Site hosted by Angelfire.com: Build your free website today!

Dos vidas diferentes para un solo propósito: EL Discipulado

 (Josué Cap. 2; Isaías 6:1-8)

Estos dos pasajes bíblicos encierran una verdadera enseñanza con relación a nuestra vida espiritual y al discipulado. Son dos lugares distintos, dos tiempos distintos, dos personajes distintos y dos opciones distintas también. Jericó y el templo de Jerusalén, tiempos de la conquista y tiempos de la monarquía, una ramera llamada Rahab y un profeta llamado Isaías, ella será linaje de Jesús y él su gran profeta.

En el relato del capítulo dos del libro de Josué se describe una situación que aparentemente no pasa de cumplir con una misión encomendada a dos varones. Sin embargo, analizando con cuidado, veremos cómo Dios tiene algo preparado que va más allá de cumplir una misión. Dios tiene algo especial para una persona especial: Rahab.

La historia señala que Josué ha enviado a dos espías a la ciudad de Jericó con el propósito de hacer un reconocimiento. Ellos deciden entrar a la casa de una ramera llamada Rahab.  Una pregunta previa: ¿Por qué entrar a una casa de prostitución y no a otro lugar? La respuesta sería porque en ese lugar todos los varones van y las mujeres suelen comentar muchas cosas. Es un lugar muy público. De esa manera estarían al tanto de lo que sucede en la ciudad y de sus secretos.

De pronto el rey entra en la casa de Rahab y le pide que entregue a estos dos varones. Ella toma una actitud valiente y los esconde para no ser vistos. Engaña a su rey y los desvía del camino. ¿Por qué  ella tomó esta actitud? ¿Qué le llevó a proteger a dos extraños? ¿Por qué arriesgó su vida y la de su familia? Preguntas que nos hacemos ahora. Una respuesta sería, porque ella ya había escuchado que existía un Dios Todopoderoso y que las señales de su poder estaban a la vista. Ella quería saber más de ese Dios llamado Jehová. Por eso, no perdió la oportunidad de conocer más de Él a través de los varones que escondió -estos varones no se imaginaron que Dios los iba a usar como instrumentos de salvación para esta mujer. Pero también ella quería ser salva de la condenación que vendría con la llegada del pueblo de Israel, pueblo de Dios. La gracia anticipante de Dios ya estaba trabajando en ella y le estaba preparando el camino de su salvación y la de su familia.

En el diálogo que ella sostiene con los dos varones, les da a conocer que sabe del Dios verdadero y que quiere ser salva junto con su familia. Para ello establece un pacto con ellos: ella los protegerá y ellos la salvarán junto con su familia. Para eso habrá una señal que confirma el pacto, la señal será una cinta roja. Cuando pase el ejército de Josué, la cinta roja la salvará de la destrucción, de la muerte. ¿Nos recuerda algo esta actitud? ¿No es algo similar a lo que ocurrió en Egipto con el pueblo de Dios? En verdad, sí. ¿Es una casualidad humana o una voluntad de Dios? Lo cierto es que ella confió en estos varones y les hizo hacer una promesa de que cumplirían con lo pactado. 

La historia nos dice que efectivamente ella fue salvada junto con su familia de la muerte y que ella llegó a creer y confiar en Jehová, el Dios de Israel. Rahab cambió su vida, dejó de ser una ramera. Se acogió a la salvación divina. Ella dejó ser una idólatra para ser una creyente, dejó de ser una enemiga para ser una colaboradora, dejó de ser una pecadora para llegar a ser una santa. Ella después de su salvación, realizó una evangelización y un discipulado entre su familia. Convirtió a su familia al Dios verdadero y fue parte del pueblo de Dios. Al punto que de ella nació Booz con quién se casó Rut y de esa unión nació Obed quien engendró a Isaí y de él nacería el rey David y que siguiendo la cronología de ese linaje se daría el nacimiento del Mesías Jesús (Cf. Mateo 1:1-17).

De este acontecimiento histórico-salvífico ocurrido en Jericó podemos aprender que la santidad es necesaria para realizar el discipulado. Sin santidad de vida no es posible el discipulado. Nosotros también pudimos haber estado en una situación pecaminosa, tal vez como Rahab, pero Dios en su infinita misericordia nos habla, nos convence del pecado y nos llama al arrepentimiento para salvarnos y hacernos instrumentos de salvación para otros. ¡No importa cual haya sido nuestro pecado! Al final, ella recibió su recompensa por creer en Dios.

