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LA MISIÓN DE LOS DISCÍPULOS Y LA NUESTRA

 

 (Marcos 6:7-13)

 

Señor Jesucristo al recorrer las aldeas de alrededor de Nazaret se asombró de ver tanta incredulidad en la gente, es decir, personas que no creían en Dios. Sin embargo, él se propuso enseñarles (Mr. 6:6). Es muy probable que él al ver esta situación se angustió mucho y consideró que debía pedir el apoyo a sus discípulos, que se suponen estaban preparados para realizar dicha tarea.

 

Es así que convoca a sus doce discípulos, de dos en dos, para realizar la misión de predicad el Evangelio con poder y autoridad sobre los espíritus inmundos, entre esta gente incrédula. Nótese que el Señor no deja desprovistos a sus discípulos, les da plena autoridad para luchar contra aquellos enemigos espirituales. Él iba a proveer todo lo necesario para la misión, desde lo espiritual y material. De ahí que les manda a no llevar nada para el camino, salvo un bastón, sus sandalias y sólo una túnica. Deben confiar plenamente en su Señor y en nadie más.

 

Nosotros los discípulos y discípulas de ahora, estamos llamados a tener en cuenta esta situación cuando realizamos la Misión. No hay otros modelos a seguir.

 

Hoy como ayer hay mucha gente incrédula, pero a pesar de eso, algunas de ellas desean conocer más acerca de Dios y de su misericordia; lo increíble de esta situación es que no hay suficientes mensajeros del Señor para enseñarles. El salir a anunciar el Evangelio a otras personas pareciera que no es tarea de todos. Olvidamos fácilmente que todos los creyentes en Jesucristo, es decir, toda la comunidad de fe, la iglesia del Señor, estamos llamados a proclamar las buenas nuevas del Señor ahora y siempre.

 

Lamentablemente esta tarea se ha dejado al pastor de la iglesia o a cualquier voluntario, o en otros casos a algunos profesionales en la evangelización. Más aún, muchas de nuestras actividades están circunscritas a uno o dos días durante la semana. Debemos recordar siempre que la iglesia está llamada a proclamar la palabra de Dios en todo tiempo y lugar. Jesús no quería que sus discípulos fueran meramente oidores de sus enseñanzas, sino más bien quería que ellos fueran sus colaboradores, compañeros en la misión.

 

La iglesia hoy, ha perdido su visión y celo misionero. Ya no hay ese espíritu evangelizador y misionero al estilo de los primeros discípulos de Jesús. Antes se salía a las calles, se iba a lugares más allá de las cuatro paredes del templo, no importando peligro alguno. Las excusas o pretextos que solemos argüir serían demasiados para poder citarlos, sin embargo, los más importantes serían:

 

·        No hay tiempo para dedicarse a esta tarea.

·        No estamos lo suficientemente preparados para asumir tareas.

·        Nos pueden confundir con los grupos sectarios.

·        Hoy en día es muy peligroso ir a lugares pocos accesibles.

·        Esta labor la debe realizar el Pastor de la iglesia o el evangelista profesional.

 

Aprendamos de los primeros discípulos, con lo único que tenían supieron propagar las buenas del Señor e hicieron lo imposible para la extensión de la iglesia cristiana, hasta el punto de dar su vida por el Señor.

 

Felizmente ese espíritu evangelizador no se ha perdido aún, hay muchos que todavía salen a predicar la palabra de Dios, Biblia en mano y nada más. Grupos misioneros realizan esta labor más allá del tiempo y las condiciones físicas adversas. No se amilanan ante las burlas, la incomprensión, la indiferencia de las personas u obstáculos políticos y culturales. Ellos y ellas sacuden el polvo de sus calzados y siguen firmes y adelante hacia nuevos lugares (Mr. 11ª). Aún donde se encuentran son capaces de sanar en el nombre de nuestro Señor Jesucristo a muchas personas desahuciadas y sin esperanza, echar demonios y atender sus necesidades concretas. 

 

Sin duda que para realizar esta tarea evangelizadora y redentora es preciso tener el poder del Espíritu Santo. Sólo con ese poder podremos realizar la tarea de proclamar las buenas nuevas del Señor a toda criatura y redimirlas para una nueva vida en Cristo.

 

Ahora más que nunca, a pesar de haber transcurrido mucho tiempo de aquellos tiempos apostólicos de la iglesia, esa sigue siendo la tarea perenne y principal de la Iglesia.

 

Todos estamos llamados por el Señor a realizar esta tarea, desde donde estamos y no importando nuestra situación, nos basta Su gracia. Amén.

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

     


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