CAPÍTULO 11: AMOR QUE EMERGE DE LA OSCURIDAD.

 

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- ¡No quiero que te pase como a mi madre! - sollozaba él -. No quiero que te maten por mí...

- ¡No comprendo, Michael...! Por favor dime, ¿a qué te refieres con eso?

- ¡Al peligro! Al peligro que corres por el hecho que amarme. Todas las personas que una vez me dieron su incondicional cariño, fueron asesinadas cruelmente... ¡y no quiero volver a sentir la soledad! No quiero que tú también me dejes.

- No te dejaré, ¡te lo juro!... más a cambio sólo te pido una cosa. Si es que consideras que no hay cabida a la esperanza en nuestra relación, contéstame: ¿por qué insistes en mencionar a tu mamá cuando hablas de muerte? ¿Qué le ocurrió a ella, para que temas lo mismo conmigo?

- Anita... es una larga historia. Si que lo es.

- Te lo ruego... déjame escucharla.

 

  El director Yagar secó las lágrimas de su rostro, tragando un poco de saliva. Miró a su querida Liliana y le pidió que se acercara más a él. La niña hizo caso y, reposando su cabeza sobre la cama de Michael, se dispuso a escuchar atenta y silenciosamente. Luego de que el hombre se hubo tranquilizado del todo, comenzó su propio relato, como cada persona en el mundo tiene el suyo.

- Todo sucedió mucho antes de que viniera al pueblo y me convirtiera en el director del Centro Swan. Yo vivía en Francia, con mi familia. Tenía catorce años cuando eso pasó. Mi padre, mi madre, mis tres hermanos, mis dos hermanas, mi abuelo y por supuesto yo, éramos propietarios de un departamento en el cuarto piso de un edificio. Recuerdo que desde allí arriba se podía ver todo Marsella, mi ciudad natal.

 

  Ana se mantenía estática en la posición que había adquirido minutos antes. Ella se estaba entreteniendo con la descripción tan detallada de los parques, las llanuras, las casas, las escuelas, de la historia de Michael. No sabía como de un relato, que hasta el mismo Yagar se encargó de hacer agradable y feliz, podía salir la razón de tan sofocante angustia del hombre hacia su relación con los demás.

- Fue ese día de junio... fue ahí donde mi vida cambió para siempre. Esos malditos terroristas se transformaron en los verdugos de mi inocencia y mis fantasías. Apenas me levanté de la cama, como a las siete de la mañana, cuando me di cuenta de que había sido despertado por la explosión de una bomba que estallaba a sólo tres cuadras de donde vivía. Corrí frenético, buscando a mi madre; ella se encontraba en la cocina preparando el desayuno, claro, antes de que también escuchara aquellos disparos... disparos de escopeta que amenazaban con destruirme los oídos. Pensaba que mamá no tenía miedo; en su cara se plasmó la imagen de una persona decidida a proteger lo que le pertenecía. La verdad, ella estaba igual o peor de asustada que yo. Papá llamó a toda la familia para que nos reuniéramos en la sala, pero cuando mi mamá me tomó de la mano y se encaminaba hacia la recepción... todo el piso se vino abajo. ¿Comprendes? Algún desgraciado escogió nuestro edificio como el sitio perfecto para activar otra bomba; los siete pisos de la construcción se colapsaron en lo que parecía ser una eternidad. Pese a que sólo fueron unos segundos, yo pude sentir como mi estómago se me iba a la boca, mis pies perdían el balance sobre mi cuerpo y simplemente caía al vacío. Al mismo tiempo, los niveles superiores del edificio parecían seguirnos en el largo trayecto al suelo. Fue horrible... te lo digo... en verdad lo fue.

