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Iglesia y Misión

 

(Juan 20:21; Lucas 4:15-21)

 

La misión de la Iglesia está establecida en el ministerio y las enseñanzas de Jesús. El núcleo de su mensaje fue la proclamación del reino de Dios y que éste ya se había acercado (Mr. 1:15). Ese reino traía consigo una gran novedad: el año agradable del Señor (Lc. 4:15-21). Disponible para todos aquellos que le reconocieran como el Salvador e hicieran su voluntad. Una nueva manera de ejercer la justicia de Dios estaba a favor de los niños, las mujeres, los pobres, los necesitados, los marginados, los olvidados, los sufrientes.

 

La misión de la Iglesia proviene de su condición de Cuerpo de Cristo y de la Comisión recibida de proclamar las Buenas Nuevas del reino a toda criatura (Cf. Mt. 28:19-20). Cristo comisionó esta tarea a sus discípulos: “Así como me envió el Padre, así también yo os envío”  (Jn. 20:21). La Iglesia al ser enviada al mundo no está desprotegida, Cristo equipó a su Iglesia con todos los dones del Espíritu necesarios para su ministerio (Hch. 1:8). El ministerio de Jesucristo es el paradigma de la Iglesia, no hay otro modelo. Él, en su amor por la humanidad, se valió de muchas maneras para revelar el amor de Dios al mundo: perdonando, sanando, echando fuera demonios, enseñando, proclamando, denunciando, testificando ante los tribunales y finalmente entregó su vida.  La Iglesia tiene ese camino que recorrer para desarrollar su misión; debe responder a situaciones y circunstancias cambiantes.

 

Si la Iglesia es el cuerpo de Cristo, creada y sustentada por el Espíritu Santo, debe ser UNA para dar testimonio de unidad y amor ante el mundo. Lamentablemente, la historia de las iglesias manifiesta muchas traiciones a esta vocación suprema: “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn. 17:21).

 

Si la Iglesia quiere ser fiel a su Señor debe recibir de nuevo la Buena Nueva y renovarse en el Espíritu para generar un testimonio vivo de la integridad del Evangelio. De ahí que los cristianos y cristianas estamos llamados a trabajar unidos por la renovación y transformación de las iglesias para lograr revertir la realidad del pecado en todas sus formas: personal y social. Para cumplir esta misión, ésta reclama una iglesia unida que sirva en todo lugar, dispuesta a soportar el sacrificio, tal como lo hizo Jesús. Especialmente en este continente de América Latina donde la brecha entre riqueza y pobreza es inmensa, donde la mayoría de sus habitantes son pobres, de ahí que la Iglesia tiene que anunciar la Buena Nueva siguiendo el ejemplo de su Señor.

 

La misión y la iglesia deben ser una, esa es la demanda del Señor. Basta recordar las palabras del apóstol Pablo: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (Ef. 4:11-16).

 

Que el Señor nos capacite para ser Su iglesia y cumplamos la Gran Comisión que nos ha encargado. Amén.

 

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

      


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