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¿HACIA DONDE VAMOS?

(Lucas 9:57-62; Filipenses 3:12-14)

El relato nos indica que Jesús está camino de aldea en aldea y en el camino alguien le asegura que lo ha de seguir donde quiera que vaya. Él le hace ver que no sabe lo que dice, porque él mismo no tiene un lugar seguro. El seguirle ha de ser una aventura y no un deseo. En ese mismo caminar le pide a otro que le siga, pero éste le sale con una excusa, válida tal vez, pero no para el seguimiento. Es dura la respuesta de Jesús: que los muertos en vida estén con sus muertos, pero para que el que quiera vivir en plenitud, debe estar donde está la vida en abundancia. El reino de Dios es esa nueva realidad. No hay otra.

Otro personaje le promete seguirle, pero primero hay asuntos familiares que tiene que atender. A él, Jesús le hace ver que no se puede mirar hacia atrás, regresar al punto de partida, si ya se está en el camino hay que seguir para adelante. Quien quiera regresar o atender primero los asuntos personales, no es apto para la nueva realidad, que es el reino de Dios. Mucha gente en un primer momento se compromete con Jesús, luego abandona el camino y vuelve atrás. Se queda atrapado en el pasado.

Estos sucesos nos muestran que para aceptar la invitación de Jesús para seguirle, comprometerse con él y con el Reino, debe dejarlo todo y no tener ninguna excusa. Seguirle es una aventura de fe y de compromiso; es caminar a una nueva vida, es una nueva oportunidad para reconstruir nuestro futuro. Es una nueva opción de vida. De ahí que Jesús advierte que no es bueno volver al pasado. El pasado es la mala hierba del presente y del futuro. No es lo mismo recordar momentos gratos o ingratos, para hallar una lección y aprender de ella para no cometer los mismos errores; lo contrario es lamentarnos y generar una terrible culpa, quedándonos atrapados en el pasado y sufriendo sus nefastas consecuencias. En ello no hay nuevos horizontes ni alegrías. 

El apóstol Pablo, refuerza esta idea de seguir el blanco, es decir, correr, avanzar hacia un horizonte, un objetivo, un propósito, un proyecto, sin mirar atrás. La vida sin ningún horizonte no tiene sentido, no vale; es vivir por vivir y nada más. Hoy, muchos corren una carrera loca, hacia una meta que ni ellos mismos saben cuál es el final. Otros tienen claro hacia donde quieren ir, pero están pendientes de lo que dirán y constantemente vuelven su mirada hacia atrás. También hay los que no saben a donde ir. No tienen un proyecto, un horizonte, un objetivo. Caminan o corren de aquí para allá y se frustran, prefiriendo enclaustrarse en el pasado y no salir de ahí.   

Esta situación origina angustia, temor a emprender nuevas aventuras, crea situaciones de desaliento. Tanta es la angustia o la impotencia, que lamentablemente se prefiere refugiarse en el alcohol o en la droga. ¡Son los zombies de nuestra sociedad moderna! Ejemplos, abundan por doquier. Usted los puede ver a su alrededor.

El Señor Jesucristo cuando llama a seguirle, nos llama para reconstruir nuestra vida, olvidando todo aquello que ha sido malo o no nos ha ayudado para nada, para luego proseguir el blanco, la meta. La meta es lo nuevo, lo por alcanzar con esfuerzo. El pasado debe servirnos para reflexionar, pero no puede matar nuestras ilusiones, nuestras alegrías, nuestra esperanza, nuestro presente y nuestro futuro. Por eso es necesario saber sobre qué fundamento construimos nuestro presente y nuestro futuro. Saber hacia donde vamos. No debemos olvidar que nuestra esperanza está en Jesucristo y que él siempre estará todos los días con nosotros hasta el fin del mundo.

Que su Espíritu nos acompañe en nuestra aventura de seguirle y nos encuentre dispuestos a anunciar la Buenas Nuevas de su Reino. Amén.

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

       


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