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La Gran Comisión

 

(Mateo 28:16-20)

 

Es evidente que el mandato del Señor resucitado proporcionó la fundamentación teológica para la actividad misionera entre los pueblos, es decir a todo el mundo, con el propósito de hacer discípulos del Maestro. Esta difusión del Evangelio entre los pueblos no comenzó inmediatamente, debido a que la comunidad primitiva de Jerusalén consideró desde un comienzo que la misión debía limitarse solo a Israel (Hech.1:8).

 

Fue Pedro el primero que entró en contacto con los paganos y tuvo la sorprendente experiencia de saber que el Espíritu era otorgado también a un gentil (Hech.10; 11:1-18). Desde ese momento se impulsó la misión como una tarea universal.

 

¿Cómo entendió la comunidad primitiva cumplir la Comisión dada por el Señor Jesucristo? En primer lugar, tuvo que testimoniar que Cristo había resucitado entre los muertos por obra de Dios y con ello se cumplía la promesa salvífica anunciada por los profetas. Este hecho constituye el núcleo de la predicación cristiana primitiva (Kerigma).

 

Luego, en la confesión de fe y en su predicación, el cristianismo primitivo expresaba la importancia universal del acontecimiento de Cristo: Jesús es el Mesías, el Hijo de David, el Hijo del Hombre, el Hijo de Dios, el Señor y el Salvador, y sólo en Él reside la salvación (Cristología).

 

El cristianismo primitivo estaba convencido de que el Señor vendría pronto y que su venida era inminente. De ahí que para la fe y la esperanza de la comunidad cristiana fue decisiva la certeza de que Cristo es el Señor y que el futuro depende de Él (Escatología).

 

Ahora bien, esta comunidad de fe se consideraba el Israel de Dios, el pueblo santo del final de los tiempos, para quienes son válidas las promesas de Dios y a quien se la ha comunicado la voluntad divina. El culto litúrgico y la vida de la comunidad de fe están impregnados de la certeza de que Dios los ha elegido y les ha concedido el Espíritu para realizar una misión (1 Pe. 2:9-10). Es la comunidad de la nueva alianza (La Iglesia).

 

Es en el bautismo y en la eucaristía que la comunidad de fe experimenta su unión con el Señor glorificado. Los bautizados en el nombre del Kyrios reciben el Espíritu como acción presente de Dios y desde ya están unidos a la muerte y resurrección de Cristo. En la celebración del banquete del Señor (Santa Cena), la comunidad de fe adquiere la certeza de la validez actual de la alianza fundada en la muerte de Cristo y que participa en el pan y en el vino de la muerte expiatoria de Jesús. De tal manera, como pueblo suyo, tiene puesta la mirada en el día en que estará unida con su Señor y celebrará con Él del banquete mesiánico (Sacramentos).

 

Otro asunto a saber, ¿Cuál es el espacio en el que ha de actuar la iglesia para poder cumplir la misión? Sin duda que el espacio temporal y futuro era el reino de Dios, que implica la soberanía de Dios, su autoridad, su reinado y el territorio sobre el que se ejerce su soberanía. Es bueno recordar que Jesús comienza su actividad pública con el siguiente pregón: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Mr. 1:15). La llegada del reino de Dios es un milagro independiente de todos los esfuerzos humanos. Sus signos son ya visibles en la actividad de Jesús. Pero, hay requisitos para entrar a este Reino:

 

- Convertirse y volver a Dios ( Mt. 3:2);

- Ser como niños (Mt. 18:1.3.4; 19:14);

- Practicar la justicia (Mt. 5:20);

- Hacer la voluntad del Padre (Mt. 7:21);

- Renunciar a los propios bienes (Mt. Mt. 19:23 ss);

- Servir al prójimo (Mt. 25:31-46).

 

En este reino de Dios hay algunos favorecidos: los pobres y los perseguidos (Mt. 5:3.10), los niños (Mt. 19:14).

 

¿Qué ha ocurrido desde ese primer momento de la Iglesia hasta nuestros días? Lamentablemente al correr de los siglos, la Iglesia fue dejando de lado la práctica de la comunidad primitiva, que bien puede resumirse en el siguiente paradigma teológico: amor a Dios y amor al prójimo. Se comienza a pensar en un reino de Dios futuro, en una salvación individualista, se empieza a alejarse del mundo, a enclaustrarse en conventos y a acumular riquezas materiales, a colonizar pueblos y a monopolizar la fe cristiana, a explotar al ser humano en el nombre de Dios y de la Iglesia.

 

¿Qué es lo que ha pasado con la Iglesia en el cumplimiento de la Misión? ¿Por qué se ha separado la proclamación del Evangelio con su puesta en práctica? ¿Por qué evangelismo y acción social? ¿Dónde estamos los cristianos y cristianas hoy? Es claro que no se puede proclamar el Evangelio sin ponerlo en práctica. Tampoco se puede hacer acción social sin la proclamación del Evangelio. Recordemos que ni los fariseos ni los zelotes fueron considerados en el reino de Dios.

 

Ante esta situación debemos tener en cuenta que Jesús nos advierte que Dios ha decidido llamar a todos los hombres y mujeres a su viña (Mt. 20:1). Los publicanos y las prostitutas van delante de los fariseos en el reino anunciado por Juan (Mt. 21:31). Bienaventurados los que dejan todo para seguirle y hacer su voluntad (discípulos).

 

Por otro lado, a los indignos que obstruyen el acceso a este reino de los cielos (Mt. 23:13), les será quitado el esperado reino de Dios (Mt. 31:43); los que son por derecho hijos del reino serán expulsados de él (Mt. 8:12); los discípulos de Jesús son los verdaderos hijos del reino (Mt. 13:38) que han de realizar la Gran Comisión (Mt. 28:19-20).

 

Finalmente, ¡Esta es la misión de la Iglesia y su tarea en el reino de Dios! ¿Que impide a la Iglesia realizarla? Nada. Debemos preguntarnos como Iglesia ¿Cómo cumplir esta misión de hacer discípulos y enseñarles que guarden todas las cosas que Jesucristo nos ha enseñado, confiando que Él estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo?

 

Hagamos nuestra propia evaluación y opción en medio de un mundo lleno de violencia, miseria, inmoralidad, corrupción, injusticia y desesperación. Roguemos para que el Señor nos acompañe en el cumplimiento de la Misión. Amén.

 

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

       


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