 

 "Entonces, el silencio se hizo", dijo Michael, y como si reviviera ese instante de su relato, él calló de inmediato. Durante minutos enteros, Liliana quiso levantar la vista y preguntar si ese era el fin de la historia. No tuvo el suficiente valor para ello. Sabía que había dos cosas que podría encontrar al ver el rostro de Michael, más ninguna le daba simpatía: una, a su amado adentrado en un amargo y opaco llanto, u otra, a la misma persona, maldiciendo por lo que en su juventud había acontecido. Decidió pues, dejar que el tiempo siguiera su marcha, y esperar pacientemente a que el director Yagar continuara por sí mismo. A final de cuentas, eso último pasaría sin más:

- Luego de unas horas, desperté nuevamente, en medio de casi una absoluta oscuridad. No tenía una idea exacta de cuanto tiempo había permanecido inconsciente; al menos sabía que mucho. Cuando me puse en pie, me percaté de la situación: estaba atrapado debajo de las ruinas del edificio; estas formaban una especie de cueva que se sacudía de vez en vez, amenazando con caerse y aplastarme. Intenté quedarme callado para poder escuchar... pues, cualquier cosa; gritos de ayuda, disparos, incluso a un perro que pasara por ahí. Lo único se podía oír, era el constante y aterrador crujido de las paredes, a punto de colapsar. De pronto, un gemido me hizo regresar al mundo real. Aquel ruido me era familiar, así que fui a investigarlo. Se trataba de mi madre.

- ¿Qué?

- Mi madre - afirmó suavemente, con melancolía en su palabra. Buscó calmarse de nuevo, recobrar el aliento. Para cuando lo hubo logrado, continuó -. Ella me llamaba: "Mike, Mike... por acá, hijo, estoy acá". Rápidamente conseguí hallarle, escuchando sus lamentos y su llanto. Al fin pude localizarla. Te lo juro, la escena que encontré, no fue muy agradable. Estaba más que destrozada. Un gran bloque de piedra se había caído sobre sus piernas, capturándole. Cuando pudo recobrar el conocimiento, cogió de las cercanías una lámpara de mano, y con la luz que despedía el objeto, se podía ver las extensas y profundas heridas que tenía en todo su cuerpo. Su frente sangraba, su pecho se mostraba descubierto, con la piel colgándole a un costado y fue... ¡fue!... no me preguntes como fue... ¡¡no sé explicarlo!! - gritó al borde de la depresión -. Yo sólo pensaba en algo: ella me necesitaba, y viceversa. Era lo único. Inmediatamente me mandó a buscar al resto de la familia; nunca encontré a mi padre, o a mi abuelo, hermanos o hermanas. Todos habían desaparecido. Como sólo quedamos mi mamá y yo, decidí ver la forma de ayudarle a safarse de la trampa que le propinaba aquel gran pedazo de escombro. Yo... era muy débil entonces, ni siquiera pude moverlo - rió -. Sabía que era cuestión de horas para que ambos muriéramos de hambre, de inanición, o tal vez por la falta de oxígeno, que después de todo era casi lo mismo. No sabía en que pensar: "vamos a morir", decía,"vamos a morir, vamos a morir. Dios, ¿por qué nos dejas morir?". Mamá alumbró mi cara con la luz de la lámpara. Notó mi llanto y mi expresión, tan repletos de impotencia y angustia. Cogió de su regazo un pedazo de carne y me lo dió. "No vas a morir", afirmó mientras yo frotaba el bistec con las manos, "tú no vas a morir... no, sin que yo te halla dado permiso". Sonreí ante esa broma. Realmente me alivió el que ella fuera tan optimista en un momento así. Comí de inmediato el trozo de carne; aunque crudo, era suave. No quise preguntarme de donde lo había obtenido. Después de todo, estábamos en al cocina cuando todo ocurrió. Lo habría cogido antes de caer de imprevisto.

- Y luego... ¿qué pasó? - titubeó Ana.

- Horas... las más largas y tediosas que jamás halla vivido. Parecía como si el tiempo se hubiera puesto de acuerdo con el destino para hacer infeliz lo que nos quedara de vida. Más sin embargo, el buen gesto de mamá le dió un giro importante a las cosas. No teníamos mucho que hacer, fuera de mantener latente la expectativa de ser rescatados, así que decidimos pasar el rato platicando acerca de lo que nos gustaba y de lo que odiábamos; de lo que solíamos realizar en nuestro ocio, el cual era frecuente. Yo... sabía perfectamente que tarde o temprano iba a morir allí,  pese a lo que mi madre me decía, de modo que también aproveché el tiempo, para sincerarme con ella. Le pedí perdón, por todas las cosas malas que le había hecho pasar. Me disculpé por ser un vago, por sacar notas tan bajas en la escuela, por irme de fiesta con mis amigos sin avisarle, por... bueno... por todo... ¿entiendes?

