Site hosted by Angelfire.com: Build your free website today!
Inicio

 
www.tiemposdereflexion.com Anúnciate con nosotros
   El viaje del héroe

El inocente vive en el Edén, donde la vida es dulce y todas nuestras necesidades son satisfechas en un clima de cuidado y amor. Uno cae de este paraíso perdido y se encuentra huérfano de ese mundo idílico que nos prometieron. Es la primera caída, cuando aprendemos que el mundo no siempre o quizá nunca fue lo que nos enseñaron que debía ser. La vida real no es como nos la pintaron.

El huérfano es un idealista desilusionado y cuanto más altos son sus ideales respecto al mundo, tanto peor parece ser la realidad. Sentirse huérfano -luego de la gran caída- es un estado dificultoso en extremo. El mundo parece peligroso. Hay villanos y obstáculos. La visión del universo es la del miedo y la desilusión, la del abandono y la soledad. La tarea del huérfano heroico es aprender a confiar en sus propias fuerzas. Cae en la cuenta de que no existe nada ni nadie que pueda hacer algo al respecto. Los huérfanos casi siempre desconfían de sí y del mundo hostil.

El huérfano se desespera, pero su clave debe ser la esperanza. Quiere que los maestros, médicos, padres tengan todas las respuestas. Creen en resultados mágicos. Creen que deben su vida a su Salvador, quien quiera que sea, y lo más difícil es ayudarlos a que se ayuden a sí mismos, sin quedar atrapados. Cuando el huérfano encuentra a alguien dispuesto a amarlo y ayudarlo, piensa que es único y está dispuesto a morir antes que a abandonarlo. Aunque la relación se torne muy destructiva, si no lo abandonan, él queda pegado.

Tanto el inocente como el huérfano son arquetipos pre-heroicos. Los segundos necesitan ayuda para cruzar el umbral y embarcarse en su propio viaje heroico. A veces creen tener la culpa de sus sufrimientos; a veces piden lo que desean mediante lamentos y quejas. Si pueden sacar la culpa, podrán hacerse cargo de su propia vida y no sentirse desolados. No deben esperar que alguien dé la orden de partida hacia el camino heroico o el rescate. Los instrumentos necesarios, a fin de socorrerlos, son el amor, el afecto y la dedicación y una oportunidad para que cuenten su historia, sacando la culpa y el temor y ofreciéndole aliento para que se hagan cargo de sus propias vidas.

Ciertos huérfanos han aprendido a utilizar su dolor y a manipularlo para conseguir que los demás sientan pena por ellos y hacerlos -si es posible- sentir culpables.

Tanto el inocente como el huérfano deben emprender su travesía y embarcarse en una vida responsable y heroica, individual o colectiva. El dolor y la pérdida que acarrea esta conducta a seguir son parte de la vida misma; es parte del proceso continuo de la transformación personal, mediante la cual dejamos aquello que ya no nos sirve, -aunque lo amemos- para movernos hacia lo desconocido tan temido. Esto se hará por pautas; si tuviéramos que crecer de golpe, nuestro dolor y sufrimiento sería demasiado intenso. Vamos dejando pautas atrás, poco a poco, para no tener que enfrentarnos con todos nuestros problemas al mismo tiempo. Nuestra atención nos envía señales de que ya es hora de seguir adelante, de aprender nuevas formas de conducta, de intentar nuevos desafíos.

En cierto modo el sufrimiento es un caro don, porque en la travesía del huérfano podemos perder la sensación de impotencia y adquirir un excesivo poder. El dolor es el gran nivelador que nos recuerda que nadie está a salvo de las dificultades de la vida humana. Él nos enfrenta con nuestros peores temores y nos libera de la parálisis del huérfano, al buscar el modo de seguir seguro y a salvo. El que más ha sufrido puede llegar a una libertad casi trascendental, pues enfrentándose con lo peor ha sobrevivido. Se anima a hacerle frente a la vida y a sus dificultades. Cristo nos enseñó que la muerte en la cruz puede finalizar en una resurrección.

El modo de enfrentar la muerte está relacionado al modo que respondemos a todas las pequeñas muertes en nuestra vida: pérdida de amigos, amores frustrados, desilusiones laborales, emotivas, familiares, de esperanza y sueños. A veces se necesita llegar a los infiernos para aprender la lección.

El arquetipo del inocente es el de don Quijote. El arquetipo del huérfano es el de alguien que comenzó el camino heroico y no se anima a avanzar. Se queda paralizado sin descender a lo más profundo, para luego ascender y convertirse en héroe de los otros.

