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 SERVID AL SEÑOR CON EFICIENCIA Y LEALTAD

 

(Colosenses 3:23-24)

 

Al hacer esta reflexión me encontraba muy lejos de mi tierra natal, allende los andes. Al empezar me hice la promesa de no mirar el pasado y quedarme en él, sino más bien, mirar el presente y el futuro como un horizonte muy cercano. Y esto, porque ya no se puede perder el tiempo en remembranzas, más aún si este pasado es un pasado vergonzante. La Iglesia, mejor dicho los gobernantes, en su recorrido histórico y accionar  ha cometido en su mayoría de veces, una serie de errores que sólo han generado dolor y sufrimiento, quedando heridas sin cicatrizar. ¿Quiénes son los responsables de esta ignominia? Estoy seguro que todos tenemos la respuesta y estamos listos a desenmascarar a los lobos vestidos de ovejas. Sin embargo, es mejor no arruinar nuestro espíritu en estos tiempos en que sentimos que sopla nuevos vientos en la Iglesia. Por eso es que no responderemos a esa pregunta.

 

Cuando uno asume autoridad y la ejerce en toda la vida de la Iglesia, se es consciente que esta autoridad es dada por el pueblo y por Dios para ponerla al servicio de todos, especialmente por los más débiles y desprotegidos, las viudas, los huérfanos y los extranjeros. El texto bíblico que sirve de reflexión nos permite nota que es el Señor quien nos llama a trabajar por la Iglesia y la sociedad civil, con eficiencia y lealtad. La recompensa que podamos recibir será de Él y no de los hombres. Otra pregunta surge a mitad de la reflexión: ¿Cómo hemos asumido la tarea que el Señor nos ha dado? La respuesta a esta pregunta no es muy alentadora y podemos verificarla con los resultados obtenidos: mediocridad. Son muchos años que hemos venido haciendo las cosas de una manera mediocre y en el caminar se han perdido muchas almas y muchas oportunidades. Se han destruido muchos sueños y esperanzas.     
 

Es bueno hacer un alto en la tarea y hacernos otras preguntas que son existenciales para la vida de la Iglesia: ¿Es razonable y santo que nuestra generación reciba una iglesia, como institución, en quiebra? ¿Es correcto recibir una iglesia sin alegría, sin saber adónde se quiere ir y que se sigue preguntando cuál es la Misión? ¿Es justo que lo mejor de nuestra generación se haya ido a otro lugar? ¿Qué le diremos a los jóvenes que aún permanecen valientes en sus puestos, listos a sacrificarse por la Obra redentora de Cristo? ¿Por qué hemos de recibir una iglesia con un pastorado y episcopado devaluados?.

 

Bueno, he prometido no quedarnos en el pasado ni lamentarnos de lo que ya pasó. Pero una cosa si podemos decir: ¡Nunca más! ¿Qué es lo que tenemos hoy por delante? Personalmente creo que tenemos muchos desafíos y sólo desafíos si queremos lograr un cambio radical en la Iglesia. Sin duda que tenemos que estar en ayuno y oración para pedir a nuestro Dios sabiduría y resistencia ante cualquier tentación del enemigo. ¡El Señor es nuestra fuerza, nuestra roca y salvación! Permítanme hacer una alegoría bíblica para poder comprender el reto que el Señor nos está demandando y llenarnos de esperanza.

 

1. Tiempos de esclavitud.- Si comparamos todo este tiempo vivido con los años de esclavitud de Israel en Egipto, veremos que la Iglesia también ha vivido esclava de la mediocridad de quienes tuvieron el poder y la autoridad para gobernar. Ha sido un período de cautiverio, de oscurantismo, que nos tocó vivir. Mucho dolor y sufrimiento fue soportado por el remanente santo de Dios. El autoritarismo campo por doquier, el oportunismo y la improvisación fue una característica alarmante de los gobiernos de turno. Los recursos económicos fueron utilizados en forma personal y criterio de quienes estaban al frente de la Iglesia. El clamor por una iglesia verdaderamente autónoma, justa santa y solidaria era apagado con represalias y destierros.   

 

2. Tiempo de liberación.- El señor en su infinita misericordia escuchó el clamor de su pueblo y ha permitido que salgamos de esta esclavitud y nos ha lanzado al desierto, camino a la Tierra Prometida. Este desierto ha sido el tiempo recorrido en estos días. Hemos podido resistir todo tipo de tentaciones e insultos; hemos avanzado en medio de las murmuraciones de aquellos que no quieren caminar con nosotros; hemos sufrido las consecuencias de apostar por el cambio y ser fieles al Señor. Sin embargo, en medio de todas estas cosas adversas sentimos la presencia del Señor que nunca nos abandona. Para mayor bendición tuvimos el acompañamiento de hermanos y hermanas fieles al Señor que nos alentaron en los momentos más difíciles y que ahora gozan de la presencia del Señor. ¡Qué bendición tan grande!

 

3. ¿Y ahora qué?.- Dios le prometió a Moisés y a su pueblo la Tierra Prometida, de tal manera sentimos que estamos frente al río Jordán, para cruzarlo y entrar a la tierra donde fluye leche y miel. Hasta aquí podemos decir que el Señor nos acompañó. Ahora nos toca decidir si cruzamos o no. ¡Este es el desafío y el futuro de la Iglesia! ¿Qué es lo que vamos hacer? ¿Vamos a aprovechar esta hermosa oportunidad que Dios nos brinda para renovar la Iglesia o vamos a quedarnos con nuestras miserias? Ahí está el desafío que el Señor nos da: cruzar el Jordán. Es cierto que no se repetirán los milagros del Éxodo, ni se abrirán el mar ni el río, pero nuestro Dios nos ha dado la capacidad de construir puentes para cruzarlos. ¡Todos podemos construir puentes para resolver los problemas! ¡Todos somos instrumentos del Señor para hacer el bien! ¡Todos somos su Pueblo al cual permitió establecerse en estas tierras!

 

Ahora bien, ¿estamos listos para emprender esta empresa? ¡Únete a nosotros y cruza el Jordán! Si lo cruzamos juntos, el primer desafío que tendremos por delante será el volver a nuestras raíces wesleyanas que están basadas en la correcta interpretación y práctica de las enseñanzas de Cristo Jesús. Él es el centro de nuestra teología y el Señor de la Iglesia. Sólo así podremos rescatar la Iglesia. Gracias a Dios ya se ha gestado un movimiento de renovación. ¡Ya hay señales!

 

Quiera el Señor acompañarnos en esta Misión para que el mundo crea en Él y le acepte como su Señor y Salvador personal. Amén.

 

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

      


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