CAPÍTULO 11: AMOR
QUE EMERGE DE LA OSCURIDAD.
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- ¡No quiero que te pase como a mi madre! - sollozaba
él -. No quiero que te maten por mí...
- ¡No comprendo, Michael...! Por favor dime, ¿a qué te
refieres con eso?
- ¡Al peligro! Al peligro que corres por el hecho que
amarme. Todas las personas que una vez me dieron su incondicional cariño,
fueron asesinadas cruelmente... ¡y no quiero volver a sentir la soledad! No
quiero que tú también me dejes.
- No te dejaré, ¡te lo juro!... más a cambio sólo te
pido una cosa. Si es que consideras que no hay cabida a la esperanza en nuestra
relación, contéstame: ¿por qué insistes en mencionar a tu mamá cuando hablas de
muerte? ¿Qué le ocurrió a ella, para que temas lo mismo conmigo?
- Anita... es una larga historia. Si que lo es.
- Te lo ruego... déjame escucharla.
El director
Yagar secó las lágrimas de su rostro, tragando un poco de saliva. Miró a su
querida Liliana y le pidió que se acercara más a él. La niña hizo caso y,
reposando su cabeza sobre la cama de Michael, se dispuso a escuchar atenta y
silenciosamente. Luego de que el hombre se hubo tranquilizado del todo, comenzó
su propio relato, como cada persona en el mundo tiene el suyo.
- Todo sucedió mucho antes de que viniera al pueblo y
me convirtiera en el director del Centro Swan. Yo vivía en Francia, con mi
familia. Tenía catorce años cuando eso pasó. Mi padre, mi madre, mis tres
hermanos, mis dos hermanas, mi abuelo y por supuesto yo, éramos propietarios de
un departamento en el cuarto piso de un edificio. Recuerdo que desde allí
arriba se podía ver todo Marsella, mi ciudad natal.
Ana se
mantenía estática en la posición que había adquirido minutos antes. Ella se
estaba entreteniendo con la descripción tan detallada de los parques, las
llanuras, las casas, las escuelas, de la historia de Michael. No sabía como de
un relato, que hasta el mismo Yagar se encargó de hacer agradable y feliz,
podía salir la razón de tan sofocante angustia del hombre hacia su relación con
los demás.
- Fue ese día de junio... fue ahí donde mi vida cambió
para siempre. Esos malditos terroristas se transformaron en los verdugos de mi
inocencia y mis fantasías. Apenas me levanté de la cama, como a las siete de la
mañana, cuando me di cuenta de que había sido despertado por la explosión de
una bomba que estallaba a sólo tres cuadras de donde vivía. Corrí frenético,
buscando a mi madre; ella se encontraba en la cocina preparando el desayuno,
claro, antes de que también escuchara aquellos disparos... disparos de escopeta
que amenazaban con destruirme los oídos. Pensaba que mamá no tenía miedo; en su
cara se plasmó la imagen de una persona decidida a proteger lo que le
pertenecía. La verdad, ella estaba igual o peor de asustada que yo. Papá llamó
a toda la familia para que nos reuniéramos en la sala, pero cuando mi mamá me
tomó de la mano y se encaminaba hacia la recepción... todo el piso se vino
abajo. ¿Comprendes? Algún desgraciado escogió nuestro edificio como el sitio
perfecto para activar otra bomba; los siete pisos de la construcción se
colapsaron en lo que parecía ser una eternidad. Pese a que sólo fueron unos
segundos, yo pude sentir como mi estómago se me iba a la boca, mis pies perdían
el balance sobre mi cuerpo y simplemente caía al vacío. Al mismo tiempo, los
niveles superiores del edificio parecían seguirnos en el largo trayecto al
suelo. Fue horrible... te lo digo... en verdad lo fue.
