NOTA AL MARGEN
O CÓMO IR AL CENTRO
SIN ABANDONAR
LAS ORILLAS.

Cuento estas cuentas:

  • He tomado tantos caminos que casi podría decir que siempre he escrito a la orilla de ellos, desde sus márgenes. Mucho de lo que he publicado es literatura viajera, no necesariamente sobre viajes sino desde el viaje, desde el movimiento y sobre el movimiento. Pero cada libro ha crecido como un proyecto obstinado, una persecución constante, la misma búsqueda durante algún tiempo. éste es una excepción. Surge por la curiosidad de Jorge Asbún Bojalil. Su petición, que tanto agradezco, me ha hecho encontrar estas piezas sueltas y el hilo que las une como en un collar.
  • Estos poemas marginales, muchas veces olvidados en libretas o en papeles doblados dentro de algún libro, señalan algunos puntos de un recorrido que, desde un ángulo que no esperaba es el de mi vida y por lo tanto de mi escritura. Una cronología accidentada como un camino abrupto, intermitente. Este breve libro es entonces un mapa, de esos que se guardan doblados mucho tiempo y se despliegan cuando se requiere, por necesidad o por placer. Y en este mapa viejo algunos puntos han sido marcados. No siempre sé por qué.
  • La primera frase del poema más antiguo compilado aquí se me impuso naturalmente como título del libro. Es prácticamente un manifiesto literario y vital, a la vez que un vaticinio: Soy el camino que tomo.
  • Y es el arranque de una historia en un viaje a Oaxaca que para mí fue transformador. Desde entonces surge en lo que hago otro tema fundamental: el de la metamorfosis de quien escribe. Una identidad que se desarticula cada vez y se va volviendo otra, más compleja, vibrando en el elogio del instante y la alerta de los sentidos.
  • Desde la espera, a la orilla del camino, me entrego al azar. Mientras él tira sus dados, entre las cañas y el sol, me hago a un lado y lo contemplo gozándolo.
  • La lectura de una fotografía del niño que fui me lleva a comprobar las huellas físicas del afecto fundador y constante. El inicio de otro viaje que es el mismo. La memoria de lo de adentro y la memoria de lo de afuera en mis pasos.
  • Al mercado de la calle de Medellín, en la colonia Roma de la Ciudad de México, las verduras y frutas llegaban a lomo de mula, en esas jaulas de madera llamadas huacales. El trote metálico de esas mulas pobló desde niño mis insomnios.
  • Después de vivir en el desierto de Sonora fuimos a dar al pueblo suburbano de Atizapán, en el Estado de México. Los últimos años de mi infancia y mi adolescencia transcurrieron en su extraña marginalidad de suburbio detenido en el tiempo. Un ámbito entrañable que me llenaba de una deliciosa sensación de abandono del mundo pero que finalmente yo también abandoné. Aquí le rindo mis adioses rituales.
  • Una marca de familia me entregó un umbral de dolor muy alto. Pasó mucho tiempo sin que yo lo conociera a fondo. Hasta que un día de golpe, por azar y brutalmente llegó. Me mostró una dimensión inesperada de mi cuerpo.
  • También lo mejor de la vida llega por azar. Un día conocí a Margarita. Durante un par de años nos hicimos muy amigos y muy cómplices. Hasta que ella, su cuerpo entero se convirtió en La escritura de mis días. Y de nuevo, todo cambió.
  • Ella quería creer que en su cumpleaños siempre llovía. Y por varias décadas fue cierto, donde estuviéramos.
  • Al lado del Sena, todo lo que hiciéramos, incluso bailar, se volvía ritual propiciatorio. Y metáfora de todo los que nos ataba uno al otro.
  • Juntos conocimos allá la Luz de invierno, sus rigores, su extrañeza. Su filo que esconde lo humano en los humanos y los recorta sacándolos de las sombras.
  • Cada luna llena las líneas del destino en nuestras manos se hicieron más profundas.
  • Nos sorprendió la experiencia de ser dos y a la vez, tantas veces, un sólo cuerpo. La conmoción, la fuerza, la belleza de ya nunca ser los mismos y ser lo mismo. Nos sigue sucediendo.
  • Una triple experiencia acuática nos llevaba de vernos reflejados, desnudos, un poco presos en las gotas de agua en el espejo, convertidos nuestros cuerpos en una nueva geografía amorosa a hacer el amor como un oleaje devastador y repetido a ser una lluvia tenue que, sin embargo, siempre arrecia y nos aprieta.
  • Cuando la vi caminar hacia la luz entre las monumentales columnas de un palacio de Madurai, en la India, me daba la impresión de verla desplazarse ágilmente entre las piernas de unos gigantes blancos.
  • De lo inmenso a lo diminuto y fugaz: durante una caminata nocturna en un bosque de Tlaxcala conocimos los sorprendentes campos de luciérnagas.
  • Los sitios importantes en una vida se vuelven como luciérnagas sobre un mapa. Los aborígenes australianos nómadas registran y anuncian sus recorridos enumerando esos sitios. Y como no los escriben los cantan. Los llaman mapas cantados, rutas soñadas por míticos ancestros, rutas cantadas que son entregadas a los humanos mientras duermen. Como en un sueño, una noche una cámara descompuesta que había comprado de emergencia en China me escupió un tumulto de fotografías que me había robado. Vistas así de golpe, las cosas extrañas y diversas que surgieron me dejaron la impresión de ser un mapa cantado de algunos de mis recorridos. Poco después, ya sin cámara, cantar las cosas que me rodeaban y me recibían al comenzar el día, eran otro mapa cantado.
  • Al visitar el estudio y el jardín de Cézanne en el sur de Francia y caminar hacia la colina donde pintaba obsesivamente la enorme montaña que desde ahí veía, no puedo dejar de relacionar su recorrido con la idea de que murió de neumonía por la lluvia que lo atrapó en esa ruta que antes lo mantenía obsesivamente vivo. Vitalidad y muerte en las cosas que trazan un mismo camino.
  • Cada camino es memoria, pero es a la vez recreación y sobre todo fugacidad. Decirlo es formularlo desde lo más hondo pero a la vez entregarlo a los ojos de los otros. Regalarlo. Lo que se recupera en la poesía inevitablemente se pierde. Y hay en ello una de las formas más acabadas y artesanales de la felicidad.