 

  Michael reanudó su llanto, sin desearlo. Ana no se atrevía a mirarle a la cara, pero en cambio, podía sentir como los ánimos del hombre se venían bruscamente a abajo.

- Así pasamos una semana - continuó él con un hilo de voz. En breve, pudo armarse de la voluntad requerida para sostener su relato -. Ella permaneció durante ese periodo, en la misma e incómoda pose que la situación le permitía. Yo estaba recostado sobre su regazo, con lo que era ya una decaída esperanza de salvación. Esos fueron los días más trágicos. No sólo por estar atrapados y aislados del mundo... sino también por la nube de incertidumbre que nos llegó de repente. Yo dormía la mayor parte del tiempo como mi mamá me había sugerido, dijo, para que no sintiera tanta hambre. Lo que me daba temor de aquello, era la sensación que tenía de no poder volver a despertar jamás, una vez que cerraba los ojos. La única razón por la cual interrumpía mi sueño, lugar donde me resguardaba de la adversa realidad, era para recibir otro pedazo de carne que me daba mamá. Tan pronto terminaba de comer, me acostaba para dormir nuevamente. Otra cosa que me alarmaba, era que cada bistec con que me alimentaban, se encontraba más duro y maloliente que el anterior. Tampoco sabía si el fétido olor que repentinamente se comenzó a percibir un día, era el de los cadáveres del resto de mis familiares, pudriéndose en la profundidad de las sombras. Pero lo que me afectó aún más, lo que en verdad me arrancó un susto tremendo, fue la instintiva necesidad de querer acabar con el sufrimiento. Llegó un momento en que mis esperanzas se hubieron consumado totalmente, y ya no tenía deseos de seguir. Gracias al escaso brillo proveniente de la lámpara portátil, podía ver a ratos a mamá, sentada y con los ojos cerrados, sin saber a ciencia exacta el que ella permanecía con vida. Luego miraba mis manos, sucias y pegajosas. Era evidente, el rescate no se cumpliría. Quise acabar con eso en la brevedad posible... ¡quería terminar rápido y sin dolor! Yo... pensé en un suicidio.

- ¿¡Qué!? - exclamó Liliana, atónita -. ¡Eso no puede ser! Michael, tú es muy fuerte y valiente... ¡no es cierto! ¡No creo que hayas pensado en quitarte la vida... ni por un minuto!

- Te lo juro Ana... uno es capaz de convivir con una persona por determinado tiempo. Pero el llegar a conocerla del todo, es muy difícil. Ahora lo ves conmigo.

- Sigo sin creerte. ¡Oye, espera un minuto! El hecho de que estés aquí a mi lado, quiere decir que tu fuerza de voluntad fue más grande y pudiste salir airoso de la adversidad junto a tu mamá, ¿no?

- Liliana... eso no es cierto.

- ¿Cómo?

  Michael regresó a su expresión seria y continuó en tonó bajo con su historia:

- Una de aquellas veces, cuando mi madre dormía y la ansiedad estaba por acabar con lo que quedaba de mí, un brillo extraño llamó de repente mi atención. Me puse en pie, y divisé un pequeño resplandor proveniente del costado derecho de mamá. Quise investigar lo que era, así que pasé por encima de ella con cuidado, para no caerle en un descuido. Ya del otro lado, cogí del suelo un objeto que no había notado anteriormente: se trataba de un puntiagudo cuchillo, con el filo y mango bañados en sangre. Ésta sangre, se encontraba seca y adherida a la navaja; era obvio que había sido usada hace ya más de dos días. Sentí entonces una descarga eléctrica recorrer mi espina, cuando pude ver un rastro enrojecido, que iniciaba en las manos de mi madre y llegaba al lugar en el que hallé el utensilio. El pánico, el más grande de mis miedos se hizo presente. Aquel olor fétido se podía percibir con mayor intensidad en el sitio donde estaba parado. Tomé la linterna de mano, y... apunté con su luz hacía las piernas de mamá.

 

  Ana se levantó de un salto, quedando en una postura erguida al lado de la cama de Michael. Ella temía lo que a continuación le sería revelado; el horror estaba plasmado en su rostro. Tomó su bolsa canela y comenzó a retroceder lentamente rumbo a la puerta de la habitación, sin dejar de mirar ni un sólo instante al director Yagar. Él, por su parte, permanecía con la vista fija y perdida. No se daba cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Lágrimas brotaron de sus ojos, sólo por inercia.