"Entonces, el silencio se hizo", dijo Michael, y como si
reviviera ese instante de su relato, él calló de inmediato. Durante minutos
enteros, Liliana quiso levantar la vista y preguntar si ese era el fin de la
historia. No tuvo el suficiente valor para ello. Sabía que había dos cosas que podría
encontrar al ver el rostro de Michael, más ninguna le daba simpatía: una, a su
amado adentrado en un amargo y opaco llanto, u otra, a la misma persona,
maldiciendo por lo que en su juventud había acontecido. Decidió pues, dejar que
el tiempo siguiera su marcha, y esperar pacientemente a que el director Yagar
continuara por sí mismo. A final de cuentas, eso último pasaría sin más:
- Luego de unas horas, desperté nuevamente, en medio
de casi una absoluta oscuridad. No tenía una idea exacta de cuanto tiempo había
permanecido inconsciente; al menos sabía que mucho. Cuando me puse en pie, me
percaté de la situación: estaba atrapado debajo de las ruinas del edificio;
estas formaban una especie de cueva que se sacudía de vez en vez, amenazando
con caerse y aplastarme. Intenté quedarme callado para poder escuchar... pues,
cualquier cosa; gritos de ayuda, disparos, incluso a un perro que pasara por
ahí. Lo único se podía oír, era el constante y aterrador crujido de las
paredes, a punto de colapsar. De pronto, un gemido me hizo regresar al mundo
real. Aquel ruido me era familiar, así que fui a investigarlo. Se trataba de mi
madre.
- ¿Qué?
- Mi madre - afirmó suavemente, con melancolía en su
palabra. Buscó calmarse de nuevo, recobrar el aliento. Para cuando lo hubo
logrado, continuó -. Ella me llamaba: "Mike, Mike... por acá, hijo, estoy
acá". Rápidamente conseguí hallarle, escuchando sus lamentos y su llanto.
Al fin pude localizarla. Te lo juro, la escena que encontré, no fue muy
agradable. Estaba más que destrozada. Un gran bloque de piedra se había caído
sobre sus piernas, capturándole. Cuando pudo recobrar el conocimiento, cogió de
las cercanías una lámpara de mano, y con la luz que despedía el objeto, se
podía ver las extensas y profundas heridas que tenía en todo su cuerpo. Su
frente sangraba, su pecho se mostraba descubierto, con la piel colgándole a un
costado y fue... ¡fue!... no me preguntes como fue... ¡¡no sé explicarlo!! -
gritó al borde de la depresión -. Yo sólo pensaba en algo: ella me necesitaba,
y viceversa. Era lo único. Inmediatamente me mandó a buscar al resto de la
familia; nunca encontré a mi padre, o a mi abuelo, hermanos o hermanas. Todos
habían desaparecido. Como sólo quedamos mi mamá y yo, decidí ver la forma de
ayudarle a safarse de la trampa que le propinaba aquel gran pedazo de escombro.
Yo... era muy débil entonces, ni siquiera pude moverlo - rió -. Sabía que era
cuestión de horas para que ambos muriéramos de hambre, de inanición, o tal vez
por la falta de oxígeno, que después de todo era casi lo mismo. No sabía en que
pensar: "vamos a morir", decía,"vamos a morir, vamos a morir.
Dios, ¿por qué nos dejas morir?". Mamá alumbró mi cara con la luz de la
lámpara. Notó mi llanto y mi expresión, tan repletos de impotencia y angustia.
Cogió de su regazo un pedazo de carne y me lo dió. "No vas a morir",
afirmó mientras yo frotaba el bistec con las manos, "tú no vas a morir...
no, sin que yo te halla dado permiso". Sonreí ante esa broma. Realmente me
alivió el que ella fuera tan optimista en un momento así. Comí de inmediato el
trozo de carne; aunque crudo, era suave. No quise preguntarme de donde lo había
obtenido. Después de todo, estábamos en al cocina cuando todo ocurrió. Lo
habría cogido antes de caer de imprevisto.
- Y luego... ¿qué pasó? - titubeó Ana.
- Horas... las más largas y tediosas que jamás halla
vivido. Parecía como si el tiempo se hubiera puesto de acuerdo con el destino
para hacer infeliz lo que nos quedara de vida. Más sin embargo, el buen gesto
de mamá le dió un giro importante a las cosas. No teníamos mucho que hacer,
fuera de mantener latente la expectativa de ser rescatados, así que decidimos
pasar el rato platicando acerca de lo que nos gustaba y de lo que odiábamos; de
lo que solíamos realizar en nuestro ocio, el cual era frecuente. Yo... sabía
perfectamente que tarde o temprano iba a morir allí, pese a lo que mi madre me decía, de modo que también aproveché el
tiempo, para sincerarme con ella. Le pedí perdón, por todas las cosas malas que
le había hecho pasar. Me disculpé por ser un vago, por sacar notas tan bajas en
la escuela, por irme de fiesta con mis amigos sin avisarle, por... bueno... por
todo... ¿entiendes?
