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LA SOLIDARIDAD GENERA BENDICIÓN

 

(Hechos 2: 41-47)

 

Al leer este texto bíblico que nos habla de los orígenes de la iglesia cristiana, viene a mi mente los efectos que produjo la experiencia de la llenura del Espíritu en dicha comunidad de fe, cuyas señales fueron el llegar a ser de un solo corazón y una alma, que compartían sus recursos unos con otros. El mejor ejemplo de esa iglesia de Jerusalén fue que alimentó al hambriento, vistió al desnudo, ayudó al huérfano o extranjero, visitó y asistió a los que estaban enfermos o en prisión, repartió todos sus bienes para dar de comer a los pobres. No sólo se trataba de una abundante gracia de Dios a nivel personal sino que llegó a ser una gracia compartida. Aquí podemos afirmar que la presencia y el poder del Espíritu generan un nuevo orden social y económico, que se traducen en bendición de Dios.

 

Hoy, estamos a más de dos mil años de esa experiencia de la primera comunidad de fe y sentimos que nos encontramos muy lejos de ese testimonio de ser la iglesia del Señor. Actualmente los pobres, los hambrientos, los enfermos, las mujeres violadas, los huérfanos y los niños deambulan a nuestro alrededor, y casi nadie se preocupa por ellos. ¿Dónde quedó el testimonio de la iglesia llena del Espíritu? Pareciera que ahora la iglesia se ha contentado sólo con las señales espirituales y las lenguas extraordinarias que otorga el Espíritu.

 

La solidaridad practicada por la primera comunidad de fe generó bendición para todos. El relato bíblico nos dice que todos estaban juntos orando al Señor y sirviendo a su prójimo. Las bendiciones del Señor no se hacían esperar, se producían maravillas y señales a través de los apóstoles. Todas las cosas las tenían en común, vendían sus propiedades y bienes, repartían lo vendido entre todos, según las necesidades de cada uno, nadie decía ser suyo lo que tenían. La presencia de la iglesia en aquel momento significó un verdadero testimonio de fe, pero también de una verdadera incidencia pública.

 

En nuestro país y el continente latinoamericano se han sembrado miles de iglesias evangélicas, procedentes de Europa y de los Estados Unidos de Norteamérica, en su mayoría. Este hecho significa presencia e incidencia pública. Por muchos años, algunas iglesias han expresado su presencia e incidencia pública a través de muchos actos de amor tendientes a transformar la vida espiritual de los ciudadanos y el de mejorar la calidad de vida de los mismos. Estas pocas iglesias han practicado la solidaridad cristiana basada en el amor al prójimo. Pero aún así, lamentablemente después de muchos años de presencia evangélica, nuestro pueblo no nos identifica como parte del ser nacional, ni menos tiene conciencia de nuestra participación en la vida de la sociedad. Lo que tiene la gente común en su mente son estereotipos o prejuicios de antaño.

 

Ante esta situación, vale la pena como pueblo metodista hacer una reflexión profunda de nuestra presencia e incidencia en la vida nacional. Preguntarnos: ¿Cuál ha sido nuestro aporte en estos largos 130 años? ¿Cuáles son los frutos de nuestra acción evangelizadora y de nuestra participación social? Si hiciéramos una pregunta a boca de urna sobre nuestra presencia al pueblo en general ¿qué respondería el pueblo? Lo que nos debe preocupar es que mientras todavía hayan pobres sin esperanza de cambiar su situación, mientras todavía existan indicios de explotación y miseria, mientras que en el país aún exista la corrupción de funcionarios, mientras hayan políticos que solo ven al pueblo como una manera de llegar al poder sin identificarse con ellos,  quedará entonces claro que aún hay mucho por hacer en lo que respecta a la Visión y Misión de la Iglesia en nuestra país. ¿Cuán cerca o lejos estamos de esa experiencia primigenia de la Iglesia? Será una pregunta que debe inquietar nuestra conciencia como cristianos metodistas que habitamos este nuestro suelo patrio junto con aquellos, nuestros hermanos más pequeños. Estoy convencido que la bendición de Dios para nuestro pueblo será dada en la medida que nuestra participación solidaria sea una realidad. 

 

Que el Señor nos capacite para seguir cumpliendo nuestra Misión y nos permita dar un verdadero testimonio del amor de Dios en medio de los que aún no le conocen y no tienen ninguna esperanza de vivir una vida plena, basada en la fe en Jesucristo. Amén.

 

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

       


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