El otro relato, ochocientos años antes del nacimiento de Jesús, es la experiencia de conversión del profeta Isaías ocurrida en el santo templo de Jerusalén. Su nombre significa: Yahveh es salvación, fue uno de los profetas de Israel Siglo VIII a. C., que profetizó durante la crisis causada por la expansión del imperio Asirio. Nació probablemente en Jerusalén 770-760 a.C. y estaba emparentado con la familia real (parece que fue Primo de Ozías según la tradición talmúdica). Por sus propias declaraciones se sabe que estuvo casado con una profetisa y tuvo dos hijos y fue hijo de Amoz, se le considera uno de los profetas mayores.

Con estas referencias, deducimos que Isaías era un varón creyente, que sabía la Ley y que practicaba el diezmo, la oración y otras obligaciones más. Un día como cualquiera él va al templo para orar como de costumbre. No sabe lo que Dios tiene preparado para él. De pronto tiene una visión, ve al Señor sentado sobre un trono alto y unos ángeles volando en el templo que daban voces diciendo que Dios es santo, santo, santo. Además, todo el templo se llenó de humo y las puertas del templo se estremecieron. ¿Qué es lo que estaba pasando? Isaías no sabía nada de lo que Dios le tenía preparado.

Ante esa visión, Isaías exclama: “¡Ay de mí! Que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios,  y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.” Aquí es bueno detenernos en la reflexión para considerar que a pesar de su religiosidad, Isaías era un pecador. Confiesa que sus labios son inmundos, no son santos, tal vez habla mentiras, engaña, dice malas palabras, sus pensamientos no son santos. Es decir, vive en pecado aún. ¿De qué le valía ser un religioso? ¿De qué le valía orar todos los días, diezmar, saber toda la Escritura? La santidad no es un concepto sino un estado de vida permanente. ¡Esa es la diferencia! Bueno, Dios le ha hecho ver a Isaías que así no puede continuar, si es un varón de Dios, debe vivir en plena santidad. La santidad no es una apariencia es una realidad.

Ante esta situación, y con la confesión de Isaías, Dios tiene misericordia de él y lo purifica, lo perdona y lo santifica, para luego darle una misión: discipular a otros. Dar a conocer al Mesías que ha de venir. Es así como un ángel con un carbón encendido le pone en sus labios inmundos y son purificados, la culpa ha sido quitada y limpio su pecado. ¡Santificación! Dios ha santificado a este varón religioso, que solía vivir su religiosidad de una manera equivocada, no de acuerdo a los propósitos de Dios. A muchos de nosotros nos puede pasar lo mismo, somos muy religiosos, celosos cumplidores de la Escritura, practicantes de muchas ritos, no dejamos de dar el diezmo, usamos ropas largas para cubrir nuestra piel, nos uniformamos para ser únicos, oramos constantemente en el templo y en cualquier otro lugar. Pero, todo ello alejado de lo que verdaderamente Dios quiere de nuestra fe: santidad. La santidad es una condición para agradar a Dios. De ahí que sin santidad no hay bendición ni discipulado.

Isaías una vez santificado por la misericordia de Dios, ahora está en condiciones de asumir una labor. Es por eso que Dios le pregunta: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?”. En otras palabras, Dios está preguntando a Isaías: ¿Quién predicará las buenas nuevas a la gente? ¿A quién enviaré a discipular a los no creyentes? Isaías ha sido perdonado y santificado, está listo y siente que está preparado para cumplir una misión. Es entonces que responde: “Heme aquí, envíame a mí”. Es después de esta experiencia en el templo con Dios que Isaías se convierte en el gran profeta del Mesías. Ahora sus labios no expresan nada inmundo, ahora anuncian las buenas nuevas del Señor. Escribirá con mucha claridad todo lo referente al Mesías con muchos siglos de anticipación.

Otra lección que obtenemos de estas experiencias es que Dios por su misericordia no mira nuestra vida pecaminosa si queremos ser salvos y que de nada vale ser un mero religioso para agradar a Dios, en todo esto es necesario vivir una vida en santidad y hacer su voluntad para obtener la recompensa. Sólo así podremos realizar la evangelización y el discipulado con eficiencia para que otros conozcan al Señor y sean salvos. Amén.

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

       


Copyright © 2000 Rev. Lic. Jorge Bravo-Caballero. All rights reserved. Todos los derechos reservados.