Michael
reanudó su llanto, sin desearlo. Ana no se atrevía a mirarle a la cara, pero en
cambio, podía sentir como los ánimos del hombre se venían bruscamente a abajo.
- Así pasamos una semana - continuó él con un hilo de
voz. En breve, pudo armarse de la voluntad requerida para sostener su relato -.
Ella permaneció durante ese periodo, en la misma e incómoda pose que la
situación le permitía. Yo estaba recostado sobre su regazo, con lo que era ya
una decaída esperanza de salvación. Esos fueron los días más trágicos. No sólo
por estar atrapados y aislados del mundo... sino también por la nube de
incertidumbre que nos llegó de repente. Yo dormía la mayor parte del tiempo
como mi mamá me había sugerido, dijo, para que no sintiera tanta hambre. Lo que
me daba temor de aquello, era la sensación que tenía de no poder volver a
despertar jamás, una vez que cerraba los ojos. La única razón por la cual
interrumpía mi sueño, lugar donde me resguardaba de la adversa realidad, era
para recibir otro pedazo de carne que me daba mamá. Tan pronto terminaba de
comer, me acostaba para dormir nuevamente. Otra cosa que me alarmaba, era que
cada bistec con que me alimentaban, se encontraba más duro y maloliente que el
anterior. Tampoco sabía si el fétido olor que repentinamente se comenzó a
percibir un día, era el de los cadáveres del resto de mis familiares,
pudriéndose en la profundidad de las sombras. Pero lo que me afectó aún más, lo
que en verdad me arrancó un susto tremendo, fue la instintiva necesidad de
querer acabar con el sufrimiento. Llegó un momento en que mis esperanzas se
hubieron consumado totalmente, y ya no tenía deseos de seguir. Gracias al
escaso brillo proveniente de la lámpara portátil, podía ver a ratos a mamá,
sentada y con los ojos cerrados, sin saber a ciencia exacta el que ella
permanecía con vida. Luego miraba mis manos, sucias y pegajosas. Era evidente,
el rescate no se cumpliría. Quise acabar con eso en la brevedad posible...
¡quería terminar rápido y sin dolor! Yo... pensé en un suicidio.
- ¿¡Qué!? - exclamó Liliana, atónita -. ¡Eso no puede
ser! Michael, tú es muy fuerte y valiente... ¡no es cierto! ¡No creo que hayas
pensado en quitarte la vida... ni por un minuto!
- Te lo juro Ana... uno es capaz de convivir con una
persona por determinado tiempo. Pero el llegar a conocerla del todo, es muy
difícil. Ahora lo ves conmigo.
- Sigo sin creerte. ¡Oye, espera un minuto! El hecho
de que estés aquí a mi lado, quiere decir que tu fuerza de voluntad fue más
grande y pudiste salir airoso de la adversidad junto a tu mamá, ¿no?
- Liliana... eso no es cierto.
- ¿Cómo?
Michael
regresó a su expresión seria y continuó en tonó bajo con su historia:
- Una de aquellas veces, cuando mi madre dormía y la
ansiedad estaba por acabar con lo que quedaba de mí, un brillo extraño llamó de
repente mi atención. Me puse en pie, y divisé un pequeño resplandor proveniente
del costado derecho de mamá. Quise investigar lo que era, así que pasé por
encima de ella con cuidado, para no caerle en un descuido. Ya del otro lado,
cogí del suelo un objeto que no había notado anteriormente: se trataba de un
puntiagudo cuchillo, con el filo y mango bañados en sangre. Ésta sangre, se
encontraba seca y adherida a la navaja; era obvio que había sido usada hace ya
más de dos días. Sentí entonces una descarga eléctrica recorrer mi espina,
cuando pude ver un rastro enrojecido, que iniciaba en las manos de mi madre y
llegaba al lugar en el que hallé el utensilio. El pánico, el más grande de mis
miedos se hizo presente. Aquel olor fétido se podía percibir con mayor
intensidad en el sitio donde estaba parado. Tomé la linterna de mano, y...
apunté con su luz hacía las piernas de mamá.
Ana se
levantó de un salto, quedando en una postura erguida al lado de la cama de
Michael. Ella temía lo que a continuación le sería revelado; el horror estaba
plasmado en su rostro. Tomó su bolsa canela y comenzó a retroceder lentamente
rumbo a la puerta de la habitación, sin dejar de mirar ni un sólo instante al
director Yagar. Él, por su parte, permanecía con la vista fija y perdida. No se
daba cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Lágrimas brotaron de sus ojos,
sólo por inercia.