Se necesita dejar de ser huérfano para convertirse en vagabundo. El vagabundo es un excéntrico, un revolucionario en extremo que prefiere transitar solitario, porque desconfía de las respuestas ajenas e investiga las propias verdades. Su identidad es estar en los márgenes de los cánones impuestos, experimentar dudas que lo conduzcan a un estado de fe más maduro.

También el vagabundo puede estar atemorizado del camino heroico que lo espera. Tal vez se siente culpable, como el inocente y el huérfano. El vagabundo siente que emprende su viaje como un efecto de onda impulsado y permitiendo que aquellos que ama logren embarcarse en su propia travesía.

Si se van, si se alejan, puede llegar a experimentar soledad por un tiempo, pero tarde o temprano desarrollará una relación mejor que lo satisfaga. El vagabundo -al dar un paso afuera- comienza a ver el universo y a verse a sí mismo con su propia mirada. Siempre siente el temor que el castigo sea el aislamiento en la pobreza. El vagabundo toma la decisión de abandonar el mundo conocido por lo desconocido. Cuando llega el momento de emprender el viaje, el vagabundo se siente solo. Es importante que la madre se aparte para que él experimente a fondo la soledad que necesitó para lograr su propio crecimiento. Es el comienzo doloroso de la travesía personal. A veces es producida con gritos y alaridos, a fin de morir y renacer heroicamente.

El vagabundo debe seguir de todos modos la responsabilidad de emprender el viaje y descubrir quién es; la tensión entre el deseo de crecer, de adquirir maestría, de extender los límites de la propia capacidad versus el deseo que tenemos de complacer y de ser aceptados es la quintaesencia de su dilema heroico, pues éste camina marchando en su transformación individual. Para hallarse a sí mismo, deberá abandonar a la gente que más ama y dejar de renunciar y ceder para complacerlos, no encerrándose a la resistencia del crecimiento.

Finalmente llegará el día en que la soledad y esa sensación de vacío existencial en el plexo solar sean aceptados como parte del estado natural de las cosas. Todos estamos solos, todos y cada uno de nosotros. Entonces nace la sensación de júbilo que uno experimenta en su propia y única compañía, en la que el aislamiento es algo diferente a la soledad. Cuanto más auténticos somos, menos solitarios nos sentimos. Jamás estaremos verdaderamente solos, si contamos con nosotros mismos y con nuestro propio sistema de valores no impuesto.

El vagabundo se desplaza de la dependencia a la independencia, y de allí a la interdependencia. En la independencia descubre que extraña la relación humana. Al desarrollar un sentido de sí mismo como para no temer ser absorbido por el otro, para su enorme sorpresa descubre que existen personas y comunidades que lo amarán ni más ni menos que por lo que es. En cuanto soluciona el enfrentamiento entre amor y autonomía, eligiéndose a sí mismo, sin negar la necesidad de una relación con los demás, el conflicto aparentemente indisoluble se resuelve. El premio para ser completa y auténticamente uno mismo es el amor y el respeto de la comunidad. Para la mayoría de nosotros, el disfrutar por completo de esta recompensa no es posible hasta que obtenemos la habilidad del guerrero, de hacer valer los propios deseos o la capacidad de mártir para ceder y entregarse a los demás o el conocimiento del mago, del que podremos conseguir todo el amor que nos haga falta como un derecho de nacimiento. No tenemos que pagar por ello renunciando a nuestra vida personal.

El vagabundo identifica al dragón y huye. El guerrero se queda y combate. Es lo que nuestra cultura occidental denomina heroísmo. El mito heroico es el héroe que debe matar al villano (o dragón) y rescatar a la víctima (o doncella). El bien triunfa sobre el mal y la historia confirma que cuando las personas tienen el coraje de luchar por sí mismas, pueden cambiar su mundo. Antes de ser guerrero se debe ser vagabundo; si no, uno será un pseudo-guerrero.

El guerrero debe someterse a las enseñanzas del mártir, porque si no quedará frenado en un nivel rudimentario de combatividad, en un mundo dividido entre ellos y nosotros. Pero aquellos que comienzan a guerrear, antes de ocuparse de sus identidades, no pueden llegar a ser verdaderos guerreros, porque están luchando o luchan para probar su superioridad, un mecanismo para desarrollar la autoconfianza, que no sustituye el saber de quién es uno en realidad.

El guerrero comparte con el mártir la sensación de que debe sufrir por sus transgresiones. Los falsos guerreros son en realidad huérfanos disfrazados, encubriendo su miedo con bravatas.

El huérfano tuvo que lidiar con la impotencia. El mártir, luchar con el dolor. El vagabundo, con la soledad, y el guerrero debe enfrentarse al miedo. El huérfano se percibe como víctima y el vagabundo como marginal.

