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EL SILENCIO DE DIOS

 (Éxodo 3:7-10)

 

La experiencia de Israel en Egipto en condición de esclavitud por más de cuatrocientos años, es única en los relatos bíblicos. Bien sabemos la historia de la llegada del pueblo de Israel a Egipto. Ellos llegaron por una necesidad, la falta de alimentos en la tierra. Según la Biblia los hebreos permanecieron 400 años en Egipto. Durante este tiempo los israelitas sufrieron cruel servidumbre. Es bueno preguntarnos ¿qué pasó durante ese tiempo con el pueblo de Dios? Según los relatos históricos, se acomodaron, se adaptaron a la cultura y religión egipcia, se casaron con mujeres egipcias y tuvieron hijos, tal el caso de José (Génesis 41:37-52). No solo eso, es muy probable que adoptaran los ídolos y dioses de los egipcios como suyos. En esa situación ya no tenían a Jehová como su Dios, sino otros dioses, una prueba de ello es cuando están en el desierto, ante la ausencia de Moisés, se hacen ídolos de oro y los adoran (Génesis 32: 1-9). Al tener recursos y haber satisfecho sus necesidades, se olvidaron de Dios, que ya no era necesario para ellos.

 

En cuatro cientos años, ya el pueblo había echado raíces en tierras egipcias, aunque esclavo, pero tenían casa, comida, familia, lugar donde ser enterrados, una cultura y una religión al alcance de ellos. La religión hebrea ya no era practicada en Egipto, debido a que no había libertad de culto. Pero eso sí, había un remanente que seguía la religión hebrea, adorando y clamando a Jehová, como su único Dios verdadero. Sin embargo, hay una pregunta que surge en la revisión de esta historia: ¿se olvidó Dios de su pueblo o hubo un silencio de parte de él?. Personalmente pienso que Dios no se olvidó de su pueblo esclavo en Egipto, sino que hubo un silencio de parte suya. Silencio de Dios, ante la idolatría que la mayoría del pueblo practicaba, práctica de costumbres paganas asimiladas a su cultura, casamiento con egipcias, los hijos tenían descendencia fuera de la cultura hebrea. Es bien claro que Dios no mora en medio del pecado, la corrupción y la idolatría. No sería la primera vez que el pueblo de Israel cayera en esa situación, ya antes lo había hecho y había recibido el castigo de Dios. ¡Cuántas veces Dios perdonó sus pecados! En la Biblia se registra muchos silencios de Dios. El salmista clama: “Oh Dios, no guardes silencio; no calles, oh Dios, ni estés quieto” (Salmo 83:1).

 

Por siempre Israel clamó a Dios y él les respondió, pero muchas veces guardó silencio ante su desobediencia y corrupción, pero jamás se olvidó de ellos. Toda la Escritura está llena de esta realidad divina. En Egipto, el pueblo estando en lo suyo y a la vez clamando a Dios, pensaba que Dios los había olvidado. No se hacían la pregunta, ¿por qué Dios no responde a nuestro clamor?. El silencio de Dios no tiene tiempo, puede ser muy breve o muy extenso. La oración de Jabes es un ejemplo de la brevedad de ese silencio (1 Crónicas 4:10) y la experiencia de Job como el alargamiento de ese silencio divino. Esto mismo nos puede pasar a nosotros hoy en día. Hemos aprendido a escuchar siempre a Dios y en otros casos a aguardar Su respuesta en medio del silencio. A veces ese silencio nos ha parecido eterno, en un mundo turbulento, de tantos ruidos que no nos permite escuchar la voz de Dios, y de respuestas rápidas. Sin embargo, muy poco valoramos que en ese tiempo de silencio, breve o largo, Dios nunca nos ha olvidado, ni nos ha fallado. Él ha sabido venir a nuestro pronto auxilio en esos momentos. La verdadera realidad es que no estamos educados para tener momentos de silencio, menos de espera. Queremos todo, ya. Si se nos pidiera un momento de silencio, no sabemos qué hacer con el silencio.

 

Cuatro cientos años en Egipto, otros cuatrocientos años entre el último profeta y la aparición de Juan el Bautista, son ejemplos de los silencios de Dios. Pero en todo ese tiempo el pueblo de Dios no se vio privado de su presencia y testimonio. La comunicación fue cortada hasta que el pueblo volviera a relacionarse con Dios según lo establecido en la Escritura. Sin embargo, el silencio de Dios no debemos interpretarlo como una pasividad de parte suya o como una indiferencia a nuestro clamor. Debemos interpretar su silencio como una forma de respuesta también. Ahora bien, Dios decidió volver a establecer la comunicación con su pueblo y la humanidad a través de su Hijo Jesucristo (Hebreos 1,1-2a). No debemos dejar de considerar que ahora Jesús es quien nos busca, nos habla, nos enseña, nos cuida, nos sana, nos llama la atención, nos protege, oye nuestras plegarias y nos responde. ¡Es Dios en plena acción y comunicación! Nos invita a seguirlo, a aprender de él, a orar y a saber esperar.

 

Finalmente, recordemos que no podemos tener la ayuda de Dios mientras estamos en pecado o alejado de él. Dios no puede actuar en nuestra vida si no estamos dispuestos a sacar todo aquello que la contamina. Toda bendición de Dios es una respuesta a nuestras necesidades. No neguemos la presencia de Dios cuando no nos contesta de inmediato. Él sabe cuándo y cómo responder. ¡Es en su tiempo, no en el nuestro!. Que el Señor nos de la paciencia para saber esperar su respuesta, mientras vamos haciendo su voluntad. Amén.

 

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

       


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