- ¡Inaudito, ¿no crees?! - exclamó irónico, y lanzando una maniática carcajada, aunada a su silencioso llanto -. Ella... me quería con vida... con vida, a como diera lugar. Durante todo ese tiempo, me dió a comer esos... ¡bistec!... para alimentarme, buscando que no muriese de hambre. Lo que no sabía, es que mamá obtenía esa deliciosa carne... ¡de sus propias piernas! ¡¡Si!!. Vio que parte de sus piernas estaba destrozada y atrapada bajo los pesados escombros, y dedujo que ya nunca podría volver a caminar... ¡¡sería una inválida para el resto de su existencia!! A ella no le dió simpatía la idea de ser un estorbo para su familia. Pero entonces llegué yo, y como no tenía nada que darme de comer... tomó un cuchillo, aprovechó la discreción que le daba la oscuridad, aguantó la respiración y... y se cortó... pedazo por... ¡pedazo!... ¡sus piernas ya muertas!

 

  Michael se adentró más de lo debido a sus recuerdos. Ahora, su llanto no era inconsciente, él lo sentía, al igual que la pérdida inminente de su madre en aquel atentado terrorista.

- ¡Mamá...! - gritó entre lágrimas y gemidos ahogados -. ¡¡Mamá... discúl-pa-me...!! Si tan sólo lo hubiera sabido. ¡Si tan sólo hubiera sabido que la carne que me dabas para comer, era la tuya!... ¡¡jamás la habría aceptado!! ¡Hubiese preferido morir a tu lado! Y los... rescatistas. Ellos llegaron recién descubrí el sacrificio que hiciste por mí. ¡¡Y yo impedí que te sacaran de ese agujero conmigo!! ¡¡Pero cómo saberlo!!... ¡¡cómo, maldita sea...!!

- ¿Michael...?

- Mamá me lo dijo antes de dormir por úl-ti-ma... vez. Que si debía correr un riesgo por mí, lo haría sin dudarlo. Ella me dijo... que me amaba. Anita... sólo deseo que estemos juntos. Pero y si esos maleantes que me dejaron en el hospital, vuelven a atacarme cuando estés cerca de mí y te lastiman... si te... asesinan... yo... ¡¡no podría soportarlo!! Te amo... pero entiéndelo... no puedo amar a una persona muerta... como a una viva. No quiero perderte... por eso te lo estoy pidiendo. No quiero que mueras... no quiero que me dejes sólo... te amo... te amo... >>

 

 

  Ana despertó, luego de escuchar un ruido misterioso en la entrada de la oficina del director. La puerta había sido abierta; aquel que recién llegaba le habló silenciosamente.

- ¿Liliana? ¿Qué haces despierta tan tarde? Son las... tres de la mañana.

- ¿Mich... director Yagar? ¿Es usted?

- Si. El doctor Lavat me dejó salir del hospital antes de lo que esperaba. Quise regresar lo más pronto posible para encargarme del Centro. La verdad... no confío en mi ayudante, el señor Hiller.

- ¿Se hallaba preocupado por sus niños?

- Más de lo que te imaginas.

  Tanto una como el otro permanecieron callados por minutos completos. Sus miradas nunca se cruzaron, más cuando la presión se hubo agudizado, Yagar finalmente exclamó:

- A propósito, no has contestado a mi pregunta. ¿Qué haces aquí, en mi oficina... y tan avanzada la noche? ¿Quién te dejó pasar?

- Yo, eeh... estaba acompañando a la enfermera Cross en su trabajo. Cuando terminó con lo suyo, le pedí de favor que me dejara en éste lugar por un rato más. Me dió la llave de su recámara, y se fue a dormir.

- ¿Mi recámara? - preguntó, mirando de reojo la puerta que daba a la habitación adjunta a la oficina.

- Si. Pero como ya está usted aquí, veo que no será necesario que la use. Bueno, le deseo que  pase linda noche. Me voy.

  Ana se levantó del sillón en el que había dormido y se encaminó a la puerta primaria del cuarto.

