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hizo una seña a Inés para que se fijase en el vaga¬bundo, que seguía inspeccionando, una a una, todas las papeleras de la plaza.

—¿Qué buscará en las papeleras?

—Comida.

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dU.AJUfi.

—¿Tú crees?

—Pues claro. Tendrá hambre y estará mirando por si encuentra algo que comer.

Lolo entonces miró de reojo a Gasparín, que ya había terminado de desenvolver su bocadillo y se dis¬ponía a darle el primer mordisco.

—¡Un momento! —lo detuvo Lolo—. ¡Se me está ocurriendo una idea!

—¿A qué te refieres? —preguntó Inés con curiosi¬dad.

—Podíamos darle el bocadillo de Gasparín.

Gasparín apretó con sus dos manos el bocadillo y lo escondió entre sus piernas.

—¡No! —gritó.

—Si mi madre se entera de que le hemos dado la merienda a un vagabundo, nos castigará —dijo Inés.

—Yo no puedo darle el mío porque ya me lo he comido en casa —continuó Lolo, que trataba de con¬vencer a su amiga—. Pero, si no decimos nada, tu madre no se enterará. ¿No os da pena ese vagabun¬do? Quizá no haya comido en todo el día.

—Si el bocadillo fuese mío, se lo daría —recono¬ció Inés—. Pero mi madre dice que Gasparín tiene que comer mucho para crecer y hacerse fuerte.

—Por un día que no meriende, no le va a pasar nada. Fíjate en mí.

Inés lo miró de arriba abajo.

—¿En qué tengo que fijarme?

—Soy alto y fuerte, ¿no?

—Sí.

—Pues te aseguro que algunos días no he meren¬dado.

Inés, finalmente, se puso de parte de Lolo.

—Estoy de acuerdo contigo, pero el único incon¬veniente es mi hermano. El no va a querer soltar el bocadillo, y por la fuerza no vamos a quitárselo.

—No te preocupes, de eso me encargo yo.

Lolo se levantó del banco y se colocó frente a Gas- parín; éste protegió aún más su merienda entre las piernas y puso cara de muy pocos amigos.

—Si me das el bocadillo, te compro un donuts —le dijo Lolo, esbozando una amplia sonrisa, seguro como estaba de que su proposición causaría efectos inmediatos.

Los ojos de Gasparín se abrieron al máximo y se iluminaron.

—¿Un donuts?—preguntó.

—Eso he dicho.

—Que sea de chocolate.

—Trato hecho.

Gasparín sacó el bocadillo de entre las piernas y se lo entregó a Lolo. Éste lo envolvió de nuevo con el papel y guiñó un ojo a Inés.

—No hay nada como conocer el punto débil de las personas.

Con el bocadillo de Gasparín entre las manos, Lolo se quedó de pie, sin saber muy bien qué hacer.

—¿A qué esperas? —le preguntó Inés—. Ve y dale el bocadillo antes de que se arrepienta mi hermano.

—Es que estoy pensando que, si se lo doy por las buenas, se va a creer que se trata de una limosna —expresó sus temores Lolo—. Quizá lo tome como una ofensa a su dignidad. No sé por qué, pero ese vagabundo no parece un vagabundo normal y co¬rriente, tiene algo especial...

Y, durante unos instantes, los tres se quedaron mirando al viejo vagabundo de melena blanca que seguía buscando en las papeleras de la plaza.

—¡Se me ha ocurrido una idea! —exclamó Inés—. Acércate con disimulo a esa papelera y deja allí el bocadillo.

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¿1A ÁCHA

La papelera que señalaba Inés era la que se encon¬traba más cerca de ellos y la que aún le faltaba por mirar al vagabundo.

—¡Claro! —exclamó también Lolo—. Así descu¬brirá el bocadillo y pensará que alguien lo ha tirado. No se lo tomará como una limosna.

Sin dejar de observar al vagabundo, Lolo se acer¬có despacio hasta la papelera y, aprovechando un momento en que aquél se encontraba de espaldas, introdujo con cuidado el bocadillo en ella. Luego, re¬gresó hasta el banco, disimulando de manera algo có¬mica.

—¡Ya está! —dijo al reunirse con sus amigos.

—Creo que no te ha visto —añadió Inés.

—¿Cuándo me vas a comprar el donuts? —pre¬guntó, con un poco de impaciencia, Gasparín.

—Muy pronto —le respondió Lolo—. En cuanto nos marchemos de la plaza.

—Tengo hambre.

—Aguanta un poco.

—Pero que sea de chocolate.

—Que sí, pesado.

Y, sentado como estaba, Gasparín descargó una

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JU.ÁJU*!

nueva patada en una de las pantorrillas de Lolo, quien lanzó un grito de dolor.

—¡No soy pesado! ¡Soy Gasparín!

El viejo vagabundo, arrastrando sus torpes piernas con dificultad, se dirigió a la última papelera de la pla¬za. Lolo, Inés y Gasparín no le quitaban la vista de encima y esperaban con emoción el instante en que descubriese el bocadillo.

—¿Y si no lo ve? —preguntó Inés—. A lo mejor está mal de la vista.

—Lo verá —respondió Lolo con seguridad.

Cuando el vagabundo llegó a la papelera e intro¬dujo su brazo en ella, los tres contuvieron la respira¬ción durante unos segundos. Y, cuando sacó de nuevo el brazo y vieron que entre los dedos sujetaba el boca¬dillo bien envuelto, se miraron llenos de satisfacción.

El vagabundo observó con curiosidad el paquetito y, poco a poco, lo desenvolvió. Su rostro se iluminó al descubrir el manjar.

—Por cierto, ¿de qué era el bocadillo? —preguntó Lolo.

—De salchichón —respondió Inés.

—Espero que le guste el salchichón.

JU. ÁiiXt i

El vagabundo dio un gran mordisco al bocadillo, lo envolvió con cuidado y se lo guardó en uno de los bol¬sillos de su vieja chaqueta.

—¡Le ha gustado!

El viejo vagabundo continuó caminando muy des¬pacio. Al pasar por delante del banco donde se en¬contraban sentados Lolo, Inés y Gasparín, se detuvo un instante y les hizo una gran reverencia, al tiempo que con sus brazos describía extraños movimientos en el aire. Luego, les guiñó un ojo. Por último, se acercó un poco más a los niños, unió sus dos manos y co¬menzó a frotar con suavidad las palmas.

Y de pronto, separó ligeramente las manos y entre ellas apareció un conejo tan blanco http://datasprint.eu/es/servicio-entrada-de-datos/ como la nie¬ve, o, mejor dicho, tan blanco como los cabellos de aquel hombre, que había comenzado a sonreír, mien¬tras que acariciaba con ternura al animalillo. Con él en su regazo se alejó muy despacio.

Lolo, Inés y Gasparín hacía rato que estaban con la boca abierta.

3. Gasparín el Terrible

A

PESAR de que el viejo vagabundo se marchó enseguida de la plaza, Lolo, Inés y Gasparín tar¬daron un buen rato en reaccionar, de tanto como los había impresionado. Fue Inés la que chascó los dedos y saltó del banco, como si hubiese descubierto algo extraordinario.

—¡Es un mago!

—¡Eh! —reaccionó Lolo.

—¡Un auténtico mago!

—¿Un mago, dices? Sí, creo que tienes razón; sólo un mago podría sacar un conejo de... de... ¿De dónde lo sacaría?

—De las manos —intervino también Gasparín.

—Pero en algún sitio debía de tenerlo