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PENTECOSTÉS Y EL ESPÍRITU DE UNIDAD

 

(Hechos 2:1-13; 1 Corintios 12:13-14)

 

Quisiera empezar esta reflexión diciendo que: "La unidad de la Iglesia es la condición necesaria para que se manifieste el Espíritu Santo", sin esa condición, no es posible dicha manifestación. Pentecostés fue posible porque los discípulos y los creyentes estaban unánimes juntos, ellos habían obedecido las palabras de Jesús cuando les dijo que debían ser uno para que el mundo crea (Juan 17:21), además, que se quedaran en Jerusalén hasta que sean investidos de poder desde lo alto (Lucas 24:49). En Pentecostés se dio la llenura del Espíritu y esta experiencia permitió a todos, hablar lenguas extrañas, entenderse y mantenerse en unidad. El apóstol Pablo nos dice en 1 Corintios 12:13-14 que todos estamos unidos, más allá de nuestra condición cultural o social, por un solo Espíritu. En la unidad de cada uno de los miembros de la comunidad de fe, la iglesia se expresa y se confirma como la mayor bendición de Dios. Esa es la mejor expresión o testimonio del cuerpo de Cristo.

 

En cuanto a la llenura del Espíritu, el libro de los Hechos de los Apóstoles, en el capítulo dos, nos da cuenta que después de la presencia y llenura del Espíritu, la acción más real y concreta fue la unidad que había entre todos los creyentes, pero que esta unidad no solo era en un sentido espiritual, sino que estaban unidos como el cuerpo de Cristo, para ser solidarios con los más necesitados. Esa solidaridad estaba expresada en hechos concretos como muestra del amor de Dios en sus vidas, a semejanza de Jesucristo, quién dio hasta su vida por la salvación de todos. Como resultado de esa unidad y solidaridad, el Señor de la Iglesia, Jesucristo, bendecía a Su iglesia incorporando a nuevos creyentes.

 

Hoy hay una tendencia de minimizar esta experiencia de la acción del Espíritu Santo, y en otros casos, se tiende a espiritualizarla, haciendo ver que la llenura del Espíritu Santo es un hecho meramente individual. Otros, pretenden convencernos de que el crecimiento de la iglesia depende de la sola predicación, oración, vigilia y ayuno, obviando el amor al prójimo expresado en el servicio. Como cristianos y metodistas, no debemos jamás olvidar lo que Juan Wesley enfatizaba sobre el tema de la santidad: la santidad personal y la santidad social, como síntesis de todo el Evangelio (Mateo 22:35-40).

 

Un gran ejemplo de la manifestación del Espíritu Santo en Pentecostés, es lo que sucedió después en la primera comunidad de fe cristiana, donde se predicaba a Jesucristo, y mucha gente creía y se bautizaban cerca de tres mil personas, y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos. (Hechos 2; 4:32-37). En esta experiencia cristiana podemos ver algunas actitudes y acciones:

  • Y sobrevino temor a toda persona (santidad);

  • Y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles (poder);

  • Todos los que habían creído estaban juntos (unidad);

  • Y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno (solidaridad);

  • Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón (koinonía);

  •  Alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo (espiritualidad integral);

  • Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos (resultado de una evangelización integral y bendición).

  • Finalmente, no debemos olvidar que cuando llegó el día de Pentecostés, el Espíritu Santo se manifestó a un grupo de personas. Entre esas personas estaba Pedro, quien le negó tres veces por cobardía, habiendo dicho antes que amaba al Maestro; también estaba Tomás, el incrédulo, quien necesitó tocar las heridas de Jesús para creer en su resurrección. Tal vez, entre aquellas personas habían envidiosos, celosos, hipócritas, falsos, soberbios y egoístas, sin embargo, aún así, el Señor envió el poder del Espíritu Santo sobre cada uno de ellos.

     

    La promesa del Señor de que su espíritu estará con nosotros, sigue vigente para cada uno de nosotros que nos reconocemos sus siervos y siervas de Él. Pero, algunas veces sentimos desgano o decepción, por el rencor que guardan hermanos y hermanas en la iglesia, al punto de querer abandonarlo todo, buscando para ello, pretextos y excusas. Sin embargo, el apóstol Pablo en 2 Timoteo 1:7 nos recuerda que Dios no nos ha dado espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y dominio propio. De ahí que a pesar de nuestros pecados y debilidades, el Señor en su infinita misericordia nos ha escogido para que demos testimonio de su amor en el lugar donde nos encontremos y nos ha llenado de poder para transformar vidas y sociedades, tal como sucedió con Juan y Carlos Wesley; pero, para realizar todo ello, debemos de vivir en plena unidad, en comunión santa con el Señor y con nuestro prójimo. Sólo así, la presencia del Espíritu Santo será una realidad en la iglesia y en nuestras vidas. Amén.

     

    Rev. Lic. Jorge Bravo C. 

           


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