- ¡Inaudito, ¿no crees?! - exclamó irónico, y lanzando
una maniática carcajada, aunada a su silencioso llanto -. Ella... me quería con
vida... con vida, a como diera lugar. Durante todo ese tiempo, me dió a comer
esos... ¡bistec!... para alimentarme, buscando que no muriese de hambre. Lo que
no sabía, es que mamá obtenía esa deliciosa carne... ¡de sus propias piernas!
¡¡Si!!. Vio que parte de sus piernas estaba destrozada y atrapada bajo los
pesados escombros, y dedujo que ya nunca podría volver a caminar... ¡¡sería una
inválida para el resto de su existencia!! A ella no le dió simpatía la idea de
ser un estorbo para su familia. Pero entonces llegué yo, y como no tenía nada
que darme de comer... tomó un cuchillo, aprovechó la discreción que le daba la
oscuridad, aguantó la respiración y... y se cortó... pedazo por... ¡pedazo!...
¡sus piernas ya muertas!
Michael se
adentró más de lo debido a sus recuerdos. Ahora, su llanto no era inconsciente,
él lo sentía, al igual que la pérdida inminente de su madre en aquel atentado
terrorista.
- ¡Mamá...! - gritó entre lágrimas y gemidos ahogados
-. ¡¡Mamá... discúl-pa-me...!! Si tan sólo lo hubiera sabido. ¡Si tan sólo
hubiera sabido que la carne que me dabas para comer, era la tuya!... ¡¡jamás la
habría aceptado!! ¡Hubiese preferido morir a tu lado! Y los... rescatistas.
Ellos llegaron recién descubrí el sacrificio que hiciste por mí. ¡¡Y yo impedí
que te sacaran de ese agujero conmigo!! ¡¡Pero cómo saberlo!!... ¡¡cómo,
maldita sea...!!
- ¿Michael...?
- Mamá me lo dijo antes de dormir por úl-ti-ma... vez.
Que si debía correr un riesgo por mí, lo haría sin dudarlo. Ella me dijo... que
me amaba. Anita... sólo deseo que estemos juntos. Pero y si esos maleantes que
me dejaron en el hospital, vuelven a atacarme cuando estés cerca de mí y te
lastiman... si te... asesinan... yo... ¡¡no podría soportarlo!! Te amo... pero
entiéndelo... no puedo amar a una persona muerta... como a una viva. No quiero
perderte... por eso te lo estoy pidiendo. No quiero que mueras... no quiero que
me dejes sólo... te amo... te amo... >>
Ana despertó,
luego de escuchar un ruido misterioso en la entrada de la oficina del director.
La puerta había sido abierta; aquel que recién llegaba le habló
silenciosamente.
- ¿Liliana? ¿Qué haces despierta tan tarde? Son las...
tres de la mañana.
- ¿Mich... director Yagar? ¿Es usted?
- Si. El doctor Lavat me dejó salir del hospital antes
de lo que esperaba. Quise regresar lo más pronto posible para encargarme del
Centro. La verdad... no confío en mi ayudante, el señor Hiller.
- ¿Se hallaba preocupado por sus niños?
- Más de lo que te imaginas.
Tanto una
como el otro permanecieron callados por minutos completos. Sus miradas nunca se
cruzaron, más cuando la presión se hubo agudizado, Yagar finalmente exclamó:
- A propósito, no has contestado a mi pregunta. ¿Qué
haces aquí, en mi oficina... y tan avanzada la noche? ¿Quién te dejó pasar?
- Yo, eeh... estaba acompañando a la enfermera Cross
en su trabajo. Cuando terminó con lo suyo, le pedí de favor que me dejara en
éste lugar por un rato más. Me dió la llave de su recámara, y se fue a dormir.
- ¿Mi recámara? - preguntó, mirando de reojo la puerta
que daba a la habitación adjunta a la oficina.
- Si. Pero como ya está usted aquí, veo que no será
necesario que la use. Bueno, le deseo que
pase linda noche. Me voy.
Ana se
levantó del sillón en el que había dormido y se encaminó a la puerta primaria
del cuarto.
