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EL CAMBIO RADICAL DE VIDA EN LA CONVERSIÓN

 

(Hechos 2:36-47)

 

Casi al final de su discurso, Pedro, luego de la experiencia de Pentecostés, da a conocer a la casa de Israel que Jesús, a quién crucificaron, es el Señor y Mesías. Este anuncio hace que reaccionen y se sientan compungidos de corazón, para luego preguntarle a él y a los apóstoles, qué deberían hacer.  Esta actitud nos muestra que el Espíritu Santo ya estaba actuando en la vida de ellos y les lleva a reconocer su culpabilidad y ahora buscan una salida, una nueva oportunidad ante Dios.  Pedro, de una manera convincente les dice que deben arrepentirse y bautizarse en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, para luego recibir el don del Espíritu Santo, es decir, el regalo del Espíritu en sus vidas. Más aún, Pedro les recuerda que para ellos es la promesa, la es para sus hijos y también la es para todos.  Pedro, estaba inspirado por el Espíritu Santo y seguía predicando con pasión y les exhortaba a ser salvos de la presente generación que es perversa. ¿Podremos imaginarnos hoy en día una predicación llena del Espíritu Santo? ¿Nos imaginamos predicando a Juan Wesley luego de su llenura del Espíritu Santo?

 

El relato nos dice que muchos hicieron caso al mensaje de Pedro y se convirtieron al Señor Jesús, para luego ser bautizados. Inmediatamente el texto nos dice que los convertidos fueron como tres mil personas. A partir de esa conversión la vida de cada uno de ellos cambió de una manera radical. Ya no eran los mismos, ahora son los nuevos creyentes en Jesucristo. Sus vidas cambió en el momento que decidieron arrepentirse de sus pecados y aceptar a Jesucristo como el Señor de sus vidas. En la experiencia evangelizadora de Juan Wesley y sus seguidores, también se puede observar cómo la multitud al escuchar la prédica de la Palabra, se convertían en grandes cantidades. Así empezó la gran evangelización del siglo XVIII en Inglaterra.

 

Ahora bien, no todo quedó en una mera experiencia emocional y espiritual. La nueva comunidad de creyentes en Jesucristo  perseveraba en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con los otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Ahora se empieza a vivir una vida comunitaria, donde todos son parte de la comunidad y nadie está fuera de ella. Hay unidad en la doctrina, comunión entre ellos en el momento de compartir el pan y en el tiempo de las oraciones. ¡Este es el nuevo estilo de vida de los creyentes!. En esta experiencia comunitaria todos estaban asombrados a causa de los muchos milagros y señales hechos por medio de los apóstoles. Los que habían creído estaban muy unidos y compartían sus bienes entre sí; vendían sus propiedades, todo lo que tenían, y repartían el dinero según las necesidades de cada uno. Todos los días se reunían en el templo, y partían el pan en las casas y comían juntos con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y eran estimados por todos, y cada día añadía el Señor a la iglesia a los que iba llamando a la salvación. ¡Qué asombroso apreciar este cambio radical de la nueva comunidad de creyentes! La conversión los llevó a este estado de vida espiritual y comunitaria. ¡Cuánta falta hace hoy en día ver este estilo de vida en la comunidad de Jesucristo, la Iglesia!

 

A partir de esta reflexión estoy convencido que éste fue el propósito de Juan Wesley al conformar los grupos de pacto, las sociedades, los pequeños grupos o células. Cada integrante de estos grupos se consideraba un discípulo de Jesús y anunciaba las buenas nuevas de salvación a toda criatura y les invitaba a ser parte de estos grupos. De esa manera la Iglesia creció y se desarrolló con la influencia del Espíritu Santo. ¿Qué nos hace falta para lograr estos mismos resultados en nuestra evangelización y discipulado?

 

Que esta breve reflexión sobre la influencia del Espíritu Santo en las vidas de las personas, que conlleva a la conversión y a un cambio radical de vida, nos permita volver a examinar nuestras vidas y nuestra actitud como creyentes del Señor en nuestros tiempos. Qué podamos ser testimonio vivo de ese gran cambio que sólo Jesucristo puede hacer en nuestras vidas. Amén. 

 

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

       


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