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EL DISCIPULADO OCULTO

(Santiago 3:13)

 

Muchas veces se resalta el discipulado de los creyentes, generalmente el de proclamar la palabra de Dios, evangelizar y hacer discípulos. Muy rara vez se considera discípulo o discípula del Señor al hermano o hermana que sin decir nada, está realizando una labor silenciosa en medio de la congregación. Ellos o ellas barren el templo, limpian las ventanas, sacan el polvo de las bancas, pintan las paredes, reciben a los nuevos hermanos con una sonrisa, acomodan los libros de la biblioteca, visitan a los enfermos, ayudan al vecindario, están en constante oración, y otras cosas más, sin recibir ningún reconocimiento o dinero a cambio. No reclaman un salario u ofrenda. Todo lo hacen con humildad, sabiendo que es para su Señor. Y esta labor no es de vez en cuando, es casi diario. La gente dice que es un voluntariado anónimo, yo prefiero decir que es un discipulado oculto a los ojos de la congregación, pero no para los ojos del Señor.

 

Pareciera que el discipulado de hoy debe ser algo notorio, con grandes resultados y con reconocimientos de los demás. Nadie negaría que ello es importante para el autoestima del discípulo o discípula del Señor. Sin embargo, quisiéramos destacar que hay muchos hermanos y hermanas que realizan muchas tareas para el Señor en forma anónima u oculta a los ojos humanos, pero no para el Señor. En mi experiencia personal he visto cómo se reconoce ante la congregación o en público, a hermanos y hermanas que destacan en el cumplimiento de sus tareas asignadas. Reciben diplomas, medallas, premios y hasta una asignación económica. Mientras tanto, el humilde hermano o hermana que también realiza tareas similares para el reino de Dios, dando su tiempo, saliendo a evangelizar dejando a su familia, sin recibir remuneración alguna, haciendo la labor de colportaje, distribuyendo biblias por lugares inaccesibles, sirviendo de voluntario o voluntaria en un hospital o realizando labores administrativas en la congregación, no son considerados o consideradas en los reconocimientos. Muchas veces, ni la congregación sabe quién o quiénes hacen tal cosa en la iglesia. Ese es el díscipulado oculto.

 

Mucho me agrada el pasaje bíblico que tiene que ver con lo que hacemos para el Señor: "Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís." (Colosenses 3:23-24). El apóstol Pablo nos exhorta a hacer todas las cosas con vocación, de corazón, no por obligación o salario alguno, sino hacerlo como si fuera para el Señor. Y esto no solamente con las cosas de la iglesia, sino, con todo aquello que sea personal, laboral, o eclesiástico. Es hacer todo sabiendo que es para el Señor y no para los hombres. La recompensa no es de los hombres, sino del Señor. Ese sentimiento de hacer todo para el Señor nos lleva a hacer las cosas con excelencia, con calidad, no con mediocridad o desgano, tampoco por interés o recompensa alguna. ¡Cuántas bendiciones se recibe de parte del Señor cuando realizamos un discipulado comprometido con el reino de Dios y a cambio de nada! De esto puedo dar testimonio, y hay muchas más que pueden dar testimonio de esto.

 

Lamentablemente, y esto por experiencia personal, he visto que hay hermanos y hermanas que están dispuestos a realizar todo tipo de labor, pero a cambio de algo. No estoy negando que el obrero es digno de su salario, sino, que no todo es a cambio de alguna cosa. ¡Es para el Señor! He visto también, cuántos se afanan por tener un título u obtener algún diploma o mérito para incluirlos en sus currículos de vida. Es el afán de servir a cambio de algo y no por gratitud al Señor. Este afán lleva muchas veces a marginar a las personas, a sentirse superior o con autoridad sobre alguien, a no valorar el trabajo humilde y silencioso. Considero que todo tiene su lugar e importancia, pero en lo que respecta al discipulado, éste se debe realizar por vocación y pasión a la Obra del Señor, sea cual sea nuestra situación. No debe haber ningún tipo de marginación en el reino de Dios.

 

En los tiempos de Jesús, durante su ministerio terrenal, muchos varones y mujeres realizaron un discipulado oculto o anónimo, el cual no está registrado en la Biblia o en la historia de la Iglesia. Ellos y ellas dieron su tiempo, sus talentos, y hasta la vida por servir a su Señor. En forma silenciosa u oculta cumplieron con la misión dada por Jesucristo (Mateo 28:19.20). No recibieron ningún homenaje o reconocimiento público, ningún título o diploma, no hubo pago alguno por dar a conocer a Jesucristo como el Mesías, el Salvador. Sin embargo, sabemos que la labor de ellos y ellas fue muy fructífera. Miles fueron evangelizados por ellos y ellas, recibieron al Señor y se convirtieron, cambiaron sus vidas por una vida en santidad y sacrificio.

 

Hoy más que nunca se necesita de un discipulado que cumpla la misión por vocación, antes que por una mera profesionalidad. El ideal sería unir ambas situaciones, que la vocación lleve a la excelencia de la misión. Es bueno la profesionalidad en las áreas a realizar, pero la profesionalidad sin vocación a poco llega; la vocación sin profesionalidad tampoco llega lejos. La iglesia necesita, en primer lugar, discípulos con vocación, dispuestos a servir al Señor y al prójimo, que estén listos a arriesgar por los valores del reino de Dios. Los discípulos y discípulas del Señor, no fueron profesionales, ni teólogos, ni remunerados, fueron simples varones y mujeres dispuestos y dispuestas a servir y anunciar las buenas nuevas de Jesucristo, a cambio de nada.

 

Que el Señor nos ayude a descubrir nuestra verdadera vocación y que a partir de eso nos perfeccionemos para el cumplimiento de la Santa Misión. Amen.  

 

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

                                 


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