El don que recibimos para nuestro desarrollo, cuando hacemos frente a nuestros más terribles dragones -sea terminando con ellos o enfrentándolos entablando un diálogo-, es el coraje y, en consecuencia, ganamos la liberación de la esclavitud de nuestros temores.

El guerrero finalmente aprende a hacerse amigo de sus temores. En lugar de sentirse paralizado por ellos o lanzarse a la carga o quedar preso en forma paranoica de cómo abordar los problemas y el miedo a reprimir sus miedos, llega a comprender que el temor es siempre una invitación al crecimiento. La muerte y el sacrificio son requisitos previos al renacimiento: es la ley fundamental del mundo espiritual.

Mientras el huérfano busca refugio en el sufrimiento, el mártir lo abraza creyendo que atrae la redención. Sin embargo, muchas veces el martirio se utiliza como camuflaje de la cobardía. Los mártires pueden ocultarse tras esa máscara, como una forma de evitar emprender sus viajes y descubrir quiénes son. En el proceso de individualización en las mujeres, el martirio le permite eludir la cuestión del crecimiento personal. Renuncia de este modo a la audacia de ser heroína en la travesía por emprender, refugiándose en la aparente virtud del sacrificio en sí.

El sacrificio no es siempre un mecanismo para manipular a Dios o a los demás con forma de eludir los desafíos, el riesgo o el dolor; también puede ser expresión de amor genuino. En un nivel superior, el mártir no está regateando para salvarse, sino que cree que su sacrificio salvará a otros. Cristo es el ejemplo más perfecto.

Cuando la energía no circula en ambas direcciones, algo funciona mal. Si el dar y el recibir se dan sin interrupciones, el proceso intensifica y enriquece la energía intercambiada. Entonces el proceso de desprenderse de lo que uno ya no necesita y de dar a los otros lo que ellos necesitan se fusionan mágicamente y sin dolor. Porque la habilidad de estar intensamente relacionado en profundidad con nosotros mismos es estar conectado con uno mismo y esto no depende de un ser o un lugar en particular, de nada exterior a uno mismo.

La magia se basa en la sincronicidad o coincidencias significativas y no causales. Así como el guerrero aprende la lección de la casualidad, el mago aprende la lección de la sincronicidad.

El universo nos provee de lo que necesitamos, y a menudo de lo que deseamos; recibimos pequeños dones todo el tiempo, pero los recibimos de modo diferente. Y así como el mártir aprende a dar lugar al dolor, el vagabundo a la soledad, el guerrero al temor, el mago debe aprender a dar lugar a la fe, al amor y a la alegría, sin caer en la negación ni en el escapismo.

El amor sabio transforma. El odio, el miedo y la ira frenan el amor. Negar nuestra ira tiene como único resultado un sabotaje inconsciente de una relación. Dar lugar a la ira, permite una relación más abierta y honesta.

El mago no es ni sentimental ni romántico; es un andrógino que los integra a ambos. Sin embargo, el poder del mago no se debe usar hasta no aprender las lecciones del mártir, del vagabundo y del guerrero.

La tarea del héroe siempre ha sido inyectar nueva vida en la cultura agonizante. A medida que nos tornamos más y más nosotros mismos, consecuentemente nos vinculamos con seres por los que sentimos conexiones profundas; tenemos una intimidad mayor y más satisfactoria con los demás.

La recompensa del retorno del viaje heroico, inevitablemente solitario por su no aceptación en la comunidad, no nos exime de las dolencias, traiciones, fracasos, desencantos, porque forman parte de la condición humana. De igual modo, debemos emprender la travesía solitaria del regreso, a fin de poder vivir en armonía con uno mismo y con los otros, para ser envueltos en el flujo de energía que nos rodea.

Proviene de nuestro propio interior alcanzar la meta heroica. Renunciar es resignarse a ser menos de lo que uno podría llegar a ser.

Réplica y comentarios a la autora: mcbosch2002@yahoo.com.ar

Bibliografía: Pearson, Carol S., El viaje del Héroe.




*
Anúnciate con nosotros

Recibe nuestro boletín mensual
*
* Tu email:
*
*
*
*
*

Noticias
*

Archivo
*
* Consulta los boletines de ediciones pasadas. *
*

Panel de Opiniones
*
* Opina sobre este tema o sobre cualquier otro que tú consideres importante. ¡Déjanos tus comentarios! *
*

Escribe
*
* Envía tus ensayos y artículos. *
*
___
Logos de Tiempos de Reflexión cortesía de Matthew Nelson y Chago Design. Edición, diseño y actualización por Morgan y MASS Media
Resolución mínima de 800x600 ©Copyright pend. Acuerdo de uso, políticas de protección de información