- ¡Detente allí, Ana! - ordenó Michael, agudizando su voz. La niña le obedeció sin remedio -. No sé qué buscabas al quedarte dentro de mi oficina. Espero que entiendas mi postura; sólo quiero que me contestes, ¿por qué?

- ¿Por qué... qué?

- Liliana... creo que mi pregunta es obvia. ¿Cuál es tu motivo para estar conmigo ahora?

- Señor... yo, quería hablarle en privado. Se lo juro, es todo.

- La señorita Cross te dió la llave que abre ambas puertas de la oficina. Eso fue lo que dijiste. ¿Podrías devolverme esa llave?

- Si, claro. Aquí tiene.

- Te lo agradezco.

  Michael tomó entonces el objeto picaporte con sus dedos y con él colocó seguro a la puerta por la cual, Ana pensaba salir.

- Ahora estaremos solos - afirmó sonriendo -. Nadie podrá molestarnos. Adelante. ¿Qué querías decirme en privado?

- Bueno... señor, yo... estuve pensando, sobre lo que me contó hoy por la mañana.

- Ah - suspiró con apatía -, era de eso.

- Si, aah... lamento haberle hecho recordar algo tan terrible de su pasado. Pienso que su sufrimiento es sólo mi culpa. También lamento haberle llamado desconsiderado. A decir verdad... la única que merece ese adjetivo, soy yo, porque no tomé en cuenta sus sentimientos.

- ¿Es todo?

- ¡No! Además, siento mucho lo que le pasó a su mamá. Las cosas no debieron suceder así.

  Michael volvió a suspirar.

- Tienes razón Anita... no fue justo. Pero no hay nada que se pueda hacer ya. ¿Sabes?, siendo sincero, yo pensé acerca de lo que te conté en el hospital, de igual forma que hiciste tú: cuando te marchaste de la habitación, cuando me llevaron comida y me rehusé a ingerirla, aún cuando venía para acá... y así, de tanto pensar, llegué a dos importantes conclusiones.

- ¿En serio... a cuáles?

  El director se sentó sobre un sofá que le quedaba próximo e inclinó la cabeza hacia Ana. Ella le veía de cerca; ahora sus rostros estaban frente a frente.

- Pues... primero, debo aceptar que fui un total estúpido al confiarte algo tan personal. No sé en qué estaría pensando. Realmente me arrepiento de haberlo hecho. No debí involucrarte en un asunto tan horrible... no estás lista para ello.

- Entiendo...

- También descubrí una cosa... quizá la más valiosa lección que alguien me halla dado nunca. Y para variar, fuiste tú quien me la hizo ver.

- ¿Qué?

- Yo... fui adoptado. Luego de que pasó un mes del atentado, la familia Yagar me anexó a los suyos, para que así formáramos una nueva familia. Desde entonces y hasta hoy, había querido permanecer aislado de toda persona que buscase mi amistad... o mi amor. Era prisionero de mis propios temores y complejos, lo que me hizo crecer falto de hermosos recuerdos de cada una de las etapas que iba viviendo mientras pasaban los años. Prácticamente, crecí sin más cariño que el que recordaba de mi verdadera madre. Tenía miedo de que si encontraba a alguien con quien decidiera permanecer el resto de mis días, Dios me la quitaría como antes, y eso no me gustaba. Sin embargo... cuando te relaté mi pasado, no sé como pero, me sentí liberado. Mi cabeza se había bloqueado a una absurda filosofía de sufrimiento, y al momento de dejarlo escapar... las lágrimas, los malos recuerdos... mi mente se vio abierta a la posibilidad de vivir nuevamente. ¡Empezar de cero, sin limitantes y sin sueños frustrados! ¡Acepté el hecho de que tenía que arriesgarme a todo! También... tomé la decisión de volver a amar... y darle cuanto rastro de profunda pasión se hallara en mí, a aquella persona que ya se había comprometido a entregarme su completo ser. Hablo, de la persona que con su aceptación me brindó los primeros instantes de alegría real en mucho, mucho tiempo. Aquella que me dio esta invaluable lección de vida. Me refiero... a ti, mi bella Anita.

