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   Entre líneas y hechos: lágrimas agridulces

Cuando uno parte de Venezuela hacia otras latitudes, aun por un pequeño espacio de tiempo, un millón de sentimientos y preguntas se entrecruzan.

Muchos venezolanos ilustres durante el siglo XX se convirtieron en piedras en los zapatos de la elite nacional. Venezolanos como usted y como yo, de carne y hueso, algunos ya fallecidos, otros un poco más viejos. A ellos se les ha unido una juventud mayoritaria, y juntos siguen ansiando que sus clamores sean escuchados: los venezolanos merecemos un mejor país.

Pero ocurrió el accidente. Un accidente que por sí solo ha despertado la semilla de nuestra conciencia histórica, haciéndola germinar nuevamente como pueblo. De esta manera reclamamos el único pegamento que nos une como venezolanos: la libertad. Pongamos a un lado, por un instante, la arepa, la cachapa, el golfiao, los espaguetis con atún o con caraota, el queso de mano o el queso guyanés. Aislémonos del mito del país rico y del pasado bonito. La realidad de las bellezas de nuestro país son antagónicas con la dura realidad que se vive. Estamos al borde de una guerra civil sin precedentes. Venezuela, nuestra tierra de gracia, será el nuevo campo de batalla internacional, donde los países industrializados pondrán las armas, y en donde los latinoamericanos nuevamente pondremos los muertos.

Por favor no me interpreten mal. Deseo que esta pesadilla de nuestro frágil sistema de vida evolucione hacia un mejor país. Sin embargo, las estadísticas son deprimentes. Tampoco la elite ha entendido el significado de la dura tarea que viene adelante. De esta forma, nunca podremos construir un país de la manera como actualmente pensamos, actuamos y sentimos a Venezuela.

La única, porque no hay otra, la única manera de evolucionar (como individuos o como nación) es a través del estudio y del trabajo. No hay otra. Cualquier sueño o plan para Venezuela debe ser alcanzado a través de esos dos instrumentos, con los que podremos estructurar la sociedad que deseamos, desarrollar la tecnología que requerimos, generar las riquezas que anhelamos y, sobre todo, fortalecer el sistema democrático que tanta sangre nos ha costado. Lo demás es el mismo bolero sentimental de siempre, el que sólo nos ha conducido a apoyar a perdedores, transformar a la sociedad en compradores y jugadores compulsivos y, peor aún, convertir a un país que podría vivir por siempre del turismo, en el más grande basurero del mundo.

Es allí donde está la esencia de esta lucha. Son estas lágrimas agridulces las que me motivaron políticamente a dar un paso adelante hace cuatro años. Personalmente siempre he pensado que la política es otro trabajo más. Que cada quien con su labor y desde su puesto de trabajo, bien sea obrero, ingeniero, científico, militar, cura, abogado, médico o técnico dé un aporte esencial a la nación. No obstante, muchos otros tuvimos que dar un esfuerzo extra e ir abandonando nuestra vida privada, nuestras comodidades e ir incorporándonos, casi obligadamente, a un mundo (el político) que en Venezuela ha sido desde 1830 hasta la fecha un nido de víboras, una rapiña de ratas que devoran todo a su paso.

Antes nunca había votado. He sido de esos que ha dado poca importancia a la mal entendida democracia, porque por su espíritu mismo, es un carnaval de mercadotecnia (a los candidatos los venden como frascos de mayonesa). Amo la libertad con todas sus causas y efectos. Sin embargo, aquí donde estoy, a miles de kilómetros de mi país, un buhonero en una isla en Africa, donde impera una dura dictadura, me dijo hace unas noches: "¿Qué pasa en Venezuela? ¿Por qué Chávez no los deja tranquilos? ¿Será que ustedes no han entendido el verdadero poder del voto, o simplemente no han entendido la democracia? En la democracia, cuando el voto no funciona, hay que dar golpes." Yo no quiero otro golpe para Venezuela, pero si el gobierno insiste en obstaculizar el progreso, no queda otro camino que marchar a Miraflores y volver a escenificar la Toma de la Bastilla.

Y empezaremos nuevamente a buscar un camino donde imperen las leyes, nos gusten o no... Así funciona en todos los países evolucionados. De hecho, puedo decir con mucha propiedad que la más grande diferencia que estos países tienen con respecto a nosotros es que ellos respetan las leyes y las hicieron respetar, y quienes no las cumplen pagan con cárcel o, peor aún, con la vida.

Réplica y comentarios al autor: RGranados@alba.ccc.gr




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