- ¡Detente allí, Ana! - ordenó Michael, agudizando su
voz. La niña le obedeció sin remedio -. No sé qué buscabas al quedarte dentro
de mi oficina. Espero que entiendas mi postura; sólo quiero que me contestes,
¿por qué?
- ¿Por qué... qué?
- Liliana... creo que mi pregunta es obvia. ¿Cuál es
tu motivo para estar conmigo ahora?
- Señor... yo, quería hablarle en privado. Se lo juro,
es todo.
- La señorita Cross te dió la llave que abre ambas
puertas de la oficina. Eso fue lo que dijiste. ¿Podrías devolverme esa llave?
- Si, claro. Aquí tiene.
- Te lo agradezco.
Michael tomó
entonces el objeto picaporte con sus dedos y con él colocó seguro a la puerta
por la cual, Ana pensaba salir.
- Ahora estaremos solos - afirmó sonriendo -. Nadie
podrá molestarnos. Adelante. ¿Qué querías decirme en privado?
- Bueno... señor, yo... estuve pensando, sobre lo que
me contó hoy por la mañana.
- Ah - suspiró con apatía -, era de eso.
- Si, aah... lamento haberle hecho recordar algo tan
terrible de su pasado. Pienso que su sufrimiento es sólo mi culpa. También
lamento haberle llamado desconsiderado. A decir verdad... la única que merece
ese adjetivo, soy yo, porque no tomé en cuenta sus sentimientos.
- ¿Es todo?
- ¡No! Además, siento mucho lo que le pasó a su mamá.
Las cosas no debieron suceder así.
Michael
volvió a suspirar.
- Tienes razón Anita... no fue justo. Pero no hay nada
que se pueda hacer ya. ¿Sabes?, siendo sincero, yo pensé acerca de lo que te
conté en el hospital, de igual forma que hiciste tú: cuando te marchaste de la
habitación, cuando me llevaron comida y me rehusé a ingerirla, aún cuando venía
para acá... y así, de tanto pensar, llegué a dos importantes conclusiones.
- ¿En serio... a cuáles?
El director
se sentó sobre un sofá que le quedaba próximo e inclinó la cabeza hacia Ana.
Ella le veía de cerca; ahora sus rostros estaban frente a frente.
- Pues... primero, debo aceptar que fui un total
estúpido al confiarte algo tan personal. No sé en qué estaría pensando.
Realmente me arrepiento de haberlo hecho. No debí involucrarte en un asunto tan
horrible... no estás lista para ello.
- Entiendo...
- También descubrí una cosa... quizá la más valiosa
lección que alguien me halla dado nunca. Y para variar, fuiste tú quien me la
hizo ver.
- ¿Qué?
- Yo... fui adoptado. Luego de que pasó un mes del
atentado, la familia Yagar me anexó a los suyos, para que así formáramos una
nueva familia. Desde entonces y hasta hoy, había querido permanecer aislado de
toda persona que buscase mi amistad... o mi amor. Era prisionero de mis propios
temores y complejos, lo que me hizo crecer falto de hermosos recuerdos de cada
una de las etapas que iba viviendo mientras pasaban los años. Prácticamente,
crecí sin más cariño que el que recordaba de mi verdadera madre. Tenía miedo de
que si encontraba a alguien con quien decidiera permanecer el resto de mis
días, Dios me la quitaría como antes, y eso no me gustaba. Sin embargo...
cuando te relaté mi pasado, no sé como pero, me sentí liberado. Mi cabeza se
había bloqueado a una absurda filosofía de sufrimiento, y al momento de dejarlo
escapar... las lágrimas, los malos recuerdos... mi mente se vio abierta a la
posibilidad de vivir nuevamente. ¡Empezar de cero, sin limitantes y sin sueños
frustrados! ¡Acepté el hecho de que tenía que arriesgarme a todo! También...
tomé la decisión de volver a amar... y darle cuanto rastro de profunda pasión
se hallara en mí, a aquella persona que ya se había comprometido a entregarme
su completo ser. Hablo, de la persona que con su aceptación me brindó los
primeros instantes de alegría real en mucho, mucho tiempo. Aquella que me dio
esta invaluable lección de vida. Me refiero... a ti, mi bella Anita.
