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   Los desafíos de la sociedad colombiana

A pesar de la atípica popularidad del actual mandatario Álvaro Uribe Vélez, los colombianos se muestran escépticos cuando se les habla de la crisis estructural que padece la sociedad colombiana. No hay dudas, la abrumadora simpatía del presidente Uribe lo obliga a destinar más recursos para enfrentar los grandes males que afligen a la sociedad y, sobre todo, que él debe intentar aliviar al menos en lo social a los millones de colombianos que votaron, hoy empobrecidos.

El debate sobre la crisis estructural y el vacío ético de la sociedad colombiana está en la orden del día. Con sólo ojear los periódicos, escuchar la radio o ver los noticieros de la televisión, nos damos cuenta de que las cosas no andan bien en este país. Los colombianos saben que la economía siempre ha estado mal, que la violencia siempre ha existido, que el desempleo es una variable normal del sistema capitalista y que la pobreza es su principal producto.

Pero, ¿qué debe hacer el alto gobierno? ¿Qué es lo que está bien y qué es lo que está mal? ¿Es posible que nunca haya un acuerdo o un consenso? Con referencia a las anteriores interrogantes, cada cual responde desde su interés político o visión ideológica. Después de transcurrido un año de gobierno, a pesar de la inocultable simpatía que ha despertado el presidente Uribe, la incertidumbre reina en el corazón de los colombianos que no le han ganado la batalla a la pobreza y menos a la violencia que azota a los campos y ciudades.

Si indagamos a los jefes del paramilitarismo, dirán que está mal negociar con la guerrilla; que estaría bien que les adjudiquen una zona de distinción para un eventual acuerdo entre autodefensas y gobierno; que está mal realizar reformas agrarias que beneficien a los campesinos pobres del país.

Los guerrilleros dirán que está mal realizar aperturas económicas, globalizar la guerra, neoliberalizar la economía colombiana; está mal que el alto gobierno negocie con los grupos paramilitares.

Los dirigentes de los partidos tradicionales, liberal y conservador, dirán que está mal inculparlos de corruptos, de responsabilizarlos de la quiebra de la institucionalidad, y que estaría bien que les adjudiquen posiciones burocráticas.

La iglesia católica dirá que está mal el secuestro, los asesinatos selectivos, la pérdida de los valores cívicos y morales.

Los sindicalistas dirán que está mal que despidan empleados públicos; está mal que el Estado no tenga un amplio compromiso social; está mal que empeoren los salarios de los trabajadores y que cierren las empresas públicas.

Los gremios económicos dirán que está mal que les aumenten los impuestos a la industria y al comercio.

El ciudadano dirá que está mal cerrar hospitales, escuelas, fábricas y no disponer de unos ingresos dignos y, lo que es peor, la falta de seguridad en las calles de las grandes ciudades.

Los educadores dirán que está mal que no les cubran a tiempo sus mesadas, sus primas legales; que sus alumnos no comprendan lo que leen, que sean incapaces de realizar operaciones elementales de matemáticas, por falta de buenos recursos en las escuelas y colegios; que está mal que el mismo ministerio de educación aplique disposiciones para que los alumnos no reprueben los cursos.

Los estudiantes dirán que está mal que los obliguen a leer, a estudiar, a memorizar y a escuchar las clases. El padre de familia dirá que está mal que eliminen los presupuestos para escuelas, colegios, hospitales y centros de salud.

Si continuamos con estas interrogantes, lo más seguro es que no terminemos. De ahí que, ¿a qué se debe tanta popularidad del presidente Alvaro Uribe Vélez?

Antes de responder esta última pregunta recordemos que: La subversión es el resultado de la inconformidad civil, convertida en rebelión contra la corrupción, la pobreza y la exclusión a la que ha sido sometido el pueblo colombiano después muerte del líder Jorge Eliécer Gaitán.

Los paramilitares y grupos de autodefensa son el producto de la intolerancia política, quienes utilizan la fuerza, la brutalidad y la crueldad al igual que los guerrilleros. La violencia y todas sus manifestaciones son formas poderosas de solucionar conflictos y diferencias ideológicas. La corrupción es la forma más eficaz en Colombia de enriquecimiento.

Al Estado lo convirtieron los políticos en un gigantesco aparato burocrático, paquidérmica fuente de corrupción, incapaz de cumplir funciones elementales como: garantizar seguridad, brindar educación, salud, vivienda, empleo y bienestar para el pueblo.

Los partidos políticos tradicionales, las llamadas colectividades históricas han sido inferiores al gran compromiso nacional, han sido incapaces de presentar y ejecutar un proyecto de salvación nacional; sólo les ha preocupado enriquecer a sus camarillas y directivas corruptas.

Colombia es un país que no ha podido sostenerse en el mercado mundial, ni como agricultor, ni como exportador de manufacturas, y sólo ha vivido de bonanzas milagrosas, pasajeras y en muchos casos sospechosas. Uno de los grandes propósitos del actual mandatario es eliminar la corrupción, la politiquería, la subversión, el narcotráfico y la violencia. Y en ese proyecto debemos estar todos los colombianos.

Finalizando el siglo XX, Colombia se ubicó como la séptima nación más corrupta del planeta: superaba a Camerún, Paraguay, Honduras, Tanzania, Nigeria, Indonesia, y sólo superada por Venezuela y Ecuador respectivamente. Colombia es una nación donde el 45% de sus empresarios ignoran los más elementales principios éticos cuando se trata de alcanzar sus egoístas y mezquinos intereses empresariales. Este país no sólo se convirtió en el más violento del mundo, sino en el de mayor impunidad. Aquí se comete un homicidio cada 18 minutos y un secuestro cada seis horas y un atraco cada 10 minutos.

Lograr consenso y acuerdo, de parte de los colombianos, acerca de lo que está mal no requiere de profundos estudios sociológicos, antropológicos, psiquiátricos y económicos, sino sentido común para saber para dónde va Colombia.

Gracias a su preocupación por la renovación del Estado y por construir un nuevo liderazgo, han hecho del presidente de Colombia un gobernante de amplia simpatía.

Pero son siete los grandes desafíos que debe enfrentar el gobierno, siete son los grandes males del país: pobreza, violencia, narcotráfico, deuda externa, degradación del medio ambiente, corrupción estatal y desequilibrio regional.

Colombia es un país ampliamente rico en recursos naturales, pero estos por sí solos no producen bienestar en su población; se requiere de una cultura ampliamente productiva; es preciso explotar los recursos en forma racional y desarrollar un sistema sostenido. No olvidemos: una nación sólo es calificada de rica cuando cubre ampliamente las necesidades básicas, sociales y culturales de su pueblo, y pobre cuando es incapaz de generar felicidad en sus habitantes.

Si no se satisfacen las necesidades básicas de los colombianos no hay razón para que los medios señalen a este gobierno como el más popular y de amplia simpatía.

Réplica y comentarios al autor: almipaz@latinmail.com




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