 

  Liliana, a medida que iba escuchando lo que Michael le decía, se llenaba de gozo y felicidad. Su cara lucía flamante una hermosa y cálida sonrisa; su corazón estaba al borde de un ataque, debido a la emoción que contenía. Por otro lado, su cuerpo en sí era un manojo de nervios. Lo que seguiría después de tan alentadoras palabras por parte de Michael, era un misterio para ella, y eso le hacía pensar en tantas y tantas cosas al mismo tiempo. Algunas de ellas hicieron que por breves segundos, su faz entera se viera estremecida. Sus labios se tornaron húmedos, sus manos se balanceaban de aquí para allá, pero más aún desconcertante y confuso, era ese sentimiento tan placentero que brotaba de su vientre, con el simple hecho de mirar los preciosos ojos color chocolate de los cuales el director era dueño.

- Princesa... - continuó él, acercando su rostro al de Liliana -, tú... ¿recuerdas qué fue lo último que alcancé a decirte, antes de que te marcharas de la habitación del hospital, dejándome sólo?

- Si. Me dijiste que... me amabas.

- Yo... hablaba en serio. Te amo, y estoy dispuesto a demostrártelo, ahora mismo.

 

  Michael tomó entonces, con suma delicadeza, a Ana por su barbilla. Dirigió la cabeza de la niña a la propia, para darle un dulce beso en los labios, aquellos que desde minutos antes habían anhelado ser alcanzados por el director de Swan. Al separarse, él le sonrió con ternura y preguntó, con un repentino gesto de seriedad:

- Anita... quisiera saber algo. Realmente... ¿por qué es que me amas? ¿Qué fue lo que te atrajo de mí?

- Michael... es todo lo que eres. Una persona que ha pasado por muchas adversidades para alcanzar la mayoría de sus metas en la vida. A quien le importa la seguridad de sus seres queridos, por encima de la suya. Amo al hombre que es capaz de dar consuelo, cariño y serenidad a las situaciones más crueles. A la persona frágil y sencilla que busca siempre el equilibrio en cualquier lugar. Amo a Michael Yagar... por quien sé que vale la pena sentir lo que siento en éste momento.

- ¡Oye!... ¿Acaso no me amas por ser guapo? - bromeó él. Ana soltó una leve risita; rodeó con sus brazos el cuello de Michael, quedando aún más cerca de su amado.

- Desde luego. Te amo por ser el hombre más apuesto del mundo.

 

  Ahora, era Liliana quien tomaba la iniciativa, abalanzándose contra los labios de Yagar. Él sintió de inmediato la inexperiencia de la menor en ese tipo de acciones, así que lentamente fue tomando el control de aquel beso que, a cada movimiento, iba incrementando su intensidad.

  Nuevamente, se vieron separados.

- Eso era lo único que deseaba oír - reveló Michael quien, colocando sus manos debajo del camisón blanco de Liliana, fue poco a poco levantándolo para retirarlo de su lugar. Ana elevó sus brazos para facilitar dicha tarea. Al final, la niña quedó completamente desnuda frente a él.

- Amor... eres más hermosa de lo que jamás me imaginé - suspiró, al tiempo que dejaba la prenda sobre el escritorio.

- Gracias - exclamó ella, con las mejillas ruborizadas.

 

  Los ojos de Liliana temblaban como si quisiera llorar. Casi por inercia, cubrió su virgen vagina con la mano, aunque lo que más quería, era ser contemplada por Michael. Él se dió cuenta de ese nerviosismo y se detuvo a reflexionar.

- Anita, tú... no tienes que hacer esto si no lo deseas. Podemos continuar... pero también podemos detenernos.

- Michael. Nunca antes en mi vida, había querido hacer algo con tanto afán. Por favor... hazme tuya... ¿si?

- ¿De veras lo quieres?

- ¡Lo necesito!

 

  Yagar sonrió otra vez. La certeza de Ana por lo que en realidad anhelaba era evidente, pese a que la frase con la que le había terminado por convencer, pareciese sacada de la novela romántica que la señorita Cross le hubo prestado con anterioridad. Ya sin titubeos, y mostrando su completa satisfacción y alegría, se levantó de su sofá, tomó la mano de su futura amante, y ambos entraron a la habitación adjunta a la oficina: la recámara de Michael.

  Lo que hicieron allí dentro, las pasiones que se desataron, los besos que se dieron, las caricias que se brindaron, los roces que sintieron sus cuerpos al encontrar en ellos mismos el máximo de los placeres es, simplemente, letra de una muy diferente canción.

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