Liliana, a
medida que iba escuchando lo que Michael le decía, se llenaba de gozo y
felicidad. Su cara lucía flamante una hermosa y cálida sonrisa; su corazón
estaba al borde de un ataque, debido a la emoción que contenía. Por otro lado,
su cuerpo en sí era un manojo de nervios. Lo que seguiría después de tan
alentadoras palabras por parte de Michael, era un misterio para ella, y eso le
hacía pensar en tantas y tantas cosas al mismo tiempo. Algunas de ellas
hicieron que por breves segundos, su faz entera se viera estremecida. Sus
labios se tornaron húmedos, sus manos se balanceaban de aquí para allá, pero
más aún desconcertante y confuso, era ese sentimiento tan placentero que
brotaba de su vientre, con el simple hecho de mirar los preciosos ojos color
chocolate de los cuales el director era dueño.
- Princesa... - continuó él, acercando su rostro al de
Liliana -, tú... ¿recuerdas qué fue lo último que alcancé a decirte, antes de
que te marcharas de la habitación del hospital, dejándome sólo?
- Si. Me dijiste que... me amabas.
- Yo... hablaba en serio. Te amo, y estoy dispuesto a
demostrártelo, ahora mismo.
Michael tomó
entonces, con suma delicadeza, a Ana por su barbilla. Dirigió la cabeza de la
niña a la propia, para darle un dulce beso en los labios, aquellos que desde
minutos antes habían anhelado ser alcanzados por el director de Swan. Al
separarse, él le sonrió con ternura y preguntó, con un repentino gesto de
seriedad:
- Anita... quisiera saber algo. Realmente... ¿por qué
es que me amas? ¿Qué fue lo que te atrajo de mí?
- Michael... es todo lo que eres. Una persona que ha
pasado por muchas adversidades para alcanzar la mayoría de sus metas en la
vida. A quien le importa la seguridad de sus seres queridos, por encima de la
suya. Amo al hombre que es capaz de dar consuelo, cariño y serenidad a las
situaciones más crueles. A la persona frágil y sencilla que busca siempre el
equilibrio en cualquier lugar. Amo a Michael Yagar... por quien sé que vale la
pena sentir lo que siento en éste momento.
- ¡Oye!... ¿Acaso no me amas por ser guapo? - bromeó
él. Ana soltó una leve risita; rodeó con sus brazos el cuello de Michael,
quedando aún más cerca de su amado.
- Desde luego. Te amo por ser el hombre más apuesto
del mundo.
Ahora, era
Liliana quien tomaba la iniciativa, abalanzándose contra los labios de Yagar.
Él sintió de inmediato la inexperiencia de la menor en ese tipo de acciones,
así que lentamente fue tomando el control de aquel beso que, a cada movimiento,
iba incrementando su intensidad.
Nuevamente,
se vieron separados.
- Eso era lo único que deseaba oír - reveló Michael
quien, colocando sus manos debajo del camisón blanco de Liliana, fue poco a
poco levantándolo para retirarlo de su lugar. Ana elevó sus brazos para facilitar
dicha tarea. Al final, la niña quedó completamente desnuda frente a él.
- Amor... eres más hermosa de lo que jamás me imaginé
- suspiró, al tiempo que dejaba la prenda sobre el escritorio.
- Gracias - exclamó ella, con las mejillas
ruborizadas.
Los ojos de
Liliana temblaban como si quisiera llorar. Casi por inercia, cubrió su virgen
vagina con la mano, aunque lo que más quería, era ser contemplada por Michael.
Él se dió cuenta de ese nerviosismo y se detuvo a reflexionar.
- Anita, tú... no tienes que hacer esto si no lo
deseas. Podemos continuar... pero también podemos detenernos.
- Michael. Nunca antes en mi vida, había querido hacer
algo con tanto afán. Por favor... hazme tuya... ¿si?
- ¿De veras lo quieres?
- ¡Lo necesito!
Yagar sonrió
otra vez. La certeza de Ana por lo que en realidad anhelaba era evidente, pese
a que la frase con la que le había terminado por convencer, pareciese sacada de
la novela romántica que la señorita Cross le hubo prestado con anterioridad. Ya
sin titubeos, y mostrando su completa satisfacción y alegría, se levantó de su
sofá, tomó la mano de su futura amante, y ambos entraron a la habitación
adjunta a la oficina: la recámara de Michael.
Lo que
hicieron allí dentro, las pasiones que se desataron, los besos que se dieron,
las caricias que se brindaron, los roces que sintieron sus cuerpos al encontrar
en ellos mismos el máximo de los placeres es, simplemente, letra de una muy
diferente canción.