar la fecha hay días en que me tiemblan las piernas. Me pongo insoportable. Me peleo con mi mujer y con mis hijos. Luego me voy a un rancho en Querétaro y me llevo a dos a amigos para tener a quien insultar. Me levanto en la madrugada, a correr. Y siento el miedo. A medida en que se acerca la fecha de la pela el miedo aumenta. Me he llegado a despertar en la noche dando de gritos.

-¿En ningún momento se calma?

-Nunca dejo de pensar en el miedo. Llega el día de la palea y ya estoy en la Coliseo, en los vestidores. Me relajo, me vendan las manos, respiro hondo y el miedo sigue allí, peor que nunca. Me tiemblan los labios y las corvas. Llega la hora. Me ponen los guantes y salgo a caminar entre el público. Lo saludo. Me aplauden. Y no logro vencer el miedo. Me muero de miedo. Subo al ring. Nos presentan. Me quitan la bata. Veo a mi oponente en la otra esquina. Pero cuando por fin suena la campana el miedo desaparece. Se acaba totalmente el miedo y empieza la pelea.

Réplica y comentarios al autor: federicocampbell@yahoo.com.mx




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